top of page

Actualizado: 2 sept 2021


Juego de tronos: una puerta a la aventura y a la filosofía para los jóvenes (y no tan jóvenes)

¿Era predecible que un producto de siete libros (algunos aún por escribir), una epopeya de más de 5000 páginas, con cientos de personajes, pudiera ser un producto comercial y de moda? Creo que la respuesta es, rotundamente, no. El éxito de Canción de Hielo y Fuego de George R. R. Martin ha sido, sin duda, a contracorriente. Una vez que está de moda podemos glosar sus virtudes hasta la saciedad, pero es evidente que a priori no es para nada un producto comercial. El hecho de que una editorial pequeña como Gigamesh comprara por 4.000 euros los derechos de la obra de Martin, ya lo dice todo.

Al leer los libros de Martin uno se da cuenta de varias cosas: la grandeza de su obra y también de la lograda adaptación que HBO ha hecho, pues trasladar la trama monumental sin sacrificar por completo el espíritu literario es algo que, si somos sinceros, ni los responsables de El Señor de los Anillos consiguieron. El éxito televisivo de Game of Thrones ha favorecido a convertir una obra de culto en el fenómeno del momento. Aunque también es cierto que su éxito no habría sido posible sin el boom de Frodo y compañía. Ellos sacaron a la literatura fantástica del boulevard de los sueños rotos. ¡Con él los frikis salimos del armario!

Las claves del éxito

¿Pero que tiene la obra de Martin que la haga tan interesante para miles de lectores en todo el mundo, jóvenes y adultos? La sinceridad. Martin es un escritor sincero, no tiene miedo de explicar como es la vida, la vida real incluso en un mundo de fantasía. Si hay que cargarse a Eddard Stark, él lo hace. Martin no es un escritor moralista, aspecto que sí tenía Tolkien (por su educación postvictoriana no podía evitarlo). Tolkien también era filólogo, pero Martin fue guionista en Hollywood. El autor de Canción de Hielo y Fuego no solo es un buen narrador, sino un lector apasionado de la historia de Roma y la Edad Media, con una larga carrera en la escritura, que bebe de la filosofía de Hobbes, Maquiavelo, aunque abundan homenajes a Lovecraft, Conan, Apocalypse Now de Francis Ford Coppola, entre muchos otros referentes.

Juego de Tronos y la filosofía

A simple vista, uno de los pilares sobre los que se sustenta el hilo argumental de Juego de Tronos, es una gran reflexión sobre el poder. Pero hay elementos más allá que pueden comentarse en la obra de Martin, entre ellas, una sinfonía de personajes interesantes, cada uno con sus matices, sus pasiones, virtudes y defectos. Esta gran cantidad de personajes permite una identificación que se fundamenta en los arquetipos inmemoriales, pero que cruzan la frontera para desbordar el libro o la pantalla, llegando al alma del lector y el televidente.

Carl Jung planteó los arquetipos para designar cada una de las imágenes originarias constitutivas del “inconsciente colectivo” y que son comunes a toda la humanidad. Configuran ciertas vivencias individuales básicas, se manifiestan simbólicamente en sueños o en delirios y son contenidos más o menos encubiertos en leyendas, cultos y mitos de todas las culturas. Goethe también los usó en Fausto para explicar que las madres iluminaban el camino del héroe, como Catelyn cuando va camino a Aguasdulces y acude al septón. El guerrero es un arquetipo en el que Catelyn no solo identifica a Robb Stark, su hijo, sino también a sus enemigos.

La evolución de los personajes que heredan el conflicto de los reinos, es proporcional a la evolución de una madurez propia del adolescente. No en vano, la infancia y la juventud son factores importantes de cambio en esta saga. Joffrey Baratheon es la representación de lo perverso con apenas 13 años, su maldad se inicia en un relato de su infancia, cuando abre una gata preñada para mostrarle las crías muertas a su padre. Pero no es la aparente semilla de la crueldad lo que arruina su destino, sino el juego del poder. Sus concepciones absolutas, propias de la adolescencia, no lo ayudan a manejarse en un mundo oscuro y lleno de posibilidades. Puede matar o torturar, sin consejeros, siendo su palabra la ley absoluta. Contrario ocurre con los valores de Sansa Starks, que con 14 años es prometida y negociada a Joffrey, debido a las virtudes que la educación de la época había impuesto en ella. Experta en bordado y otras actividades femeninas, se abduce ante la ilusión de un futuro matrimonio. Es el arquetipo de la dama. Ayra Starks, su hermana de 10 años, se aleja de este establishment, transformándose en una mujer sin rostro, capaz de enfrentarse a las adversidades con la valentía de su linaje desde la niñez. Igual ocurre con Robb Stark y Jon Nieve, de 16 y 17 años, guerreros que defienden el sentido del honor desde el estratega que lidera las batallas o el que las libera a favor de su gente.

