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Francisco Montaña

Actualizado: 3 sept 2021


Francisco Montaña es afable. Su amabilidad y sencillez conectan con el nivel de reflexión contenido en cada una de sus obras. Sus libros no son espacios únicos de entretenimiento, son piezas de gran estilismo. Sus historias, contadas al ritmo de un director de cine, con la exactitud del detalle preciso, abordan temas complejos que van desde la pobreza hasta el amor. Bogotano, formado en filología e idiomas en la Universidad Nacional de Colombia y en cine en la Escuela de cine de Moscú, ha ejercido labores en el área de la promoción cultural y como profesor de cine y estética. En hermandad con el oficio de la escritura, ha publicado numerosas obras reconocidas en el área de la literatura para niños y jóvenes en Latinoamérica. Títulos como Manzanas o pomas (1982), El adulto y el sastre (1997), Cuentos de Susana (2005), Los tucanes no hablan (2006), El cocodrilo amarillo en el pantano verde (2007), Las primas del primíparo Juan (2008), sirvieron de lobby para la publicación de No comas renacuajos, su libro más reconocido en la actualidad. Esta obra publicada por la editorial Babel en 2009, fue incluida junto a otros 249 títulos, en la lista White Raven 2010, selección que hace la Internationale Jugendbibliothek München (Biblioteca Internacional de la Juventud de Munich). Posteriormente su arte sigue resaltando por libros como El amor por las tinieblas (2010), La muda (2011), Historia de amor verdadero entre una rana y un cucarrón (2013). La incomodidad en algunos de sus temas se reconcilia con la ternura y la tenacidad de la sólida estructura de sus novelas. Revisar a Montaña es identificarse con la realidad vista desde una butaca de cine. No solo logra soldar palabras, también consolida su estructura.

¿Qué tanto influye su formación de cineasta en la creación literaria?

Muchísimo. De hecho creo que llegué a escribir narrativa debido al entrenamiento en la escritura para cine. Tal como lo aprendí en la Escuela de Cine de Moscú —el VGIK—, en el guión literario se expresa la novela pero exclusivamente a través de las acciones de sus personajes. Esto está relacionado también con ciertas ideas de composición narrativa de las escenas y de los diálogos que creo que han pasado a mis novelas. De todas formas yo escribo las historias tal como me gusta a mí recibirlas. Hay escenas que debo escribir muchas veces buscando el ritmo, el lugar de entrada del lector, la intensidad con que debe ser recibido en ese mundo. Además, en el cine se discute mucho el problema del realismo. Esa noción que tiene que ver con el arte burgués e industrial me ha interesado mucho, tanto en la creación como en la reflexión teórica. En relación con las novelas creo que he tenido una evolución. Al principio pretendía ser muy realista. Ahora me parece que cada vez soy más honesto acerca de que el punto de vista que aparece es el mío y en consecuencia es una perspectiva sobre el mundo, o por lo menos eso creo, o eso me imagino.

No comas renacuajos representa una oscura realidad de la infancia latinoamericana. Como autor, ¿qué siente al saber que su obra es reconocida por un tema tan árido? ¿Cómo accedió a la historia real por la que se inspiró en este libro?

Es verdad que es una realidad oscura la que aparece en ese libro. Pero también es cierto que hay una de las más bellas historias de amor que he escrito. Y el amor es luz, ¿no? Es que me parece que en ese libro, que ha tenido tan buena acogida, hay un mundo muy vivo. Y me pasa que después de intentar no mirar las cosas que no me gustaban de la vida, pues estas terminaron imponiéndose, como si reclamaran su espacio, como si dijeran, mira acá estoy, soy horrible, soy lo peor, lo que nadie quiere ver. Y la verdad es que sí, que a pesar de todo existe ese mundo, esa realidad que todo el tiempo brota frente a nuestros ojos. Y a mí me ocurrió de una manera impresionante. En medio de una celebración fantástica para los escritores y los lectores que fue la nominación de Bogotá como ciudad capital del libro, fui invitado a muchos colegios públicos de la ciudad. Pudieron ser cerca de veinte colegios. Eran jornadas enormes y muy emotivas. En esas instituciones recibí lecturas de mis libros profundas y cuidadosas, muy valiosas. Habían visto cosas en las que yo no había pensado jamás, pero que efectivamente estaban como constantes en los libros, por ejemplo, la configuración familiar de mis personajes. En una de esas escuelas vi, como cuento en el libro, a un niño con el pelo aindiado que me miraba con una intensidad tremenda, con rabia creo. Cuando me decidí a devolverle la mirada un poco incómodo por lo que me hacía sentir, me di cuenta de que me apuntaba con una mano a modo de pistola y me disparaba varias veces. Era evidente que él quería que yo me muriera. De modo que le hice caso y fingí morirme, tal como uno juega a morirse. Cuando logró su cometido se fue. Le pregunté a mi acompañante, una profesora de ese plantel, por el niño. Me respondió contándome la historia más horrible que hubiera escuchado en mucho tiempo. Esa historia, que hubiera preferido no oír, se adueñó de mí. Usaba todos los recursos narrativos que había en mi cabeza para mostrarse cada vez como una posible novela. No me abandonaba. Cada vez que le permitía aflorar a mi conciencia se presentaba más y más interesante. Y un día decidí dejarla fluir y materializarse en palabras sobre papel. Fue la experiencia de escritura más extraña que haya tenido en mi vida. Dolorosa, terrible, intensa. Tal vez el primer borrador no duré más de quince días escribiéndolo. Claro, llevaba casi un año reprimiéndola, de modo que salió muy rápido y fácil. Sentí, como había leído que le ocurría a ciertos escritores, que me la dictaban. De ahí supongo que viene la intensidad de ese libro, su destino tan maravilloso.

