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Foto del escritorMasaya Llavaneras Blanco

Leer como insurgencia: Malalas y Nasreens

Actualizado: 4 sept 2021


“En el Corán, lo primero que Dios le dijo a Muhamad fue: Lee”
Alia Muhammad Baker, citada por Jeanette Winter en La Bibliotecaria de Basra.

Estábamos en la sección infantil de la biblioteca pública de Waterloo (Canadá), la ciudad en la que vivimos, cuando me recomendaron que leyera La bibliotecaria de Basra: una historia real desde Irak (2004) escrita e ilustrada por Jeanette Winter y editado en español por la editorial Juventud. VM, mi hija de 3 años, y yo pasamos las mañanas de los jueves leyendo cuentos allí. Es uno de nuestros paseos favoritos, así que rápidamente pude posar mis manos en el libro. Tenía una idea general de lo que trataba: el acceso a la lectura en el Medio Oriente. Incluso el subtítulo me daba pistas: “Una historia real desde Irak”. Esa simple palabra: “real”, me hizo temer que historias demasiado duras para VM aparecieran en esas páginas. Imaginaba palabras más crudas como guerra, muerte, exclusión saliendo sin control del libro. Y es que, después de ser mamá, no importa cuantos libros o noticias haya leído, cuantas historias escuché en el pasado, una parte de mi simplemente prefiere olvidar todo eso tan real. Como si afirmara con la más profunda ingenuidad: “Ahora VM está en el planeta, y deseo con toda mi alma que su mundo no contenga historias de tanto dolor”.

Fue con esa candidez con la que abrí el libro. Y también con la ilusoria certeza maternal de tener el control de la lectura: finalmente se trataba de un libro infantil y estábamos a salvo. Así nos enfrentamos a la conmovedora historia de Alia, la bibliotecaria de Basra, quien protegía los tesoros de la biblioteca en plena guerra. Una biblioteca que fue quemada y cuya colección, en su mayoría, fue salvada por los esfuerzos furtivos de Alia y otros civiles que protegieron los libros en sus casas y negocios.

Winter usa solo las palabras precisas y nos guía de la incertidumbre a la debacle. Desde allí abre las ventanas para dar paso a la luz y reemplazar el miedo por la esperanza de la paz representados en Alia y todos los héroes y heroínas cotidianas. Sus ilustraciones, que remiten al arte popular, aparentemente sencillas, planas y sin profundidad buscan más bien resaltar el valor plástico de estos lienzos. El uso de figuras superpuestas apelan a lo humano junto a una composición de colores vivos y brillantes, reforzando de esta forma la esperanza en una historia sobre la incertidumbre y la guerra.

A medida que VM y yo avanzamos en nuestra lectura encontramos imágenes de fuegos y tanques, de personas huyendo. Hay armas y expresiones de desesperanza marcadas en los rostros y los paisajes incendiados. VM nunca ha visto grandes fuegos. El color naranja de las ilustraciones le llamaba la atención y nos condujo al encuentro con aquello tan “real” que tanto temía:

¿Por qué hay tanto fuego?– pregunta VM.

Son incendios, VM. Son incendios que ocurrieron en la guerra– logro responder entre todas mis dudas.

¿Qué es la guerra?– pregunta VM, como era de esperarse.

Es cuando las personas y los países se atacan, y hacen incendios, hay mucho fuego y la gente tiene que huir– me atropello a responder.

Pero ¿por qué hay guerras?– dice VM. Ya para ese momento me veía con los ojos muy abiertos y asustados.

Porque los adultos pueden ser muy tontos– es lo mejor que llego a responder y la verdad es que todavía no se me ocurre una mejor respuesta.

Confieso que después de esa conversación corrí entre las páginas del libro y salté hasta las últimas, en las que Alia sueña con el retorno de la paz.

No estaba preparada para acompañar a VM en esta lectura, no todavía. Por su edad, a lo mejor ella tampoco estaba lista. Ambas nos quedamos conversando sobre la guerra y la fortuna que teníamos de nunca haber vivido una. Hablamos del diálogo, de las formas en que podemos mantener la atrocidad al margen. Así VM y yo le ganamos al miedo.

Una sensación quedó en el aire, sin embargo. Algo ya no lo vivimos igual. Nuestras idas a la biblioteca toman ahora otro tono, que a veces se parece a la insurgencia, una demostración de nuestra presencia en este planeta y nuestra curiosidad por escuchar sobre la vida y las experiencias de otras personas, otros pueblos. Con ese espíritu de solidaridad, y esa alegría de vivir que transmite Winter me atreví a comprar otro título de la misma autora: La escuela secreta de Nasreen: Una historia real de Afganistan (2009).

Estas experiencias lectoras con Winter me hacen visitar una cita del crítico canadiense Perry Nodelman en su ensayo Todos somos censores, donde afirma que: “si le damos a los niños conocimiento del mundo, podremos discutirlo con ellos, y comunicarles nuestras propias actitudes. En cambio, si preferimos mantenerlos ignorantes de todo lo que rechazamos (teóricamente porque lo estamos protegiendo de eso), perderemos la oportunidad de sostener este tipo de discusiones”. En mi caso, el encuentro con el libro fue inesperado, me permitió discernir con VM sobre la guerra, así como sugiere Nodelman. Pero para el segundo título de Winter, La escuela secreta de Nasreen, ignoraré la teoría. Se lo reservo a VM para cuando sea mayor, o quizás para cuando yo tenga más herramientas para acompañarla en su reflexión.