Daenerys Targaryeen (14 años), al contrario de los anteriores pilares de la historia, es el personaje donde se emulará el concepto del héroe propuesto por Joseph Campbell en su libro El héroe de las mil caras, en el que profundiza el patrón literario del héroe, a partir de elementos en común en leyendas de distintas culturas. Daenerys también es obligada a comprometerse como Sansa, pero con Khal Drogo del pueblo Dothraki. La diferencia con Sansa es que la heredera Targaryeen no es un personaje pasivo. Se inquieta, busca soluciones, y sabe que en ella radica la única voluntad para poder salir de esa prisión que implica el matrimonio. Más que la resistencia, Daenerys aprende a abandonar el miedo a través del conocimiento. Aprende un nuevo idioma, otras costumbres, y su adolescencia va cruzando por los doce estadios del viaje del héroe, llegándose a transformar en la poderosa madre de dragones.

Sin duda, por estas imágenes de fortaleza, algunas chicas se identifican con Arya, otras con Cersei o Sansa. Algunos adultos se reconocen en el sentido del honor de los Stark. Otros sienten fascinación por los campos asolados por los ejércitos de mercenarios, la marcha de los guerreros a la batalla, la cocina fastuosa y rica en detalles… Ya en la década de los años veinte Sigmund Freud planteó la necesidad del hombre moderno por escapar virtualmente de una vida segura, cómoda y civilizada, pero llena de restricciones que había refugiado en el inconsciente sus pulsiones más primitivas, aquellas precisamente que afloran de forma clara en Canción de Hielo y Fuego. Era en la literatura donde el hombre podía matar, morir y renacer, amar y ser amado sin cortapisas morales. La literatura, y la ficción por extensión eran el refugio del alma. Mircea Elíade fue más allá y recogiendo las ideas de Carl Jung, discípulo disidente de Freud, escribió en Lo sagrado y lo profano un párrafo que ayuda a explicar la clave del éxito de la obra de Martin:

Se podría escribir todo un libro sobre los mitos del hombre moderno, sobre las mitologías camufladas en los espectáculos que le gustan, en los libros que lee. El cine –esta fábrica de sueños- recupera y utiliza innumerables motivos míticos: la lucha entre el héroe y el monstruo, los combates y las pruebas iniciáticas. (Elíade 2012: 227-228)

Este libro podría ser cualquiera de los que conforma la saga Canción de Hielo y Fuego. Sus historias nos aprovisionan para la vida y así recuerdo las bellas palabras del novelista americano John Steinbeck acerca de la obra La muerte de Arturo de Thomas Malory:

No me asombraba que Uther Pendragon codiciara a la mujer de su vasallo y la tomara mediante engaños. No me asustaba descubrir que había caballeros malignos además de caballeros nobles. También en mi pueblo había hombres que lucían los hábitos de la virtud pero cuya maldad me era conocida. En medio del dolor, la pesadumbre o el desconcierto, yo volvía a mi libro mágico. Si yo no sabía escoger mi senda en la encrucijada del amor y la lealtad, tampoco Lanzarote sabía hacerlo. Podía comprender la vileza de Mordred porque también él estaba en mí; y también había en mí algo de Galahad, aunque quizá no lo bastante. Pese a todo también estaba en mí la apetencia del Grial, hondamente arraigada, y quizá aún lo esté. (García Gual 2007: 212-213)

Esto es lo que nos sucede ante la obra de Martin. Es un reflejo de los vicios y las virtudes que siempre han existido y anidan en nosotros. Quién puede negar que haya algo que admirar en la nobleza de Edd Stark, en su forma de vivir, de obedecer las leyes de forma kantiana y en su muerte, tan socrática; o en la ambición de los Lannister por alcanzar el poder, un poder que pocos filósofos han descrito tan bien como Hobbes o Maquiavelo, o incluso F. Nietzsche. Los tres son autores de referencia para comprender, para ver y no solo mirar y admirar la obra de Martin. Y también el sexo, descarnado en la obra.

