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Actualizado: hace 22 horas


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"Esta súbita abundancia y aparente disponibilidad de «experiencias amorosas» llega a alimentar la convicción de que el amor (enamorarse, ejercer el amor) es una destreza que se puede aprender, y que el dominio de esa materia aumenta con el número de experiencias y la asiduidad del ejercicio".

Amor líquido: acerca de la fragilidad de los vínculos humanos. Zygmunt Bauman (FCE, 2012)




Con veinte años, Antonio es absolutamente consciente de su encanto, del poder que ejerce sobre las personas y de cómo sacar provecho a las circunstancias que les revelan estos encuentros. Es un conquistador furtivo, que deambula por las calles de Buenos Aires con la misma seguridad con la que revisa los cajones de sus amantes mientras duermen. Antonio se acuesta con hombres y mujeres por vanidad, deseo, aburrimiento y, en última instancia (que no menos importante), por la necesidad del dinero. Antonio quiere escapar a costa de lo que sea del país. El placer es mío no tiene intenciones de representar en su protagonista a una figura humana más dentro del desequilibrio socioeconómico de la Argentina actual, ni mucho menos explicar sus acciones a través de la mirada condescendiente de una joven víctima de una familia desarticulada. Antonio es premeditado, conoce las consecuencias de sus actos. Divaga por las noches, duerme en los parques, liga por el móvil para encontrar una cama donde pasar el rato, otra cama que no sea la de la casa de su madre o la de esa hermana fortuita, no de sangre, que carga con él como una responsabilidad añadida.


En esta ópera prima de Sacha Amaral, quien desde el 2019 ha ido preparando el terreno con tres cortometrajes: Grandes son los desiertos (2019), Billy Boy (2020), Plurabelle (2022) y desde dónde hace una declaración de intenciones en cuanto a las narrativas de quienes viven en los márgenes. Explora la relación contemporánea con el amor, el dinero y el sexo. Sus personajes son personas que prefieren vivir en los bordes, reconocer su propia incapacidad a la hora de sentir y, por lo tanto, construye relaciones cuyo valor radica en la transacción. Me das placer, me das dinero, me das un lugar para estar.


En el caso de El placer es mío, esa transaccionalidad de Antonio está pensada como si fuera un sistema informático, hace que todas sus acciones se ejecuten con único motivo, esa forma de operar es indivisible con su propia identidad. Habita su mundo desde lo pragmático. Esto le permite, como en dichos sistemas, poder ejecutar sus intereses de forma funcional o no hacer absolutamente nada. Su posibilidad de cambio está más condicionada por la mirada moralista del espectador, que por la necesidad de querer ser alguien distinto.



Antonio no quiere cambiar. Él folla y roba, no sólo dinero, sino pequeños objetos, libros, clientes, aquello que le gusta o que le sirve para continuar. No por eso deja de ser un humano entrañable en su relación con estos amantes furtivos, al contrario, es divertido, un gran escucha y una persona que no cuestiona. Quizás porque tampoco quiere ser cuestionado en su propia búsqueda. Antonio lo manifiesta en una conversación con su socio: "no sé amar". Nunca ha sentido amor y, por lo tanto, no entiende cómo ese sentimiento puede alterar las dinámicas cotidianas de su vida. Y, algunas veces, es capaz de entregarse, aunque sea unas pocas horas o minutos. Transforma estos encuentros en ejercicios de un amor no aprendido, en su capacidad de "aprender una destreza" (como dice Bauman) que no comprende.


No sólo el amor romántico, sino el amor hacia su madre, interpretada por una excelente Katja Alemann, a quien quiere de forma bastante racional pero con quien mantiene una tormentosa relación condicionada por una vida bastante precaria. Donde los límites son cada vez más difusos. En una de las primeras escenas, la sensualidad de la relación entre madre e hijo, confunde con intención la mirada que tenemos de esta mujer como una amante más. Esa es la forma de operar de Antonio, que colabora monetariamente con su madre para que no tenga que abandonar la casa. El problema radica en que no sólo mantiene a su progenitora, sino al amante de esta que desea tanto a la madre como desea al hijo; y aunque no quedan evidencias de que se consuman esos encuentros entre "padrastro" e "hijastro", estamos conscientes que Antonio simplemente juega, se deja llevar. Para él, eso es transparente, la gente se mueve y transgrede en nombre del deseo, del dinero, no por el amor.


