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Palabras envenenadas

Actualizado: 18 ago 2021


Advertencia: el artículo contiene spoilers del libro

Números y letras. Voces acalladas. Delitos invisibles. ¿Realidades que superan la ficción?

Según UNICEF, 5500 niños y niñas son explotados sexualmente por día en América latina y el Caribe. Esto se multiplica en Asia y la Polinesia. Los mayores consumidores de “turismo sexual infantil” son adultos del llamado primer mundo. En España y en otros países de la Unión Europea, EEUU y Canadá, estiman que un 23-25% de las niñas y un 10-15% de los niños sufren abusos sexuales antes de los 17 años. No hay condición social para este crimen. Ricos, pobres, clases medias son víctimas o victimarios de esta perversión centrada en saciar fantasías y actos sexuales con niños y adolescentes. Y lo peor es que las tres cuartas partes de los abusadores denunciados son familiares directos de las víctimas.

Un tremendo tema para la literatura infantil y juvenil, que durante décadas consideró cualquier acercamiento a temáticas en torno a la sexualidad como un tabú. Ya en los años ochenta del siglo veinte, Marc Soriano alertaba acerca de estas ausencias de contenidos y los dobles discursos y ambigüedades que se generaban alrededor del tema. Es decir, lo que Graciela Montes llamó “el corral de la infancia”, donde la realidad cotidiana en general, y sobre todo los problemas sociales quedaban fuera de los temas a tratar en esta literatura. Dice Soriano, en su ya imprescindible ensayo La literatura para niños y jóvenes. Guía de exploración de sus grandes temas, que “las obras que se ocupan de estos problemas” -los sociales- “se consideran –casi peyorativamente- comprometidas”, por el contrario “las que los ignoran son artísticas.” Si la ficción –que opera como un motor entre lo posible y lo soñado, entre lo real y lo impensado- no habla también de estos temas “difíciles”, en realidad lo que sucede es que los niños acceden a estos conocimientos por otras vías, pero desde medios mucho menos comprometidos con el arte. La desinformación actúa no solo a través de la vulgaridad en la televisión sino también obturan la posibilidad de formar, a través del arte y la literatura, lectores como cuestionadores potentes, con capacidad de establecer relaciones y desarrollar juicio crítico frente a diferentes situaciones de la vida, aun cuando éstas sean perversas. Cuando de “eso no se habla”, el silencio no solo desinforma sino que funciona como cómplice. Ya decía Paulo Freire “Los hombres no se hacen en el silencio, sino en la palabra, en el trabajo, en la acción, en la reflexión”.

La literatura infantil y juvenil dice ahora “presente”, está entre nosotros para comprometerse con la fantasía y también con la realidad cotidiana construida con aciertos y contaminada de adulteraciones. Silencios asesinos. ¡Silenciosos asesinos!

Como dice la contratapa del libro Palabras envenenadas: “A veces, la verdad permanece oculta en la oscuridad y solo se ilumina al abrir una ventana”.

Palabras envenenadas

Una niña, Bárbara Molina, es abusada por su propio padre. Su madre –Nuria Solis- parece mirar para otro lado. Una amiga -Eva Carrasco- quien no olvida afectos ni rencores. Un subinspector a punto del retiro –Salvador Lozano- policía que no se resigna a cerrar el caso de la chica desaparecida años atrás. Estos son los personajes que a lo largo de 28 capítulos -casi testimoniales- van narrando en tiempo presente, cual parlamentos para un guión cinematográfico, la potente historia de la desaparición misteriosa de una quinceañera, cautiva y dada por muerta durante cuatro años. Una adolescente que fue sometida a maltratos y abusos sexuales por ese “sujeto-padre” que jura amarla.

Tramada en tres partes, la novela para jóvenes Palabras envenenadas de Maite Carranza, compone cuadros contundentes que se articulan en la retina del lector para componer el rompecabezas de la ausencia forzada de Bárbara. Cada personaje entra y sale de la historia contando el misterio y sus propias obsesiones en torno al hecho. Ningún parlamento -en formato de capítulo de esta novela- es habilitado para el delincuente, Pepe Molina. Él no narra. Actúa. Su presencia apesta a golpes, abuso, encierro.

Es inevitable referenciar esta historia ficcional con la sucedida en Austria en 2006. La propia Maite Carranza afirma que la escritura de esta novela fue motivada por el resonante y estremecedor caso de la niña vienesa, Natascha Kampusch, quien permaneció cautiva en un sótano a pocos kilómetros de su hogar, durante ocho años (entre sus diez y dieciocho años), secuestrada y abusada por un desconocido que la raptó en la calle mientras se dirigía a la escuela. Ese cobarde criminal terminó suicidándose cuando por fin la joven logró escapar.

Las similitudes entre el caso real de Natascha y el ficcional de Bárbara se entrecruzan pero, a veces, también se distancian. Ambas niñas fueron encerradas en sitios oscuros, tenebrosos. Su único contacto con el mundo era a través del propio abusador, quien justificaba con regalos, libros y vestidos su amor enfermo, su obsesión por las niñas; a la vez que golpeaba y amenazaba minando la dignidad, el temperamento y la autodeterminación de las pequeñas.