En un mundo como el de los Siete Reinos que no conoce el cristianismo la religión no coarta en exceso el cuerpo, un cuerpo a veces al servicio del poder, un cuerpo que se exhibe, que goza y que sufre. Poniente es un mundo con moral, de una moral no cristiana pero de indudables raíces europeas. Una especie de siglo XIV-XV de transición entre el medievo y el renacimiento. Nada lo simboliza más como las dos familias de la primera parte de la saga: los Stark (una familia feudal, de tintes escoceses y creyentes de antiguos dioses) que acuden a la guerra con los estandartes de los señores que les son fieles y con quién les unen lazos de vasallaje renovados por las buenas o por las malas; y los Lannister (un nombre con regusto a los Lancaster de la Guerra de las Dos Rosas, bellos, ricos, anglosajones e intrigantes) precursores de un maquiavelismo que hace correr tanto el dinero como la espada, sin hablar de la estrategia incestuosa que los lleva a la corona en la figura del despiadado, cruel y un poco “degenerado” Joffrey Baratheon.

Para entrar de verdad en el mundo de Martin debemos ir más allá de donde nuestros ojos ven, comprender con el alma como decía Platón. Quizás descubrir si nosotros seríamos capaces de sentarnos en el Trono de Hierro y resistir su encanto, de no sucumbir a su embrujo de poder y reflexionar si seria posible obrar bien y ser reyes justos de las tierras de los Siete Reinos.

Obras consultadas

Campbell, Joseph (1997). El héroe de las mil caras: psicoanálisis del mito. México: Fondo de cultura económica.

Elíade, Mircea (2012). El sagrat i el profà, pgs. Barcelona: Fragmenta Editorial.

García Gual, Carlos (2007). Historia del rey Arturo y de los nobles y errantes caballeros de la Tabla Redonda. Barcelona: Alianza Editorial.

***Imágenes usadas en este artículo: 1. Ilustración de la emblema de la casa Stark. 2. Detalle de portada del libro Canción de hielo y fuego I: Juego de tronos, ilustrado por Enrique Corominas y editado por Gigamesh. 3, 4, 5, 6. Fotogramas de la serie Game of Thrones transmitida en HBO. 7. Trailer de la serie de televisión.


 
 

Actualizado: 2 sept 2021


Los vampiros están de moda, lo han estado por un buen rato y lo seguirán estando. Hay algo fascinante en los vampiros que a lo largo de generaciones ha cautivado a la humanidad. Quizás hoy en día los vampiros están más de moda que nunca gracias a la saga de libros -luego convertidos en exitosas versiones cinematográficas- de Crepúsculo de Stephenie Meyer. Y si bien los amantes de los vampiros deberíamos estar contentos con el triunfo de nuestros amigos, los llamados “caminantes nocturnos”, hay algo que no deja de preocuparnos: se está desvirtuando su imagen. Se están convirtiendo en una especie de versión comercial, light y con colmillos punta roma de sí mismos. En pocas palabras, una abominación cultural.

Cada quien tiene derecho a formarse su propia opinión, algunos consideran que la saga de libros y películas de Crepúsculo son buenas, mientras que otros -donde me incluyo- pensarán que no lo son en lo absoluto. El peligro no radica realmente en que el público lea y mire con disfrute las obras de esta saga, sino que el riesgo parece estar en que los lectores y aficionados del género se conviertan en público cautivo y exclusivo de Crepúsculo. Que sólo conozcan –o crean conocer- a los vampiros por medio de esos personajes e historias que ofrece esa saga en particular. Porque, de ser así, nos estaríamos condenando a ver sólo un pedacito minúsculo del espectro, al tiempo que nos estaríamos perdiendo una amplísima gama de matices que también abordan el tema de los vampiros de manera maravillosa en la literatura, el cine, el cómic y la novela gráfica.

