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“Lo que más les asustaba era que el castillo no se quedaba en el mismo sitio.”

El castillo ambulante

Diana Wynne Jones

Esta crónica es la consecuencia de un proyecto que inicié cuando fui monitor del club de lectura de la Biblioteca municipal de El Coto, España, durante la temporada que abarcó desde el mes de octubre de 2017 hasta junio del 2018. En julio había prometido que compartiría en PezLinterna, a manera de entrevista, fragmentos de una larga charla que tuve en la última sesión con ocho adolescentes que formaban parte del grupo.

Sin embargo, nuestro diálogo se prolongó hasta el verano, y concluí que sería más interesante recoger experiencias, palabras y documentos, que explicaran el origen de las reuniones y que nos llevaron a esa sesión especial de cierre a la que le seguimos dando vueltas en agosto. Con estas muestras, además, podríamos observar las coincidencias en los temas que tratamos durante los nueve meses que duraron nuestras reuniones. De esta forma tendríamos a la mano, una memoria del trabajo.

La muerte antes de la muerte

Para convocar al club de lectura de la Biblioteca El Coto, iniciamos un recorrido por algunas instituciones educativas. La especialista en promoción lectora, Beatriz Sanjuán, y yo, fuimos disfrazados de miembros de una secta del libro. Emprendimos visitas a diferentes centros para promover el derecho a la lectura como una opción libre. Éramos un panfleto andante: “acércate a los libros, que en ellos alcanzarás la palabra liberadora”. Para evitar una mirada aburrida de los jóvenes como antesala, buscamos otro tipo de recursos que nos dieran al menos la oportunidad de la escucha. Si ellos nos oyen, pensamos, hay una ganancia.

El arma de Bea era indestructible: su capacidad de narrar historias. Con esto hicimos la jugada Rapunzel, lanzamos la trenza y saludamos desde lo alto de la torre. El cuento clásico, en su versión original y sin censura, abrió el interés. La discusión acerca de los límites de la ficción y la realidad (o el “estamos grandecitos para creer en esas gilipolleces”), se trastornó cuando revelé una verdad: “yo no sé qué decirles, porque estoy muerto”.

Se vieron entre ellos, sin entender cómo aquello era posible. Y fue desde ese impactante hecho que ellos decidieron treparse en el cabello largo de la chica en la torre y subir. En la cima, y al acabar la reunión, uno de ellos: Adry, alzó su voz para recitarnos un increíble e inspirador poema sobre la mierda. En respuesta, más allá de los aplausos, ofrecimos un par de alternativas literarias sobre lo escatológico y les dejamos una invitación para una sesión piloto en la biblioteca.

Día 0

El primer día fue aterrador. Esta vez me enfrentaba solo al grupo de jóvenes que habían aceptado asistir. Sería mi labor en los siguientes meses. Los vi, a través del vidrio de la puerta de la biblioteca. Era como el castillo ambulante del libro de Wynne Jones, en el que habita el Mago Howl, flotando en medio del salón, siempre dispuesto a moverse de lugar. Habían llegado seis adolescentes: Sofía, Aída, Sara, Eloy, Ariel y Adry. Nos presentamos. Ya no me sentía como un extranjero.

La conversación fue convirtiéndose cada vez más encantadora: compartimos gustos y disgustos de la música, la literatura y el cine. Poco hablamos de series, uno de mis temas favoritos, quizás porque ellos eran más de animes. Juntos, dialogando, fuimos marcando la ruta de hacia dónde podríamos dirigir nuestras conversaciones. En ese espacio, sólo podríamos confiar los unos a los otros.

Con intención de establecer un cordón de seguridad aún mayor, llevamos a voto democrático la selección de temas o lecturas que haríamos esos meses. Pero, además, creamos una palabra que serviría de saludo, de gesto cómplice. Llegamos a ella tras una lúdica dinámica con algunos álbumes que leímos. La palabra serviría tanto de saludo como de despedida: Sefaraxia.

Sefaraxia: (sustantivo) f. Sensación de equilibrio a partir de la lectura de libros y la ficción. Su origen proviene de Ataraxia, concepto filosófico vinculado a la serenidad en el alma, la razón y los sentimientos. Y de siete personas en una sala, cuyas letras de los nombres sirvieron de excusa para la anatomía de la palabra. Espacio de acogida, amistad y conversación.

Nunca se está lo suficientemente muerto

La sesión 1 fue un fiasco. Todos renunciaron al libro 1984 de George Orwell porque no fueron capaces de seguirlo. Sentí que el castillo ambulante se alejaba, pero negado a una posible renuncia colectiva, iniciamos un activo camino de descubrimientos. Por ejemplo, en una de las sesiones más afortunadas, visitamos la obra de Edward Gorey a partir de una aventura en la que estaba en juego la herencia de uno de los libros del autor. Para eso, Eloy tuvo que acabar conmigo y guardar el secreto ante el resto del grupo. Se transformó, hipotéticamente, en uno de los asesinos literarios más astutos con los que me he topado. Aún lo respeto por su astucia, pero también admiro al resto del grupo por condenar lo que parecía un acto heroico dentro de la historia construida en la reunión, cuando realmente era un acto de violencia.

Quizás esto hizo que Sara, meses después, fuera capaz de defenderse del resto del grupo cuando estaban planeando la construcción de un nuevo mundo. El motivo de esa reunión, era volver al tema fallido de la sesión 1, la ciencia ficción, y verla desde otros ángulos. Esta vez no se trataba de violencia, sino de supervivencia, y ella quería establecer el derecho a la vida como una prioridad. A menos que tuviéramos en las manos una Death Note, como fue el caso de Ariel en la sesión de manga, quien hizo un interesante cuestionamiento acerca de la política a partir de la idea de justicia que podía implementar escribiendo el nombre de una persona que debería morir (como ocurre en el manga). Había decidido acabar con un terrible personaje de la historia contemporánea que aún se mantiene con vida. No, no era un instinto asesino por parte de Ariel, se trataba más bien de entender la diferencia entre lo justo y lo cruel.