Quizás el problema radica en su hermanastra, cuyo novia e hijo no quieren a Antonio, porque saben que se aprovecha constantemente de su sentimiento de salvadora. Existe una relación codependiente establecida por el rótulo de "familia". Citando nuevamente a Bauman:


"La moderna razón líquida ve opresión en los compromisos duraderos; los vínculos durables despiertan su sospecha de una dependencia paralizante. Esa razón le niega sus derechos a las ataduras y los lazos, sean espaciales o temporales. Para la moderna racionalidad líquida del consumo, no existen ni necesidad ni uso que justifiquen su existencia. Las ataduras y los lazos vuelven “impuras” las relaciones humanas, tal y como sucedería con cualquier acto de consumo que proporcione satisfacción instantánea así como el vencimiento instantáneo del objeto consumido". (FCE, 2012)


Si Antonio llegara a representar algo dentro de la película, sería el ejemplo de un sistema social contemporáneo en crisis. Vivir, constantemente, en la búsqueda de la supervivencia, hace consciente al ser humano de que lo único que tiene en propiedad es el instinto: "el placer es mío". Habitar en medio de esta constante, hace que la relación con conceptos establecidos por la sociedad (familia, pareja, amor, amistad, lealtad) estén condicionados. En ese sentido, para avanzar, necesito un capital (efímero, como todo lo otro). No le interesa el dinero sino lo que el dinero le permite llegar a hacer como ejercicio de libertad.



La vulnerabilidad de Antonio se manifiesta cuando queda en evidencia, cuando queda realmente desnudo de intenciones ante la persona a la que perjudica. Se ejemplifica en la escena en la que uno de los amantes no lo deja salir del piso hasta que no le devuelva sus cosas robadas. Antonio, indefenso, estalla a llorar, no sólo por una posible manipulación, sino por saberse desprotegido ante la idea de este sistema y ser clasificado, potencialmente, como una mala persona. Porque él no establece vínculos, pero eso no lo hace un sujeto malo. Al contrario, es capaz de defender a un chico al que golpean entre varios en la calle, situación que, a la larga, lo hace enfrentarse a alguien similar a él. Sin embargo, a Antonio no le importa que sea un desconocido o un posible delincuente, sino que acciona de forma justa ante los peligros y la desigualdad de transitar la noche, los márgenes. Además de la capacidad que tiene el actor Max Suen por imprimirle cierta ingenuidad, a ratos controlada, a este personaje. Ese control hace que el espectador se mantenga interesado y, algunas veces conquistado, por su historia. Incluso más allá de la incomodidad moral que eso pueda generarles.


Todo este análisis del personaje, responde a un debate interesante que se generó en el encuentro con su director. Mientras los espectadores llamaban parasitario al personaje e, incluso, esperaban un desenlace moralizante para sus acciones; Sacha parecía querer explicarles sus objetivos ajenos al resultado del visionado. Si bien, él deja claro que lo del dinero que iba robando fue un leiv motiv impuesto para darle un hilo conductor a la película, su mayor preocupación era poner en diálogo la imposibilidad de amar del personaje.



Además de esta urgencia de vivir en el presente, que como dice Sacha: "la condena del presente genera algo de angustia, y el vacío del presente también va marcando el tiempo del montaje". Montaje que resalto, pues la película no sólo persigue la rutinaria vida de este chico, sino que intercala audios del futuro de estos otros personajes, que reclaman por el caos que Antonio deja al final del film. Estos "audios perdidos" que él nunca responde (o no sabemos) y que nos desorientan al inicio pero van ayudando a perfilar hacia dónde se dirige la historia, pero también que nos dejan en evidencia la identidad de los personajes en cuanto a los lazos que él cuestiona. Como es el ejemplo del audio final de su madre, que le reclama iracunda, le pide que vuelva, dejando claro que a ella no le queda otro remedio que preocuparse porque él es su hijo. Sin más razones, y sin saber quién es realmente Antonio.


