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Foto del escritorFreddy Gonçalves Da Silva

Cine latinoamericano en el Festival internacional de cine de Gijón/Xixón (FICX) 2024

Actualizado: 27 nov




En esta entrada iremos recogiendo impresiones alrededor de las películas que representan a América latina en el Festival internacional del cine de Xixón / Gijón (FICX) 2024.

Yo vi tres luces negras


Nidia Gongora compone En los manglares, una canción de despedida de lo terrenal, cargada de misterio, superstición y sonidos del Pacífico colombiano. La canción, hermosa, invita también a la extraña sensación de iniciar un viaje místico/personal. Su música no sólo forma parte de la banda sonora de la película Yo vi tres luces negras, sino que sirve de hilo conductor en el recorrido que su protagonista, José, hace a través de la selva. Este protagonista, interpretado por el actor José María Mina (quien se apropia de la película), es un anciano sosegado, conocedor de ancestrales artes de la curación y de las artes funerarias no convencionales. En este recorrido hacia la muerte, José debe confrontar la incertidumbre, la incredulidad y la rabia. Porque de eso va la película, de su encuentro con la muerte y de todo lo que debe remover para llegar hasta ella.



Coproducida por Colombia, Francia, Alemania y México, el director colombiano Santiago Lozano Álvarez trae su segunda película después de Siembra en 2015. Toma como punto de partida las tradiciones alrededor de la muerte y la relación mística entre espíritu y naturaleza, José se encuentra al espíritu de su hijo muerto, para luego ser conducido ante paramilitares, antiguos maestros o explotadores de la minería ilegal. Su tránsito por los cauces, ríos y espesura, siempre están vinculados con la muerte. No sólo la propia sino la de otros, los que no tienen nombre y cuyos cadáveres se mantienen ocultos en la tierra de un pueblo sin justicia. Sin embargo, José es un sanador, sabe de cánticos, ritos, flores y hierbas; y aunque conviva con la rabia de saberse un instrumento divino, sigue ofreciendo su ayuda a quien lo solicite. Es este recorrido interno, el que realmente lo conduce a su propia despedida.



Juega muchísimo en su contra esa necesidad, a ratos forzada, de explorar diversos tópicos sociales sin renunciar al misticismo del personaje. Hacen que la película sea algo confusa y, a ratos, innecesariamente lenta. Esa sensación de rictus mortal se mantiene gracias al buen hacer de la fotografía de Juan Velásquez, así como la musicalización, no sólo con las canciones, sino con la lluvia, los ecos y animales de la selva.

publicado el 19/11/24


Las capítulos perdidos

Ena regresa a Caracas después de muchos años, para encontrarse con una abuela a la que empieza a fallar la memoria, a un padre que se obsesiona por rescatar la memoria literaria de Venezuela, y la voz de una hermana que juega a ser el espejo de la memoria. Todos estos personajes habitan en dos lugares que forman parte de su identidad: la casa de la abuela y el depósito de lo que es la librería Libroria. Ena, en su forma apaciguada de contactar con la vida, trata de reconstruir fragmentos de su identidad a través de archivos perdidos. Uno en particular le obsesiona: Elvia, una novela perdida que se le atribuye a uno de los muchos heterónimos de Rafael Bolívar Coronado, escritor fallecido en 1964 y autor del Alma llanera.


Esa búsqueda de una obra inexistente, es el hilo conductor de un padre que junto a su hija, van transitando por el medio de una ciudad llena de archivos perdidos y estampas que deslumbran en medio del caos de la ciudad: el puente de las Fuerzas Armadas, las ferias del libro en Bellas artes, la Universidad Central de Venezuela, la gran pulpería del libro... Confieso que, en algún momento pensaba: ¿por qué no va hasta la Biblioteca Nacional? Pues va y lo hace. Existe un cuidadoso y hasta tierno trabajo de fotografía en este recorrido.



En este ejercicio de búsqueda también nos tropezamos con piezas de arte olvidadas, dentro de las casas, en los rincones de las librerías, a través de la ciudad. Se llega a decir cómo las mismas casas en Venezuela se han convertido en espacios donde habitan muebles repletos de objetos y papeles por revisar, así como de bibliotecas de las cuales deshacerse.