Pero la novela va más allá. El criminal es el propio padre, no un desconocido. Bárbara es sometida a maltratos y abusos por quien le dio y le robó la vida, urdiendo siniestras mentiras y actuando una doble vida para ocultar y sostener su vandálico proceder.

Ese andamiaje de doble vida que monta el represor para sostener su crimen en el anonimato y el olvido, implanta en la narrativa un sesgo de novela policial. Sus mentiras, las sospechas de la amiga y de la madre, el olfato y la persistencia del detective van aportando datos precisos para que el lector, aun prefigurando el desarrollo del delito, se involucre en la búsqueda que permita finalmente salvar a Bárbara.

Y es que Bárbara revela, en cada monólogo interior, que cualquiera joven lector pudo o puede ser Bárbara. Que el delito invisible y silencioso del abuso infantil está tan cerca de cada uno de nosotros que es preciso apurarse, estar alerta y alertar.

En propias palabras de la autora, se revela el móvil de su escritura: “Mi voluntad era dejar claro que el abuso sexual es la forma más completa de posesión de un niño o una niña y que el abusador, además, destruye la autoestima y la personalidad de la víctima”.

Los nombres de los personajes son llamativamente simbólicos en la obra. Bárbara, la bravía y resistente jovencita, extranjera dentro de su propia vida durante los cuatro años de cautiverio. Nuria, esa madre atormentada, amurallada, paralizada, viviendo (cual el significado de su nombre) “entre montañas” de culpas, dudas e inacciones pero que repentinamente, casi como un milagro, puede leer el entramado de la situación y actúa. Eva, la que da vida, la que no pierde esperanzas, la que reacciona a pesar de todo para hallar a su amiga. Salvador, el policía que no se da por vencido, cual sabueso sigue todas las pistas, no se rinde, llega a tiempo para rescatarla en un final tan trágico como heroico.

En cambio el criminal, el padre, tiene nombre de un cualquiera: Pepe, o mejor dicho no tiene nombre de pila sino un apodo, un sobrenombre. Indicando que quizás la persona menos pensada puede ser quien ataca día a día a un niño, pasando ante los demás como un tipo del montón.

Por esta novela, escrita originalmente en catalán, la autora recibió el premio Edebé de literatura juvenil en el 2009, y Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil 2011 que otorga el Ministerio de Cultura de España. Sin duda, reconocimientos este libro representa un valioso aporte para la literatura infantil y juvenil iberoamericana.

Otras lecturas sobre el tema

Por aquello de que una lectura lleva a otras lecturas, y para quienes deseen explorar en textos literarios referidos a esta temática, se citan en este artículo tres obras que no pretenden ser emblemáticas ni excluyentes de algunas otras: la novela juvenil El abrazo de la brasilera Lygia Bojunga, comentada anteriormente en Pezlinterna. También, para niños en edad escolar primaria, el libro de cuentos ilustrado por el canadiense Stéphane Poulin, ¡No me toques!, con texto del francés Thierry Lenain, donde una niña es acosada por una anciana, pariente suya de clase alta. Y para niños pequeños, la novela álbum escrita en once burbujas: El que nada no se ahoga, donde un pececito que nada al revés es acechado por la Vieja Bigotuda del Agua.


Las voces que hoy la literatura infantil y juvenil hace visibles acerca del abuso sexual infantil ya no susurran, se hacen oír en voz alta, cual Palabras envenenadas que una vez destiladas y dichas, inoculan vacunas de nuevos modos de expresar, desde el arte, palabras desintoxicadas de prejuicios.

Fuentes y obras consultadas

Bernadet, Vicki. Fundación http://www.fbernadet.org/manifiesto/

Bialet, Graciela (2012). El que nada no se ahoga, Colección Bicho Bolita. Argentina: Editorial Comunicarte

Bojunga Nunes, Lygia (2008). El abrazo. España: SM.

Freire, Paulo (1999) Pedagogía del oprimido. Buenos Aires. Siglo XXI, 10 ma. ed.

Lenain, Thierry y Poulin, Stéphane (2007). ¡No me toques!. Venezuela: Editorial CEC.

Montes, Graciela (1990). El corral de la infancia. Colección Espacios para la lectura. México: Fondo de cultura económica.

Soriano, Marc (1995). La literatura para niños y jóvenes. Guía de exploración de sus grandes temas. Buenos aires: Colihue.

***Imágenes usadas en este artículo: 1, 2. Detalle de portada del libro Palabras envenenadas, fotografía tomada de Jupiter Images Corp. por y editada por Edebé. 3, 4. Dos fotografías de la campaña de la UNICEF, Si no peleas contra el abuso infantil, ¿Quién lo hará?, desarrollada por Y&R Johannesburgo, en Sudáfrica


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