Mentirijillas
- Freddy Gonçalves Da Silva

- hace 4 horas
- 2 Min. de lectura

Siempre que llega a mis manos un nuevo poemario, recuerdo uno de los mejores consejos que daba Hanni Ossott para aquellas personas que quería leer poesía: debes querer leerla. “Querer como querencia. Sin mala fe ni desesperación. Averiguando qué diablos quiso decir el poeta”. Apuntaba que una persona puede pasar muchos años rumiando un verso que no comprende, pero de la cual se alegra, porque en el fondo hay un algo que cree entender. “Y así uno manda la razón y la conciencia a paseo. Cada quien sostiene a un poeta”.
¿Qué pasa cuando eres la persona que escribe?, ¿qué sostiene a una poeta?, ¿escribe desde esa querencia o desde una necesidad?, ¿una urgencia?, ¿una farsa? Son preguntas que me hago cuando leo los versos de “Mentirijillas”, el primer poemario de Sara Madrid Jordán publicado por la editorial La Pipa de Kif. O, mejor dicho, de este pacto privado que se establecen entre tres amigas: Silvi, Lilia y Mar, y cuya voz poética nos conduce a un idioma propio, a un código secreto con el que toca pactar, para que el lector pueda formar parte de esta relación.
“compartimos una única cosa
la pasión por los micromundos”
Se encuentran, se observan, se (contra-) dicen, se maquillan, conversan, editan, negocian y crean juntas su propio microcosmos y un documento SECUNDAMOS LA CONMOCIÓN, que arrojan sus conclusiones de diversos estudios en donde juegan con las normas para nombrar (-se). Lo hacen de forma juguetona, seductora, insidiosa porque aspiran entenderse dentro y fuera del texto. Miento, que tampoco se toman tan en serio, y esa es la gran virtud del poemario, este divertido recorrido experimental autoconsciente a través de las pasiones, la complicidad y de tantas otras “cosas que no se pueden sostener”, como “el agua, las ondas o la menguada presencia de un cuerpo de hombre”.
Y por jugar complementaría, en versos del poeta Vicente Aleixandre, que este poemario es: “ese piso feliz por el que viborillas perspicaces hacen su nido en la axila del musgo”.
Disfruté mucho perdiéndome, intencionadamente, en algunos de los versos de esta “casita sicalíptica”, en pensar qué diablos quiso hacer la poeta con este movimiento en la estructura del poemario, o con esa intención provocadora tan contenida (o camuflada) por las palabras. Ese poder escandaloso y provocador que tiene el saber decir las cosas para que los lectores pasemos años, en el desconcierto, rumiando esos versos con alegría.







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