Fue por eso que, ante un leitmotiv tan recurrente, hablamos de nuevo sobre la muerte a partir de la construcción de "ikigamis". Estos eran comunicados, que así como en el manga del mismo título, le informaban a las personas de su muerte 24 horas antes de que ocurriera. La intención era enfrentarnos a un plano más real, y por eso debían planea cómo seria mi último día. Esto permitía entender qué tanto conocían al otro a la hora de hablar de la muerte. Es decir, dejar de verlos como agentes abstractos y darles calidad de personas.

Sara, por ejemplo, recurrió a mi obsesión fanática por las series de televisión e imaginó que yo recrearía el final de mis series favoritas. Me pareció un gesto igual de respetuoso como el que Katniss Everdeen hizo con Rue, cubriéndola de flores y cantándole, en Los juegos del hambre. Adry, por su parte, se dedicó de a construir una obra sobre mi despedida. Como es un ilustrador en formación, tardó unos meses en entregármelo, hasta poder encontrar su mirada estética de mi fin.

Las otras sesiones, unas más emotivas que otras, pasearon por lecturas cada cual más complejas y con revelaciones humanas sobre nuestra relación con los libros. Para este momento un itinerante Emmanuel, y unas apasionadas Erika y Ainhoa se habían unido también al grupo. El castillo nunca dejó de moverse, más cerca o más lejos, flotaba alrededor, incesante.

Calcifer o la estrella que cae

Para la última sesión, llevamos a votación si leer una novela fantástica o un poemario. La novela fue la ganadora. Después de mucho meditarlo, y gracias a una recomendación de Beatriz Sanjuán (porque todo es cíclico), les propuse que leyéramos El castillo ambulante de Diana Wynne Jones. Aunque no todos llegaron a concluir el libro, o algunos habían visto sólo la película, si llegaron con muchas ideas dando vueltas en su cabeza. El encuentro sería grabado en audio a manera de entrevista. Fue tan poderosa y aventurada la discusión, que no se logró transcribir en su cabalidad. Logré rescatar algunos breves instante que resumen no sólo la conversación alrededor de la novela, sino el eje temático del club durante todo el año:

“—¡Dame comida! –sugirió alguno de ellos.

—Así va a empezar la entrevista, con un “dame comida”. –respondí: –Antes, vamos a hablar del libro.

—¿Qué libro? –pregunta Erika.

—El castillo ambulante, ¿cómo les fue? —insisto.

—Bien… Supongo –aclara Ariel.

A Sara le estalla su conocido ataque de risa que le impide pronunciar palabra.

—Me encantó. Fue rechido. Lo recomiendo a todo el público de países como Venezuela, Guatemala, España, Estados Unidos, la Alemania Nazi, Alaska, el pueblo fantasma, el Japón del período Edo… —interviene Adry con voz de locutor.

—La peli no es tan parecida. –se lamenta Sofía.

—La película es una inspiración no una adaptación. –le explica Aída.

—Igual me encantó, ¿dije que me lo quiero comprar? –continúa Sofía.

—A lo mejor lo quieres comprar para quemarlo. –intuye Eloy.

—O sea que les gustó… —vuelvo a insistir.

—Si el personaje de Sophie no fuera tan fuerte, no se sostendría el libro. –dice convencida Aida.

(minutos más tarde)

—Es que los demonios de fuego vienen de las estrellas fugaces. Calcifer no quería morir. Y pasó lo mismo con la señorita Ágora. Por eso muchas de las cosas que hicieron fue por miedo a la muerte. Que es un miedo que todo el mundo tiene. –explica Sofía.

—No, todo el mundo no. —le responde Adry, muy serenamente.

—Ah, ¿tú no tienes miedo a morir? –le pregunta Ainhoa.

—No me importaría. Pero hay gente a la que le encanta la muerte. –aclara Adry.

—Pero una cosa es que te encante todo sobre la muerte y otra cosa es querer morir. –Sara interviene seria.

—Si se supone que hay que probar de todo, ¿el suicidio? –provoca Adry.

—Cuidado, que eso es un tema delicado. –señala Erika.

—Lo sé. –afirma Adry.

—Y es que si empiezas una cosa que te da un resultado, y la repites con el mismo resultado, lo irás repitiendo varias veces, creando una adicción a la juventud. Esta adicción te aleja de cumplir al ciclo de la vida. Por eso la bruja del páramo tenía miedo de morir, y eso tiene que ver con no tener el poder. —absorta en su propia reflexión, estalla Sofía.

—Yo no veo para nada la idea de la muerte en este libro. –participa Aida.

—Es que más que morir, es sobre su destino. Eso evita que sean malos malísimos, o adictos a la vida. Es un pacto para ser libres. –aclara Sofía.

—¿Este libro habla de la libertad? –pregunto.

—Sí. –gritaron todos al unísono.

—Dos libertades: la independencia de Sophie, que es la propia y la de Calcifer que está impuesta por otros –explica Sofía.

—Se parece a Blanca Nieves. En el sentido de que la bruja quería el corazón de Blanca Nieves para ser más joven. –compara Ainhoa.

—No es lo mismo. –corrige Erika.

—En blanco y en botella. O la mato o la mato. –sigue Ainhoa.

—O la meto. –dice alguno en broma.

—¿Ven? ¡Todo es por poder! –remata Eloy.

(media hora más tarde)

—¿Por qué eligieron fantasía? –pregunto.

—Porque estamos acostumbrados a leer fantasía y no somos tan de poesía. –dice Ariel.

—Queríamos que el libro fuera gordo. –agrega Sofía.

—Yo en cambio, quería poesía para variar. –insiste Sara.

