El equipo de programación del FICX ha decidido inaugurar su 62ª Edición con una reivindicación de las compositoras olvidadas de la historia como ¡Gloria! (Albar) y ha rescatado La luz que imaginamos (Esbilla) y Vermiglio (Esbilla) dos bellos y premiados retratos de la situación de la mujer en la Mumbai contemporánea y en una aldea italiana en 1944, respectivamente. Sin embargo, para mí, ha sido Good one (Albar) la propuesta feminista más contundente de cuantas he podido ver en el festival.
El flamante debut de la cineasta norteamericana India Donaldson se presenta como una modesta, contemplativa y naturalista estampa de la cotidianidad de tres senderistas de camping en un paisaje natural que se antoja bucólico: las montañas de Catskill. Sam (Lily Collias) es la adolescente protagonista que acompaña a su padre divorciado (James Legros) y al atolondrado amigo de este (Danny McCarthy), que media en sus pequeñas trifulcas. Con calma, Donaldson nos desvela el carácter íntimo, las frustraciones y el pasado de cada personaje a través de sus acciones, su modo de relacionarse y las conversaciones que mantienen.
Pero el punto de vista de la cinta hacia estos personajes, lejos de ser neutral, se corresponde a la mirada, comprensiva a la par que irónica, de Sam, una servicial, complaciente, amable y reprimida joven abocada a ser “the good one” (la buena), con la que empatizamos desde un primer momento en su distanciamiento con respecto a sus compañeros de viaje. Su mirada nos permite reírnos de las problemáticas conductas y aserciones de estos, sin demonizarles. Hasta que tales actitudes se conviertan en denunciables y evidentes síntomas de un patriarcado que aparece, despojado de ornamentos, en su mínima expresión, hasta en los lugares más aislados. La tensión se vuelve inevitable, así como la necesidad de desaprender la posición de obediencia siempre asumida.
La película da cuenta del arco de personaje y de la evolución tonal con una precisión encomiable. Gran parte del mérito ha de residir en una sobresaliente Lily Collias, cuyo rostro, registrado en abundantes primeros planos, refleja sutiles variaciones en su percepción y sentir con respecto a lo que la rodea. A uno le queda la sensación de haberse entrometido en un íntimo e irreversible proceso de madurez, sin perder de vista el claro y muy bien trabado discurso del largometraje. Tan personal, tan político.
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