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Foto del escritorFreddy Gonçalves Da Silva

El placer es mío

Actualizado: 27 nov






"Esta súbita abundancia y aparente disponibilidad de «experiencias amorosas» llega a alimentar la convicción de que el amor (enamorarse, ejercer el amor) es una destreza que se puede aprender, y que el dominio de esa materia aumenta con el número de experiencias y la asiduidad del ejercicio".

Amor líquido: acerca de la fragilidad de los vínculos humanos. Zygmunt Bauman (FCE, 2012)




Con veinte años, Antonio es absolutamente consciente de su encanto, del poder que ejerce sobre las personas y de cómo sacar provecho a las circunstancias que les revelan estos encuentros. Es un conquistador furtivo, que deambula por las calles de Buenos Aires con la misma seguridad con la que revisa los cajones de sus amantes mientras duermen. Antonio se acuesta con hombres y mujeres por vanidad, deseo, aburrimiento y, en última instancia (que no menos importante), por la necesidad del dinero. Antonio quiere escapar a costa de lo que sea del país. El placer es mío no tiene intenciones de representar en su protagonista a una figura humana más dentro del desequilibrio socioeconómico de la Argentina actual, ni mucho menos explicar sus acciones a través de la mirada condescendiente de una joven víctima de una familia desarticulada. Antonio es premeditado, conoce las consecuencias de sus actos. Divaga por las noches, duerme en los parques, liga por el móvil para encontrar una cama donde pasar el rato, otra cama que no sea la de la casa de su madre o la de esa hermana fortuita, no de sangre, que carga con él como una responsabilidad añadida.


En esta ópera prima de Sacha Amaral, quien desde el 2019 ha ido preparando el terreno con tres cortometrajes: Grandes son los desiertos (2019), Billy Boy (2020), Plurabelle (2022) y desde dónde hace una declaración de intenciones en cuanto a las narrativas de quienes viven en los márgenes. Explora la relación contemporánea con el amor, el dinero y el sexo. Sus personajes son personas que prefieren vivir en los bordes, reconocer su propia incapacidad a la hora de sentir y, por lo tanto, construye relaciones cuyo valor radica en la transacción. Me das placer, me das dinero, me das un lugar para estar.


En el caso de El placer es mío, esa transaccionalidad de Antonio está pensada como si fuera un sistema informático, hace que todas sus acciones se ejecuten con único motivo, esa forma de operar es indivisible con su propia identidad. Habita su mundo desde lo pragmático. Esto le permite, como en dichos sistemas, poder ejecutar sus intereses de forma funcional o no hacer absolutamente nada. Su posibilidad de cambio está más condicionada por la mirada moralista del espectador, que por la necesidad de querer ser alguien distinto.



Antonio no quiere cambiar. Él folla y roba, no sólo dinero, sino pequeños objetos, libros, clientes, aquello que le gusta o que le sirve para continuar. No por eso deja de ser un humano entrañable en su relación con estos amantes furtivos, al contrario, es divertido, un gran escucha y una persona que no cuestiona. Quizás porque tampoco quiere ser cuestionado en su propia búsqueda. Antonio lo manifiesta en una conversación con su socio: "no sé amar". Nunca ha sentido amor y, por lo tanto, no entiende cómo ese sentimiento puede alterar las dinámicas cotidianas de su vida. Y, algunas veces, es capaz de entregarse, aunque sea unas pocas horas o minutos. Transforma estos encuentros en ejercicios de un amor no aprendido, en su capacidad de "aprender una destreza" (como dice Bauman) que no comprende.


No sólo el amor romántico, sino el amor hacia su madre, interpretada por una excelente Katja Alemann, a quien quiere de forma bastante racional pero con quien mantiene una tormentosa relación condicionada por una vida bastante precaria. Donde los límites son cada vez más difusos. En una de las primeras escenas, la sensualidad de la relación entre madre e hijo, confunde con intención la mirada que tenemos de esta mujer como una amante más. Esa es la forma de operar de Antonio, que colabora monetariamente con su madre para que no tenga que abandonar la casa. El problema radica en que no sólo mantiene a su progenitora, sino al amante de esta que desea tanto a la madre como desea al hijo; y aunque no quedan evidencias de que se consuman esos encuentros entre "padrastro" e "hijastro", estamos conscientes que Antonio simplemente juega, se deja llevar. Para él, eso es transparente, la gente se mueve y transgrede en nombre del deseo, del dinero, no por el amor.


