El mismo año que Alex Garland imaginaba un inminente conflicto bélico endógeno en Estados Unidos, en su impactante y sugerente road movie Civil War; el cineasta italiano Roberto Minervini revisa la Guerra Civil norteamericana (1861-1865) con Los malditos (Albar), un cotidiano, concreto y poco heroico retrato de una heterogénea compañía de soldados voluntarios de la Unión que, en el invierno de 1862, patrulló las zonas fronterizas de Dakota (en la actual Montana). Si Civil War, a la postre una reflexión sobre la violencia y su representación (fotoperiodística), proponía una crítica antibelicista a través de escenas de acción con un trabajo sonoro y musical que remitía a Apocalypse now; Minervini entiende que, para alejarnos de la guerra, hemos de distanciarnos de cualquier espectacularización.
Por ello, el director de What you gonna do when the world´s on fire reduce la experiencia de la guerra a su núcleo más mínimo: la anodina espera, la confusa batalla y sus efectos o repercusiones emocionales. Así, las rutinarias patrullas, los juegos deportivos y de cartas, las confesiones y debates a la luz de una hoguera o los aprendizajes de manejo de armas (retratados con desafección naturalista), son repentinamente interrumpidos por un caótico e ininteligible tiroteo, sin protagonista, plan, orden, meta, ni épica. Un sinsentido al que ya apuntaban las conversaciones de los personajes, diálogos y discusiones acerca de las motivaciones de una guerra que parece abocarnos al vacío existencial.
A su vez, en lo formal, la austera y rigurosa dirección de fotografía de Carlos Alfonso Corral (que recuerda a Lubezki) impide que el paisaje westeriano nos epate, difuminándolo por el uso constante de la poca profundidad de campo (con lentes que dejan sólo una porción del fotograma en foco) y de una mínima variación cromática. El resultado es un filme que, aunque estimulante, resulta tan monótono (visual y narrativamente) como el día a día de los protagonistas. Una pena que, agotado por la rutina festivalera, el visionado me fuera inevitablemente soporífero.
Por suerte, estuve bien despierto en el extraordinario encuentro con el director, en el que, en un perfecto español, compartió su particular metodología y proceso creativo. Sin guión y solamente con una propuesta redactada para la obtención de fondos (en que se explicaba la idea, los detalles del periodo histórico a ser recreado, los paralelismos con la América actual, etc.), reunieron un reparto de actores no profesionales de Montana, con los que fueron construyendo la historia durante el rodaje. Explicaba Minervini que las decisiones de puesta en escena se tomaron bajo la premisa de la austeridad y bajo consideraciones discursivas o políticas, y que, en el montaje, realizado después del sonido, se trabajó por extracción de momentos y diálogos parcos y precisos (en tomas de larga duración).
Se reproducen a continuación, un par de fragmentos del interesante coloquio (transcritos libremente).
“La omisión del enemigo está hecha para sacarnos de esa dicotomía (del bueno y del malo) o de esa interpretación binaria de cualquier evento histórico, en este caso, la Guerra Civil estadounidense. Y por eso dejamos, en la pantalla, en la historia, supuestamente, a los “buenos”. Pero en una tierra -y esto está implícito en la película, pues es parte de nuestra experiencia y de nuestra responsabilidad en tanto autores que reflexionan sobre la historia- donde los “buenos”, 13 años después, van a violar todos los acuerdos con los nativos, masacrándolos. ¿Y por qué vamos a 1862? Porque es el momento en el que se cruzan intereses complejos relativos a la Guerra Civil (no exclusivamente abolicionistas), con el inicio del Gold Rush (la fiebre del oro), enviando el Gobierno a unos voluntarios al territorio de Dakota (todavía no existía Montana) para hablar con el gobernador y ofrecerle la protección a cambio de la apropiación de recursos. Y la violación de los acuerdos con los nativos fue flagrante, expropiándose violentamente las tierras. Y esto es parte de la conciencia colectiva. Nos ponemos en el uniforme de los “buenos”, pero vamos a romper ese paradigma, esas certezas, esas constantes de la historia que ha sido narrada hasta ahora, porque la situación es muchísimo más compleja. Entonces, empezamos esta experiencia dos meses en Montana, reflexionando y poniendo un poquito en discusión ese hecho de ser bueno en una guerra, porque políticamente es muy peligrosa, esa dicotomía entre bueno y malo, para justificar la guerra. Sobre todo en los Estados Unidos, la identificación de un enemigo, es una condición necesaria, para: 1. llevar a cabo acciones de guerra ilegales y 2. mantener en vida la poderosísima máquina industrial armamentística y la economía de la guerra. Entonces nos sacamos de este paradigma creando una cierta invisibilidad y pensando, a lo mejor se están disparando a sí mismos”.
Terminaba, preguntado por las resonancias contemporáneas del tema abordado, indicando: “Yo he trabajado con organizaciones paramilitares en mi película The other side, unas comunidades, unos ámbitos, que me permitieron reflexionar sobre unos sentimientos de insurrección, de insubordinación, de injusticia, de ser los losers (perdedores) en una sociedad regida por la victoria como valor. Yo he observado estos sentimientos y he visto a algunos de los miembros de tales organizaciones en el Capitolio el 6 de enero de 2021. Y no creo que esta película sea un anatema para una nueva guerra civil, es muy difícil hipotetizar una nueva guerra civil, pero era muy posible hipotetizar la vuelta a un gobierno más autocrático y a una polarización (como en esos años) por lo cual crecer en los Estados Unidos no tiene sentido en sí mismo (dependerá mucho de la zona en que nazcas, el lugar de formación y experiencia). Y la fragmentación de hoy me parece muestra de que América vive en un post-guerra civil. Estados Unidos es un país en derrota constante, con un sentimiento de unidad perdido. Mi película es una reflexión sobre el hecho de América, un país hundido y dividido, algo que dentro de un contexto de geopolítica internacional, me preocupa muchísimo. Pero, prefiero no pontificar ni interpretar mi trabajo. Mi pasión y mi corazón está en presentar un material que puede ser interpretado, leído y facilitar algún tipo de reflexión. Y por eso hicimos una película así, dependiendo del background la reacción de cada espectador y sociedad. Pero sí, en fin, Estados Unidos muy mal”.
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