Ena regresa a Caracas después de muchos años, para encontrarse con una abuela a la que empieza a fallar la memoria, a un padre que se obsesiona por rescatar la memoria literaria de Venezuela, y la voz de una hermana que juega a ser el espejo de la memoria. Todos estos personajes habitan en dos lugares que forman parte de su identidad: la casa de la abuela y el depósito de lo que es la librería Libroria. Ena, en su forma apaciguada de contactar con la vida, trata de reconstruir fragmentos de su identidad a través de archivos perdidos. Uno en particular le obsesiona: Elvia, una novela perdida que se le atribuye a uno de los muchos heterónimos de Rafael Bolívar Coronado, escritor fallecido en 1964 y autor del Alma llanera.
Esa búsqueda de una obra inexistente, es el hilo conductor de un padre que junto a su hija, van transitando por el medio de una ciudad llena de archivos perdidos y estampas que deslumbran en medio del caos de la ciudad: el puente de las Fuerzas Armadas, las ferias del libro en Bellas artes, la Universidad Central de Venezuela, la gran pulpería del libro... Confieso que, en algún momento pensaba: ¿por qué no va hasta la Biblioteca Nacional? Pues va y lo hace. Existe un cuidadoso y hasta tierno trabajo de fotografía en este recorrido.
En este ejercicio de búsqueda también nos tropezamos con piezas de arte olvidadas, dentro de las casas, en los rincones de las librerías, a través de la ciudad. Se llega a decir cómo las mismas casas en Venezuela se han convertido en espacios donde habitan muebles repletos de objetos y papeles por revisar, así como de bibliotecas de las cuales deshacerse.
Aunque no se enuncia, porque no es la intención ni el espíritu de la película, queda claro que hay un abandono sistemático de la memoria de la nación en nombre de la supervivencia. Migras dejando toda tu historia atrás. Por eso es tan importante la figura de Mamama, la abuela, quien con su acento marcadamente caraqueño da el punto de humor en ese intento de recuerdo de familiares que se han ido lejos; o los constantes recorridos de la hija junto al padre, unidos por el amor a los libros. Sin embargo, una de las secuencias más bellas visualmente, corresponde al viaje en moto de padre e hija por la Libertador, con el mural de Juvenal Ravelo de la Libertador de fondo.
Esta primera película de Lorena Alvarado es un mirada muy personal de su historia. Es tan personal que cuesta habitarla. No es casual, el personaje de Ena se lo dice al padre (aquí, un poco parafraseado): "quiero hacer un libro por y para mí, no para que se publique". Sin embargo, un espectador venezolano como yo logra agitar sus nostalgias al ver los espacios verdes, los recorridos por la ciudad, reconocerse en medio de esos lugares. En donde la crisis no deja de estar presente: con apagones, cadenas televisivas, etc.
Durante el encuentro que hubo después del pase de la película, el entrevistador decía que la historia de Ena no buscaba juzgar a la Venezuela contemporánea sino mostrarla. Y que eso, a él, le gustaba. En cambio, a mí, como espectador, me generaba muchísimas dudas. Ojo, no me incomodaba, pero seguía pensando en los asuntos pendientes en cuanto a lo político.
Con esta película, hay una intención marcada en el hecho de que toda su búsqueda ocurra en el Oeste de la ciudad de Caracas, en lugares significativos que no suelen ser nombrados sin estar relacionados con el gobierno. Pero en la película, no está la política, sino la crisis. Ese ejercicio de la memoria de la ciudad, de apropiación de los espacios, buscando una novela anónima y desconocida, abre la posibilidad de empezar a reescribir un archivo distinto donde también se enuncien los grandes olvidos la historia nacional.
Lorena decía en el encuentro: "en Venezuela siento que tenemos como estos símbolos que todo el mundo conoce y nos representa, pero hay tantas cosas de nuestra historia y de nuestro patrimonio literario que no son conocidas o nosotros mismos no conocemos”.
En fin, que como película, es un ejercicio de nostalgias familiares que combaten la pérdida de la memoria de un país. Busca situar la narrativa desde otro lugar, y rinde homenaje a una ciudad que siempre se cuenta de una misma manera, desde un mismo lugar. Mi gran pero es que este conflicto se vuelve tan íntimo, tan personal, que aleja a quien no pertenece o reconoce esos espacios o, incluso, quien no conecte con esa familia. Para el espectador caraqueño, evidentemente hay muchos guiños que dan paso a la lectura de muchas otras capas, pero también sugieren más preguntas confusas que confunden el recorrido.
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