Me gustaría pensar –aunque tengo mis dudas- que la saga de libros y películas de Crepúsculo pueden servir como un abrebocas, una primera aproximación al tema de los vampiros. Que gracias a estas obras los lectores y espectadores sentirán los efectos del gusanito por el vampirismo y que de allí, puedan tender puentes hacia otras obras que tratan sobre estos perturbadores pero entrañables seres de la oscuridad.

Valdría la pena preguntarse un poco sobre los vampiros. ¿Quiénes son?, ¿Qué los caracteriza?, ¿Cuáles son las reglas del juego para jugar con los vampiros sin irrespetarlos?

Partamos de un hecho científico muy curioso: los vampiros son una especie de murciélagos hematófagos (los que se alimentan de sangre) que sólo habitan en Latinoamérica y que conforman apenas el 3% de todas las especies de murciélagos del mundo. Los murciélagos vampiro no tienen colmillos largos y puntiagudos como se cree, sino que sus dientes más prominentes y filosos son los incisivos, con ellos provocan una pequeña herida en los animales (normalmente en el ganado) y luego lamen la sangre con su pequeña lengua donde tienen una sustancia en la saliva que impide que la sangre se coagule, de manera de garantizar que siempre esté líquida. Es realmente excepcional que los vampiros ataquen al hombre, por lo que resulta especialmente curioso que se haya construido alrededor de ellos un mito mundial, tan aterrador e inmerecido, sobre todo en regiones del planeta donde los murciélagos hematófagos ni siquiera habitan.

Sin embargo, gracias a la ficción, los vampiros de la literatura, el cine, la televisión y el cómic se han convertido en una especie distintísima pero igual de fascinante a la que existe en la naturaleza. Y gracias a estos autores que se han sentido cautivados por la figura del vampiro, hemos ido construyendo con el paso de los siglos un conjunto de “reglas” y “características” para los vampiros de la ficción. Sabemos, por ejemplo, que son seres nocturnos, que tienen colmillos que clavan en los cuellos de sus víctimas para alimentarse de su sangre y que con esa mordida suelen convertir a sus víctimas en nuevos miembros del clan de los vampiros. Sabemos también que no soportan la luz del sol, tampoco los crucifijos ni el agua bendita ni los dientes de ajo. Que para darles muerte definitiva (a pesar de que son muertos en vida) hay que clavarles una estaca de madera en el corazón. Muchos autores nos han hecho saber –saber en la ficción es sinónimo de creer- que los vampiros y los licántropos (los hombres lobo) no se la llevan nada bien, que ancestralmente ha habido una rivalidad entre ambos bandos a pesar de ser, de alguna manera, primos en la nocturnidad. Ah, y muy importante, también sabemos que los vampiros sólo pueden entrar en nuestros hogares si los invitamos a pasar.

Respetar esas normas del juego es tan importante como respetarlas en cualquier partido de fútbol. Messi podrá ser mejor jugador del mundo, pero si cruza con el balón la línea final o la lateral ya no puede continuar la jugada, pierde el dominio de la pelota y le corresponde sacar al otro equipo. De igual manera, se puede ser todo un Zidane o un Cristiano Ronaldo y hacer jugadas de ensueño, pero si agredes a un rival o tocas el balón con la mano, eso es considerado una falta y puede que te cueste hasta una tarjeta roja. Lo mismo pasa cuando jugamos con los vampiros, hay que conocer y hacer respetar las reglas del juego porque de no hacerlo estamos irrespetando la esencia misma del juego, también a nuestros compañeros de juego y a nuestros rivales. O simplemente estamos jugando a otra cosa.

Hay infinitas maneras de jugar con el tema de los vampiros. Sin embargo, debemos saber que hay muchos jugadores del montón, muchos autores que escriben sobre vampiros como si estuvieran haciendo churros; pero también existen autores en la literatura, el cine y el cómic que son unos verdaderos Pelés, Maradonas, Messis, Iniestas, Zidanes y Ronaldos del buen vampirismo. Unos auténticos magos. Son ellos los que convierten al culto por los vampiros en un arte o un acto de magia. Hay que estar atentos, leer mucho y ver muchas películas para aprender a reconocerlos.

