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Foto del escritorDavid Bermúdez

Una oveja negra en el paraíso

Actualizado: 17 ago 2021



“Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca” Jorge Luis Borges

No me gustaba leer, y mis padres –una pareja de docentes a quienes la vida había premiado con cuatro buenos hijos lectores- cedieron ante la idea de que las cosas no siempre salen según lo planeado y que seguramente, yo sería la oveja negra que teñiría la familia. Pese a mi inapetencia lectora sobreviví a los primeros años de estudio con lo poco que llegaba allá, al último rincón del salón, al pupitre más alejado del tablero. Pero las cosas fueron cambiando, cada año al terminar las vacaciones y reanudarse el periodo escolar, sentía que la silla en que me sentaba -por alguna extraña razón- tenía que estar más cerca al tablero. Todo parecía marchar bien, yo así lo creía y era feliz, hasta que un día recibí la nefasta noticia: reprobé el año, mi espíritu rebelde se deshizo y fue entonces cuando –colmado de frustración- acepté visitar el optómetra. Un par de lentes me enseñaron que el mundo era un poco más nítido de lo que yo lo había concebido; que eso de que las figuras se disolvieran unas entre otras dando lugar a imágenes graciosas no era normal; me enseñaron que no era necesario hacerse en la primera fila del salón -junto a los nerds- para poder ver el tablero, y lo mejor de todo ¡que era posible leer sin sufrir jaquecas!

Empecé a leer. La oveja negra resulto tener esa misma afición por los libros que sus hermanitas, su vida ya no trascurría exclusivamente entre pupitres y tareas, sino también en el mediterráneo, entre griegos y troyanos. Visitaba con frecuencia al ingenioso hidalgo al pie de quien lloraba y reía. De vacaciones me iba a Macondo, un pueblito tropical en el que la realidad supera la ficción. Así eran mis días por aquellas épocas, el ocio bachiller era una riqueza que se invertía en el amor, los amigos y los libros.

No sé si muy temprano, no sé si ya muy tarde, me enamoré de la filosofía. Cuando terminé el colegio entré a la universidad a estudiar eso que tanto me gustaba, ese fue el “sí, acepto” en el altar de mi existencia, me consagre a la lectura y así bese la novia, desde entonces mi relación con los libros es un matrimonio: fieles en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad, con amor y respeto… hasta que la muerte nos separe.

Diez semestres de idilio no me hicieron inmune a la duda, entre más próximo estaba a graduarme mayores eran las incógnitas sobre mi destino. Me gustaba leer, sí ¿Pero eso de que me serviría? ¿Cómo se supone que cambiaría el mundo? ¿En qué forma llegaría a hacer mejor mi vida y la de los demás? ¿Cómo mantendría mi matrimonio con los libros? Fue entonces cuando oí hablar de la promoción de lectura.

“Se trata de acercar la gente a la lectura” me dijo Alejandra –la amiga más antigua de mi vida-. Evidencie mi incomprensión, ante lo cual Alejandra tomó aire, fijó sus ojos en los míos y empezó su explicación. Comenzó hablando de Fundalectura: “es una fundación sin ánimo de lucro que tiene como propósito hacer de Colombia un país de lectores”. Me contó que allí trabajaba desde hacía pocos meses, en un punto “PPP” que quedaba a dos cuadras de su casa. No lo voy a negar, en un comienzo pensé que era mentira, pero después de verlo con mis propios ojos, llegué a la conclusión de que ese debería ser el mejor trabajo del mundo.

Imagine usted que cerca de su casa hay un parque que es visitado a diario por niños, jóvenes y adultos. Imagine que en ese parque, además de haber prados, senderos y árboles, hay también rodaderos, columpios, bancas en dónde sentarse e incluso canchas para la práctica de ciertos deportes como básquet y fútbol. Ahora bien, intente ubicar en un rincón del parque una especie de paradero (como el del bus) con formas y colores únicos. Imagine que ésta increíble estructura ¡está repleta de libros! Libros de la más exquisita variedad y además, puestos allí a disposición de todo aquel que quiera irlos a leer. Pero eso no es todo, resulta que el paradero es atendido por un joven lector, cuyo trabajo no es pues el de alcanzarle los libros, cobrarle o intentar venderle ¡no!, es el de compartir con usted el gusto por la lectura…