Aunque no se enuncia, porque no es la intención ni el espíritu de la película, queda claro que hay un abandono sistemático de la memoria de la nación en nombre de la supervivencia. Migras dejando toda tu historia atrás. Por eso es tan importante la figura de Mamama, la abuela, quien con su acento marcadamente caraqueño da el punto de humor en ese intento de recuerdo de familiares que se han ido lejos; o los constantes recorridos de la hija junto al padre, unidos por el amor a los libros. Sin embargo, una de las secuencias más bellas visualmente, corresponde al viaje en moto de padre e hija por la Libertador, con el mural de Juvenal Ravelo de la Libertador de fondo.



Esta primera película de Lorena Alvarado es un mirada muy personal de su historia. Es tan personal que cuesta habitarla. No es casual, el personaje de Ena se lo dice al padre (aquí, un poco parafraseado): "quiero hacer un libro por y para mí, no para que se publique". Sin embargo, un espectador venezolano como yo logra agitar sus nostalgias al ver los espacios verdes, los recorridos por la ciudad, reconocerse en medio de esos lugares. En donde la crisis no deja de estar presente: con apagones, cadenas televisivas, etc.


Durante el encuentro que hubo después del pase de la película, el entrevistador decía que la historia de Ena no buscaba juzgar a la Venezuela contemporánea sino mostrarla. Y que eso, a él, le gustaba. En cambio, a mí, como espectador, me generaba muchísimas dudas. Ojo, no me incomodaba, pero seguía pensando en los asuntos pendientes en cuanto a lo político.



Con esta película, hay una intención marcada en el hecho de que toda su búsqueda ocurra en el Oeste de la ciudad de Caracas, en lugares significativos que no suelen ser nombrados sin estar relacionados con el gobierno. Pero en la película, no está la política, sino la crisis. Ese ejercicio de la memoria de la ciudad, de apropiación de los espacios, buscando una novela anónima y desconocida, abre la posibilidad de empezar a reescribir un archivo distinto donde también se enuncien los grandes olvidos la historia nacional.


Lorena decía en el encuentro: "en Venezuela siento que tenemos como estos símbolos que todo el mundo conoce y nos representa, pero hay tantas cosas de nuestra historia y de nuestro patrimonio literario que no son conocidas o nosotros mismos no conocemos”.

En fin, que como película, es un ejercicio de nostalgias familiares que combaten la pérdida de la memoria de un país. Busca situar la narrativa desde otro lugar, y rinde homenaje a una ciudad que siempre se cuenta de una misma manera, desde un mismo lugar. Mi gran pero es que este conflicto se vuelve tan íntimo, tan personal, que aleja a quien no pertenece o reconoce esos espacios o, incluso, quien no conecte con esa familia. Para el espectador caraqueño, evidentemente hay muchos guiños que dan paso a la lectura de muchas otras capas, pero también sugieren más preguntas confusas que confunden el recorrido.


publicado el 21/11/24


El placer es mío

"Esta súbita abundancia y aparente disponibilidad de «experiencias amorosas» llega a alimentar la

convicción de que el amor (enamorarse, ejercer el amor) es una destreza que se puede aprender, y que el

dominio de esa materia aumenta con el número de experiencias y la asiduidad del ejercicio".

Amor líquido: acerca de la fragilidad de los vínculos humanos. Zygmunt Bauman (FCE, 2012)



Con veinte años, Antonio es absolutamente consciente de su encanto, del poder que ejerce sobre las personas y de cómo sacar provecho a las circunstancias que les revelan estos encuentros. Es un conquistador furtivo, que deambula por las calles de Buenos Aires con la misma seguridad con la que revisa los cajones de sus amantes mientras duermen. Antonio se acuesta con hombres y mujeres por vanidad, deseo, aburrimiento y, en última instancia (que no menos importante), por la necesidad del dinero. Antonio quiere escapar a costa de lo que sea del país. El placer es mío no tiene intenciones de representar en su protagonista a una figura humana más dentro del desequilibrio socioeconómico de la Argentina actual, ni mucho menos explicar sus acciones a través de la mirada condescendiente de una joven víctima de una familia desarticulada. Antonio es premeditado, conoce las consecuencias de sus actos. Divaga por las noches, duerme en los parques, liga por el móvil para encontrar una cama donde pasar el rato, otra cama que no sea la de la casa de su madre o la de esa hermana fortuita, no de sangre, que carga con él como una responsabilidad añadida.