Quizás el problema radica en su hermanastra, cuyo novia e hijo no quieren a Antonio, porque saben que se aprovecha constantemente de su sentimiento de salvadora. Existe una relación codependiente establecida por el rótulo de "familia". Citando nuevamente a Bauman:


"La moderna razón líquida ve opresión en los compromisos duraderos; los vínculos durables despiertan su sospecha de una dependencia paralizante. Esa razón le niega sus derechos a las ataduras y los lazos, sean espaciales o temporales. Para la moderna racionalidad líquida del consumo, no existen ni necesidad ni uso que justifiquen su existencia. Las ataduras y los lazos vuelven “impuras” las relaciones humanas, tal y como sucedería con cualquier acto de consumo que proporcione satisfacción instantánea así como el vencimiento instantáneo del objeto consumido". (FCE, 2012)


Si Antonio llegara a representar algo dentro de la película, sería el ejemplo de un sistema social contemporáneo en crisis. Vivir, constantemente, en la búsqueda de la supervivencia, hace consciente al ser humano de que lo único que tiene en propiedad es el instinto: "el placer es mío". Habitar en medio de esta constante, hace que la relación con conceptos establecidos por la sociedad (familia, pareja, amor, amistad, lealtad) estén condicionados. En ese sentido, para avanzar, necesito un capital (efímero, como todo lo otro). No le interesa el dinero sino lo que el dinero le permite llegar a hacer como ejercicio de libertad.



La vulnerabilidad de Antonio se manifiesta cuando queda en evidencia, cuando queda realmente desnudo de intenciones ante la persona a la que perjudica. Se ejemplifica en la escena en la que uno de los amantes no lo deja salir del piso hasta que no le devuelva sus cosas robadas. Antonio, indefenso, estalla a llorar, no sólo por una posible manipulación, sino por saberse desprotegido ante la idea de este sistema y ser clasificado, potencialmente, como una mala persona. Porque él no establece vínculos, pero eso no lo hace un sujeto malo. Al contrario, es capaz de defender a un chico al que golpean entre varios en la calle, situación que, a la larga, lo hace enfrentarse a alguien similar a él. Sin embargo, a Antonio no le importa que sea un desconocido o un posible delincuente, sino que acciona de forma justa ante los peligros y la desigualdad de transitar la noche, los márgenes. Además de la capacidad que tiene el actor Max Suen por imprimirle cierta ingenuidad, a ratos controlada, a este personaje. Ese control hace que el espectador se mantenga interesado y, algunas veces conquistado, por su historia. Incluso más allá de la incomodidad moral que eso pueda generarles.


Todo este análisis del personaje, responde a un debate interesante que se generó en el encuentro con su director. Mientras los espectadores llamaban parasitario al personaje e, incluso, esperaban un desenlace moralizante para sus acciones; Sacha parecía querer explicarles sus objetivos ajenos al resultado del visionado. Si bien, él deja claro que lo del dinero que iba robando fue un leiv motiv impuesto para darle un hilo conductor a la película, su mayor preocupación era poner en diálogo la imposibilidad de amar del personaje.



Además de esta urgencia de vivir en el presente, que como dice Sacha: "la condena del presente genera algo de angustia, y el vacío del presente también va marcando el tiempo del montaje". Montaje que resalto, pues la película no sólo persigue la rutinaria vida de este chico, sino que intercala audios del futuro de estos otros personajes, que reclaman por el caos que Antonio deja al final del film. Estos "audios perdidos" que él nunca responde (o no sabemos) y que nos desorientan al inicio pero van ayudando a perfilar hacia dónde se dirige la historia, pero también que nos dejan en evidencia la identidad de los personajes en cuanto a los lazos que él cuestiona. Como es el ejemplo del audio final de su madre, que le reclama iracunda, le pide que vuelva, dejando claro que a ella no le queda otro remedio que preocuparse porque él es su hijo. Sin más razones, y sin saber quién es realmente Antonio.


La secuencia final, de la que evito hablar para no destripar toda la película, a mí me resulta esperanzadora. Si bien el fin, no justifica los medios; Antonio deja de buscar quien lo cuide y con las herramientas con las que aprendió a sobrevivir, se aparta de los demás. Esa es su forma de proteger al resto, alejándose de estas ataduras impuestas (como lo hace con una de sus amantes casada). Si hay sentimientos de por medio, él no puedo atenderte como esperas y, por eso, se retira. No es un actitud simpática, ni agradable. No es una "buena persona" para la sociedad. No entenderá a la perfección la idea de responsabilidad afectiva (o precisamente por no saber ejecutarla, se aparta); pero tampoco es un "parásito". Quizás, como sociedad, nos estamos volviendo mucho más moralistas ante la ficción, lo que nos aparta de una divagación más profunda sobre las cuestiones contemporáneas.




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