La secuencia final, de la que evito hablar para no destripar toda la película, a mí me resulta esperanzadora. Si bien el fin, no justifica los medios; Antonio deja de buscar quien lo cuide y con las herramientas con las que aprendió a sobrevivir, se aparta de los demás. Esa es su forma de proteger al resto, alejándose de estas ataduras impuestas (como lo hace con una de sus amantes casada). Si hay sentimientos de por medio, él no puedo atenderte como esperas y, por eso, se retira. No es un actitud simpática, ni agradable. No es una "buena persona" para la sociedad. No entenderá a la perfección la idea de responsabilidad afectiva (o precisamente por no saber ejecutarla, se aparta); pero tampoco es un "parásito". Quizás, como sociedad, nos estamos volviendo mucho más moralistas ante la ficción, lo que nos aparta de una divagación más profunda sobre las cuestiones contemporáneas.




 
 

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En su discutido artículo “Epiphenomenal Qualia” (1982), el filósofo australiano Frank Jackson esgrimió tres argumentos contra el fisicalismo, la tesis de que toda la información (correcta) es información física. Para ilustrar el primero de ellos, el conocido knowledge argument for qualia (argumento del conocimiento), Jackson inventó el experimento mental del cuarto de Mary. 


En él se nos plantea que imaginemos que Mary es una científica que investiga y acaba conociendo toda la información física del color en el mundo, encerrada en un cuarto en blanco y negro, sin poder percibir los colores. Mary sabe, por ejemplo, qué longitudes de onda del cielo estimulan la retina y cómo esto produce, mediante el sistema nervioso, la contracción de las cuerdas vocales y la expulsión de aire de los pulmones. Pero, a pesar de saber toda la información física del color, si lograra salir de la habitación o si la pantalla de su televisión, de repente, dejara de ser en blanco y negro, aprendería algo nuevo sobre la experiencia visual del color, al sentirla. Esto muestra que su conocimiento anterior sobre este tema era insuficiente y que hay más información que la física.


Así, para conocer al completo fenómenos como el color es necesario experimentar subjetivamente sus cualidades. En 1986, Jackson escribió un texto para responder a tres objeciones que le hizo el filósofo materialista eliminativo Paul M. Churchland. Lo llamó What Mary didn´t know. No parece casual que la cineasta griega Konstantina Kotzamani haya puesto este nombre a su último y disfrutable mediometraje. 



Presentado en Locarno, What Mary didn´t know (Retueyos) es un esquemático y sucinto cuento sobre el apasionado primer amor. Rodado en un barco real con estética kitsch, el filme nos presenta a Mary (interpretada por una atinada Tora Sandström), una adolescente sueca aburrida en su viaje familiar en el crucero Neoromantica. Allí, observa desde la distancia las muestras de afecto de los ancianos turistas y escucha una voz que anuncia a los pasajeros la carta de bebidas disponibles: Marriage Margarita, French Kiss, Forever Wedding Date, Soulmate Sour… El amor la rodea. Y, sin embargo, no lo comprenderá plenamente hasta que se encuentre con Manos (Yasin Houicha), un atractivo camarero de la embarcación, y se enamore de él, pasando de la obsesión al placer, del miedo al sentimiento de abandono. 



Pero Kotzamani va más allá de Jackson a la hora de dar al sentimiento un papel central en el conocimiento humano. Y es que sitúa en el desconsuelo de la incomprensión (amorosa) -en este caso, fruto del malentendido idiomático- el móvil central para la búsqueda del conocimiento. Dando tanta importancia a la experiencia sentimental subjetiva como condición del saber, uno puede preguntarse si Kotzamani conoce a su personaje plenamente, lo que supondría, bajo las premisas discursivas de la cinta, que se tratase de un reflejo de su propias vivencias. 