La escuela secreta de Nasreen cuenta la historia de una niña cuyo padre es desaparecido por el régimen Talibán entre el final de la década de 1990 y el principio de la década de 2000. Su madre desaparece un día en que decide ir a buscarlo y Nasreen queda sola con su abuela, una mujer que sufre por la desaparición de su hijo y su nuera, y que lamenta profundamente que su nieta no pueda acceder a la escuela tal y como ella lo había hecho en su propia infancia. Nasreen se sumerge en la tristeza a partir de la desaparición de su madre y su padre, y la incertidumbre de no saber si los volverá a ver. Así pasa sus días en silencio y no puede asistir a la escuela pues el régimen Talibán prohibió que las niñas estuvieran escolarizadas, así como prohibió a las mujeres trabajar fuera de sus hogares o si quiera salir de ellos a menos que contaran con un chaperón. Preocupada por el mutismo de Nasreen, su abuela encuentra una escuela clandestina, a la cual asisten niñas y reciben clases de historia, arte, lengua y matemáticas. Con el tiempo, la pequeña recuperó la sonrisa y el don de la palabra: “Nasreen no se siente más sola. El conocimiento que guarda dentro siempre estará con ella, como un buen amigo”.

Winter relata esta historia real, por la que fue galardonada con el premio Jane Addams en 2010, con mucho respeto, narrando desde la voz de la abuela de Nasreen. Sus ilustraciones sencillas y claras nos hacen llegar un poco de luz en la penumbra en la cual las heroínas se van emancipando de la tristeza y el ostracismo. Una vez más la autora nos habla de victorias cotidianas y luchas permanentes, sin euforias pero con mucha esperanza.

Todos los días hay niñas que como Nasreen hacen de su acceso a la educación una victoria cotidiana. Hace unos años los medios de todas partes nos presentaron a Malala Yousafzai. Malala es una adolescente de Pakistán, que vive en la región del valle de Swat donde los talibanes tienen un poder importante sobre la población y el territorio. Malala defendió su causa bajo seudónimo en un blog en el 2009, comenzando ha ser una activista por el derecho de las niñas a la educación desde muy temprana edad, y ha enfrentado públicamente el régimen Talibán desde que tiene 11 años, cuando dio un discurso a los medios de comunicación pakistaníes que tituló “¿Cómo se atreven los talibanes a arrancarme mi derecho básico a la educación?”.

Hija de un educador, esta adolescente se convierte en una figura pública nacional e internacional a favor de la educación de las niñas en Pakistán y en contra del control Talibán. Malala también se convirtió en objeto de amenazas de muerte desde hace más de dos años. Estas amenazas se materializaron en un atentado realizado en octubre de 2012 el cual se adjudicaron las fuerzas talibanas. Malala y dos de sus compañeras resultaron gravemente heridas.

Malala se recuperó luego de pasar por cuidados intensivos, dos operaciones y su transferencia a un hospital en Inglaterra. Ya retornó a la escuela, esta vez en Birmingham, Inglaterra y escribe sus memorias. Su valentía la ha hecho el centro de movilizaciones globales a favor de la educación de las niñas y celebrará su cumpleaños número 16 dando un discurso en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York.

¿Por qué esperar un acto tan visible de violencia para que hayan posturas definitivas al respecto? Me pregunto también si otros actos de crueldad tienen que ocurrir para que estas posturas se materialicen en acciones efectivas y respetuosas. Esperemos que no. Por citar un ejemplo de acciones constructivas a partir de un acto de violencia, IBBY Pakistán ante este hecho, invitó a niños de todo el mundo a enviar postales para Malala, invitación que en Venezuela recibió el Banco del libro y que, a su vez, otorgó a La rana encantada quien junto a la Ludoteca, realizaron actividades en el marco de postales para la paz. Reunieron a un grupo de niños que reflexionaron sobre la situación de Malala y los derechos de los niños, niñas y adolescentes. De esta experiencia colectiva bajo la sombra de un tema tan complejo, surgieron reflexiones como las de Jesús, que con 11 años asume que “la escuela es un pájaro porque aprender hace volar tu mente y tu imaginación”. Este encuentro dejó en evidencia diversas ideas sobre la paz, la violencia y la educación de las niñas por parte de los niños. Multiplicar estos espacios de discusión y creación, invitan a niñas y niños a pensar sobre temas que nosotros, como padres, corremos el riesgo de censurar pero a la vez nos educan a nosotros para conocer nuevas herramientas y alternativas para abordar estos temas.

Entretanto, ¡larga vida a las Malalas y Nasreens! no sólo a aquellas en el Sur de Asia y en el Medio Oriente, sino también a las niñas, niños y jóvenes del resto del mundo que se abren paso a las escuelas y bibliotecas entre conflictos armados, la pobreza y el fundamentalismo.

Por mi lado, VM y yo continuaremos abriéndonos mundos (o quizás abriéndonos al mundo) un libro a la vez.

***Imágenes usadas en este artículo: 1, 2. Ilustraciones del libro La escuela secreta de Nasreen: Una historia real de Afganistan, escrito e ilustrado por Jeanette Winter, editado en español por la editorial Juventud. 3. Ilustración del libro La bibliotecaria de Basra: una historia real desde Irak escrito e ilustrado por Jeanette Winter, editado en español por la editorial Juventud. 4. Video de Malala Yousafzai al ser reconocida por el Premio Nacional de la Paz 2011 otorgado por Pakistán.


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