NOTA DE LA REVISTA
Esta entrevista es producto de un encuentro breve y hermoso entre Isabella Saturno y
la ilustradora Cristina Sitja en su visita a Caracas en el 2014.
No pudimos publicarla en su momento, y hemos decidido rescatarla actualmente
ante la reedición del libro ¿Qué hacer un domingo? en un nuevo formato.
Confiamos en que algunas conversaciones no tienen fecha de caducidad.
Cuando Cristina Sitja era una niña, exponía sus dibujos en su cuarto y los vendía a sus familiares a 25 centavos. Tuvo una buena infancia . Es la menor de tres hermanas. Vivió en una Caracas que extraña, pero ya ha hecho vida en otra parte y Caracas queda cómo un buen recuerdo de su infancia y adolescencia. Estuvo un tiempo en Montreal, Nueva York, Barcelona y San Francisco ampliando su formación como fotógrafa y artista plástico. Pero ahora reside en Berlín y, tras haber trabajado en una floristería durante dos años para mantener su carrera cómo ilustradora, ahora (¡por fin!) si se dedica 100% a la ilustración.
Dos veces expuesta en Bolonia, es ilustradora de varios libros para niños: Analagua, La mano de mamá, La apuesta, Rasabadú, El intruso, Etranges Crèatures, entre otros. Su más reciente libro es la reedición en el 2018 y en un nuevo formato del entrañable ¿Qué hacer un domingo?, gracias al trabajo en conjunto de las editoriales Camelia (Venezuela) y Cataplum (Colombia).
¿Cuánto tiempo tienes fuera de Venezuela?
23 años.
¿Por qué te fuiste?
Me fui a estudiar y luego me adapté a otro estilo de vida, y ya no veía cómo iba a encajar bien al ritmo en Caracas… No me gustan los carros; me gustaba caminar e ir en bicicleta y en la ciudad dónde vivo es más fácil moverse a pié y en bicicleta.
¿Y tu apellido, Sitja?
Es de mi padre que es catalán, lleva aquí casi cincuenta años.
¿Cómo fue tu formación?
Empecé a estudiar Literatura en español en Montreal y luego me cambié a Bellas Artes, porque yo siempre, de chiquita, después del colegio, cuando tenía nueve años me iba a una escuela de Arte que quedaba en Las Mercedes, no sé si todavía está, no lo creo. Siempre tuve muy claro lo que quería hacer, aunque no estaba muy consciente de que eso no iba a hacer ganarme la vida. Entonces estudié Bellas Artes, me saqué la licenciatura y me fui a Nueva York un año porque me especialicé en fotografía. No me gustó vivir en esa ciudad, era muy grande la diferencia entre haber vivido en Montreal, que era una ciudad muy tranquila. Nueva York para mí era demasiado, está bien para visitar, me parece muy bien para tener esa experiencia de un año, pero luego me fui a trabajar a Austin, Texas, donde era profesora de fotografía y de libro de artista. Yo también aprendí a hacer libros a mano, que me encanta. Además me gustaba mucho estar ahí porque mi hermana vivía al lado y éramos vecinas. Pero luego sentí que no estaba conociendo gente, que tenía una vida muy cómoda. Quiero rodearme de gente que esté en mi área artística, por lo que dije: “tengo que hacer una maestría” y me fui a San Francisco. Ahí saqué la maestría en Bellas Artes pero con especialización en fotografía.
Yo hacía estenopeicas; a mí nunca me gustó lo convencional entonces hacía mis camaritas de madera. Me compré esos portanegativos de 8x10 de los antiguos y construí una cámara estenopeica alrededor de ellos para sacarlos y meterlos. Tenía una bolsa negra donde podía cambiar todo y usaba papel fotográfico como mis negativos porque estos eran muy caros. Hice contactos y me vine aquí y gracias a mi madre, conocí a María Fernanda Di Giacobbe que en aquella época tenía un café muy agradable en frente de PDVSA llamado la Paninoteca. Ella fue la primera que me dio una exhibición. Luego Roberto Mata me invitó cuando él estaba en La Castellana, a dar una charla sobre mi trabajo. Cuando terminé de estudiar en Estados me fui a Barcelona porque allá estaba mi abuela. Me dije: “voy a ver qué pasa”. Yo era especialista en fotografía a color y revelaba mis negativos a color e imprimía a color, pero cuando llegué a Barcelona no encontraba un laboratorio donde pudiese hacer mis cosas, entonces pensé: “Esto es muy tóxico, quién sabe adónde vierten todos esos químicos. ¿Qué puedo hacer que sea barato, que no sea tóxico y que lo pueda hacer en cualquier lado? Dibujar”.