—¿Y no fue por qué ustedes sí eran libres de elegir? –les sugiero.

—Cero patatero. –contesta Ariel.

—Es porque nos saca de la realidad. –aclara Sofía.

—Me gusta imaginarme otras cosas. –insiste Ainhoa.

—Es un género en el que todos podemos tener ideas que compartir. –dice Ariel.

—No se trata de huir de la realidad ni de ser libres. –concluye Aida.

—¿Llevamos 42 minutos hablando del mismo libro? –pregunta Sara sorprendida.

—El libro no es refugio, es confrontación. —insiste Aida, quien había dicho lo mismo en la primera sesión." Y esas palabras de Aida formaban parte de un sentimiento colectivo que los unía a todos, y no era el tema de la muerte, sino la confrontación. Contrario a lo que muchas veces se dice de la relación de la literatura con los jóvenes, este grupo de adolescentes no buscaban refugiarse en los libros sino confrontarse consigo mismo a través de la ficción para poder seguir adelante y reconocer o entender al mundo. Eran como el castillo ambulante, con Calcifer lleno de energía y contradicciones. Sin ese refugio, ellos iban visitando y deshabitando los libros, de forma libre.

En el verano, todo renace

El castillo siguió su vuelo en julio y agosto, pero una tarde Adry rompió el silencio del grupo con música. Compartió el vídeo de "My generation" de The Who, cuya letra dice:

"People try ti put os down

(La gente trata de menospreciarnos)

—Talking about my generation—

(—Hablando de mi generación—)

Just because we get around

(Simplemente porque vamos donde queremos)

—Talking about my generation—

(—Hablando de mi generación—)

Thing they do look awful cold

(Las cosas que hacen parecen horriblemente frías)

—Talking about my generation—

(—Hablando de mi generación—)

I hope i die before i get old

(espero morir antes de hacerme viejo)

—Talking about my generation—

(—Hablando de mi generación—)

This is my generation

(Esta es mi generación)

This is my generation, baby.

(Esta es mi generación, bebé)

Sofía aprovechó, tal vez de forma aislada, para compartir un mensaje que transcribo:

"He descubierto una cosa importante en el último libro que leímos, el del castillo ambulante. Resulta que eso que hablábamos de la importancia que se le daba a la juventud y a la vejez se debía a que la autora tiene una enfermedad que hacía, pese a ser joven, sentirse vieja y que era lo que reflejaba Sophie."

Esta intervención de Sofía volvió a causar el revuelo de la conversación. Entre dimes y diretes, fueron ellos los que esta vez se atrevieron a recomendarme películas para el verano. Debía comentarles mis impresiones, pero la lista es tan poderosamente buena, que preferí dejarla a la mano de quien quiera ver algo de buen cine. Y es que para crear un club de lecturas no existen manuales. Todo parte de una audaz improvisación pero también del diálogo. Es un trabajo en equipo, donde todas las opiniones deben ser consideradas con igual valor. Y aunque ahora no todos sigamos formando parte del mismo club, Sefaraxia se mantiene como un castillo vivo, que renace cada temporada, paseando con sus voces alrededor de la Biblioteca.

A los interesados de las películas, aquí va una lista de nueve seleccionadas:

Yo, él y Raquel (2015)

Dirección: Alfonso Gómez-Rejón

Comedia que conmueve. Greg es un chico asocial que se dedica a hacer adaptaciones del cine clásico con su amigo: Earl. Son raros y encantadores. También está Raquel, una vecina enferma, a la que Greg debe visitar por petición de la madre. Lo que más conmueve de la película es la forma tan honesta en que retrata la relación entre los adolescentes y el bello trabajo de la dirección de arte. La película, inspirada en un libro del mismo título ganó el premio Sundance.

Gracias a Sara y Eloy.

Director: Tomonori Sudou

Anime de fantasía. Emiya Shirou quiere ser un guerrero justiciero en la Guerra del Santo Grial, pero la relación con Sakura lo protege de sí mismo. Es compleja. Verla es abrirse el camino a diferentes rutas que ofrece "Fate stay night". Requiere al principio mucha atención, pero me encantó el enganche de su historia. Tiene secuencias increíblemente potentes, tanto estética como musicalmente (la aparición de Berkesel y Assasin). Y me fascinó la humildad y nobleza de Shirou.

Gracias, Ariel.

I origins (2014)

Dirección: Mike Cahill

Ciencia ficción con toques de cine independiente. Ian es un doctor obsesionado con la evolución de los ojos humanos. Encontrará en el iris de Sofi (la mujer que quiere), y en la investigación de su ayudante Karen, pruebas que confirmen temas de la evolución del hombre en contra de la espiritualidad. Lo curioso es que la película acaba siendo trascendentemente espiritual. Y eso me gustó, su originalidad en ese debate entre la fe y el la ciencia. Lenta pero honesta y original.

Gracias Eloy.

The wolf children (2012)

Dirección: Mamoru Hosoda

Historia de amor retrospectiva. Amor de pareja, pero también de padres a hijos. Una chica, Hana, se enamora de un hombre lobo y, a medida que transcurre el tiempo, vemos la llegada de dos pequeños niños que ella debe criar. Me gustó esta fábula de la identidad propia, la lucha de los instintos y la necesidad de la libertad. Se cocina a fuego lento, a veces muy lento, pero la belleza de las escenas de transformación en las noches, aportan emoción al amor que se cuece.

Gracias Sofía.

La vida secreta de Walter Mitty (2013)

Director: Ben Stiller

De esas comedias que, al darle la vuelta, descubres el drama. Es la segunda adaptación al cine de este cuento de James Thurber. Walter Mitty tiene miedo a la vida (amor, trabajo, familia...), y se confronta a ella a través de su prodigiosa imaginación. La realidad lo cerca, y lo obliga a tomar la decisión de accionar su vida. Me gustan las transiciones de realidad a fantasía, el buen uso de los efectos especiales, el conmovedor proceso de Walter y la buena actuación de Ben Stiller.

