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Actualizado: 29 ene 2022


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Paula Anta


Este libro recoge las imágenes de una exposición fotográfica sobre figuras que se encuentran en la costa senegalesa. Khamekhaye, en la lengua Wolof significa hito. Un acontecimiento definitivo, un punto de encuentro.


Estas estructuras, construidas a partir de diferentes objetos, muchos de ellos basura: redes de pesca, desperdicios, ropa, troncos, algas, incluso objetos como teteras o televisores; van tomando forma a medida que la sal y el viento las ataca.


El ojo humano es capaz de ver en ellas no sólo una posibilidad de encuentro hacia alguno de los pueblos cercanos a la costa, un faro, un anuncio; sino que también es capaz de construir figuras fantásticas, seres con vida propia, que habitan cerca del mar. Como la foto a continuación, titulada: Maam bu Jiguén (Abuela), tomada en 2018.


Comparto este libro no sólo porque dicha exposición me marcó durante todo el año, y la usé en distintas charlas, clases y clubes; sino también por lo que significa. Quizás es hora de empezar a tomar restos del caos que somos, del caos de esta sociedad, y empezar a darle forma a esas piezas, darle humanidad, calidez y un punto de encuentro para nuestro baile de aves tenga un lugar al que llegar. Un referente desde el cual podemos seguir construyendo nuestra propia idea de humanidad.


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Enero 2020: ese otro presente

El punto de encuentro era una postal. Antes del diez de enero, los integrantes de los clubes de lectura de las bibliotecas de El Coto, El Llano y La Calzada en Gijón (España), recibirían una postal en sus buzones. Estas misivas contenían algún consejo, recomendación literaria o audiovisual, una canción, un poema pero también una discreta invitación.


Debido a que durante el primer semestre del año, las bibliotecas no iban a poder llevar a cabo los clubes de lectura, estos jóvenes podían seguir en contacto en una especie de reto creativo. Si aceptaban, solo debían enviarme una foto de la postal al WhatsApp. Sin más palabras. Cada uno recibiría, posteriormente, un ejercicio de exploración alrededor de los oficios del arte o la escritura. Porque esto no iba necesariamente de clubes de lectura, sino de un sostenido diálogo cultural que se prolongó más de lo esperado debido a la pandemia.


La dinámica era la siguiente: cada mes se propondrían distintos ejercicios de creatividad. Los participantes, adolescentes entre 12 y 16 años, asesorados por nuestras conversaciones, formularían sus propuestas de manera libre. Como yo era solo un asesor, esas propuestas finales pasaban a otro nivel de opinión. Es decir, integré a un grupo diverso de observadores, representantes del campo cultural, que ofrecían amablemente sus opiniones sobre las distintas propuestas.


Estos resultados formaron parte de una tabla de medición que permitía ir escalando posibilidades. Si los comentarios de los observadores a su propuesta eran mayoritariamente positivos, eso les daba ventaja para el siguiente ejercicio. Nuestra intención era darle a ese espacio creativo, un sentido de profesionalización. Es decir, que los jóvenes participantes pudieran explorar distintas áreas creativas relacionadas a la escritura, mediación y fotografía mientras la entendían como la posibilidad de una profesión.


De manera casi orgánica, este espacio de encuentro se transformó en una especie de reto colectivo, en donde se iban retirando algunas de las personas según sus intereses mientras que otras, sorprendentemente, seguían explorando las nuevas posibilidades.


Febrero 2020: mes breve, relatos breves

El primer ejercicio era aparentemente sencillo, tenían que escribir un microrrelato. No hubo más indicaciones. El primer paso para esta ejecución era lidiar con la libertad absoluta, es decir, gestionarla para poder construir una breve historia venida de la nada. Algunas de las conversaciones iniciales estaban relacionadas con otorgarle propiedad, sentido y coherencia a muy pocas palabras. Probablemente, en esta época donde el Twitter convive con el mundo, parece un absurdo dar tantas vueltas a este ejercicio narrativo. Lo hicieron, desde el ensayo y error, proponiendo distintos tonos.