La directora hablaba así del origen del proyecto, lo que quizás nos dé una respuesta: “Es una historia muy íntima y personal. La idea surgió cuando me separé después de 10 años de amor. Me quedó mucho el miedo para el futuro, para enamorarme otra vez, y quise hacer algo muy dulce y tierno sobre el amor como una terapia, para recordar cómo es enamorarse por primera vez y ser niña. En el verano estuve en una isla de vacaciones sola, en Santorini, y había un crucero gigante que se llamaba Neoromantica, enfrente mío. Vi el título del barco y me quedé casi llorando. Y entonces me fijé que en el balcón del crucero había una chica muy joven, sola y rubia. La miré y pensé que quería hacer algo para ella, para mí y para todos”.


La historia de amor de Mary encandila al espectador en su inocencia de colores pastel, simetrías y atmósfera mágica, con irreales y saturadas puestas de sol y una apuesta por la transparencia actoral en la transmisión de emociones a través de la mirada. En su juego con lo surreal, la película comparte con la coral y “lanthimiana” Electric swan, el anterior trabajo de la realizadora, la inclusión de elementos fantásticos que, en este caso, apelan a la simbología de las mitologías griega y árabe. Con todo, si en este anterior mediometraje se presentaba una contundente crítica a cuestiones como la estratificación social por clases, la denuncia al turismo masivo es solo esbozado en What Mary didn't know. El centro, queda claro, es otro: un primer amor que hace que todo lo demás permanezca en segundo plano. 










 
 

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Atravesar la corriente, 

hacia el bosque, 

cruzar la colina, 

hacia el pueblo, 

mi camino, 

un camino nuevo

que recorrí ayer

y que recorreré hoy.


(Fragmento de “Un camino nuevo”, Yun Dongju)



Jeonim (Kim Min-hee), la protagonista de By the stream (Albar), es una profesora universitaria que en sus piezas de arte textil refleja los patrones de la corriente de diferentes ríos. Sus obras son, así, variaciones en torno a un fluir tan cambiante como repetitivo (de los ríos que observa y atraviesa). Quizás la idea de variación y de repetición pueda servir también para describir la filmografía más reciente del prolífico y multipremiado realizador coreano Hong Sang-soo, un habitual del FICX que recurriendo a los mismos temas, situaciones y estilemas, acaba por encontrar en cada filme novedosos hallazgos, caminos nuevos en los tránsitos vitales que retrata (un camino nuevo que recorrí ayer y que recorreré mañana, como diría el poeta). 


Hong Sang-soo demuestra en cada película la enorme libertad creativa de la que goza. Con bajos presupuestos, un fiel y reducido equipo artístico y dejando mucho espacio para la improvisación actoral (bajo directrices generales, en lugar de un guión preciso y cerrado), sus trabajos tienen pretensiones modestas, pero, en ocasiones (y solo en ocasiones), resultados altamente sugerentes. 



Mi relación cinéfila con Hong Sang-Soo comenzó en la pandemia, cuando quedé encandilado por The woman who ran (2020), una plácida estampa de encuentros en la que cualquier aserción o gesto sutil de las actrices era profundamente revelador. Desde entonces, he sido fiel a las citas anuales con el cine del director que el FICX nos ha ofrecido edición tras edición. Con todo, reconozco que desconozco la obra anterior del autor, lo que influye irremediablemente en mi percepción de las dos cintas presentadas en esta edición y, por ende, también en la posición desde la que escribo estas posiblemente controvertidas líneas. 


El Jurado Internacional de la Sección Oficial Albar, formado por Belén Funes, Sergio Oksman y Mark Peranson, decidió que el galardón al mejor largometraje (y mejor actriz) debía recaer en By the stream. Hong Sang-soo se convertía así en el único realizador que ha ganado en tres ocasiones el premio a la mejor película del FICX (Ulrich Seidl y Pawel Pawlikowski suman dos victorias), siendo sus anteriores obras laureadas Right now, Wrong then (2015) y Hotel by the River (2018). 



