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Bad apples

Actualizado: 22 sept


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La sección New directors se abrió con la proyección de la británica Bad apples (Jonatan Etzler), una muy entretenida comedia negra que nos cuenta la historia de Maria (Saoirse Ronan), profesora en horas bajas de una escuela de primaria que ve diariamente impedida la ejecución de su trabajo debido a un violento, confrontativo y rebelde estudiante, Danny (Eddie Waller), quien acaba encerrado en el sótano de su maestra debido a una serie de accidentes.  



Estrenada en el Festival de Cine de Toronto, la provocadora cinta es especialmente gozosa y divertida cuanto más decanta y concreta su pesimista discurso satírico sobre la precariedad de un sistema educativo podrido que basa su grado de éxito en la exclusión de los alumnos “problemáticos”, subversivos, indisciplinados o “difíciles”. En el coloquio con el público, Eltzer añadía que se trataba a su vez de reflexionar mordazmente, en general, sobre nuestra tendencia para hacer laxos nuestros compromisos morales en pos de seguir viviendo con comodidad. Sobre esa propensión que puede ser utilizada, en sus propias palabras, por el fascismo. 



El filme de Eltzer conquista en momentos puntuales como ese enérgico y simbólico opening de una tecnológica e impersonal cadena de montaje de la industria frutera, colapsada por las travesuras de Danny, la manzana podrida a la que, quizás, aluda el título, seguido de una espídica y estilizada persecución acompañada por la vibrante y juguetona banda sonora de Chris Roe. O como el midpoint en que se invierten radicalmente las relaciones de poder, mediante un efectivo uso del suspense o de intimidantes primeros planos y al más puro estilo de Parásitos (cinta con la que comparte numerosos rasgos estructurales, temáticos y tonales). 


La inteligente contraposición de dos figuras estereotípicas (la empollona y el abusón: jóvenes desatendidos por su familia, siendo la clase económica su diferencia esencial), el hilarante y redondo desenlace o las secuencias citadas hacen olvidar alguna que otra breve y muy forzada escena de corte dramático o la aparente evolución del argumento hacia territorios demasiado obvios. El carácter satírico que se acaba imponiendo al final de Bad apples hace entender, además, el propósito del burlesco, azaroso y muy exagerado acercamiento al personaje de Danny, similar a la protagonista de la excelente System crasher, salvo porque, en un principio, se le despoja de toda empatía, deshumanizándo. Un posible peligro del humor del largometraje que quizás no pueda superar quien no llegue al final. 


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Bad apples ha resonado en otras películas que he podido ver en esta Zinemaldia 2025. Por ejemplo, su crítica a la educación estandarizada es paralela a la que el director taiwanés Shih-Han Tsao establece en Before the bright day (New Directors), un coming-of-age de preciosistas y geométricos planos fijos (composiciones con gran diversidad de elementos, un hábil manejo de la focalización de la mirada del espectador, un uso esteta de los espacios muertos o una cuidada iluminación).



La película conmueve en un par de instantes musicales de expresión del mundo interno de su personaje principal (a la manera de la minimalista serie de animación Samuel) o en el estrechamiento o paralelismo progresivo de las figuras paterno-filiales, en una evolución hacia su liberación fuera del estricto disciplinamiento académico tradicional o del supuesto triunfo empresarial, respectivamente. Before the bright day retrata con esta orgánica evolución en el arco de personaje a un joven en busca de un lugar en el mundo, hacia su independencia y adultez, puesta en equivalencia con la de su país en 1996. Año, debidamente contextualizado en un mínimo pero apropiado diseño de producción, en que se produjo la primera elección presidencial directa en la historia de la República de China (Taiwan).



Por otro lado, la incomprensión del padre de Danny hacia su hijo remite al desconcierto familiar con el bello e idealizado personaje de Jeremy, hermano de la protagonista de la delicada ópera prima canadiense Blue heron (Zabaltegi-Tabakalera), una dulce autoficción en que la cineasta Sophy Romvari explora sus recuerdos de infancia en Vancouver, así como el acto de rememorarlos o sanarlos. Para ello, Romvari cuenta con un metamórfico, reflexivo y complejo dispositivo fílmico que juega con distintas épocas: desde los fragmentarias, imperfectas y más o menos cotidianas remembranzas de niñez (con mucho énfasis en las grabaciones, fotografías y escritos preservables con el paso del tiempo; o en la separación entre dos mundos: el de los padres, el de los hijos), hasta la investigación documental e interpretativa en el presente, pasando por una suerte de fuga fantástica cercana a All of us strangers, pero mucho más sutil.



Romvari explicaba en el encuentro con el público que: "Para mí, esta fue la mejor manera de expresar cómo recordamos nuestras vidas y cómo intentamos recomponerlas como adultos. Así que no es realmente una película sobre el paso a la adultez, sino más bien sobre cómo llegar a la edad adulta y comprender ahora, con perspectiva, cómo fue realmente tu infancia". [traducción libre de: “For me this was the best way to express how we remember our lifes and how we try to put things together as an adult. So, it´s not really a coming-of age movie, but more like a coming-into-adulthood and understand now, with perspective, how your childhood really was”] Con este mecanismo, Romvari logra que alcancemos con la protagonista (aunque quizás a coste de cierta visceralidad emocional para algunos espectadores) la fracturada claridad necesaria para procesar aquello que la hiere. 



Por último, los giros en las dinámicas de poder me recordaron a los del irregular thriller cómico Lurker (Zabaltegi-Tabakalera), una expresiva y extraña pesadilla estadounidense de montaje febril (entre los Safdie, The sweet east y el videoclip) en la que el guionista de las series Beef o The bear, Alex Russell, indaga en la hipocresía, la destructividad, la banalidad, la esquizofrenia, la vacuidad y el absurdo del lascivo deseo de fama y aceptación ajena en la sociedad del “american dream”. La película, sin embargo, me deja de convencer cuando abandona lo sorpresivo y el desenfreno en favor de cierta calma triste y anodina, un argumento reiterativo y la exposición explícita y desambiguadora de sus tesis. Con todo, sé que estoy en la minoría frente al entusiasmo que el filme despertó en su estreno español en Tabakalera.


 publicado el 21.09.2025

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