Gracias, Aída

Directores: Kazuchika Kise, Kazuya Nomura

Anime ciberpunk, inspirado en un manga, con el que se despliega el amplio universo de "ghost in the shell". Motoko, cíborg con forma de mujer, emprende una operación de la sección 9 al buscar al hombre que se infiltra en los cerebros de los cíborgs para controlarlos. Al principio cuesta seguir el ritmo al mundo que desarrollan, pero me gusta la reflexión acerca de la identidad y la genética; y la crítica a la política que nos condiciona a ser masas. La secuencia final es genial.

Gracias, Adry.

Eva (2011)

Director: Kike Maíllo

Ciencia ficción con toques de cine independiente español y algo de drama. Álex, ingeniero de un Centro de robótica, tiene la misión de realizar al primer niño robot en una sociedad donde conviven máquinas y humanos. Es la relación con Eva, la hija de su hermano, la que le permita entender su proceso años después. Me gustó su estética, la dirección de arte y ambientación, tan delicadamente lograda. Y la reflexión a la que invita sobre la genética familiar y el poder del afecto.

Gracias, Aída.

Una pastelería en Tokio (2015)

Directora: Naomi Kawase

Drama conmovedor. Sentarō necesita un acompañante en su pastelería y Tokue, una mujer de 76 años, se arriesga a solicitarlo. Gana por su indudable talento, aunque tiene una mal formación en sus manos a causa de la lepra. Esto traerá consecuencias. Es triste, pero con la fuerza reflexiva del cine oriental. Me gustó la resolución de sus personajes, en los que Tokue agradece y Semarō aprende. Además de la crítica hacia la sociedad.

Gracias, Aída.

Black Panther (2018)

Director: Ryan Coogler

Película de Marvel con buena acogida. No sólo por la forma en la que se evidencian la historia de Wakanda, tierra originaria del súper héroe Pantera Negra, sino por el contenido político que eso supone. O sea, es una película de súper héroes pero con una evidente crítica racial a la sociedad de Estados Unidos. Me gustó que apostara a la crítica, y que entretiene, aunque al principio es algo lenta y después bastante evidente cómo lo resuelve todo con sus efectos especiales.

Gracias, Ainhoa.


 
 

¿Cuántos viven hoy en una lengua que no es la suya? ¿Cuánta gente ya no sabe ni siquiera su lengua o todavía no la conoce y conoce mal la lengua mayor que está obligada a usar? Problema de los inmigrantes y sobre todo de sus hijos. Problema de las minorías. Problema de una literatura menor.

Kafka. Deleuze y Guattari

A manera de lente, la teoría crítica nos ofrece miradas; ópticas que nos permiten ver y explorar ámbitos que generalmente escaparían a nuestras lecturas habituales. Deleuze y Guattari nos invitan a pensar la obra literaria fuera de nuestros esquemas convencionales. En vez de “libro”, ellos proponen aproximarse a una “máquina”, entendiendo la obra literaria como un agente que “hace”, que “crea efectos” en vez de sólo representar y significar. Así quiero yo releer la celebrada novela gráfica de Shaun Tan. A cinco años de su publicación inicial, no es secreto para los adeptos de la literatura infantil y juvenil el hito que ha marcado Emigrantes.

A mi parecer, esta obra nos ofrece materia para considerarla como parte de la tradición de obras modernas que han buscado ofrecer una visión descentrada de la cultura, posicionándonos frente a perspectivas no hegemónicas ni dominantes. Creo que allí reside su carácter subversivo. Para desarrollar esta lectura me gustaría apelar a la noción de literatura “menor” que Deleuze y Guattari elaboran a partir de los textos y reflexiones literarias de Franz Kafka. No me interesa plantear una correspondencia directa entre la obra de Tan y la de Kafka (si bien mucho podría elaborarse sobre instancias de esta obra como experiencias “kafkianas”), sino aludir a la tipificación que Deleuze y Guattari elaboran en torno a un cuerpo de obras que definen como “menores”: “Una literatura menor no es la literatura de un idioma menor, sino la literatura que una minoría hace dentro de una lengua mayor.” (Deleuze y Guattari 13) Precisamente, una literatura menor se vale de una lengua dominante, pero la “presiona” y “desterritorializa” hasta convertirla en una lengua de fuerzas (en vez de significaciones). Creo que esta operación es esencial en la novela gráfica de Tan y la conecta –más allá de su tema central- con la situación de las minorías, de los grupos minoritarios y de todo sujeto que busca alejarse de las formaciones sociales mayoritarias o dominantes.

Bajo esta mirada, el carácter “menor” de ciertas obras literarias involucra tres procedimientos fundamentales: desterritorializar una lengua, articular lo individual como un gesto político y funcionar como un dispositivo colectivo de enunciación. Con estas tres claves, trataré de ofrecer una lectura política de esta particular obra de Tan (y sospecho que son categorías atribuibles a otras de sus obras para niños y jóvenes).

Desterritorialización

La “desterritorialización” implica fundamentalmente un proceso de liberación o separación de las premisas socialmente reconocidas y aceptadas, específicamente de las premisas sobre el lenguaje. Me gustaría reflexionar sobre este proceso a partir del lenguaje visual. Emigrantes no sólo nos traslada a ámbitos sin palabras y en este sentido “desterritorializa” –como otras novelas gráficas- las formas clásicas de contar una historia y nuestras convenciones de lectura de textos escritos. Además, dentro de su propuesta pictórica y gráfica, ocurren desplazamientos, juegos, re-significaciones y dislocaciones sobre ciertos lenguajes artísticos tradicionales y soportes.No deja de resultar curioso que a finales de la primera década del dos mil, Tan escogiese explorar el viejo álbum fotográfico como formato para su obra más monumental. Abrir un álbum fotográfico parece en la actualidad un gesto casi arcaico y remoto. Los álbumes fotográficos recientes ya hace más de una década que emigraron a espacios digitales en los que lo íntimo y lo público se conjugan. Sin embargo Emigrantes reconstruye el soporte residual del álbum con nuevos sentidos. Esta operación ya nos invita a pensar una forma de “desterritorialización”.