By the stream relata la convivencia entre una joven profesora -Jeonim- y su tío, un actor y director que regresa a la universidad en que estudió para preparar un sketch junto a un grupo de estudiantes, sustituyendo al anterior encargado de la obra, expulsado por determinadas conductas indebidas. La película, una síntesis de los intereses del autor en los últimos años, mezcla la captación de conversaciones aparentemente superficiales bebiendo alcohol de Nuestro día (2023); el fascinante juego con la elipsis de Walk up (2022); la exploración auto-ficcional en torno al proceso artístico de La novelista y su película (2022) e in water (2023); o un fino desarrollo argumental amoroso con la sensibilidad de Introduction (2020). 



Pero, más que una obra cumbre, el resultado se acerca al pastiche. Pues, lejos de ser orgánica, la conexión entre estas partes acaba por resultar deslavazada, descuidada y aparentemente arbitraria. Una pena el fallo del jurado, en una edición con grandes candidatas de cineastas con más necesidad de reconocimiento que el surcoreano. 



En cambio, la muy divertida Necesidades de una viajera (Esbilla) es un redondo triunfo en la filmografía del maestro. Siguiendo el camino de la depuración estilística y la austeridad de sus últimos largometrajes, el cineasta monta largos planos secuencia (generales o medios) fijos en trípode o con leves paneos y llamativos zooms, donde toda la atención queda puesta en los gestos y acciones de los actores. La imagen digital, en ocasiones parcialmente borrosa o quemada por la intensa luz, evidencia la ausencia de exhibicionismo audiovisual y dota a la narración de calidez. 



En su tercera colaboración con Isabelle Huppert (tras In another country, 2012, y La cámara de Claire, 2017), Hong Sang-soo presenta a Iris, una misteriosa viajera que, en las afueras de Seúl, enseña francés a un grupo de clientes con un método particular. Con desparpajo, actitud de pasividad cansada, levemente despreciativa y con una irónica despreocupación, Iris pregunta a sus alumnos qué sienten al interpretar música, para acto seguido demostrar la traducibilidad de sus emociones más profundas. 


El espectador, se pregunta, sin embargo, si tal traducibilidad funciona o todo se trata de una tomadura de pelo para sacar dinero. Pues aunque se transmita la belleza de los poemas leídos (y traducidos) de Yun Dongju -como el que encabeza esta crítica-, no es menos cierto que las clases de Iris se desarrollan en un poco fluido inglés y las emociones transmitidas por los alumnos son simples y arquetípicas. Con todo, con su método, Iris sí parece lograr algo. En tanto extranjera que implícitamente cuestiona y desafía los parcos modos de expresar afecto de sus contertulios surcoreanos, su mera presencia supone un choque cultural que acaba por tener un efecto en la cercanía con que, minutos más tarde, estos acabarán por relacionarse. 



Cercanía que Iris reproduce en la segunda parte del filme, de modo que lo que parecía una reflexión sobre la traducción, la expresión emocional o el choque cultural se transforma en una historia de un amor que, expresable o no, traducible o no, comprendido o no, existe por encima de los nombres que se le pongan. La película parece llegar a esta conclusión a través de una simple y curiosa estructura dramática que convence en su juego inicial con la repetición de la metodología de Iris (primero incomprendida, luego ilustrada a través de una explicación). Y que después, en un súbito giro hacia la exploración psicológica que recuerda a la excelente In front of your face (2021), sorprende cambiando de punto de vista para esbozar los traumas y el estado vital de un personaje secundario, manteniendo la ambigüedad en las intenciones de su fascinante protagonista.


Pero eso no es todo, pues en la película, ganadora del Gran Premio del Jurado en la Berlinale, también se tratan, a través de los variados pero realistas diálogos, tópicos como el valor del dinero, la moralidad, la educación, la acción desinteresada, la vida sincera, etc. En definitiva, he aquí, en el Hong Sang-soo más depurado y conciso, el más sugerente. 









 
 
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Cultura, libros, infancia y adolescencia

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ilustración de las jornadas @Miguel Pang

ilustración a la izquierda @Juan Camilo Mayorga

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