Debido al compromiso real y sopesado que tuvieron con sus propuestas, quise responder de la misma manera. Es decir, no minimizar el esfuerzo sino ofrecerles diversos puntos de vista. La intención era demostrarles que ese ejercicio narrativo podía tener tantas alternativas de lectura como de creación. Los observadores, en este caso, fueron un grupo de periodistas, autores, editores, especialistas en diversas áreas, que fueron capaces de ofrecerles mensajes directos plagados de recomendaciones tanto con los aciertos como con los fallos. Era un feedback que los participantes agradecían y, a la vez, nutría la experiencia.

El relato que obtuvo más comentarios positivos fue el de Eloy.


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Un resumen de algunos de los comentarios de los observadores fueron los siguientes:

"Narra algo muy contemporáneo, la monotonía como un mal de esta época. Me gusta que una persona joven lo aborde, y con un buen uso de las palabras, lejos de lugares comunes."
"Eloy juega muy bien con el establecimiento de una certeza, la certeza del enfado, y se certifica el motivo de todo lo que va mal; materializa de manera muy concreta aquello que ocurre y abre luego a otras interpretaciones."

Para febrero, estos observadores que colaboraron fueron:

Adolfo Córdova, periodista, escritor e investigador

Arianna Basciani, periodista y especialista en estrategia editorial

Arianna Squilloni, editora, escritora y especialista en literatura infantil

Jaime Yáñez, investigador y especialista.

Lucas Ramada Prieto, investigador y especialista en ficción digital.

María Fernanda Paz-Castillo, editora, investigadora y especialista en literatura infantil.

Valerie Wielheim, investigadora y especialista.

Virginia Riquelme, editora, gestora cultural y poeta.

Marzo 2020: otras realidades, un estado de alerta

Antes de que se decretara el estado de alarma, la propuesta estaba sobre la mesa. A partir del relato de Eloy, los participantes debían ofrecer posibilidades para la escritura de un guión de cine. Es decir, crear una estructura, un argumento, una posible escaleta, con fotos o dibujos de la ambientación y algunas canciones que pudieran funcionar como banda sonora. El relato, breve, debía mutar a una historia más elaborada. Debían encontrar, en esa premisa, una posibilidad de relato mucho más complejo. Este no era un ejercicio de escritura creativa al uso, sino la construcción de un universo posible a partir de ese microrrelato.


Estos argumentos construidos con ideas fragmentadas, fueron observadas por la talentosa y joven dramaturga Karin Valecillos. Fundadora de la agrupación Tumbarrancho Teatro, escritora de televisión y cine. Ella tiene más de veinte obras de teatro y dos largometrajes, por los cuáles ha recibido múltiples reconocimientos a nivel mundial.


Sus opiniones positivas fueron más cercanas a la propuesta de Adry, quien revela una poderosa realidad marginada desde el espacio de lo cotidiano que nos ofrecía Eloy.


Su propuesta comienza así:


"¿Por qué no un día diferente? Su vida siempre fue diferente"

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Los comentarios de la observadora fueron los siguientes:

"Emocionalmente me conecto mucho con el tema del extranjero y el desprendimiento pero lo que más me gustó fue que, con esa capacidad de usar pocas líneas, usa frases que generan emociones, lo hace in crescendo. Tiene espíritu de guionista porque con muy poco transmite la idea de una historia, una emoción, un personaje. Inmediatamente lo lees y entras en una atmósfera, en un tono."

Abril 2020: ¿y ahora qué hacemos?

Este fue un momento de confusión colectiva. Algunos participantes, agobiados por la situación, decidieron no continuar con la propuesta. Otros resistieron. Elegimos tres lecturas diferentes para explorar la posibilidad de las reseñas críticas. Se hizo pero de manera bastante informal, en un diálogo que servía más de apoyo que en un ejercicio creativo. Leímos dos álbumes y vimos un corto animado a distancia. Fue nuestro punto y aparte.


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Mayo 2020: observar el encierro

Del agobio y lo digital, decidimos explorar la mirada. Si los encuentros digitales en la escuela los agobiaban, si la incertidumbre no permitía que nos concentreramos, lo mejor era explorar ese espacio al que nos tocaba pertenecer a manera de resguardo.


