Actualizado: 2 sept 2021
¿De qué dependerá que la adaptación de un libro al código cinematográfico sea feliz o fallida? Pues depende de un fantasma. Del respeto y el cariño sincero que el cineasta le guarde al espíritu de la obra. Es evidente que no se trata de que las palabras del libro sean traducidas literalmente por medio de imágenes y sonidos al discurso audiovisual, ya sabemos –como bien lo han dicho los italianos con su traduttore traditore- que la traducción tristemente está estrechamente asociada con la traición. En esa traducción hay mucho que se pierde, mucho que cautiva en el papel pero que luego decepciona en la pantalla. Así que la obra cinematográfica parece exigir su propia autonomía: me parezco a la obra literaria en la que me inspiro pero definitivamente soy distinta, soy una obra nueva.
Son muchas más numerosas las adaptaciones fallidas o infelices que aquellas que logran hacer honor al espíritu de la obra original. Y, aunque muchos críticos especializados hayan considerado que la versión cinematográfica de La invención de Hugo Cabret de Martin Scorsese (inspirada en el libro de Brian Selznick) es una película digna de ser encajada en el primer grupo, yo soy de los que opina que tiene razones de sobra para merecer su entrada en el grupo de las buenas adaptaciones fílmicas. Sucede con las películas dirigidas para niños lo mismo que aplica a los libros de la literatura infantil y juvenil: una buena obra para niños y jóvenes es, al final, una obra buena para todas las edades. Quizás esta fue una de las razones por la que el libro recibiera la Caldecott Medal en 2008. Brian Selznick, en su momento, había dicho que su libro no era una novela ni un libro de imágenes, ni una novela gráfica, o un libro animado o una película, que era una combinación de todas esas cosas. Scorsese entonces tomó todos esos discursos y planteó uno nuevo, en 3D.
El gran Martin Scorsese, autor de películas tan afamadas como Taxi Driver, Toro Salvaje, Los infiltrados y Casino, incursiona en el cine dirigido a niños con La invención de Hugo Cabret (2011) y demuestra no solo que es un grandísimo cineasta (que eso ya lo sabíamos) sino que es también un magnífico lector. De esos lectores que se apodera de la historia original que le cautiva, pero que renuncia a hacerle una simple adaptación cuadro a cuadro o fotograma por fotograma. Scorsese nos ofrece su visión libre y auténtica del libro y que por momentos se parece un montón a las ilustraciones y atmósferas que ofrece la novela, pero en otros momentos se deja llevar por su propia mirada, se separa del papel y logra constituirse en una obra nueva, personalísima. Como si el cineasta se señalara a sí mismo con el dedo y nos quisiera dejar bien claro: “así lo veo yo y así lo complemento con mis propios ingredientes para ofrecer un nuevo platillo”. El espíritu de Hugo Cabret, ese fantasma entrañable que habita en el libro de Selznick, primera novela en merecer la medalla de honor Caldecott en el 2008, también conforma la esencia de esta película recientemente nominada a los premios Oscar.
Es importante remontarse a los orígenes del cine, no solo porque La invención de Hugo Cabret aborda el tema de la vida y obra de George Méliès (uno de los primeros y más prodigiosos magos de la historia del séptimo arte), sino porque hay algo en esos orígenes que deberíamos rescatar. El cine nace en el seno del vaudeville, en esos locales nada elegantes donde las chicas bailaban cancán, donde se bebía absenta y donde el pintor Toulouse Lautrec dibujó los afiches que luego se hicieron tan famosos. No nace como arte, tampoco como un medio para educar o ideologizar. En sus inicios, se trata de algo extraordinariamente parecido a un espectáculo de magia. Un truco para abismar, para sorprender, para emocionar, igual que un mago que partía en dos a su asistente con una sierra o a un escapista que se libraba de sus cadenas y candados desde el fondo de una pecera. Años más tarde es cuando se instaura y difunde esa mirada reverencial sobre el cine para entonces hacerlo sinónimo de arte, de mecanismo para adoctrinar o transmitir propagandas y valores, o como un mercado que busca entretener para obtener ganancias masivas. Sin embargo, hubo un mago rebelde, uno que siguió insistiendo –y a eso dedicó su vida y obra- al considerar que el cine era un tipo de magia: George Méliès.