Así que volvemos en este punto a Crepúsculo y decimos: “muy bien, me puede gustar o no la saga… pero qué otras cosas habrá por allí sobre el tema de los vampiros”, y entonces si nos ponemos a investigar descubriremos que hay otras obras magníficas que abordan de manera cautivante, digna e ingeniosa a nuestros amigos de la noche.

Creo que los jóvenes adeptos a las películas de vampiros tienen que asomarse, por ejemplo, a esa maravillosa película sueca llamada Låt den rätte komma (Let the Right One In o Déjame entrar en español), donde se nos cuenta la historia de un jovencito víctima de ese nefasto acoso tan en boga en nuestros tiempos que es el bullying. El protagonista, un solitario asustadizo, se hace amigo de una extraña niña que lo defiende y que le pide en las noches que la deje entrar a su cuarto para así acompañarse mutuamente. Déjame entrar es también una curiosa historia de amor entre humanos y vampiros. Una película que maneja la sensualidad y la violencia de una manera muy elegante, muy sutil y refrescante. Sí, es una película de terror, no deja de ser una película fantástica con momentos espeluznantes, pero desde una mirada muy auténtica, desde la piel de un niño que se adentra en la juventud en compañía de un ser que, a pesar de no ser humano, es mucho más humano que tantísimas personas.

Otra película interesante -y cuyos vampiros tienen poco que ver con los que conocemos en la saga de Crepúsculo- vendría a ser Fright Night (conocida en español como Noche de miedo o Noche de espanto). Allí los vampiros son nuestros propios vecinos. Sí, el señor que poda su jardín al lado de nuestra casa o la vecina guapísima que vive enfrente. Y en esta oportunidad los vampiros son tragicómicos. Dan miedo y son malvadísimos, pero también matan de risa. El barrio entero está en peligro, poco a poco sus habitantes han ido desapareciendo y sólo los conocimientos del joven protagonista sobre eso que hemos llamado antes “las reglas del juego con los vampiros” podrán librar a la comunidad de esos vecinos indeseables. En este caso la ficción, todos esos mitos que ya nadie cree y de los que la “gente seria” se mofa, son la única alternativa para curar la realidad.

Si hablamos de sagas cinematográficas que ofrecen otras visiones atractivas, creo que vale la pena que los jóvenes miren a Blade, protagonizada por Wesley Snipes. Las películas de Blade se inspiran en el cómic del mismo nombre que cuenta las aventuras de un héroe híbrido –hijo de vampiro con humana-, un justiciero que tiene cualidades de vampiro pero también de ser humano y que se dedica a combatir a los vampiros malvados que piensan exterminar a la humanidad. Blade, armado con su filosas espadas (de allí su nombre), es una especie de vampiro que habita las noches y los días con el fin de ponerle orden a sus parientes que han optado por el camino del mal.

Quizás para los jóvenes sea interesante también asomarse en esas propuestas contemporáneas donde la imagen del vampiro se asocia con la de los rockeros góticos. Mucha acción, mucho cuero con remaches metálicos al ritmo de la música oscura, donde la palidez de los rostros de los vampiros contrasta con la oscuridad reluciente de sus ropas, el maquillaje de sus ojos, sus labios encendidos y sus tatuajes. La reina de los condenados (inspirada en la obra de la escritora Anne Rice) y la saga de Underworld serían buenos ejemplos de esta mezcla de las estéticas del vampirismo con las del rock gótico.

Quizás, con menos éxito, pero sin irrespetar las normas básicas del vampiro, la televisión se atreve a presentar edulcoradas historias adolescentes como The vampires diaries, que pretende ser una historia de amor heredada de Crepúsculo pero paseándose con códigos más oscuros. Una especie de Vampi(1991), telenovela brasileña pero con más presupuesto, menos humor y contada por temporadas. HBO también se arriesgó con la adaptación de la serie de libros de Charlaine Harris en la serie de televisión True blood, creada por Allan Ball (el mismo creador de la aclamada serie Six Feet Under), que profundiza sobre la inclusión social del vampiro y las consecuencias políticas, religiosas y sociales que esto acarrea. Tras cinco temporadas, la inclusión de otros asuntos paranormales que resultan efectistas, le restan validez y coherencia a una historia que prometía una representación más respetuosa del vampiro en la televisión.

