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Hace unos días Raguá, un buen amigo, me preguntó por qué tardaba tanto en comentar el final de Girls. Es decir, luego de hacer aspavientos de cada episodio de su última temporada en mis redes sociales, llega el final de la serie y no digo nada. ¡Nada de nada! Tal vez porque buscaba asimilarlo. No porque fuera de esas historias que te ocasionan un trastorno emocional, sino para saber si estaba o no de acuerdo con las opiniones de los críticos, amigos y conocidos.


Callé de forma similar a Virginia, que tras ver el episodio final tardó una semana en escribirme al whatsapp: “no sé si me convence la rendición de Hannah”. Miguel Ángel, por otro lado, escribió en su muro que el capítulo 6x10 pudo ser uno más y no el final, aunque le gustara la temporada. A Ari sí que le había gustado. Y Araya dijo: “me encanta que el final inicie con Hannah y Marnie en la cama como en el primer episodio”. La mayoría de la crítica, sin embargo, lo tildaba de malo y decepcionante. Fue en esos comentarios y pequeñas discusiones con los otros seguidores de la historia donde encontré la clave. Me animé, incluso, a visitar ese primer episodio de Girls para refrescar el tránsito de Lena Dunham y tener luces para entender ese final de Hannah.


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NEW YORK VS. GROVER

o de la tesis de lo femenino en Hannah

Antes de sumergirnos en la sexta temporada, con todos los spoilers incluidos, debemos partir del principio de que Lena Dunham, creadora y productora de la serie, advirtió que su final convencional estaba en el 6x09. Ella lo tenía claro. Lo que viene luego fue una especie de epílogo donde cerraría no la historia de Hannah, sino la propia tesis de la serie que ostentaba desde el episodio uno. Es decir, aceptar la maternidad no es una rendición de la protagonista, o al menos no lo creo, es un cambio de necesidad. Una decisión, en principio narcisista, hacia la madurez. Pero no como moraleja, sino como tránsito natural. Sin traicionarse. Hannah lo decide porque es potencialmente cool ser una madre soltera e independiente, aunque en el camino se da cuenta que hay más, que no se trata sólo de ella, que su decisión afecta a otra persona. Esto la enfrenta a todas sus decisiones en la vida, sin excusas y de verdad. Es allí donde se entrampa.


Por eso es importante la figura de la mamá de Hannah al final. Nos recuerda que la protagonista comenzó en una crisis por el desamparo de sus padres. Desde un capricho de dependencia que se resolvía trabajando. En cambio Grover, su bebé, es indefenso y depende totalmente de ella. Este nuevo hobby cuesta mucho más sacarlo adelante. Y a esta ecuación sumamos a Marnie como figura de contrapeso. Sentirse útil y hacer la representación de la mejor amiga permite que evada sus propias decisiones. Marnie está junto a Hannah no sólo por amistad, sino por el infinito egocentrismo de obtener la etiqueta de la “mejor amiga”. Ser la best friend es tener el trofeo de algo. Triunfar aunque sea en el vacío. Y claro está que para el público es evidente que el futuro de Marnie es ser exactamente igual a su madre: irresponsable, superficial e inmadura.

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A pesar de esto, el episodio final da vueltas alrededor de la lactancia materna. Sí, suena raro cuando uno habla de Girls, pero no lo es tanto si pensamos que el concepto “mujer” es importante en cada uno de los episodios de la serie. Hannah quiere formar parte de esa idea natural de las madres, una idea meramente conceptual. Es decir, ser mamá significa dar de amamantar a los hijos. Pero no fluye porque la idea no es lo mismo que la práctica. La vida no es literatura, no son artículos críticos sobre la sociedad, esa vida es misteriosa.


En el primer episodio de la serie, antes de los créditos finales, observamos a la protagonista que sale caminando del hotel en el que se hospedan sus padres, en medio de New York. La cámara nos muestra a ella perdiéndose en la inmensidad de la ciudad. Busca seguir viviéndola, sin misterios. El final del último capítulo se reduce a Hannah con su bebé, en un espacio íntimo, lejos de la ciudad. Hannah deja a un lado la inmensidad inabarcable para reducirse a algo aún más infinito, a su hijo, a sí misma. Es una forma distinta de reconocerse, igual que hacen muchas mujeres en diversas épocas, en toda sociedad. El gran igual, para la idea totalitaria de las mujeres. Entonces, en este final, la tesis se concreta. Lena Dunham consigue cerrar su voz, la de Hannah, con la coherencia de sus ideas en punta. O eso parece. A mí, al menos, me convence.