Cada uno propuso una pequeña galería visual desde la que se podía traducir sus formas de observar el mundo. No fueron fotos al azar, sino una selección pensada, muy bien argumentada, de lo que no eran capaces de traducir con palabras. En este caso, el observador fue el fotógrafo y diseñador visual, Camilo Villegas, quien se tomó el tiempo de explorar una a una las fotos, de ofrecerles a ellos un minucioso comentario técnico a su propuesta. Les dio a aquellos interesados en la rama visual, ciertas herramientas para poder mejorar estas fotos. En este caso, la selección con más comentarios positivos fue la de Telmo, quien además se dio a la tarea de darles nombre, como si fuera una pequeña exposición.


La foto mejor valorada se titula "El lento flujo del tiempo":


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Según comentarios de Camilo:

"Esta es una fotografía con un punto de vista muy personal, subjetivo e interesante que, a pesar de no tener más de dos o tres elementos en la fotografía, nos da cabida para usar la imaginación y pensar quién está mirando esa imagen, quién es el sujeto, a dónde está mirando, ¿mira hacia arriba o hacia abajo?, ¿qué hay más allá de los bordes de la fotografía? Sin tener casi nada dentro de la foto, dice mucho. El título le da, además, un tono muy especial."

JUNIO 2020: UN EJERCICIO DE LA MEMORIA

Esta actividad culminó con una entrevista personal a cada uno de los participantes que se mantuvieron hasta el final: Telmo Díaz, Adryan Lira y Eloy Valdés. El lugar de encuentro fue en la fachada de las respectivas bibliotecas en donde se llevaban a cabo sus clubes de lectura. Casualmente, cada biblioteca tuvo su propio representante. Para nuestro equipo es fundamental mantener el respeto al espacio de la biblioteca, mostrar nuestro constante agradecimiento a sus trabajadores, bibliotecarias la mayoría, que hacen posible que esos edificios se mantengan con vida. Ellas forman parte también de estos clubes de lectura.


En los encuentros con Telmo en la Biblioteca de La Calzada, con Adryan en la Biblioteca de El Llano y con Eloy en la Biblioteca de El Coto, se articuló una conversación sostenida, honesta, acerca de su relación con la cultura, la sociedad y los libros.

Para nosotros, el mayor logro de la actividad, estuvo precisamente en esas conversaciones finales. Son entrevistas que presentan a tres perfiles distintos de adolescentes, con sus ideas del mundo. Es importante este ejercicio de la memoria, para poder entender su posición ante el mundo. Estos diálogos no buscaban profundizar sobre la vida en pandemia, aunque son temas que se asoman, sino en su relación con la cultura, con la experiencia de la adolescencia y el futuro.

No es casual que Telmo, Adryan y Eloy también mantengan un gran compromiso con los clubes de lectura en los que participaron, incluso cuando estos no se llevaban a cabo. Es un mérito ganado a pulso. Hemos seguido en contacto después de las entrevistas, seguimos dando vueltas a esas conversaciones, en debate o con nuevas ideas, pues el diálogo no es un espacio que se pueda medir en cifras o resultados, es un ejercicio cambiante como la vida.


A continuación, compartimos las tres entrevistas, tómense un tiempo y lean sus respuestas.


Julio 2020: Entrevista con Telmo

"Cuando leo ficción, imagino a los personajes. Les pongo cara y personalidad. Aunque luego en la historia no tenga sentido porque el personaje no es como lo imaginaba. Es como con las descripciones, me gustan cuando son para una acción, pero no al querer ser detallistas. Esas son un rollo."

[continúa haciendo clic en la imagen]

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Agosto 2020: Entrevista con Adry

"Leer es como cuando entrenas. En ambos casos necesitas de disciplina, oír al cuerpo, saber lo que pide sin sobre esforzarlo. Yo soy flaco, pero tengo fuerza, y eso que me falta masa muscular. Imaginar, analizar, concentrarse, también son rutinas para leer. ¿Funcionarían los clubes de lectura en las canchas? Sí pero no sé cómo."