Y, claro, no podemos dejar de nombrar a los clásicos cinematográficos. Ningún buen vampirólogo (o vampirófilo) de cualquier edad debería dejar de asomarse a obras fundamentales como Nosferatu –la original en blanco y negro- o como Bram Stoker’s Dracula del gran cineasta Francis Ford Coppola. O incluso yendo un paso más atrás, lejos de la pantalla, y sentarse a leer el libro Drácula del escritor irlandés Bram Stoker, o descubrir el germen en 1819, con el relato corto El vampiro de John William Polidori. Hay que fijarse en los grandes para luego poder comparar y reflexionar.

Larga vida a los vampiros y a todos aquellos maestros de ayer y hoy que se acuerdan de ellos para garantizarles, por medio de la ficción, una existencia digna, perturbadora y cautivante entre nosotros.

Los vampiros están de moda, lo han estado por un buen rato y lo seguirán estando. Hay algo fascinante en los vampiros que a lo largo de generaciones ha cautivado a la humanidad. Quizás hoy en día los vampiros están más de moda que nunca gracias a la saga de libros -luego convertidos en exitosas versiones cinematográficas- de Crepúsculo de Stephenie Meyer. Y si bien los amantes de los vampiros deberíamos estar contentos con el triunfo de nuestros amigos, los llamados “caminantes nocturnos”, hay algo que no deja de preocuparnos: se está desvirtuando su imagen. Se están convirtiendo en una especie de versión comercial, light y con colmillos punta roma de sí mismos. En pocas palabras, una abominación cultural.

Cada quien tiene derecho a formarse su propia opinión, algunos consideran que la saga de libros y películas de Crepúsculo son buenas, mientras que otros -donde me incluyo- pensarán que no lo son en lo absoluto. El peligro no radica realmente en que el público lea y mire con disfrute las obras de esta saga, sino que el riesgo parece estar en que los lectores y aficionados del género se conviertan en público cautivo y exclusivo de Crepúsculo. Que sólo conozcan –o crean conocer- a los vampiros por medio de esos personajes e historias que ofrece esa saga en particular. Porque, de ser así, nos estaríamos condenando a ver sólo un pedacito minúsculo del espectro, al tiempo que nos estaríamos perdiendo una amplísima gama de matices que también abordan el tema de los vampiros de manera maravillosa en la literatura, el cine, el cómic y la novela gráfica.

***Imágenes usadas en este artículo: 1. Detalle de póster promocional de la película Drácula de Bram Stoker (1992), dirigida por Francis Ford Coppola. 2. Fotograma de la película Nosferatu (1922), dirigida por Friedrich Wilhelm Murnau. 3. Póster promocional de la serie de televisión True Blood (2008), transmitida por HBO y creada por Alan Bell (y trailer). 3. Póster promocional de la película Déjame entrar (2008), dirigida por Tomas Alfredson (y trailer). 4. Póster promocional de la película Blade (1998), dirigida por Stephen Norrington (y trailer). 5. Trailer de Drácula de Bram Stoker.


 
 

Actualizado: 2 sept 2021


-¡Demasiados niños! –exclamó James dando portazo.

Así da comienzo el libro Los seis signos de la luz de Susan Cooper, una de las escritoras que acompañó con sus novelas la infancia del director de cine Wes Anderson. Él asume en diversas entrevistas que Cooper forma parte de los temas que lo inspiraron para la creación de los espacios imaginados de su última película Moonrise Kingdom. Un film, por cierto, donde la mayoría del reparto está compuesto por niños. Tampoco es una sorpresa, el director había incursionado en el universo infantil con Fantástico Sr. Fox, su anterior película basada en el libro de Roald Dahl, nominada al globo de oro y al Óscar como mejor película animada. Más que animación Anderson se vale de las posibilidades del stopmotion para legitimar su particular estética, generando una atmósfera perfectamente válida para el espectador infantil sin dejar de atraer al adulto, valiéndose también del humor -como en todas su obras- de matiz a ratos absurdo, camino arriesgado de cara al espectador menos acostumbrado. Se trata de una comedia fina, como sus anteriores películas Rushmore (1998), The Royal Tenenbaum (2001) -por la que fue nominado al Óscar como mejor guión-, Vida acuática (2004) o Viaje a Darjeeling (2007). Con este historial, es curioso que aún no se hayan reconocido sus trabajos con grandes premios cinematográficos, y es que –seamos sinceros- los discursos de Wes Anderson no son del interés de todos los público. Algunos lo consideran cine de culto –gemas raras para gente rara-, pero cual sea la razón, la fórmula estilística de este director texano escaló hasta la consolidación de un discurso propio, tan poco frecuente en estos días en las salas, y más cuando de cine estadounidense se trata.