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Eso sí, pareciera que Lena Dunham junto a su coproductora Jennifer Konner hubieran leído las críticas de Lucas en mi muro, entremezcladas en las de muchos críticos al inicio de la serie: ¿por qué siendo New York tan diversa, la serie parecía la supremacía blanca?. Lena, ante este cuestionamiento que le hicieran en el 2012, había dicho que se reivindicaría en la segunda temporada. Mucho más después de que los negros fueran solo vagabundos o taxistas en la primera. La verdad, no recuerdo qué tanto rescató en cuanto a este tema durante la serie (sí pienso en uno que otro personaje, pero nada relevante), y parece que lo recordó al final.


El hijo de Hannah es negro. Sin más. Y si pensamos que el padre es el personaje interpretado por Rizwan Ahmed, un moreno pakistaní que en verdad es inglés, pues... parece una corrección aún más incorrecta. Araya se lo preguntó: “¿por qué es tan negro?” Sospecho que para evitar las mismas críticas al final. Confío que más que jugar a la inclusión, sea su propia lección.

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HABITAR UN EDIFICIO VIEJO VIENDO UNA BELLA FACHADA

o de las otras mujeres a pesar de Hannah

Si eres un personaje secundario, y en la quinta temporada te llevan a Japón a hacerte una trama tan personal, no esperes más protagonismo. Eso le pasó a Shoshanna. Ella se alejó y así se evidenció en la última temporada donde las apariciones del personaje fueron muy esporádicas. Sin embargo, y a mi pesar, me pareció muy sutilmente logrado el cierre de su historia. Precisamente no podíamos contar mayor cosa de ella, porque la relación con las otras chicas simplemente había desaparecido. Y como ella misma lo dice en un almuerzo con Ray y Abigail: "prefiero un edificio viejo, pero viendo hacia la fachada de algo nuevo". Shos se asumió como pura apariencia, y respetó su esencia, aunque eso significara arrasar con su pasado.


Bajo esta dinámica, la temporada fue cerrando de manera respetuosa cada uno de los personajes y sus historias. Avanzando, dejando atrás los lastres. Tal vez es que yo soy muy fácil, pero a mí me conquistó la respetuosa estructura de toda la temporada. Resalto escenas como la de Marnie, que descubre el poco valor de sus objetos, y el hombre de la tienda de empeño la hace entender que vive culpando a los otros de las miserias que ella misma se provoca. O Jessa, autodestructiva, camino al bar dispuesto a lanzarse en el abismo mientras Adam está con Hannah y descubre que no es capaz de infringirse más daño. O Shoshanna en el penúltimo capítulo, encerrada en el baño con las otras chicas, dejando en evidencia que no pueden estar juntas en la misma habitación porque todas quieren ser el centro de atención.

Pero también está el tan comentado capítulo tres, donde se reflexiona acerca de las relaciones de poder entre un escritor famoso y las mujeres. Esas otras, muchas y variadas mujeres. Algunos críticos dicen que habla del abuso velado a la mujer, y sí. Pero creo que el libreto se atreve a dar un paso más allá. Es un episodio honesto, contundente, cerrado, donde nos vemos de los dos lados de la moneda. Pensamos como espectadores en que perfectamente podemos ser víctima y victimario. Depende de hacia qué lado de la balanza se siente el poder.

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“SI DUELE, HARÁ QUE LO RECUERDES”

o del papel de los hombres en la serie

"Si duele, harás que lo recuerdes" ...con esa frase Adam, aparentemente el protagonista principal, hizo revivir a Hannah parte del recuerdo de su historia de las primeras temporadas. Pero aquí aplica el refrán de que es mejor no volver a los lugares que nos hicieron felices. Adam es el termómetro para mostrar que todos han evolucionado en sus caminos. Dije evolucionar, no madurar. Cada uno de ellos se adaptó a la realidad que eligió y se transformó para dar respuesta a ella. Él eligió a Jessa. Quizás por eso emocione tanto el final del episodio seis, con la canción de Robyn incluida: Hannah encuentra en esa película sobre su relación con Adam una puerta al pasado, un “quizás” por resolver. Y viven en 24 horas la ficción de un sentimiento. Ninguno de los dos puede engañarse. No se aman. Para Hannah él ya no es su hombre. Lo es Grover.