En esta ópera prima de Sacha Amaral, quien desde el 2019 ha ido preparando el terreno con tres cortometrajes: Grandes son los desiertos (2019), Billy Boy (2020), Plurabelle (2022) y desde dónde hace una declaración de intenciones en cuanto a las narrativas de quienes viven en los márgenes. Explora la relación contemporánea con el amor, el dinero y el sexo. Sus personajes son personas que prefieren vivir en los bordes, reconocer su propia incapacidad a la hora de sentir y, por lo tanto, construye relaciones cuyo valor radica en la transacción. Me das placer, me das dinero, me das un lugar para estar.


En el caso de El placer es mío, esa transaccionalidad de Antonio está pensada como si fuera un sistema informático, hace que todas sus acciones se ejecuten con único motivo, esa forma de operar es indivisible con su propia identidad. Habita su mundo desde lo pragmático. Esto le permite, como en dichos sistemas, poder ejecutar sus intereses de forma funcional o no hacer absolutamente nada. Su posibilidad de cambio está más condicionada por la mirada moralista del espectador, que por la necesidad de querer ser alguien distinto.



Antonio no quiere cambiar. Él folla y roba, no sólo dinero, sino pequeños objetos, libros, clientes, aquello que le gusta o que le sirve para continuar. No por eso deja de ser un humano entrañable en su relación con estos amantes furtivos, al contrario, es divertido, un gran escucha y una persona que no cuestiona. Quizás porque tampoco quiere ser cuestionado en su propia búsqueda. Antonio lo manifiesta en una conversación con su socio: "no sé amar". Nunca ha sentido amor y, por lo tanto, no entiende cómo ese sentimiento puede alterar las dinámicas cotidianas de su vida. Y, algunas veces, es capaz de entregarse, aunque sea unas pocas horas o minutos. Transforma estos encuentros en ejercicios de un amor no aprendido, en su capacidad de "aprender una destreza" (como dice Bauman) que no comprende.


No sólo el amor romántico, sino el amor hacia su madre, interpretada por una excelente Katja Alemann, a quien quiere de forma bastante racional pero con quien mantiene una tormentosa relación condicionada por una vida bastante precaria. Donde los límites son cada vez más difusos. En una de las primeras escenas, la sensualidad de la relación entre madre e hijo, confunde con intención la mirada que tenemos de esta mujer como una amante más. Esa es la forma de operar de Antonio, que colabora monetariamente con su madre para que no tenga que abandonar la casa. El problema radica en que no sólo mantiene a su progenitora, sino al amante de esta que desea tanto a la madre como desea al hijo; y aunque no quedan evidencias de que se consuman esos encuentros entre "padrastro" e "hijastro", estamos conscientes que Antonio simplemente juega, se deja llevar. Para él, eso es transparente, la gente se mueve y transgrede en nombre del deseo, del dinero, no por el amor.


Quizás el problema radica en su hermanastra, cuyo novia e hijo no quieren a Antonio, porque saben que se aprovecha constantemente de su sentimiento de salvadora. Existe una relación codependiente establecida por el rótulo de "familia". Citando nuevamente a Bauman:


"La moderna razón líquida ve opresión en los compromisos duraderos; los vínculos durables despiertan su sospecha de una dependencia paralizante. Esa razón le niega sus derechos a las ataduras y los lazos, sean espaciales o temporales. Para la moderna racionalidad líquida del consumo, no existen ni necesidad ni uso que justifiquen su existencia. Las ataduras y los lazos vuelven “impuras” las relaciones humanas, tal y como sucedería con cualquier acto de consumo que proporcione satisfacción instantánea así como el vencimiento instantáneo del objeto consumido". (FCE, 2012)