¿En qué se diferencia la literatura para niños latinoamericana de la europea o anglosajona?

Tengo que confesar que no soy un experto. Yo leo literatura. Mucho menos literatura publicada para niños y jóvenes que simple literatura. Leo a mis amigos, claro. Leo algunos premios. Leo escritores extraños. En general me parece que no todo el mundo se toma en serio el asunto de la literatura para jóvenes y niños. Pero, en fin, eso es otro asunto.

¿Sus libros son escritos pensando en un lector infantil implícito? ¿Cómo es el proceso creativo?

Creo que lo que ocurre es que me interesa la infancia como noción. Me interesa la mirada de los niños y me interesan las cosas que supongo que a ellos les interesan. De modo que, desde un cierto punto de vista, sí tengo ese joven-niño como lector implícito. Pero no siempre. Eso me ha ocurrido en pocos casos. En general lo que sucede es que hay algo, un sueño, un recuerdo, una historia que oigo, una idea que aparece de repente, que me lanza a intentar encontrar una forma narrativa en la cual esa semilla se sienta bien, navegue e irradie todo el encanto poético con el que me conquistó a mí. Entonces lo que sigue es el trabajo consciente e intuitivo de ir construyéndole el mundo a esa imagen, a esa palabra, a esa escena para que viva en todo su esplendor. Y en efecto, en casi todos mis libros, tengo muy claro cuál es esa idea germinal.

La aridez de algunos de sus temas apuestan a un lector mucho mayor. ¿Cómo es la mirada del adolescente para las colecciones infantiles colombianas?

Esa es un pregunta difícil. Primero porque yo no diría que mis temas son áridos. Al contrario, creo que tienen una intensidad enorme, un poder de convocatoria emocional tremendo, de manera que tal vez sean duros, tal vez estén alejados de eso que se ha establecido como lo apropiado para la infancia, pero no creo que sean áridos. El asunto tiene que ver con la noción de infancia que hay en la cultura. Y creo que un marcador de la cultura es precisamente esa misma noción. A través de ella podemos ver, leer a esa cultura. Algunos de mis libros más fuertes Los tucanes no hablan, por ejemplo, han sido leído con mucho placer e interés por niños de 8 y 9 años. En fin, creo que el asunto de los libros y las edades es muy complejo y muy difícil de determinar completamente. Yo he creído desde siempre, tal vez porque viví en una ciudad como Bogotá, en unas condiciones de violencia alucinantes, estatal y no estatal, que el mundo es duro y bello tanto para los niños como para los adultos. Y yo creo que si en algo el arte puede contribuir a la vida es precisamente ofreciéndole a la gente maneras de entender eso tan difuso y complejo que llamamos lo real. El arte puede darle complejidad a la mirada sobre asuntos nimios, puede cuestionar lo establecido, puede romper los límites de la cultura. En ese sentido, mis libros posiblemente hayan contribuido en la configuración de un adolescente que vive en un mundo muy material en el que hay pobreza y riqueza, hay desigualdad, hay amor y abandono, en fin, como en cualquier ciudad del continente. En cuanto a las editoriales, sólo puedo decir que agradezco que sigan confiando en lo que escribo y le sigan permitiendo a muchos jóvenes leerlo.

¿Alguna vez se ha desahogado con un tucán? ¿Le ha respondido?