Ray es quien, desde su potencial patetismo, y escribo potencial porque para mí nunca ha sido patético, es el único que se reivindica. Uno lo agradece. Sufre la muerte de su amigo, se ve ante el espejo de esa soledad, se vuelve a abrir como personaje social, que busca entender a New York desde un punto de vista inclusivo. Espanta, de sí, la fatua necesidad de Marnie y Shoshanna de estar a su lado, pero sin comprometerse, sin respetarlo. Y como le dijo Adam a Hannah alguna vez: “Permanecer en relaciones tóxicas es lo que nos impide crecer”. El encuentro con Abigail, la ex jefa y amiga de Shoshanna, da una vuelta de tuerca inesperada y sana para la historia de Ray. La química además estalla en ese primer encuentro. El final, con el beso torpe y ridículo en el carrusel, lo hace chistosamente sublime. Los personajes raros también merecen ser felices.

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Elijah, en cambio, tiene todo el foco esta temporada. No entendí por qué. Dicen los críticos que el público lo amaba. No lo vi especialmente interesante. Ni tampoco el más divertido. Pero sí, la gente amaba su despreocupación y su frescura. Ahora bien, con él se arrastra esa buena escena de Hannah con su ex prometido, llorando por los hijos.


Lena Dunham, esta voz autoproclamada voz del feminismo millennials, fue bastante noble con el desenlace de sus hombres. Ellos sí parecen conseguir sus aspiraciones, por mínimas que sean. O será que los piensa con necesidades más fáciles de satisfacer.


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En la suma de todas esas voces, de sus búsquedas, está el gran éxito de HBO con Girls, aunque la serie estuviera claramente dirigida a un público muy específico. Hannah lo dijo en algún episodio: "Creo que puedo ser la voz de mi generación. O al menos una voz. De una generación". Y sí lo logró. Habla de muchos temas, e invita a pensarlos.


Entonces, si me preguntan a mí, el episodio nueve es definitivamente el final de la serie. Ese baile de las cuatro amigas rememora a aquel momento fuera de la casa de verano de la tercera temporada. Solo que esta vez se siente que no hay vuelta atrás en su amistad, ni posibles reencuentros. Y quizás para muchos Lena debió haber acabado la temporada en ese momento. Evitar el episodio diez que podría ser uno más de la temporada. Pero Hannah necesitaba tener su final sola. La odies o no, es su decisión, y como me dijo mi amiga Lara que apenas comienza a verla: “tal vez todos tenemos algo de Hannah que nos hace sentir incómodos”. A lo mejor, esa obligación de vernos en ella, es muy incómoda. Y por eso nos cuesta tanto.


Además, como su mismo personaje dijo alguna vez: "Nadie podría odiarme tanto como me odio a mí misma. ¡Cualquier cosa horrible que me quieras decir ya me la he dicho a mí misma en la última media hora!". Así que, en conclusión, dejemos de perder el tiempo pensando en cosas horribles del final, porque ya Lena lo había pensado antes.

 
 

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Fotos: Milena González


Morsas y pillos. Un virrey que tiene unos kilos de más. El turpial que vivió dos veces y ratones artesanos. Una niña que pinta a un perro de verde y otra tan bonita que, a pesar de que está coloreada de negro azabache, llena de luz cada página en la que aparece. Son algunos de los personajes entrañables de la ilustradora venezolana Rosana Faría, quien celebra 25 años dedicada a la ilustración de libros para niños. Desde el 14 de septiembre hasta el 2 de noviembre podremos verlos desplegados en las salas de la Casa Vieja en la Hacienda La Trinidad entre murales hechos por la misma artista.


Casi 200 ilustraciones de casi 30 libros componen la exposición. Originales, storyboards, fotografías de familia que le hacen guiños a los libros y algunos bocetos cuelgan de las paredes en módulos diseñados por el museógrafo Rafael Santana. La muestra se llama “Cartografía de sueños” y, según la misma Rosana Faría, su nombre se debe a que cada libro que ilustra comienza siendo apenas un mapa. En la Sala 3 de la Casa Vieja se podrán ver estos “mapas”, los inicios de proyectos que comienzan siendo unos trazos sobre el papel en blanco, un trayecto a seguir, para luego convertirse en futuros libros editados.

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La exposición cuenta además con dos salas donde el trabajo de Rosana Faría cobra otras dimensiones: la primera proyecta un audiovisual que se realizó a partir de ilustraciones que cuentan la ópera “La flauta mágica” de Mozart. Un trabajo arduo que implicó 98 ilustraciones para relatar dos horas y media de espectáculo. La otra sala está dedicada a “El libro negro de los colores” (Ediciones Tecolote) y ofrece una experiencia donde lo visual pasa a segundo plano: la oscuridad lo invade todo pero al fondo se escucha una voz que narra la historia. Mientras tanto, los espectadores pueden moverse tocando paneles que imitan los relieves de las ilustraciones del libro original.


