A Bojack Horseman la vi con prejuicio. Pensé que sería una serie animada más del montón, políticamente incorrecta, calcando el modelo de Los Simpsons, South Park o Padre de Familia. Que se trataba de Netflix queriendo abarcar todo tipo de contenidos. Y aunque efectivamente es muy incorrecta, es también una serie emotiva y reflexiva. Me sorprende gratamente como su creador Raphael Bob-Waksberg, basándose en el absurdo y la irreverencia, hace que sus personajes siempre estén en constante evolución. Sus avances corresponden a la introspección constante que hacen en las acciones de sus vidas, cada flashback que incluyen en la historia es necesario para dejar en evidencia los conflictos de cada uno de ellos. Muchos de estos flashback están relacionados con aquel viejo programa de los noventa Horsin' Around que protagonizó Bojack y del que aún no ha podido zafarse.
Bojack Horseman es una serie que cuestiona la vida de estos actores de la pantalla chica que, tras un éxito avasallador, no han sabido hacia dónde dirigir su carrera y su vida personal luego de que termina el show. Lo interesante es que no sólo se trata de Bojack, sino de su agente Princess Carolyn, una gata de 40 años que sacrificó su vida personal por su carrera; Diane, la mujer intelectual de 34 años que quiere ser escritora pero termina involucrada en un mundo frívolo del que no sabe cómo escapar (o si de verdad quiere hacerlo); Mr. Peanutbutter, un perro actor famoso, también de los noventa, adinerado, optimista y capaz de arriesgarse en una serie de negocios inútiles por tener fe en la vida; Todd Chavez, el más joven (24 años) y desenfocado de todos ellos, que duerme en el sofá de Bojack y termina siempre involucrado en historias irracionales para sobrevivir a su día a día (cuya voz, además, la hace Aaron Paul, quien interpretó al atormentado Jesse en Breaking Bad). Sin embargo, el peso pesado recae sobre el mismo Bojack (la voz la interpreta Will Arnet, recordado por ser el mago fracasado de la familia Bluth en Arrested Development), este caballo que va entendiendo, tras muchos tropiezos y con una actitud bastante autodestructiva, que su carrera acabó. Este viaje del héroe por recuperar su lado más humano -entendiendo que se trata de un animal-, invita al espectador a reflexionar en las necesidades de este personaje tanto como actor, como persona y como caballo. Suena complejo, pero lo consiguen.
Hay capítulos que, tras lanzar carcajadas, te golpean con una escena que te obliga a remover las emociones. Esta temporada, además, el duelo te sorprende con una muerte inesperada y vas recogiendo poco a poco este dolor en medio de la risa y la cotidianidad de este mundo absurdo y variopinto. No es una serie complaciente ni fácil, necesita que te involucres como espectador, que te prestes al juego no sólo emocional sino artístico de las imágenes y la relación de este mundo animal y humano en medio de la farándula. Con la ventaja de que sus personajes, absolutamente todos, te atrapan y despiertan tu interés como espectador. Hago énfasis, sobre todo, en el capítulo sobre el aborto de esta tercera temporada que tiene un contenido crítico poderoso, manejado con un humor bastante ácido y un mensaje necesariamente contradictorio. También, pero por razones distintas, resalto al capítulo en que Bojack hace promoción bajo el mar, pues se trata de un episodio de situaciones sin parlamentos, que te invita a vivir 28 minutos de experiencias en un mundo alternativo, donde la cotidianidad se construye a partir de figuras marinas. Este episodio, en muchos espacios de la crítica, es considerado uno de los mejores del año. A mí, en lo personal, me parece irónicamente la serie más humana de las que han salido este año. Y eso es mucho decir, cuando el protagonista es un caballo.
Mejor episodio 3x04 "Fish out of water", porque a veces las palabras sobran y las acciones importan. 28 minutos para una gran metáfora.
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