¿Entonces fue así como decidiste ilustrar libros para niños?
Empecé a dibujar y me dije: “mira, no está mal”. Me metí a investigar sobre ilustradores y comencé a hacer ilustraciones, pero claro, yo no sabía nada. Cuando vine otra vez a Caracas visité a María Fernanda Di Giacobbe, quien ya tenía Kakao y me dijo: “tienes que conocer a María Angélica de Camelia”. Me la presentó y ella estaba buscando a alguien para ilustrar Analagua. Entonces les hice un test y fueron ellos los primeros que me dieron trabajo.
¿Cuáles son tus historias preferidas?
A mí me gustan los cuentos que no son, o sea, que aprendes algo pero que tienes que buscar el contenido; que no tengan unos roles muy definidos, como la princesita y el príncipe. Me gusta que los personajes que hago sean, en su mayoría, asexuales, es decir, no son ni hembra ni hombre, que sean simplementes seres vivientes. También me gusta cuando es un álbum ilustrado donde el texto no refleja sino que complementa la ilustración, que no está describiendo la ilustración, porque eso me parece una pérdida de tiempo. El niño tiene que poder buscar ahí su propia historia. Eso también me interesa mucho y, si es una ilustración con mucho detalle, que el niño se meta ahí. Si es sencilla que sea de una manera que también explique mucho.
¿Cómo es tu proceso creativo?
Yo siempre llevo una libretita y hago muchos dibujitos sencillos. Luego, cuando estoy haciendo un libro, voy para allá y digo: “ay, mira, voy a usar este”. Pero cuando me dan un encargo de un libro, es distinto. Cuando ilustré Analagua, no hice storyboard ni bocetos, simplemente fui y dibujé; luego escaneé y monté las partes. Lo que hago ahora, porque alguien me lo sugirió, es hacer unos dibujos en unos papelitos pequeños, haciendo las escenas con acuarela, guache o tinta china. No importa si me equivoco porque es una idea para hacer un plano visual de cómo va a ser en el papel grande. Es una referencia. Tengo el ambiente un poco hecho. Luego voy directo al papel, sin hacer esbozos, y empiezo a dibujar. Si me tranco un poco, lo dejo, y empiezo el próximo. A veces tengo tres dibujos de un mismo libro al mismo tiempo. Se van alimentando el uno con el otro y así voy. Sin mucha organización.
Tu libro publicado en francés, Etranges Crèatures, también fue escrito por ti.
El libro empezó como algo visual; primero dibujé el libro y luego saqué el texto. Siempre empiezo por la imagen; ya tengo el libro en la mente dibujado. El texto viene al final. En mi cuaderno de esbozo hice un dibujo y de ahí empecé a escribir unas cositas. Eso estuvo allí como un año. Luego decidí que no iba a ser así y en dos meses hice todo el libro. Me senté, lo hice y ya. Se lo enseñé a mi amigo Cristobal León, un artista chileno, y me ayudó a escribir la historia porque él es muy bueno haciendo frases cortas. En unos días hicimos el texto. Él veía las imágenes y escribía lo que pensaba. Yo escribía mi parte y luego las juntábamos. La historia siempre me viene en imágenes, pero siempre a partir de un concepto, de una duda, de un dilema que tienes en tu día a día, o porque ves que el mundo no va como tú esperas. ¿Pero cómo haces para que esa historia sea para los niños? Ellos están abiertos a todo, en realidad. Los libros que hago son para niños chiquitos, 4,5, 6 años y tiene que haber poca palabra porque al niño tan pequeño lo que más le gusta es mirar y contar. Si tú estás ahí contándole una novela , quizás se queda dormido y no va a seguir el hilo del cuento…
¿Cómo ha sido la experiencia de haber expuesto en Bolonia? Eres la única venezolana que ha estado allí dos veces.