Desde entonces quise ser parte de Fundalectura. Mi interés fue creciendo con el tiempo, cuando descubrí que además de los PPP (Paraderos Paralibros Paraparques) existían más proyectos: Puntos de lectura en Plazas de Mercado, donde el aroma de los frutos de la tierra se entremezclan con la lectura y el juego; Bibloestaciones, es decir, bibliotecas en las estaciones del Transmilenio, allí uno puede pedir prestado algún libro para sortear los trancones y el aburrimiento; Centros de lectura para Familias, lugares en los que madres gestantes, padres y niños se reúnen a consentirse y crecer a través de la palabra. Había tantas cosas, tantas posibilidades que en corto tiempo me convencí de que ser lector valía la pena y servía… ¡para mucho!


Comenzando el 2010 -a los veinte años de haberse creado la fundación- llegó mi oportunidad. Una tarde dominical, cuando paseaba por las inmediaciones del punto PPP de mi barrio, descubrí un afiche humedecido por la lluvia en el que la alcaldía local de Engativá convocaba a los jóvenes a participar en un proyecto asesorado por Fundalectura. No me emocioné de inmediato -lo confieso- normalmente me entero de las convocatorias demasiado tarde, pero este no fue el caso, en cuanto verifiqué el calendario la emoción se hizo en mí, me incorporé y tomé atenta nota.

Habiendo llegado el día y la hora, arribé a la biblioteca en la que –según el afiche mojado- se presentaría oficialmente el proyecto. Al entrar encontré un gran número de jóvenes, todos hipnotizados con la melodiosa voz de una mujer que leía en voz alta. Aprecié también un suculento arrume de libros del que se podía tomar cualquiera para leerlo ahí o bien, para llevárselo a casa sin ningún compromiso. Me senté con el temor de haberme equivocado de lugar, empero, las lecturas fueron tan atractivas que decidí quedarme. Qué reunión tan extraña, tertuliamos casi todo el tiempo y solo hasta el final, se nos habló de LIBREARTE.

Una extraña palabra de nueve letras, con la facilidad de descomponerse en un bello adjetivo (libre) y un polisémico sustantivo (arte), nombraba ambiciosamente el proyecto del que –más temprano que tarde- llegaría a ser parte. Como un acorde que recoge tres notas: la primera, la de la mitad y también la última; de los nueve grafemas emergía una tercera palabra: lee. LIBREARTE: lectura, arte y libertad, que mejor forma de bautizar un proyecto de lectura para jóvenes.

Engativá es una de las localidades de la ciudad con mayor población juvenil, pero el desempleo, la imposibilidad de acceder a la educación superior y las escasas alternativas para emplear el tiempo libre han dado lugar al pandillerismo, la drogadicción, las barras bravas y otras manifestaciones de pobreza espiritual. Es por eso que la alcaldía local, en convenio con Fundalectura, fundó LIBREARTE un proyecto de promoción de lectura con el objetivo de fortalecer espacios culturales, instituciones artísticas, escuelas deportivas, y toda clase de iniciativas para el beneficio de los jóvenes.

Formación, dotación y comunicación fueron los tres ejes a través de los cuales el proyecto LIBREARTE se desarrolló. A partir de la primera reunión –la del afiche mojado- treinta jóvenes iniciamos un proceso de capacitación para convertirnos en promotores de lectura. De entrada se nos exigió que asistiéramos únicamente quienes amábamos la lectura –no puedes promover algo que no te gusta-. Se nos instruyó en técnicas de lectura, procesos de promoción lectora, gestión comunitaria y formulación de proyectos. En cada sesión, un promotor con trayectoria nos hablaba de su vida, nos narraban sus peripecias como promotores de lectura. Con estas capacitaciones se abrió la primera biblioteca para jóvenes de Bogotá, y cuatro nuevos puntos PPP -cada uno con un aproximado de trescientos libros- fueron instalados en los parques de la localidad. Entonces, cuando todo parecía estar listo, se nos informó que de los treinta solo cinco promotores serían seleccionados para atender los nuevos puntos PPP y la biblioteca para jóvenes. La noticia nos tomó por sorpresa, en menos de un minuto pasamos de ser tertulianos a ser rivales.