Méliès fue todo un pionero de los efectos especiales. Es el padre del cine fantástico y de ciencia ficción, un brujo noble que buscaba hacer nuevos hechizos por medio de trucos que nunca antes había sido posible ejecutar. Méliès nos hizo viajar a la Luna y al fondo del mar, se tomó la molestia de colorizar a mano cada fotograma para que las películas dejaran de ser en blanco y negro, nos enseñó que la gente podía desaparecer por medio del montaje y que a los selenitas se les puede aniquilar de un paraguazo en caso de que se pongan violentos. El gran George se gastó hasta el último centavo para poder hacer sus películas, pero fue un artista incomprendido, un autor que estaba haciendo un cine del futuro para el que los hombres de su tiempo no estaban aun preparados. Fue tan incomprendido que acabó por deslastrarse de todas sus películas y de toda la utilería con la que contó para hacer sus prodigiosas obras de arte. Y, fue así, lleno de frustración y en bancarrota, cuando en 1925 decidió abandonar el cine. Se reencontró con Jeanne d'Alcy, una de sus principales actrices, y con ella se ocupó de montar un quiosco de juguetes y golosinas en la estación de Montparnasse. Allí mismo, años más tardes, fue reconocido por Léon Druhot, director de Ciné-Journal, quien lo rescató del olvido.
Y esa, la del rescate del olvido, es una metáfora esencial para comprender La invención de Hugo Cabret. Es el verdadero espíritu entrañable que habita en la obra literaria de Selznick y también en la película de Martin Scorsese. Este film es un homenaje al cine y también acaba siendo una hermosa reflexión sobre su naturaleza perdida. ¿Qué es el cine y para qué sirve? La respuesta que parece sugerirnos Selznick resulta idéntica a la de Scorsese y también a la de Méliès: es como la magia, aparentemente no sirve para nada pero precisamente por eso sirve para todo o para casi todo. Es el espacio donde la fantasía, los sueños y las invenciones más imaginativas irrumpan en nuestra realidad. Que vaya que no es poca cosa.
Algunos aficionados de la obra de Scorsese se han sentido defraudados o confundidos por su incursión en este universo de la cinematografía para niños. “Ese no es el gran Martin Scorsese, necesitamos que vuelva a hacer las películas a las que nos tiene acostumbrados”. Pero me temo que al pensar así se equivocan, pues La invención de Hugo Cabret es una de las películas más congruentes y personales del gran “Marty”. Desde 1990, Scorsese lleva junto a unos amigos una institución llamada The Film Foundation, organismo encabezado por Martin que se ha dado a la tarea de velar por la conservación, restauración y exhibición de películas clásicas con el fin de que no sean olvidadas, y la gente de nuestros tiempos tenga acceso a ellas. En fin, para que a esas joyas del pasado no les ocurra lo que a Méliès. Algunos de los involucrados con The Film Foundation han sido Clint Eastwood, Francis Ford Coppola, Robert Altman, Steven Spielberg, Woody Allen, George Lucas y Stanley Kubrick, Wes Anderson, Ang Lee y Peter Jackson.
La invención de Hugo Cabret sirve de excusa entonces para reflexionar y ofrecer una mirada particular sobre algo que preocupa fundamentalmente a algunos autores: el cine tiene que rescatar su condición de sinónimo de magia. También sirve como un llamado de atención: hay que volver nuestras miradas sobre los autómatas (la invención de Hugo y su padre es un autómata que dibuja escenas memorables de las obras de Méliès), porque ellos también son los portadores de ese encanto perdido que deberíamos rescatar, criaturas fascinantes de los tiempos en los que los hombres hacíamos máquinas imposibles que supuestamente “no servían para nada” pero que nos daban licencia para soñar. Y, finalmente, tanto el libro como la película (dos gemas que no tienen desperdicio) nos están metiendo el dedo en el ojo para que pensemos y repensemos la importancia de construir un canon personal: ¿a quiénes nos gustaría rescatar?, ¿quiénes son los olvidados que deberíamos volver a tomar en cuenta para que la historia los reivindique y los coloque en el sitial de honor que se merecen?
La tarea es de todos. Selznick, Scorsese y Méliès por lo visto nos están invitando a ser más que testigos. Nos toca a todos buscar en los sitios más recónditos, en esos quioscos atestados de juguetes, golosinas y cositas menores que “no sirven para nada o que la gente ya olvidó”. El fantasma que habita en La invención de Hugo Cabret nos está esperando allí para que lo rescatemos y pueda así hacer de nuevo su magia.