Vemos en los módulos ilustraciones de historias escritas por autores como Juan Villoro, Ana María Machado, Yolanda Pantin y María Elena Maggi. También podemos observar con detalle al Reverón del primer libro ilustrado por Rosana en 1989: “La alegría de pintar” de Rafael Arráiz Lucca, el cual da inicio a su trabajo como ilustradora de libros para niños y que hoy marca los 25 años de su carrera, en la que ha ganado el Premio “Nuevos horizontes” de la Feria del Libro Infantil de Bolonia, por “El libro negro de los colores”, escrito por Menena Cottin, además de estar en la lista de honor IBBY por “Cartas a Leandro” (ambos editados por Ediciones Tecolote) cuya autoría compartida es de Mónica Bergna y Fanuel Díaz. Sin olvidar la Mención de honor en el Premio Noma-ACCU de ilustración, entregado en Tokio, por “Niña bonita”, libro editado por Ediciones Ekaré.

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“Quizás la cualidad más importante de un ilustrador sea su autenticidad, sin pretensiones de caer bien a los niños bajo el disfraz de una óptica infantil mal mirada. No debe ser su perspectiva de adulto una excusa para proteger al lector de aquello que se considere peligroso o censurable” escribe Fanuel Díaz en “Leer y mirar el libro álbum” (texto que hace parte, también, de la exposición), y es precisamente esto lo que ha caracterizado el trabajo de Rosana. Una plasticidad que no escapa de su realidad, que resulta familiar y a la vez universal, una ilustración que le abre una ventana a los niños sobre nuestro mundo más inmediato pero también y, sutilmente, nos da retazos de nuestra propia venezolanidad. Es indudable: generación tras generación, Rosana Faría se ha hecho parte del imaginario de los niños. Hoy esperamos con ansias su nuevo título, la canción tan popular “Arepita de manteca”, próximamente editado porEdiciones Ekaré.


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Fotos: Milena González


*esta publicación originalmente formó parte de una colaboración semanal que PezLinterna hizo para la revista Prodavinci en el año 2014.

**Escrito a cuatro manos entre Isadoro Saturno y Freddy Gonçalves Da Silva.

 
 

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¡Toc! ¡Toc! Un niño abre la puerta. Se sorprende. El visitante es de su tamaño, parece vestido de traje y tiene pico. Es un pingüino. ¿Cómo llegó hasta su casa? No lo sabe. Los pingüinos no hablan, parece que solo se pierden. El niño entonces lo recibe, pide consejo a sus juguetes, piensa en un plan: se subirán a un barco hacia el Polo Sur. Y en el viaje, se hacen amigos. Pero ahora es tiempo de despedirse. Se abrazan. El niño monta en su bote y regresa a casa, pero empieza a sentir la ausencia. ¿Cómo llegará ahora el niño a su casa sin su nuevo amigo?


El autor e ilustrador Oliver Jeffers reflexiona sobre el sentido de pertenencia y el valor de la amistad, en Perdido y encontrado, un divertido álbum editado en español porFondo de cultura económica, editorial que, además, publica todos sus álbumes en la actualidad. La simpática historia del niño junto al pingüino también fue llevada a la animación en un cortometraje realizado por los Studios Aka en Londres, repotenciando las imágenes de este innovador ilustrador y ganando en el 2009 el premio BAFTA a mejor animación. Este niño anónimo, ilustrado con piernas de palito y tan recurrente al inicio de la obra de Jeffers, se reencontrará con su amigo pingüino en un álbum Arriba y Abajo, libro publicado años después y que aborda la amistad entre ambos frente a las acciones que llevan a cabo cuando el pingüino decide aprender a volar.