Je je je je. No, son unos pájaros bellos. Muy vanidosos. Exhiben su gran pico con mucho orgullo. A ellos llegué porque en Tical, la ciudad maya en Guatemala, estaban en cada rincón de ese sitio mágico y conmovedor.

¿Cómo fue el proceso de creación de La muda? ¿Usted elaboró un guión? ¿Daniel Rabanal ilustraba respetando sus espacios en blanco o escribían e ilustraban a cuatro manos?

Fue bien divertido. Cuando la editora leyó el original yo me arrepentí de publicarlo. Yo tenía y tengo ganas de hacer una novela gráfica y pensé que esa podía ser la historia. Le dije a la editora que la convirtiéramos en una novela gráfica. Ella tuvo el enorme acierto de impedírmelo. Pero me propuso que hiciéramos un libro no con ilustraciones sino con cómic. Entonces me pidió que escribiera el guión de la historieta para que Daniel lo dibujara. Tuve la suerte enorme de tener mi primera experiencia como guionista de cómic con alguien como Rabanal, que tiene toda la cancha y el talento del mundo. Muchas de mis solicitudes fueron desechadas por imposibles. Fue muy interesante. Aprendí mucho y creo que es uno de los libros mejor editados que tengo.

¿Cómo fue su acercamiento a la escritura? ¿Eras un gran lector o el cine se encargó de todo?

Empecé leyendo, claro. Aunque al principio veía más cine. Pero pronto las novelas se apoderaron de mí. Pero lo primero que escribí fue poesía. Mucha poesía. Después fueron los guiones, después novela negra y luego la primera novela juvenil, Bajo el cerezo. Hoy día leo novelas y veo cine con casi igual intensidad y cuando siento que no alcanza la vida para ver y leer todo lo que quiero, cierro los ojos un rato y después me quedo mirando las montañas, en ellas está la razón de todo, y entonces me calmo.

No teme hablar de Colombia como un territorio peligroso, sin embargo mucho del panorama actual evidencia a una Colombia mucho más estable y sólida para sus habitantes. ¿Cómo ve el encuentro del joven y el niño con este espacio? ¿Existe tal apropiación de las ciudades?

La Colombia que yo vivo es peligrosa. No hay forma de que no lo sea. Es el tercer país en la tabla de desigualdad social del mundo, si no estoy mal. Entonces, es un lugar donde alguien que tiene un teléfono es un rico para alguien que no tiene como comer: la ecuación es evidente. Nuestra sociedad ha aceptado cosas increíbles, por ejemplo, que nos diferenciemos socialmente en estratos, un eufemismo para eludir la noción de clase social a la que tanto miedo le tenemos. Y yo creo que le tememos porque si algo es claro en la sociedad colombiana es el clasismo, la discriminación de clase. Eso hace que vivamos en una sociedad muy heterogénea, moderna, industrial y cosmopolita, y al tiempo feudal, violenta y machista. Mientras las ciudades principales, tres o cuatro, son muy parecidas en ciertas cosas a ciudades de otros países, el campo sigue siendo un lugar del que se saca la riqueza pero al que no se mira de frente ni con orgullo. Creo que son pocos los niños en Bogotá que pueden salir solos a la calle. La iniciación de cualquier adolescente en esta ciudad es un atraco, una requisa por parte de la policía, cuando no una detención. No hace tanto un policía asesinó a un joven estudiante por hacer un graffiti en un pared de un puente. Trataron de encubrirlo todo diciendo que el muchacho estaba armado, que era un delincuente. Mentiras tras mentiras. Y al que organizó la gran mentira lo condecoraron. Sin embargo, parece que no lograron salirse con la suya y van a tener que responder por ese crimen. Esa es la Bogotá que viven muchos de los jóvenes que la habitan. Claro, también hay centros comerciales muy buenos y restaurantes estupendos. Y sobre todo, cada vez que todo va mal uno puede cerrar los ojos y abrirlos para mirar las montañas… Yo lo veo así.

¿Cómo se lleva con los libros digitales? ¿Está dentro de su panorama futuro publicar alguna aplicación? ¿Considera que Latinoamérica realmente está lista para estas nuevas tecnologías?

Realmente no creo que estemos listos. Tiene que ver con esa condición de la desigualdad tan tremenda. Porque mientras en unas partes del país se vive como en Manhattan, en otras se vive a años de distancia en términos de ese desarrollo. Y para mí, tampoco es urgente ese desarrollo. Todo el asunto ese tiene que ver con abrir nuevos mercados de consumo; entiendo que el libro como artefacto también lo fue; nuevas maneras de producir mercancías. Es decir, a mí no me afana avanzar en eso cuando a veces el sesenta por ciento de mis libros se leen en ediciones piratas, cuando a veces en fotocopias. Otra cosa es reconocer que se trata de una posibilidad deliciosa de creación. Un libro en el que se combine el sonido, la imagen en movimiento y el texto, es una posibilidad creativa maravillosa. Pero por ahora no he pensado en hacer nada en ese sentido.