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Octubre 2020: Entrevista con Eloy

"Vivimos avances tecnológicos que no tuvieron nuestros padres. Tenemos redes sociales para expresarnos sin prejuicios. Se nos dio acceso a la información. Nos facilitaron la vida y las formas de comunicarnos; por eso somos diferentes, porque tenemos todas esas posibilidades a la mano. Es lo que nos toca. Entonces como el adulto piensa que su forma de hacer las cosas es mejor, sino lo hacemos como ellos entonces lo hacemos mal."

[continúa haciendo clic en la imagen]


Estos tres jóvenes han sido los representantes finales de esta dinámica. Y no queremos decir ganadores, porque esto no era un concurso, sino una propuesta de exploración que ellos siguen manteniendo con interés. Gracias a los observadores por su tiempo y opiniones, pero también a la colaboración de editoriales, profesionales del medio y del equipo de PezLinterna, porque pudimos darles a Adry, Telmo y Eloy una pequeña selección de libros como reconocimiento, con lecturas que seleccionamos según el perfil de cada uno. También bonos para Netflix y Spotify y materiales para el trabajo de escritura o pintura, según el perfil de cada uno de ellos. Dejamos aquí una muestra de los libros seleccionados:

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También hemos realizado fanzines en físico, con material reciclado, que muestran las propuestas de todos los participantes, así como las entrevistas de estos tres representantes de forma individual. Los hemos subido en Issuu. Sin embargo, las entrevistas, son las mismas que están publicadas aquí en el blog. En cuanto a las biblioteca, cada una tendrán un ejemplar de las entrevistas como un fanzine, porque nos parece importante que las voces sociales de una comunidad formen parte del archivo, mucho más en un año como el 2020.





 
 

Actualizado: 3 sept 2021


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“Entender cómo está cambiando el mundo es cambiar al mundo”

Robert Pepperell [1]



Aproximarse al fenómeno del fanzine pasa, inevitablemente, por la pregunta básica sobre qué son. Si pensamos la cultura de masas en el siglo XX y XXI, nos enfrentamos con una industria editorial que crecía de manera desbordada: reimpresiones de clásicos, poetas con hordas de fanáticos, best-sellers controversiales e, incluso, enormes tirajes de revistas especializadas. Viendo de cerca estas últimas, encontramos con un mercado saturado de todo tema cuanto pueda desear un consumidor, todo pareciera estar cubierto y procesado, listo para llegar a las manos indicadas que devorarán sus páginas con interés. Sin embargo, es justo en medio de esa saturación donde nace el fanzine: surge desde un espíritu profundamente contracultural. Esto los pone en una relación complicada con el Libro, con la industria masiva que controla la palabra impresa y desde donde tendemos a analizar las producciones literarias del siglo pasado. Stephen Ducombe, en su libro Notes From Underground: Zines and the Politics of Alternative Culture, afirma:

“En una era marcada por la rápida centralización de los medios corporativos, los zines son independientes y localizados, salen de ciudades, suburbios y pequeños pueblos al rededor de los Estados Unidos, son armados en mesas de cocina. Celebran a la gente común en un mundo de celebridades. Los perdedores en una sociedad que premia a los mejores y más brillantes. Rechazar el sueño corporativo de una población atomizada, separada en discretos mercados instrumentales, los creadores de zines forman redes y forjan comunidades en torno a diversas identidades e intereses” [2]

Hay, entonces, un ejercicio de conciencia social en el proceso de hacer un fanzine. La decisión de hacerlo-tú-mismo (Do it yourself) está atravesada por una reflexión sobre las carencias, los vacíos, de la cultura masiva. Más que una necesidad, o de la mano con ella, el hazlo-tú-mismo es un compromiso. Es una exploración individual (que da paso a colectividades) de las sensibilidades que afectan la identidad de las personas. Estas publicaciones se convierten en un soporte donde los afectos obligados a permanecer al margen en lo masivo tienen cabida, donde pueden ser discutidos. Respecto a este uso del fanzine como herramienta anti-hegemónica, Rafael Uzcátegui (uno de los precursores del movimiento fanzinero en Venezuela, defensor de los derechos humanos, @fanzinero en sus redes sociales) plantea en su libro Corazón de tinta que este permite que: “Los jóvenes soñadores subviertan las expresiones culturales con usanzas y costumbres diferentes a las oficiales”[3]. Se construyen redes en torno a un código casi secreto, en tanto discurso emergente, en diferentes niveles.