Si en Fantástico Sr. Fox cuenta la historia de un vivaz zorro adulto y la relación con su hijo, un pequeño zorro que hará todo lo posible por ganarse el reconocimiento del padre, en Moonrise Kingdom los niños se liberan de la necesidad de ser aceptados y toman sus propias decisiones a pesar de los adultos. La historia se encarga de construir el amor entre Suzy y Sam, interpretados por los actores Kara Hayward y Jared Gilman, quienes se apropian de las interpretaciones como si formaran parte del singular staff fetiche del director. Sin embargo, en esta película Anderson solo usa a un par de estos actores emblemáticos (Bill Murray y Jason Schwartzman), y presenta un cartel renovado con algunas figuras conocidas de Hollywood: Bruce Willis, Edward Norton, Frances MacDormand y Tilda Swinton. Los personajes adultos sirven apenas como telón de fondo, importantes en el guión, con historias y caracterizaciones propias del universo de Anderson, pero con el fin claro de ambientar el viaje de estos dos niños protagonistas. Algunos son fundamentales como Edward Norton, el capitán del campamento que logra transmitir el equilibrio justo entre el patetismo y la ternura; y otros tan elementales como Servicios Sociales (Tilda Swinton), que apenas son nombrados por su función en la historia, pero que sirven como eslabón en esta cadena de humor absurdo en cada una de sus apariciones.

Decir telón de fondo en este caso no es, en lo absoluto, un asunto despectivo; por el contrario, es parte fundamental del discurso de Anderson. Recordemos que en la década de los cincuenta y sesenta, Vojtech Kubasta se convirtió en uno de los artistas más fértiles de la editorial Artia, creadora de libros pop-up. Los libros más conocidos de este autor, pertenecen a la serie Tip + Top, que narra sus historias por medio de la ingeniería de papel, y dan cuenta de las aventuras de dos niños con perro incluido.


Muy parecido, por cierto, al perro del campamento en el que se concentra uno de los puntos de tensión álgida en Moonrise Kingdom. La película se filma en estudios al mejor estilo de una casa de muñecas, construidos a base de detalles cuidados con lupa, donde no parece escapar nada. Basta con recordar la secuencia de presentación habitual, para imaginar que los traveling de cámara nos despliegan la casa de Suzy en solapas, como construidas en papel. Lo mismo ocurre con el campamento, cuya primera toma de seguimiento al jefe scout nos descubre el lugar de donde Sam, el protagonista, ha huido. De igual forma, Suzy abandona a la familia para vivir aventuras similares a los libros que lee. Ambos niños representan una obvia contraposición a la historia cobarde de Bruce Willis y Frances MacDormand. Quizás porque todos los adultos de Anderson parecen gente exitosa, centradas en sus vidas pero que están hundidos en cierto fracaso emocional.

Suzy, en este caso, huye de su realidad a través de los libros, esos que lee con avidez y que terminan formando parte de una maleta de artículos de primera necesidad para su huída. Son seis los libros que roba de la biblioteca, y que luego lee a Sam como nexo de amor y compañía entre ambos. Ella se va convirtiendo, sin darse cuenta, en una especie de Wendy “indie”, que al mejor estilo Peter Pan termina, en una escena, leyendo a todos los niños del campamento, como niños perdidos pero esta vez no a consecuencia de la muerte sino desde la defensa contra la derrota emocional de los adultos.