La evocación que nos propone Tan de los procesos migratorios de finales del siglo XIX y principios del XX –rememorados en alusiones a fotos de archivos como el de Ellis Island– se nos plantea desde una posición desorientada, lejos del discurso histórico de los anales. Estos datos se re-significan al estar hilados dentro de un mundo memorativo pero extraño e inédito, invitándonos a pensar los procesos migratorios fuera de nuestras convenciones históricas, y a internalizarlos con cierta intimidad a través del formato del viejo álbum de fotos.

El lenguaje de los archivos -por excelencia fotográfico y realista- es “desterritorializado” y “reterritorializado” con elementos fantásticos, incluso afines a la ciencia ficción y otras formas de expresión de lo ficticio. Así, en su formato de álbum antiguo, la clásica imagen fotográfica sepia la hallamos conjugada con otros elementos inquietantes y nuevos. En este sentido, lo que creemos comprender o ubicar es realmente un referente huidizo.

Esta operación nos prohíbe entender a Emigrantes como una simple novela (gráfica) histórica que pretende hacernos ver verosímilmente un hecho distante de otra época. Aunque el juego de la remembranza se suscita al encontrarnos con tecnologías como el barco de vapor, los vestuarios anticuados y otros elementos de tono costumbrista, estos códigos están siendo “presionados” por la presencia de nuevas cosas: figuras oníricas, lenguajes trastocados, objetos que producen ciertas analogías –se sabe que hay “animales”, “grafías”, “frutas”, “máquinas” “verduras”, “sistemas de transporte”- pero no pueden nombrarse porque pertenecen a un mundo desconocido y relativamente ininteligible. Esta operación desestabilizadora no sólo nos conecta con un proceso que está subvirtiendo las formas tradicionales de representar (el lenguaje mayor), también logra ofrecernos una experiencia imaginaria del asombro y desconcierto de quien llega a tierras nunca vistas.

No obstante, la “desterritorialización” ocurre en su forma más plena a partir del código pictórico. El dibujo marcado por un tinte realista se ve constantemente “desterritorializado” con formas cercanas a la tradición surrealista. Emigrantes nos lleva así a leer un lenguaje que disloca lenguajes artísticos convencionales. Hay instantes donde la imagen adquiere rasgos simbólicos que rozan lo cósmico. En estas instancias del dibujo, se violenta el tiempo y las representaciones precisas para que lo emotivo puro cobre relevancia en la imagen.

Bajo esta mirada, no estamos frente a una obra que demande precisiones. No hay que saber con exactitud qué es todo lo que vemos, pero sí transitar una experiencia inédita. Esta neutralización del sentido –del ¿qué significa todo esto que leo/veo?- implica una alteración de los hábitos de lectura tradicionales. Así, el sentido es materia para la “línea de fuga” y lo que predomina es una experiencia que oscila entre lo que se “desterritorializa” y se “reterritorializa” generando nuevas posibilidades. El sujeto emigrante va conociendo y negociando su nuevo lugar y sus posibilidades de comprensión, al igual que nosotros como lectores de imágenes.

Todo es político

La literatura “menor” es –en esencia- un tipo de escritura política que se conecta necesariamente con una lucha. En otras palabras, la literatura “menor” se distingue de las “grandes” literaturas porque “en ellas todo es político” (29). Según Deleuze y Guattari:

“La literatura menor es completamente diferente: su espacio reducido hace que cada problema individual se conecte de inmediato con la política. El problema individual se vuelve entonces tanto más necesario, indispensable…Es en este sentido que el triángulo familiar establece su conexión con los otros triángulos, comerciales, económicos, burocráticos, jurídicos…”(29)

En la literatura “menor” los asuntos aparentemente individuales están inmediatamente conectados con una discusión política más amplia. Emigrantes es una novela (gráfica) moderna cuyo tema central no es sólo el desplazamiento, sino el poder. Desde el inicio, vemos en la partida del hombre protagonista una suerte de cola de dragón que acecha su existencia. Igualmente se muestran -con lenguajes simbólicos- otras historias de injusticias y emergencias, fijando una denuncia del abuso del poder autoritario en cada una de las historias de emigrantes que vamos conociendo a través del viaje del hombre. Así, estamos frente a una relectura “gráfica” de lenguajes que nos hablan -desde su particular construcción- de las vidas de quienes se han desplazado a la fuerza porque han vivido el horror de las guerras, las dictaduras, los totalitarismos y las persecuciones políticas.

Asimismo, la novela nos expone la vida de los emigrantes en un nuevo espacio que tampoco es ajeno a las mecanizaciones y las divisiones económicas. Las alusiones a las fábricas, la automatización de la cotidianidad y el empleo informal se manifiestan una y otra vez en los tránsitos del personaje.

Enunciación colectiva

En palabras de Deleuze y Guatarri, “lo que el escritor dice totalmente solo se vuelve una acción colectiva, y lo que dice o hace es necesariamente político.” (30) En este sentido, las literaturas “menores” funcionan como dispositivos de enunciación colectiva. No son simples obras maestras de un autor (en este sentido la obra no depende de la figura de Tan). En su maquinaria, Emigrantes nos lleva a experimentar los problemas de comprensión de una comunidad: la de quienes se han desplazado por problemas e injusticias graves. El sujeto que llega no es sólo el personaje masculino a quien conocemos de cerca. Son también las otras personas que están insertas en este relato de desplazados. Es su mujer, su niña, y todos los otros que han tenido que irse. Desde las guardas esta obra nos está pautando esta importante pista al ofrecernos una galería extensa de retratos anónimos.