Pensemos, por ejemplo, en el origen del fanzine: una compilación de cartas donde diversos fanáticos de la Ciencia Ficción discutían sobre un género evidentemente menor para el momento:

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Cartas de fanáticos. The Leaflet, 1937.


O, más tarde, la importancia que cobró para los movimientos políticos que tomaban cada vez más fuerza: los anarquistas, sobre todo los punks, volvieron el zine una parte esencial de su (contra)cultura, donde asentaban y jugaban con los postulados estéticos del movimiento, al mismo tiempo que reafirmaban lo amateur, la producción independiente, como ejercicio anarquista:

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Fragmentos. Sniffin’ Glue, 1976


O el movimiento feminista, con el cual el fanzine se acercó más a su raíz de panfleto y funcionó como espacio de rebeldía y unión (pienso en los manifiestos que abundaron en los años ‘90):


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Riot Grrrl! Manifiesto. Bikini Kill Zine 2, 1991.


Es un territorio donde el lenguaje puede ser transformado con el fin de hacer visible un espacio del margen.


Estas publicaciones son, entonces, un espacio de agenciamiento político donde se encuentran aquellos que la producen y quienes la leen, trazando los vínculos que los unen como sujetos atravesados por el vivir bajo un conjunto específico de símbolos, sucesos y costumbres. Los fanzines se vuelven un espacio donde re-construir. Es decir, un espacio de comunicación entre individuos que, desde sus respectivas subjetividades, buscan ejercer un pensamiento crítico respecto a su entorno, dar y quitar sentido a los discursos que nos rodean. De allí que el zine mantenga una relación distinta que el libro (y la revista) con la figura del autor: el formato exige una independencia de las estructuras bajo las cuales se piensa una publicación. Donde el libro tradicional se propone a sí mismo como el paradigma de una razón lineal, el centro de una cultura, el zine se siente cómodo estando al margen, agujereando discursos, siendo la nota al pie de un proceso demasiado pulcro, demasiado cerrado. Es un movimiento, en tanto práctica que construye identidad a partir de cartografiar elementos de la cotidianidad.


Este espacio de expresión y divulgación en pequeña escala se ve transformado, como todo, por el desarrollo y crecimiento del internet y los medios digitales. Si bien el fanzine no se vuelve un medio masivo, sí es interpelado por la globalización. La experiencia sensible desde la que parte no es la misma: cualquier tipo de expresión pasa por cómo nos afectan ciertos estímulos, cualquier extensión o tecnología nueva tiene consecuencias individuales y sociales. Algunas características de este soporte se traducen con gran facilidad a la aparición de la web: la primacía de lo amateur, la democratización de las herramientas de publicación, el pensamiento en red que da paso a la formación de tribus. Si decíamos que el fanzine es un ejercicio de conciencia, en la actualidad podemos afirmar lo mismo. Este formato se presta para reflexionar en torno a cómo la cultura nos afecta y, por tanto, también se ha convertido en un lugar de aproximación a los medios digitales y nuestra relación con ellos. Bajo la proliferación de las redes sociales la pregunta no se torna “¿qué es un fanzine?”, sino “¿para qué un fanzine?”. Nos preguntamos qué sucede con ellos en un mundo donde en todo momento estamos expuestos, somos exterioridad, donde podemos escoger qué mostrar de nosotros y los movimientos más mínimos son maxificados; donde las personas, su subjetividad, tienen el centro de atención. ¿Qué sucede con los zines en una modernidad donde la tecnología cambió la manera en que nos expresamos?