Pocos días después recibí la llamada. No sé cómo, no sé por qué, mi nombre apareció entre los cinco seleccionados. Así, entre el espanto y la dicha, recibí la biblioteca para jóvenes. Me costó trabajo asimilarlo: en un lapso de tres semanas pase de ser un estudiante desempleado y lleno de dudas, a ser un promotor de lectura, la persona a cargo de la primera biblioteca para jóvenes de la ciudad. Con regularidad, los programas para jóvenes son atendidos y liderados por personas adultas, pero este no era el caso de LIBREARTE. En general, yo tenía la misma edad de mis usuarios, los mismos temores, los mismos sueños y problemas. No era yo más sabio, ni más inteligente, simplemente era igual a ellos, y ese fue el éxito de éste proyecto. Como pares los vínculos afectivos se establecen con mayor inmediatez -ese no es un secreto para nadie- pero los vínculos afectivos son el motor para desarrollar programas culturales y de trasformación social, ese –creo- si es un secreto para muchos.

En el tercer piso de un frío edificio, allá entre oficinas y pasillos angostos quedaba mi biblioteca. Nadie que la hubiese visto desde afuera habría podido imaginar lo que era por dentro. No muy grande, no muy pequeña, habitada por el silencio y la luz blanca. Un aroma inconfundible a libro nuevo atrapaba a quien entrase en ella. En el corazón, entre los ventanales y el sofisticado mueble en el que dormitaban los libros, era inevitable sentirse el lector más afortunado del mundo. Un día, sumergido en la intimidad que me proporcionaba aquel recinto, llegué a concluir como el sapiente escritor argentino que el paraíso debe ser una especie de biblioteca.

Recién llegué al inmaculado recinto me propuse sacar adelante el proyecto. Se suponía que ya era todo un promotor, que además de saber contagiar a otros el gusto por la lectura podía administrar la colección, registrar prestamos y llevar el control de las devoluciones. Se suponía que estaba capacitado para desarrollar actividades culturales dirigidas a la población juvenil, que estaba listo para crear programas y hacer gestión social. Sin embargo, el tiempo se encargo de mostrarme que en realidad uno nunca está listo y que siempre habrá cosas por aprender.

Comencé por constituir un círculo de lectores con diez niños entre los 9 y los 13 años. Nos reuníamos dos veces a la semana para leer y hacíamos muchas cosas, jugábamos, bailábamos, pintábamos y nos divertíamos bastante pero con el paso del tiempo, algunos niños dejaron de asistir, al cabo de unos meses iban muy pocos, y al final, me quedé solo. Nunca supe que sucedió con los chicos del círculo ni por qué dejaron de ir a la biblioteca. De vez en cuando, pasaba a visitarme la joven madre de una de las niñas que había sido miembro del círculo, curiosamente esta señora nunca me habló de su hija ni de su experiencia en LIBREARTE, nada más hablaba de su soledad a raíz del suicidio de su esposo. De alguna manera, la biblioteca le hacía compañía. Si bien mi primera experiencia con los jóvenes pareció un fracaso, debo admitir que me enseñó la importancia que tienen los sentimientos en las personas. Desde entonces sostengo que la dimensión afectiva es una variable fundamental a la hora de trabajar con personas y lograr adelantos culturales.


A través de LIBREARTE conocí personas estupendas y trabé amistad con varias de ellas. Conocí un poeta que varias veces me dijo que si no fuera poeta sería asesino; conocí también el actor que después de leer el libro de Marco Polotomó su bicicleta y se fue a recorrer toda Latinoamérica en ella, diez años después -cansado de viajar en bicicleta- decidió seguir su trasegar a través de los libros de mi biblioteca. Cuando se lee es difícil no desarrollar un especial afecto por el arte. Fue así como me hice amigo de varios artistas, entre ellos, un cineasta joven que trabajaba como camarógrafo particular, grabando matrimonios y eventos familiares aunque su sueño era montar una productora de porno. Gracias a Poe me hice amigo de un pintor que aunque llegué a apreciar mucho, no me gustaba que visitara la biblioteca, pues un día me confesó que se consideraba un ladrón de libros profesional. Esos días, a mi pesar, me tocó ser un personaje espía, para evitar el robo de los libros de mi amigo, el pintor.