Creo que Emigrantes nos permite repensar la literatura infantil y juvenil como un campo de acción y de fuerzas. Así, desde su carácter “menor”, nos ofrece vías para reflexionar el mundo con miradas empoderadoras que nos hacen ver y pensar otras cosas: experiencias marginales, luchas y anonimias trascendentales de lo humano.

Obras citadas

Deleuze, G. y Guattari, F. Kafka. Por una literatura menor. Trans. Jorge Aguilar Mora. México. D.F.:Ediciones Era, 1993.

Tan, Shaun. Emigrantes. Cádiz: Bárbara Fiore Editora, 2007.

***Imágenes usadas en este artículo: ilustraciones del libro Emigrantes (2007) de Shaun Tan, editado en español por la editorial Bárbara Fiore.


 
 

"Para Beatrice,
Querida, encantadora, muerta."

El tétrico epígrafe es nuestra entrada al primer libro de A series of unfortunate events traducido en Hispanoamérica como Una serie de eventos desafortunados. No es casual que los trece tomos de la saga están dedicados a esta figura, siempre ausente, muerta, amada y extraña que nos remite a la Beatrice de Dante. Es una primera estrategia para anunciarle al lector sobre el inicio de un viaje a través de distintos tipos de infierno. Aunque sus jóvenes lectores no necesariamente conozcan la importancia de La Divina Comedia de Dante Alighieri en la literatura universal, por lo que antes de perder la dulce ironía, la obra busca un segundo espacio de advertencia sobre el oscuro porvenir del lector: su narrador.

Los libros, escritos por Lemony Snicket, cuentan la difícil vida de Violet, Klaus y Sunny Baudelaire a partir del momento en que quedan huérfanos. Cada episodio desdichado es contado por este narrador de ultratumba, que tiene una visión omnisciente de todo lo que ocurrió. Él narra la historia con amargura y pesar, pero también con la necesidad mórbida de un periodista que debe contar la tragedia de estos niños para no dejar que cada nuevo lector la olvide. Su presencia es importante para ir entendiendo los lazos familiares de los Snicket, es el espacio de la memoria, aunque nunca veamos su participación como personaje dentro de la saga. Sin embargo, más importante que ir armando las piezas de la trama, es su voz y disfrutar de ese ingenioso humor negro sobre el que se fundamenta la obra.

Su narrador no solo usa el juego de palabras y un tono sombrío en sus comentarios sino también cita conceptos alrededor de la fatalidad que él mismo explica con ejemplos. Esto da cuenta de una especie de testigo constante pero, a la vez, de un diccionario humano que apela al lector infantil como en una novela de formación. Querido lector: no siempre ser un buen niño, por más que te lo diga un manual del bien hacer, es el camino que te toca. La vida es dura, enfréntala.

De 1999 al 2006, el escritor Daniel Handler usa el seudónimo del personaje para publicar los trece tomos ilustrados por Brett Helquist. Registra en ellos la vida de tres niños Baudelaire, que luego de un incendio donde sucumben sus padres, deben ser recibidos por un tutor legal que ellos les habían elegido antes de su muerte. El primer tutor que les asignan es el maléfico conde Olaf, un artista melodramático, codicioso y cruel que está dispuesto a cometer cualquier crimen para quedarse con el dinero de la herencia de la familia Baudelaire (y también de los Quagmire). Así empiezan entonces los periplos, yendo de un tutor a otro. Estos excéntricos personajes que acogen a los Baudelaire conocen siempre un final terrible, planificado o a veces improvisado por el conde Olaf que siempre parece llevarles ventaja con respecto a la situación.

Con la excusa de esta trama, se esconde una conspiración llevada a cabo por los V. F. D., una organización secreta “voluntaria apaga fuegos” cuyo logo se encuentra tatuado en el tobillo del maléfico Conde Olaf. En cada cambio de tutor, los tres hermanos van descubriendo más detalles sobre esta organización, y se empiezan a dar cuenta que la historia de sus padres es mucho más compleja de lo que pensaban. La organización, dividida por un cisma, forma dos grupos, los “buenos” que apagan los fuegos y los “malos” que los inician. Pero su división también se debe por otros conflictos: amores, desamores, desencuentros, codicia, envidias, deseos de separarse de la organización.

La moral en esta saga nunca es blanca o negra, hasta Lemony Snicket lo menciona en algún momento, cuando los Baudelaire se ponen a reflexionar sobre sus acciones (como tirar a la señora Lulu a los leones, o engañar a Hal en el hospital) y se dan cuenta de que aunque no lo quieran sus manos están manchadas de sangre y de crimen. Es un mundo tan negro, injusto y trágico que creer en la bondad y el bien cuesta muchísimo. A medida que la saga avanza, los Baudelaire empiezan a perder fe en esos valores que sus padres encarnaban. Pero la figura de los padres también se va oscureciendo porque los Baudelaire empiezan a preguntarse cuál era el rol de sus progenitores en la organización y el cisma. O cómo personas que se cruzan en su camino, cambian de decisiones e incluso de bando (basta ver la figura de Olivia Caliban alias Madame Lulu que termina por colaborar con ellos; o Fiona que acaba por traicionar a los Baudelaire e irse con el bando de Olaf). A estos tres hermanos, solo les queda confiar en ellos mismos.

Sus adaptaciones

Esta saga ha sido adaptada en dos ocasiones. La primera en una película del 2004 de Brad Silberling y en el 2017 en una serie creada por Mark Hudis y Barry Sonnenfeld. Al inicio, fui bastante escéptica con la serie porque tenía el recuerdo de la película. Yo que adoré la saga, que la había releído hasta el cansancio, entusiasmada porque con cada lectura ubicaba aún más referencias literarias. Fue quizás por eso que me conformé con la película porque era la única adaptación que existía. No me hacía completamente feliz pero con leer los libros y tener esa adaptación como ese apoyo visual, me bastaba.