Esta transformación radical en la manera en que nos comunicamos, en que (nos) entendemos (en) el mundo, parece evidenciar que la subjetividad dio una vuelta hacia afuera. Esto quiere decir que donde el discurso dominante antes rodeaba ciertas interioridades y las condenaba al silencio, ahora parece haberlas obligado a volcarse hacia afuera para vaciarlas de contenido, perdiéndose en la inmensidad. Si antes la existencia, la creación, de un fanzine era en sí un acto de disidencia, en la era digital no podríamos afirmarlo con tanta firmeza. Cuando antes los fanzineros no se sentían representados, no encontraban nada con qué identificarse, en las revistas de los quioscos, ahora existe un quiosco digital aparentemente ilimitado. El discurso dominante encontró formas de acallar y expulsar ciertas voces sin tener que apresarlas y borrarlas: las vacía para luego exponerlas bajo sus propias estructuras.


¿Puede el fanzine, en esta dinámica, aún conservar algo de su disidencia? Si es así, este debe encontrar una nueva manera de agujerear el discurso más allá de su mera existencia.

Quizás, una de las cosas que justifican la existencia del fanzine en un mundo hipermediático sea precisamente la potencialidad que surge de ese vacío: despojado de contenido, queda el gesto. Volvemos al momento en que la decisión de hacer un fanzine era de por sí un acto rebelde, pero esta vez va más allá: nombrar algo un fanzine es un gesto disidente. Tomar una serie de fotografías, poemas, videos e, incluso, objetos y agruparlos bajo la figura de “fanzine” es un performance que busca enrarecer un discurso ya latente e incorporado en nuestras vidas. Cuando todo está expuesto, la re-exposición es una pequeña burla, un espacio cómplice que nos da la posibilidad de explorar las fronteras para conseguir ese elemento “extraño”. El signo vacío del fanzine no tiene sobre sí el peso de representar, de dar la cara por una causa, sino que está repitiendo su historia, está jugando con sus referentes para (des)decir su propia realidad. Se vuelve un performance en tanto que cada pequeño gesto está vinculado a la sospecha de un diálogo con la inmensidad de referentes que coexisten en todo momento en la era digital.


Notas de las experiencias de Perro Amorfo y el Diari del resguard


En el año 2017 Venezuela se encontraba en período de duras protestas y gran tensión política, lo cual interrumpió severamente las actividades de instituciones educativas y trastocó los espacios culturales y las posibilidades de ocio y recreación. Es medio de este caos surgieron propuestas para acompañamiento enfocadas en niños, pero existían pocas iniciativas enfocadas en los adolescentes. En conversaciones del equipo de La Rana Encantada salió a flote la necesidad de abrir un espacio donde los jóvenes pudieran explorar sus propios procesos internos (sus frustraciones e impotencias respecto al entorno, por ejemplo) a través de la expresión artística. El fanzine se asomaba, entonces, como un vehículo ideal para plantear diálogos entre un contexto tan convulso y las inquietudes identitarias propias del autodescubrimiento adolescente. El proyecto Perro Amorfo (bautizado así por los participantes primer taller) buscaba incentivar una mirada crítica a la relación de los participantes con la cultura, indagar en sus vínculos con la literatura, artes plásticas y audiovisuales en medio de un consumo globalizado atravesado por una cotidianidad inestable. La intención de este recorrido era que los jóvenes tomaran consciencia de su capacidad de crear lugares de encuentro e intercambio que pudieran llamar y sentir suyos.