La primera vez no pasó nada. La segunda vez tampoco pasó mucho, pero si conocí a un par de editores con los que he trabajado este año. Espero convertir las ilustraciones que salieron el año pasado en la exhibición en Bolonia en un libro. Este año me escogieron para otra bienal que se llama Ilustrarte, en Lisboa, así que estoy bien contenta.
¿Cuáles crees que son los retos más difíciles para un ilustrador?
Bueno… que te vean. Que te hagas conocer. Hay muchos ilustradores, como en todo. En lo que tú hagas siempre habrá mucha gente haciendo lo mismo que tú. Para arrancar es difícil, a menos que a la primera tengas suerte. También está el reto de traducir el texto a una imagen. A mí eso me cuesta mucho, sobre todo si es el texto de otra persona; que el escritor esté contento con cómo has visualizado tú su concepto. Y también cómo simplificar.
¿Te identificas con tu infancia a la hora de ilustrar libros para niños?
Sí. Si a mí me dieran a escoger nacer en algún lugar, nacería aquí en Venezuela otra vez. Claro, en los años 70 y 80. Yo tuve una infancia muy chévere… Lo que viví aquí no lo hubiese podido vivir en Alemania, por ejemplo. Íbamos a un parque infantil y había una bola que parecía un queso verde con huequitos y tú te metías ahí y había unos tubos de hierro y ahora que lo pienso era un poco peligroso, pero para un niño ese parque era un lugar estupendo… Y todo eso que uno vió de niño te afecta y eso se ve en mis dibujos; todos esos elementos que se ven aquí: los árboles, los pájaros y la arquitectura. A mí me gusta hacer muchos dibujitos y como en Caracas, hay que fijarse en los detalles para ver bien la hermosura dentro del caos… Detrás de los cables eléctricos se esconde algo.
¿Cómo fue tu niñez?
Muy buena. Yo crecí con mis abuelos españoles; mi abuelo siempre me llevaba a jugar al parque y en la noche siempre me leía cuentos.
¿Qué historia de la infancia te marcó?
Yo de chiquita veía Mazinger Z, grababa los capítulos en un casete y de noche me iba a dormir oyéndolos. Creo que yo era la única que coleccionaba el álbum de Mazinger Z y las demás niñitas el de Menudo. Que a mí también me gustaba Menudo pero yo no coleccionaba ese álbum sino el de Mazinger Z.
¿Cómo relacionas el arte plástico, la fotografía y la ilustración?
Los dibujos que hago para exhibir en galerías son un poco más plásticos, pero ahí también se mete la ilustración. Trabajo mucho a partir de imágenes, a partir de fotos que yo tomo, no es que mis dibujos sean realistas, pero ahí tienes una referencia. Como hice muchas estenopeicas y ahí la perspectiva no existe y todo es irreal, no sabes qué es grande y qué es chiquito. Eso influye en lo que yo dibujo aunque yo no le doy mucha vuelta a eso.
Conversaciones minúsculas
Un artista plástico
Gego.
Un ilustrador
Isabelle Arsenaut.
Un color
El azul.
Un recuerdo de Venezuela
Los pajaritos, los loros, los sapitos en la noche… Eso lo extraño.
Berlín
Bicicleta.
Un personaje
El corroncho, el de Los Sopotocientos Amigos. Una de mis primeras piñatas fue de este personaje.
Un libro de la infancia
El Conejo y El Mapurite, un libro que todavía tengo. Y Mafalda, a mí me gustaba lo inteligente que era esa niña y yo la ponía a ella como un ejemplo de cómo uno tenía que ser.
**Las ilustraciones son de Cristina Sitja Rubio.
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