Si Antonio llegara a representar algo dentro de la película, sería el ejemplo de un sistema social contemporáneo en crisis. Vivir, constantemente, en la búsqueda de la supervivencia, hace consciente al ser humano de que lo único que tiene en propiedad es el instinto: "el placer es mío". Habitar en medio de esta constante, hace que la relación con conceptos establecidos por la sociedad (familia, pareja, amor, amistad, lealtad) estén condicionados. En ese sentido, para avanzar, necesito un capital (efímero, como todo lo otro). No le interesa el dinero sino lo que el dinero le permite llegar a hacer como ejercicio de libertad.



La vulnerabilidad de Antonio se manifiesta cuando queda en evidencia, cuando queda realmente desnudo de intenciones ante la persona a la que perjudica. Se ejemplifica en la escena en la que uno de los amantes no lo deja salir del piso hasta que no le devuelva sus cosas robadas. Antonio, indefenso, estalla a llorar, no sólo por una posible manipulación, sino por saberse desprotegido ante la idea de este sistema y ser clasificado, potencialmente, como una mala persona. Porque él no establece vínculos, pero eso no lo hace un sujeto malo. Al contrario, es capaz de defender a un chico al que golpean entre varios en la calle, situación que, a la larga, lo hace enfrentarse a alguien similar a él. Sin embargo, a Antonio no le importa que sea un desconocido o un posible delincuente, sino que acciona de forma justa ante los peligros y la desigualdad de transitar la noche, los márgenes. Además de la capacidad que tiene el actor Max Suen por imprimirle cierta ingenuidad, a ratos controlada, a este personaje. Ese control hace que el espectador se mantenga interesado y, algunas veces conquistado, por su historia. Incluso más allá de la incomodidad moral que eso pueda generarles.


Todo este análisis del personaje, responde a un debate interesante que se generó en el encuentro con su director. Mientras los espectadores llamaban parasitario al personaje e, incluso, esperaban un desenlace moralizante para sus acciones; Sacha parecía querer explicarles sus objetivos ajenos al resultado del visionado. Si bien, él deja claro que lo del dinero que iba robando fue un leiv motiv impuesto para darle un hilo conductor a la película, su mayor preocupación era poner en diálogo la imposibilidad de amar del personaje.



Además de esta urgencia de vivir en el presente, que como dice Sacha: "la condena del presente genera algo de angustia, y el vacío del presente también va marcando el tiempo del montaje". Montaje que resalto, pues la película no sólo persigue la rutinaria vida de este chico, sino que intercala audios del futuro de estos otros personajes, que reclaman por el caos que Antonio deja al final del film. Estos "audios perdidos" que él nunca responde (o no sabemos) y que nos desorientan al inicio pero van ayudando a perfilar hacia dónde se dirige la historia, pero también que nos dejan en evidencia la identidad de los personajes en cuanto a los lazos que él cuestiona. Como es el ejemplo del audio final de su madre, que le reclama iracunda, le pide que vuelva, dejando claro que a ella no le queda otro remedio que preocuparse porque él es su hijo. Sin más razones, y sin saber quién es realmente Antonio.


La secuencia final, de la que evito hablar para no destripar toda la película, a mí me resulta esperanzadora. Si bien el fin, no justifica los medios; Antonio deja de buscar quien lo cuide y con las herramientas con las que aprendió a sobrevivir, se aparta de los demás. Esa es su forma de proteger al resto, alejándose de estas ataduras impuestas (como lo hace con una de sus amantes casada). Si hay sentimientos de por medio, él no puedo atenderte como esperas y, por eso, se retira. No es un actitud simpática, ni agradable. No es una "buena persona" para la sociedad. No entenderá a la perfección la idea de responsabilidad afectiva (o precisamente por no saber ejecutarla, se aparta); pero tampoco es un "parásito". Quizás, como sociedad, nos estamos volviendo mucho más moralistas ante la ficción, lo que nos aparta de una divagación más profunda sobre las cuestiones contemporáneas.


publicado el 26/11/24


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