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La estructura de este taller planteaba una tensión que se convertía en reto: por un lado, debía responder a un espacio intinerante, distintos ciclos de encuentros en espacios diferentes; por el otro, debía funcionar como un taller abierto, un lugar en que el trabajo constante y diálogo se mantuviera más allá de su duración inicial. Es decir, que a pesar de no tener un espacio físico fijo al que pudieran regresar sus integrantes cada vez que quisieran, había que buscar la forma de que pudieran seguir publicando y compartiendo sus fanzines. Las redes sociales se convirtieron en un aliado esencial para lograr este diálogo prolongado, ya que además de publicar los fanzines realizados en persona durante el taller, las cuentas de Perro Amorfo estaban a la disposición de los participantes a futuro para que compartieran otros trabajos, incluso no necesariamente fanzines. Esta dinámica solventaba también la irregularidad con la que podíamos acceder a fotocopiar y repartir los fanzines, permitiendo una democratización total de los faccímiles. En estos espacios la incertidumbre que rodeaba la rutina de todos se convertía en potencia y conversación, la cual además podía plasmarse con libertad a través de la estética e intención del fanzine, donde lo inacabado, la transparencia de los procesos (el rayón, la pega, las grapas, los errores), facilitaba más aún una apertura emocional y el flujo creativo. Perro Amorfo se transformó para algunos en un sitio de juego y exploración, en un refugio desde el cual encontrar una voz para hacerla escuchar.

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Tres años después, cruzando el mar, las integrantes del club de jóvenes lectoras en la Biblioteca de Montornès del Vallès, las "traficantes de libros”, se enfrentaron a una interrupción radical de sus formas: la cuarentena a raíz de la pandemia del COVID-19. Para este grupo de jóvenes el diálogo necesariamente virtual llevó a una reflexión sobre el encierro, la teconología y cómo atraviesan la experiencia vital. Entre canciones, stickers y mensajes que iban y venían para contar y testimoniar todo aquello que parecía relevante, o no, de su adaptación a la “nueva normalidad” nació un diario, que poco a poco cobraría la forma de un fanzine: el Diari del resguard. En este se plasma el discurso trastocado por lo digital de la vida cotidiana, una necesidad de explicarse a través del medio digital porque a través de él nos entendemos a nosotros mismos. Es, también, una exposición de lo íntimo, de una conversación entre amigas, vuelta pública; y, por tanto, un poner en evidencia la facilidad con que puede hacerse este movimiento al ser mediado por lo digital. La libertad del formato fanzine permitió a este grupo de adolescentes hablar de sus contingencias íntimas a partir de los símbolos, íconos y guiños que guiaban la labor de mantenerse a flote en una circunstancia, sin volverla el centro de sus reflexiones. Las inquietudes que dialogan en el Diari del resguard, más que orbitar las consecuencias y catástrofes de una pandemia, están vinculadas a los ejercicios de instrospección que se dieron en el confinamiento, tanto individuales como colectivos, y a la riqueza que se encuentra en ellos. Actualmente ese mismo ejercicio se lleva a cabo con otros grupos, en otras ciudades.


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El fanzine hoy en día es una puerta abierta a la rebeldía para encarar el sistema, una búsqueda muy propia de la adolescencia. Dar paso a la reflexión crítica de un adolescente sobre sí mismo y sus relaciones con el mundo es propiciar la movilización de un individuo a actuar en función de, y teniendo siempre presente, estos entrecruzamientos y construcciones. El fanzine no sólo posee la potencial agencia de construir (y reconstruir) comunidades como en el siglo pasado, sino que puede hacer visible ese proceso de construcción; y no hay mayor disidencia que la conciencia.


Fanzine "Plantitas en tus manos" de Valerie Weilheim


Figura A:

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Copia e imprime el siguiente fanzine en una hoja tamaño carta. Cuando tengas la hoja impresa, dóblala por la mitad, de manera que en ambas caras se vean los dibujos. Luego irás doblando en forma de zig zag, usando la forma de acordeón de la figura A. Esto hace que cada planta esté creciendo dentro de su página. Verás que hay dos espacios en blanco, pues en ellos puedes dibujar las plantas que te gusten o que te acompañen en tu vida diaria.



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[1] Pepperell, Robert. The Posthuman Condition, Consciousness beyond the brain. Intellect Books, 2003.

[2] Pág. 7. Duncombe, Stephen. Notes From Underground: Zines and the Politics of Alternative Culture. Microcosm Publishing, 2008.

[3] Pág. 27. Uzcátegui, Rafael. Corazón de tinta. Naufrago de Ítaca Ediciones, 2001.


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Cultura, libros, infancia y adolescencia

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ilustración de las jornadas @Miguel Pang

ilustración a la izquierda @Juan Camilo Mayorga

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