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Nacido en Australia pero criado en Irlanda, este joven creador posee una estética tan característica que lo coloca en la lista de los autores para niños más representativos de la última década. En diversas entrevistas, Jeffers afirma que crear álbumes para niños no era su intención. Su motivación inicial fue crear discursos donde pudiera mezclar la imagen con el texto, en una amalgama indivisible a la hora de la lectura. En El increíble niño comelibros, uno de sus libros más premiados, cada espacio de las imágenes, del texto y del libro como objeto, anuncia un detalle que enriquece la historia. Un relato, aparentemente sencillo, que se pasea por las vicisitudes de un niño que come libros para poseer conocimientos y que, ante una evidente indigestión de papel, descubre que leerlos también es una alternativa. Aún y cuando siguen existiendo días, en los que el niño cae de nuevo en la tentación, como lo denuncia de forma sorprendente la solapa final del libro en físico. A pesar de que esta breve reseña parece anunciar un libro con moraleja, Jeffers trata de alejarse de estos espacios formativos. Su obra no pretende ser pedagógica, por el contrario, mira al niño a la cara y usa un discurso que otorga poder al lector. Los niños son los protagonistas de estos universos inventados. Muchas de las anécdotas de sus relatos son circunstancias reales, relativizadas con imaginación, ingenio y descabelladas alternativas que hacen reír o enternecer.


Esta relación con el lector, se evidencia de forma clara en El misterioso caso del oso, álbum en el que los árboles empiezan a desaparecer y los habitantes del bosque van recogiendo evidencias del culpable. Este misterio con guiños constantes de humor, va dejando pistas al lector en sus imágenes, creando de esta forma una complicidad mucho más profunda en sus múltiples posibilidades de lectura. El niño lector, cuando es atraído por un libro, es capaz de ver los errores en la historia, los huecos en su construcción y ser un personaje absolutamente crítico de la obra. A pesar de que el humor en las situaciones de Jeffers son una gran ventaja, existe también la representación de la infancia desde los iguales, sin posturas ni imposiciones.


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Por esa razón, el humor no lo es todo. En El corazón y la botella se muestra de forma simbólica el proceso del duelo de una niña, tras la pérdida de un ser querido. Con imágenes llenas de significados, la resistencia al sufrimiento se representa con el corazón encerrado en una botella de vidrio, que cuelga como un collar en la vida de la niña. Solo el encuentro con la infancia y el momento del dolor, dan pie a la superación del duelo. Un libro que remueve las fibras, y cuya versión digital como aplicación para tabletas se aleja de la intimidad de la lectura, haciendo que la vinculación del lector con la pérdida sea también un juego para alterar las imágenes.


Artista con exposiciones en diversas ciudades como Berlín, Brooklyn, Dublín, Sydney o Londres. Cofundador del colectivo de arte OAR y considerado por The Times como uno de los ilustradores más representativos de los últimos años. No es de extrañar que en 2007 Jeffers fuera designado el ilustrador oficial del Word Book Day, celebración organizada por la UNESCO con el fin de promover la escritura y publicación de libros para niños. Múltiples son los reconocimientos a su talento, entre los que se encuentra sus repetidas menciones en la lista de Los mejores del Banco del libro. Uno de sus últimos títulos, Atrapados entró en la lista del 2013 del Banco y recientemente fue merecedor del Premio Álbum Ilustrado del Gremio de Libreros de Madrid. El divertido periplo de un niño por bajar de un árbol su cometa papagayo, papalote, barrilete, volantín, hace que un universo improbable de objetos quede en la cima de un árbol. Lo que parece un absurdo juego del niño, se anuncia según el gremio de libreros de la siguiente manera en su veredicto: “El autor plantea con gran sentido del humor, sin moralejas ni dobles intenciones, cómo reaccionar ante los contratiempos. El resultado es este álbum de brillante texto y magníficos dibujos.”


Actualmente tiene un nuevo libro publicado en español Este alce es mío y un libro en inglés, aún por traducir, titulado The Hueys in It Wasn’t Me. La publicación de sus álbumes, suelen tener un año de distancia, proceso en el que se dedica a la creación de su próxima novedad. La irreverencia de su obra atrapa a un lector infantil que se siente parte de su mundo, que busca reencontrarse con sus lecturas, una y otra vez, como si fueran pingüinos en sus puertas, como si fueran sus amigos. El espacio para la risa, muchas veces infravalorado, es trabajado por Jeffers con absoluta inteligencia y respeto, al igual que la imagen como parte fundamental de la lectura, alimentando de esa forma la astucia de un lector que está en crecimiento.


*esta publicación originalmente formó parte de una colaboración semanal que PezLinterna hizo para la revista Prodavinci en el año 2014.

**Escrito a cuatro manos entre Isadoro Saturno y Freddy Gonçalves Da Silva.

 
 
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Cultura, libros, infancia y adolescencia

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ilustración de las jornadas @Miguel Pang

ilustración a la izquierda @Juan Camilo Mayorga

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