Nadie lo pone en duda, la serie se ganó a la audiencia desde la nostalgia. Es como oír una canción de radio en familia el 31 de diciembre. Matt y Ross Duffer, sus creadores, apelaron al cariño que nuestra generación le tiene a las historias de los ochenta (por no reducirlo todo a Spielberg). Son los Goonies reloaded. Con un punto muy a su favor, el carisma de los niños protagonistas: Lucas, Mike y Dustin son los amigos que todos quisimos tener en la infancia. Son dulces y arriesgados. Aunque sin duda, el show se lo roba Eleven, la E.T. del siglo XXI, aunque más bonita y con poderes complejos que apuestan a su propia destrucción. Las referencias no cesan a cada minuto de la serie, que además es como ver una película de ocho horas (gracias a la trampa Netflix). Además, ver a Winona Ryder haciendo de Joyce, sufriendo como una madre desesperada, es un golpe emocional necesario que nos coloca a todos los que vivimos los ochenta de igual a igual. Sí, nos hemos puesto viejos. La serie engancha, es divertida, entretenida y da miedo, pero la historia tiene esa candidez de los ochenta que, a mi parecer, le hace perder algo de contundencia. Entiendo que es parte de su esencia, pero uno corre el riesgo de perder el interés cuando pasa la nostalgia.
Mejor episodio: 1x03 "Holly, Jolly". Porque mis navidades ya no será la misma, esperaré que las luces del arbolito me descifren a donde fue a parar Bárbara o que me cuenten más de la vida de Eleven.
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