La película retomaba los tres primeros libros y los condensaba. El Conde Olaf era interpretado por Jim Carrey, que lograba perfectamente el papel de actor fracasado pero pretencioso y creído. Ahora bien, en la serie del 2017 producida por Netflix, el gran villano es interpretado por Neil Patrick Harris. Y yo sigo creyendo, después de 16 episodios, que Jim Carrey era un Olaf genial, y que su cara era perfecta para encarnarlo al igual que su voz y su mímica. No tengo nada contra Neil Patrick Harris pero Jim Carrey puede hacer el payaso sin rayar en lo burlesco, mientras que Harris a veces roza lo ridículo. A pesar de eso, no podemos negar la buena química que tiene Olaf con el resto de su caricaturesca pandilla, lo que genera situaciones divertidas en cada capítulo.

Luego están los tres actores que interpretan a los hermanos Baudelaire en la serie, Malina Weissman, Louis Hynes y Presley Smith. Ellos son verdaderamente niños, mientras que en la película Violet (Emily Browning) y Klaus (Liam Aiken) parecían ser demasiado adultos para la edad que debían tener en el film. Además que en la serie se permiten hablar de los cambios físicos de los niños en cada una de las temporadas con humor. Como por ejemplo con la bebé, Sunny, a la que Klaus hace referencia al inicio de la segunda temporada denotando el cambio físico a pesar de que, temporalmente en la historia, siguieran en la misma escena del final de la primera temporada un año atrás.

Con respecto al personaje de Lemony Snicket, aún recuerdo la voz meliflua e inglesa de Jude Law en la película. En la serie, la voz es más bien tenebrosa, gruesa, con la que el actor Patrick Warburton le agrega otra personalidad, no solo atinada sino sumamente bien interpretada. Quien por cierto, a diferencia de la película, está presente en cada una de las acciones como un observador que comenta. Ese mismo papel lo juega Lemony como narrador en los libros. Era complejo mantener esta figura narrativa en la serie, y han conseguido adaptarla del discurso literario al de la pequeña pantalla.

También lo lograron con los libros. La primera temporada le dedica dos episodios de una hora a cada libro: Un mal principio, La habitación de los reptiles, El ventanal, El aserradero lúgubre y en la segunda temporada (que salió en 2018) continua con los cuatro siguientes: Una academia muy austera, El ascensor artificioso, La villa vil, El hospital hostíl y el Carnaval carnívoro. Gracias a su formato episódico y a la intervención del autor Daniel Handler en las decisiones de la serie, los creadores de esta producción le rinden un mejor homenaje a toda la riqueza de la obra de Lemony Snicket. En principio, está la ambientación que algunos han calificado de steampunk, con los colores siempre grisáceos, melancólicos y fríos. Es una representación muy atemporal aunque con indicios de encontrarse en los años 20 pero con toda una maquinaria de finales de siglo XIX. Los directores de arte logran darle vida a algunos de las ilustraciones con estilo de grabado de Brett Helquist, como los edificios en forma de tumba de la Academia Prufrock.

El respeto a la estructura de los libros es impecable, sobretodo con la manera en la que lograron hacer de la organización V. F. D. una trama central que se va desarrollando sin traicionar aún todos sus secretos. Este juego misterioso se sostiene, incluso para los que ya hemos leído la saga anteriormente. Otro acierto fue integrar a personajes que no existían o que aparecían en otros libros de la saga como la secretaria Jacqueline, o el mesero Larry u Olivia Caliban (que sin duda es una referencia a Shakespeare y que recuerda a Miranda Caliban, otro personaje de la Tempestad y que está en la isla del último tomo). En la película, en cambio, se ven pocos indicios con respecto a V. F. D. pero no los suficientes. Es verdad que en los tres primeros tomos no se sabe mucho de este tema, pero durante la saga se vuelven a visitar muchos detalles que empiezan a cobrar sentido. Esto deja un poco decepcionado a los que esperan una estricta adaptación de los libros.

Esta libertad con los personajes de la organización que han tomado en la serie puede llegar a satisfacer a los lectores, ya que en la saga uno siente que no queda casi nadie de V. F. D. o no se les encuentra nunca. Por eso nos conformamos con la trampa que siempre cae como Deus Ex Machina para acabar con la poca felicidad que logran encontrar los Baudelaire. Ahora bien, esta dilatación de la trama, que también depende de esos silencios, esos suspensos, esos cuentos-que-no-nos-contarán-nunca pueda también volver a la serie algo pesada en su ritmo. En la serie siguen tirando de un hilo para contar tres temporadas, expandiendo, añadiendo subtramas, y a veces se siente forzado.

Una queja, formal, alejadísima de mi purismo con respecto a la adaptación del libro a lo visual, sería la música. Otra vez, vuelvo a referirme a la película porque Thomas Newman había logrado capturar la esencia de la saga y transformarla en música. La serie, por su lado, tiene una canción en los títulos, cuyo refrán es “Look away” y que va con la idea general de la obra de Lemony Snicket, que siempre escribe bajo el modo de la advertencia del “lo que van a leer es horrible así que mejor deberían leer otra cosa” pero él sigue contando, y eso atrapa aún más. Así que el “Look away, look away” funciona, pero a mí, por alguna razón, me resulta agotador.

