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Foto del escritorFreddy Gonçalves Da Silva

Alejandro García Schnetzer

Actualizado: 2 sept 2021


Reflexiones sobre literatura juvenil y mercado editorial

La literatura juvenil es un género escabroso que aun vive en la permanente búsqueda de un espacio propio dentro de las academias. La literatura infantil y el resto de la literatura se contraponen culturalmente de forma evidente. Pero a partir de los doce años, el niño cambia y entra en un espacio de crisis que alcanza sus intereses y formas de acercarse a la lectura. A partir de esta premisa, iniciamos la conversación con el editor Alejandro García Schnetzer, editor en Libros del zorro rojo, quien se pasea por las incógnitas del mundo editorial y los conceptos básicos que vinculan la imagen y el libro como objeto al joven lector.


¿Cómo fue su acercamiento a la literatura cuando joven?

Fue irregular y tardío. Entre los veinte y los veintitrés años contraje fiebre lectora; solía leer cuatro novelas por semana. Si miro hacia atrás, creo haber comprendido solo dos.

¿O sea que la casualidad lo arrastró al mundo de la edición de libros para niños y jóvenes?

En primer lugar, pienso que las categorías de infancia y juventud son sinuosas; los proyectos que asumo se ofrecen a los públicos que la industria determina pero, dado que la lectura es un ejercicio de apropiaciones, desarrollo mi trabajo en un sentido plural. En segundo lugar, muchos álbumes nominalmente infantiles que he abordado, han tomado como partida textos de repertorios considerados para adultos, y conviven con discursos gráficos que trascienden las nociones habituales de infancia y juventud. De modo que no reconozco la práctica de mi oficio en esos límites.


En sus eventuales trabajos para algunas colecciones de la editorial Libros del Zorro Rojo, ¿cree que el éxito y los reconocimientos a esta editorial van ligados al riesgo de reinventar los clásicos, adentrarse en temas que para otros son escabrosos en el área infantil o presentar nuevas alternativas para el mercado de consumo literario juvenil? ¿O es por su trabajo con los libros como objetos estéticos de consumo?

La edición suele ser la etapa más social de la producción literaria, de modo que todo reconocimiento a un libro, o a un proyecto editorial deviene –por encima de cualquier alienación– necesariamente colectivo. No podría aventurar un motivo particular. En mi opinión, el riesgo es una condición inherente a toda industria cultural; las empresas que pueden, recurren a estudios de marketing; las demás, a la intuición. Respecto de los temas, me costaría identificar cuáles son escabrosos para la infancia; ahora bien, en muchas editoriales, esos temas se reconocen con facilidad: son los mismos que no aseguran a sus inversores un lucro abundante. Sobre el libro como objeto estético para los consumidores, creo antes en el libro como soporte de ideas ofrecidas al ciudadano, figura que Octavio Paz proponía recobrar hace más de treinta años.

¿Es más un asunto de forma que de contenido?

He procurado trabajar atendiendo lo mejor posible ambas exigencias; pero, desde luego, es muy difícil alcanzar un equilibrio. La edición opera bajo dos lógicas diferentes que provienen de la doble naturaleza del libro –bien cultural y mercancía–. A esto se añaden las tensiones propias de la condición humana, si se me permite la expresión. No obstante, para clarificar mi punto de vista a través de dos extremos, diré que prefiero contenidos valiosos en un continente humilde –como los libritos batalladores de Boris Spivakow–, que la desolación de la forma hueca.

¿Cómo percibe a la actual literatura juvenil?

Como otro artificio de la industria para organizar la producción y su circulación. En términos de lectura, la categoría carece de sentido. No hay libros para jóvenes y libros para adultos. Como tampoco hay rosas para chicos y rosas para grandes. Durante la lectura, el hecho intelectual –o estético– sucede o no sucede; quizá sea la única distinción aceptable.

¿Siente poderoso el uso de la imagen en muchas de las nuevas ediciones para adolescentes y jóvenes?

El poder lo determinan los lectores, quienes revisten de significado una imagen. Ilustraciones y textos, ya transformados en libros, carecen de realidad sin el fundamento da la lectura; en eso radica parte de la distinción entre un cubo de papel y un libro.

¿Esta fuerza de la imagen repotencia el sentido estético del joven o entorpece una lectura mucho más pura e imaginativa?

La imagen, bien o mal, propone su discurso. Muchas veces, en relación con un texto, ambos registros establecen un diálogo; luego cada lector lo aprecia a su manera. Esos diálogos son semejantes a los de la vida real, en toda su variedad: los interlocutores pueden estar o no a la altura del tema, la alocución de uno resulta muy superior a la del otro, pueden discutir, anularse, coincidir; a veces no entendemos de qué hablan, otras veces tampoco ellos lo saben, y en el mejor de los casos derivamos ciertas verdades que guardamos del olvido; la experiencia puede ser memorable o tediosa, un estímulo o una distracción para el pensamiento.

¿Cómo ve al libro como objeto en la actualidad?

Cada época ha visto al libro en peligro y ha elegido sus amenazas. Las alarmas del presente, por ejemplo, denuncian el tipo de producción y la lógica comercial que impone. En mi opinión, la principal transformación proviene de la lectura, al confirmarse la presunción de Roland Barthes en 1971: «La lectura como actividad se retrotrae al tiempo que la lectura como operación se universaliza».

¿Las nuevas tecnologías hacen vulnerable al mercado editorial?

Lo que vulnera al mercado editorial es el iletrismo, las políticas oficiales erradas, la circulación parcial de ideas y toda oferta donde subyacen prácticas que agreden la cadena del libro. Habrá que preguntarse, entonces, en qué medida las nuevas tecnologías resuelven esos problemas, los agudizan o añaden otros; reflexión que nos ocuparía un lustro.

¿Cómo sería, en su caso, el libro ideal?

El libro que releo y que influye de algún modo en mi escritura. Por estos días, ese libro ideal es La academia de Piatock, del poeta Alberto Szpunberg. Palabras mayores.

***Imágenes usadas para este encuentro: 1. Foto realizada por Lucio Ramírez. 2. Portada del libro Discurso del Oso (2009) de Julio Cortázar ilustrado por Emilio Urberuaga, editado por Libros del zorro rojo. 3. Portada del libro El ciempiés y la araña (2001) de Juan Gelman, ilustrado por Elena Arroyo y editado por Conaculta. 4. Portada del libro El gran zoo (2009) de Nicolás Guillén, ilustrado por Arnal Ballester y editado por Libros del zorro rojo.


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