Originalmente, la idea de Anderson era fusionar la animación dentro del película, haciendo breves micros de los fragmentos de los libros que se leen en el film, pero prefirió quedarse con la imagen de la contemplación del oyente ante la lectura de Suzy. Sin embargo, en abril usó a Bob Balaban quien hace de narrador de la película, para introducirnos en las seis animaciones que el director presentó como un pequeño cortometraje. Los libros usados para la película son invenciones del director, los fragmentos son escritos por él y sus carátulas fueron creadas por diversos artistas que se inspiraron en las publicaciones infantiles de la época. Ver las portadas de estos libros es como estar frente a la biblioteca de Enid Blyton o de la misma Susan Cooper (haz click en la foto y verás el corto).

Anderson no se conforma con contar una historia, sino que se apropia de los objetos para reforzar el arte en cada detalle. Por eso nos encontramos con el viejo tocadiscos, los binoculares de Suzy, una lata de Tang, la brújula, la pipa, las tijeras para zurdos, la moto, el mapa, los zarcillos de insectos, el megáfono, las cartas y los libros. Es un recolector nostálgico por excelencia que genera un bombardeo visual, donde cada fotograma es una composición propia. Detenerse en alguno de ellos, prácticamente al azar, permitiría disfrutar de la dimensión de su cuidado fotográfico. Esto se aprecia desde el primer encuentro de ambos niños en el campo con el molino en el centro, e incluso en la pantalla partida para mostrar las conversaciones telefónicas donde unifica el tratamiento de la luz, creando un díptico con visos de teatrino.

La banda sonora de Alexander Desplat, nominado al Óscar por Fantástico Mr. Fox, también es usada con la precisión de un relojero en la película. El hilo conductor de la musicalización es tan potente que no puedes levantarte del asiento hasta que termine el último crédito, pues las lecciones musicales no te lo permitirán. Anderson llegó a clasificar a la música como el “color de la película”; y es que ciertamente la música contribuye con la creación de una atmósfera propia a la paleta de colores de esta historia. El uso de composiciones del inglés Benjamín Britten, interesado en crear música infantil, también contribuye en gran medida a esta ambientación.

Sam, el protagonista, tampoco se libera de las referencias infantiles, pues sobre él recae la carga del héroe clásico infantil, a ratos con pinceladas de un personaje de Dickens: huérfano, solo en el mundo y con la valentía de emprender un viaje a costa de lo que sea, incluso construyendo un propio reino para la querencia. Asunto que además trata con seriedad debido al rechazo al que siempre ha estado sometido. Pero el director no se detiene en estos detalles, no investiga la psicología del niño, sino que lo muestra con temperamento frío y carácter decidido. Si Sam ofrece prendas hechas a mano como regalo, también las coloca en los lóbulos de su compañera aunque deba abrir los huecos. Es primitivo en su decisión, pero metódico y siempre listo como todo buen scout. Por lo que si Suzy imagina mundos posibles, Sam los construye en una playa.


Ambos, niños de 12 años, están cruzando un umbral hacia la adolescencia, y lo erótico forma parte de este encuentro en medio de la soledad aunque no sea ésta el fin último del relato. Parecen dos seres fríos, pasivos-agresivos, que se encuentran en un refugio donde solo ellos dos se entienden con la serenidad de un sentimiento sincero, sin complicación. Vistos en el contexto global de la obra ofrecida por Wes Anderson, asemejan el recuerdo de Richie y Margot, esos personajes de su anterior película The Royal Tenenabaum, que en el 2001 eran incapaces de quererse y que de adultos conversan sobre sus sentimientos dentro de la tienda de campaña de su infancia. Sam y Suzy se evitan unos cuantos años de soledad, se internan en la tienda de campaña, y construyen un reino vintage donde todo es posible.

***Imágenes usadas para este artículo: 1. Un cartel no oficial hecho por Ben Whithesell. 2. Póster promocional de la película Moonrise Kingdom. 3, 4, 5. Fotogramas de la película. 6. Trailer de la película.


 
 
postalpezlinternasinlogo_edited.png

Cultura, libros, infancia y adolescencia

  • Blanco Icono de Instagram
  • Blanco Icono de YouTube
  • Blanco Icono de Spotify
  • Blanca Facebook Icono
  • Tik Tok

ilustración de las jornadas @Miguel Pang

ilustración a la izquierda @Juan Camilo Mayorga

bottom of page