Y luego están las secuencias musicales (sobretodo la de La Ventana Vil o la de El Ascensor Artificioso), que me parecen excesivas o casi ridículas. La manera de filmar es algo burlesca, y lo que se ve es ya de por sí como muy hiperrealista, entonces añadirle una escena musical es sacarnos totalmente de la ilusión narrativa o cinematográfica. A mí me pareció de muy mal gusto. Porque lo que pasa es que la serie logra recrear esa atmósfera rara, oscura, mórbida de la saga que al mismo tiempo releva de lo irreal, de lo fantástico. En un mundo que ya de por sí está marcado por lo extraño, lo fantasioso, siento que lo musical está de más. Los personajes no pueden cantar. No está en su esencia. Además no hay nada que cantar. Justamente, todo yace en lo no-dicho, en lo misterioso, en lo apenas sugerido y en ese determinismo trágico que se siente, ese peso de la fatalidad que está en todos lados pero que, como buenos personajes de tragedia, nunca es evocado por ellos, solamente por Lemony Snicket, que tiene entonces el rol de corifeo.

A pesar de estos detalles, que me siguen molestando, la cinematografía es muy acertada. Tiene unos toques casi burtonianos o inspirados en ilustraciones de Edward Gorey (¿o es casual que la estética en La habitación de los reptiles evoque al libro El Jardín Maléfico?). En cada episodio se juega con una luz fría sobre colores que pudieran ser cálidos, sobre el mundo tan gris como una taza de agua sucia, con esa piel blanca de los actores como si estuviesen cubiertos de talco, con ese burlesco tétrico que huele a muerte pero que nunca la pinta como es, sino como una desaparición, una ausencia, un vacío. Es melancólica sin pesarte, la muerte está incorporada a la vida, la vida parece casi un cementerio (academia Prufrock) y eso hace que cualquier grano de felicidad brille más que cualquier cosa en este mundo tan sombrío. Y esos toques de luz, se los da esa otra inspiración cinematográfica que en sus disfraces, sus escenarios, su representación de una época atemporal que recuerda a las películas de Wes Anderson, que son tan limpias y tan pulcras como el apartamento de los Squalor, que está llena de detalles en los planos que solo son dignos de un obsesivo compulsivo. La mezcla de estas dos estéticas, de estas dos visiones, estos dos lentes que ven el mundo pintan un paisaje que es excéntrico, raro, único y que corresponde al de la saga. Tal vez eso es, que hace que su adaptación sea tan polémica, es que el mundo de Snicket es tan raro que verlo da ganas de frotarse los ojos y decir “pero no es real”. Entonces significa que los productores de la serie lo han logrado. Y sorprendentemente bien. Y eso me hace muy feliz.

Sus referencias literarias

El mayor aliado que siempre tienen los Baudelaire es la biblioteca y el acceso al conocimiento. Esta muchas veces parece menospreciada por los adultos pero los libros y la palabra no dejan de tener importancia en la historia (incluso aquellas que balbucea la bebé Sunny, y cuyo significado entienden muy pocos); es por eso que también resaltan las referencias literarias que son un juego vital para lectores atentos. Desde los nombres de los personajes: los Baudelaire (¡como el querido Charles!), los Squalor (como el título de una novela de Salinger), el señor Poe; a los lugares (la academia Prufrock como el poema de T.S.Eliot, el submarino Queequeg que se llama así por un personaje de Moby Dick), los libros que leen Isadora la poetisa y Klaus, el lector de los hermanos. La fuerza de esta saga yace en la ingeniosidad de sus personajes, sobretodo de los jóvenes: lectores, inventores, siempre ávidos de conocimiento, acumulándolo y reutilizando para sobrevivir.

La saga también nos muestra la importancia de la literatura: desde darles recursos para sobrevivir a los niños, a mostrarles que el conocimiento está a su alcance si lo buscan. los libros pueden convertirse en un escudo para mandar mensajes codificados o ser un arma, que es lo que se ve en el último tomo de la saga. En El fin, los Baudelaire naufragan en una isla dominada por un hombre llamado Ishmael, “llámenme solo Ish”. Este personaje se ha inventado reglas, como un Crusoe en su isla para legitimar una especie de gobierno que él encabeza. Dice que lo hace por el bien de todos, pero también mantiene a los habitantes como corderitos mansos al darles una bebida de coco fermentado. Pero, lo que es curioso, es que este personaje posee una cueva, en la que estuvo recogiendo cosas que encallaban en la isla y que pudieran ser útiles (especias, armas) y lo más importante, cada libro que sobrevivía al naufragio. Ishmael, inspirado en un personaje de Moby Dick, remendaba con paciencia y escondía con cuidado estos libros porque sabía que las palabras eran un arma cargada de futuro. Es decir, eran un peligro porque hablaban de libertad. Ponían a los lectores a pensar, a cuestionar las cosas y eso podría acabar con su gobierno. Hacer que las personas en la isla leyeran, revelaría que todos habían pasado un contrato social con Ishmael, manipulados por sus intenciones por el bien común.

En fin, que sigo releyendo los libros en mi cabeza, saboreando el mundo creado por Snicket y al menos estoy contenta de que le hayan dado vida de nuevo, de que lo hayan vuelto a traer al mundo porque me parece que es una saga que merece ser leída y apreciada. Se siente que detrás de la producción hay respeto hacia los libros (o un Daniel Handler muy quisquilloso). Mantienen el mundo que se creó dentro de la saga y todo la riqueza que lo compone. Aún tengo mis reticencias con respecto a la serie pero siguen siendo más las cosas que me gustan. Sigo a la espera de la próxima temporada, porque a mi parecer los mejores libros son los últimos cuatro, donde los niños van creciendo, endurecidos por las desdichas, y donde los lugares en los que se encuentran se van poniendo cada vez más interesantes (la montaña, el grotto, el hotel, la isla) y esto se va a convertir en un reto para los directores. Los lectores, ahora vestidos de espectadores, seguiremos esperando un final digno a las desdichas de estos tres hermanos y un trágico desenlace para el Conde Olaf, sea cual sea, pero que no sea cantando.


 
 
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Cultura, libros, infancia y adolescencia

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