Entre los lectores, al que más recuerdo es a Andrés. Cuando entró por primera vez a la biblioteca descubrí un joven lleno de amarguras, acelerado y tosco en su manera de hablar. Un devorador de libros junto al cual crecí mucho. Él me trasmitió el amor por la poesía y yo, sin querer, lo inicié en el arte de la escritura. Comencé por mostrarle los textos de mi incipiente literatura. Incentivado, empezó a escribir poco a poco y a mí me tocó enseñarle lo poco que sabía. Al principio empezó a publicar cuentos en el boletín de la biblioteca, luego en revistas universitarias y ahora, vive en Francia como escritor.

Los procesos que inicié en la biblioteca con estos pintorescos amigos fueron un éxito: fundamos un club de literatura fantástica con el que desarrollamos promoción de lectura en algunos colegios distritales, el club después se convirtió en fundación y el poeta asesino se transformó en su director actualmente.

El pintor de los libros perdidos trabaja actualmente como gestor cultural y ya me ha apoyado en varios procesos culturales de la localidad. Andrés, por su parte, sigue escribiendo en Francia y el actor marco polo no para de viajar con la lectura.


La promoción de lectura es una profesión de interminables caminos, algunos más transitados, otros más difíciles; hay caminos cortos y caminos largos; caminos gorditos y caminos flacos; caminos dulces para gente amarga y caminos amargos para gente dulce; hay caminos con luces para quienes no ven y sonidos para quienes no escuchan. Hay caminos que no van a ningún lugar pero hay otros, que llevan a todas partes. Lo mejor de todo, es que hay caminos por descubrir…

Yo descubrí que el afecto es la estrategia más poderosa para hacer promoción de lectura. Si te gusta leer y te emociona, tendrás esa disposición natural de quererlo compartir todo con los demás. Si le alcanzas un libro a alguien, no con miedo, no con rutina sino con cariño, ese alguien sabrá reconocer el gesto y verá el libro no ya como un cúmulo de hojas aburrido, sino como un gesto de amor. Si le lees a un niño su cuento preferido las veces que él te lo pida, crecerá convencido de que las historias son mejores cuando se comparten. El afecto nos obliga a conocernos a la par que conocemos, y así es más fácil acercar el libro indicado a la persona indicada. Si hay algo más placentero que leer un buen libro, esto debe ser el poder leerlo con otra persona. Atrévete a compartir con alguien la lectura con amor y sucederá lo inimaginable: su vida será mejor, ya que aceptará ser un esclavo de la lectura con tal de llevar una vida verdaderamente libre.

Un solo año en LIBREARTE me permitió vivir lo suficiente para crecer como promotor de lectura y consagrar mi vida a ello. A partir de mi experiencia en la biblioteca para jóvenes, mis servicios fueron solicitados en otras partes. Así, mi misión empezó a ampliarse cada vez más, al punto en que tuve que dejar la biblioteca. El día de mi partida, hicimos una copa de vino poética. La idea era que cada persona leyera algún poema, no importaba si era propio o era prestado. Cuando llego el momento de intervenir, me puse de pie y empecé a caminar hacia el micrófono, con cada paso que daba fui descubriendo una biblioteca llena de usuarios, compañeros, amigos y un agradable olor a vino que competía con las sonrisas de todos ellos. Empezó a librarse dentro de mí la peor de las batallas, el dolor de despedida versus la alegría de ver la biblioteca tan viva. Me sentía vencedor. No leí pues el poema de despedida que debía haber leído, leí el poema que el azar quiso, y mi boca se pronunció. Las palabras cobraron vida y las vibraciones atacaron los oídos, todo lo que fuese mío ese día se estremeció mostrándole al mundo que las ovejas negras pueden ir al paraíso.

***Imágenes usadas en este artículo: todas fueron cortesía de David Bermúdez.


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