Un simple accidente
- Manuel Hevia Carballido
- hace 3 días
- 2 Min. de lectura


“El sábado 15 de mayo de 2010, los guardias de la prisión entraron de repente en nuestra celda, la número 56, y nos sacaron a mi y a mis compañeros, nos hicieron desnudarnos y nos tuvieron en el frío durante una hora y media. El domingo por la mañana me llevaron a la sala de interrogatorios y me acusaron de haber filmado el interior de mi celda, lo que es completamente falso. Entonces me amenazaron con encarcelar a toda mi familia en Evin y maltratar a mi hija en una prisión poco segura de la ciudad de Rejayi Shahr. [...] No quiero ser una rata en un laboratorio. Víctima de sus enfermizos juegos, amenazado y torturado psicológicamente.” Son palabras de un mensaje que el cineasta iraní Jafar Panahi mandó desde la cárcel de Evin, en que estuvo retenido por conspiración y propaganda contra el gobierno de la república islámica, en una detención a la que sucederían posteriores condenas en 2011 o 2022. Puesto en libertad en febrero de 2023, Panahi ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes por su prodigiosa Un simple accidente (Perlak), magnífica fábula moral que impacta hasta el estremecimiento y la congoja en su estampa de las huellas del trauma, de la devastación emocional y las acciones desesperadas que acarrea la tortura.
Todo empieza con un accidente. Un coche familiar atropella a un perro. Este suceso es el desencadenante de una serie de encuentros que derivan en la posibilidad de acabar con la vida de quien tanto daño ha hecho. La película maneja a la perfección tanto la tensa y enganchante dosificación de la información (tan visceralmente sobrecogedora cuando aparece en los diálogos), como la construcción de una impensada troupe de diversos personaje empujados al absurdo, generándose una agradecida y berlanguiana comicidad cuando la situación se enrarece. Conjugando con finura los detalles del drama personal y el carácter sistemático de la tragedia política, Panahi plantea el conflicto entre el impulso vengativo y la duda razonable, entre la actuación inmediata y la pausa sensible, entre la perpetuación de los ciclos de violencia y la responsabilidad moral, entre la resistencia y la complaciente aceptación, entre la responsabilización a cada uno de los verdugos o la identificación de la raíz del mal en lo estructural. Y ello sin dejar de entender todas y cada una de las posturas en conflicto de las víctimas de tortura protagonistas, encuadradas colectivamente en minimalistas y teatrales planos secuencia con un excelente uso de la delantera y el fondo de la composición, así como del fuera de campo. Esta genial puesta en escena, que expresa con precisión las dinámicas representadas, no hace más que visibilizar las vicisitudes de sus emocionantes discusiones y debates, cuyo poso de aflicción destroza al espectador, quien comprende que, decidan lo que decidan, no podrán escapar del sufrimiento y el mal. El espectacular y conmocionante final no hace más que confirmar que Un simple accidente es un extraordinario ejercicio de libertad de uno de los grandes maestros del cine contemporáneo.

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