Mucho se comenta de lo entrañables que son los personajes de su más reciente libro Historia de un amor verdadero entre una rana y un cucarrón, ¿qué difícil es evitar que encasillen a un autor en una sola novela o un género específico? ¿es un problema de promoción editorial, de los promotores de lectura o de los lectores?, ¿cómo ha sido la respuesta lectora de los niños con este libro?

La rana y el cucarrón son entrañables, divertidos, absurdos. Este libro es un juego. Fue muy divertido escribirlo. Fue una solicitud de mi hija Violeta, que necesitaba hacer algo en su curso sobre las ranas y Egipto. Y entonces, me pidió que escribiera un cuento. Estuve paralizado como seis meses sin poder hacer nada al respecto. Pero en unas vacaciones encontré la historia y me encantó. A ella también y creo que logró su cometido en el curso. Tal vez la pregunta se refiere a que Los renacuajos sea el libro que más reconocimiento me ha dado. Es extraño, pero es así. Seguro que eso tiene que ver con lo que somos nosotros los colombianos, supongo. Yo la verdad siento que todo el tiempo estoy tratando de ponerme retos nuevos. Hay retos que dan para dos o tres libros, de modo que se podrían agrupar por retos. Por ejemplo, Bajo el cerezo, Las primas del primíparo Juan y Cuentos de Susana; Los tucanes no hablan, No comas renacuajos y La muda, El cocodrilo amarillo e Historia de amor verdadero entre una rana y un cucarrón; y El amor por las tinieblas y El gato y la madeja perdida. Es posible que en quince días lo entienda de una manera distinta. De modo que aunque siento una continuidad obvia entre todos ellos, también puedo ver cómo en cada uno he tratado de expandir alguno de los límites. De modo que si me encasillan, no lo sé, supongo que será cuestión de que haya crítica más profunda y cuidadosa, como la que hacen ustedes. De cualquier manera la rana y el cucarrón son seres que merecen una visita.

¿Es difícil atrapar a un público lector infantil o juvenil? ¿Alguna anécdota importante con los lectores?

Creo que de lo que se trata es de escribir libros intensos. Hay escritores que hacen cinco y hasta diez libros por año. Yo no podría. Para mí cada libro es un proyecto complejo que lleva mucho tiempo cocinándose.

¿Novedades a futuro? ¿Próximos libros o proyectos?

Acaba de salir una novela en Alfaguara El gato y la madeja perdida, que creo, por ahora, que hace parte de un grupo de tres novelas en las que me sumerjo en la historia reciente del país desde varias perspectivas. La siguiente será Madre Revolution y después vendrá Un sol indiferente. También estoy trabajando en mi segunda novela para adultos, después de La ficción del monje, que se llama provisionalmente Sombra de refugio. Ya veremos cómo va siendo todo porque me parece que son proyectos para unos seis años por lo menos.

Conversaciones minúsculas


¿Una palabra?

Luz.

¿Un libro que marcó tu adolescencia?

La montaña mágica.

¿Un guión de cine?

Solaris.

¿Una leyenda urbana?

Goyeneche, un loco que quería ponerle marquesina a Bogotá y pavimentar el río Magdalena, claro, si llegaba a la presidencia.

Si Colombia fuera una obra de arte, ¿cuál sería?

Esto no es una pipa de Magritte

¿La mejor hora para escribir?

La madrugada y hasta las once de la mañana.

¿Un animal en el que metamorfosearse?

Un gato.

¿La secuencia de una película?

La carrera de Antoine Doinel hacia el mar huyendo del reformatorio.

¿Un personaje histórico?

Dos: Francisco José de Caldas y Emma Reyes.

¿Top cinco de películas que deben verse en la adolescencia?

Horas extras, Robert Altman; Stalker, Andrey Tarkovsky; Macunaima, Joaquim Pedro de Andrade; El ángel exterminador, Luis Buñuel; Apocalipsis now, Francis Ford Coppola, por lo menos y todas las demás que estén disponibles.

***Imágenes usadas en esta entrevista: 1. Detalle de fotografía del autor en la página de Fundalectura. 2. Detalle de portada del libro No comas renacuajos, ilustrado por Álvaro Sánchez y editado por Babel. 3. Detalle de portada del libro La muda ilustrado por Daniel Rabanal y editado por Random House Mondadori.


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