***Imágenes usadas en este artículo: 1. Foto original de George Mèlies en su quiosco de juguetes (1928). 2. Fotograma de la película Hugo de Martin Scorsese. 3. Ilustración del libro La invención de Hugo Cabret publicado por SM.
Actualizado: 2 sept 2021
“Me muero por alguien así como H”, dice una de las fanáticas en la cola del cine. “Lo amo”, remata otra con un grito. A primera impresión, no se distingue si hablan del personaje de la película Tengo ganas de ti, o se refieren directamente a Mario Casas, el actor que lo interpreta. El hombre ideal es el lugar común con más lucro en la historia del cine y la literatura para adolescentes. Sin embargo, H, como prefiere Hugo que lo llamen en la película, no es de la tradición de Edward Cullen. Este es más bien un héroe en decadencia, el hombre al que toda mujer desea salvar. Hugo, quien realmente es una reinvención española de Step, el personaje de los libros A tres metros sobre el cielo y Tengo ganas de ti, es un personaje con problemas severos de violencia, un joven de posición acomodada que le gusta las carreras de motos y colarse en las fiestas, con la intención de provocar a su entorno social. H es un personaje repetido, un rebelde sin causa, el James Dean del siglo XXI. No hay sorpresas. Al menos no para aquellos que tienen los miles de referentes canallas en la historia del cine. Nada está inventado. Pero si entras al cine con este grupo de adolescentes, novatas en el área de enamorarse del utópico chico malo y que, además, descubren en este personaje la posibilidad de una historia de amor donde la entrega es absoluta, se hace irremediable que conectes con la utopía rebelde de ese joven que (no) fuimos.
Step primero en libros, H luego en películas
Federico Moccia, autor de los libros en los que se inspiraron las películas, sabía del éxito de escribir sobre una historia de amor rebelde en sus libros. Por esta razón, en 1992, se financió la edición de A tres metros sobre el cielo, título previo a Tengo ganas de ti, donde se inicia la historia de amor de Step (H) y Babi. Su libro no había sido aceptado por ninguna editorial hasta que el repentino éxito de su autoedición, lo condujo a que en el 2004 la editorial italiana Feltrinelli los editara. El boom llegó a más jóvenes italianos, sobre todo al público femenino, quien encontró un espacio donde identificarse con una historia de amor loca e irracional. Estos jóvenes, imitando patrones, se encargaron de reproducir en distintas calles italianas el graffiti “tú y yo a 3MSC” que Step le hace a Babi. De la misma manera, en el segundo libro, varios italianos se hicieron de la tradición de cerrar candados en El Ponte Milvio, el puente más viejo de Roma, para tirar las llaves y consagrar su amor. Así como hizo Step (H).
Las adaptaciones al cine en Italia, fueron igual de exitosas, acompañadas además con la banda sonora de Tiziano Ferro, que en ese entonces representaba también un valor agregado en la cultura pop juvenil. Tengo ganas de ti, como era de esperarse, fue un estallido comercial logrando que su versión cinematográfica en italiano fuera la tercera película más vista en Canadá en el 2007.
Para la fecha, editorial Planeta decide publicar en español los libros en su colección para adultos, logrando para el 2010 su reimpresión número 17. Eso demostraba que el amor a Step (H) poco tenían que ver con la fantasía que inspiraban los actores Riccardo Scarmacio o Mario Casas en las películas. Aunque también es cierto que la adaptación en España de ambos libros al cine, realizadas por el director Fernando González Molina, consiguió un mayor acceso al mercado iberoamericano.
H, Babi, Ginebra, Katina y el destino
H pierde el sentido de pertenencia al descubrir la doble vida de su madre, y siente además su abandono siendo la persona que más lo apoyaba. El rechazo a la familia lo conduce a un reto constante con los límites. Hasta que conoce a Babi por casualidad en un atasco de autos. Él la llamará “fea”, ella lo llamará “bruto”. Los patrones quedan marcados en la antesala. Luego el destino novelesco, los hace tropezar en una fiesta de jóvenes acomodados a la que H llega junto a sus amigos, generando distintos tipos de destrozos.
Babi es un personaje absoluto, herencia de una madre que cumple a cabalidad los establecimientos sociales. Babi conoce el futuro de su vida preconcebida: ser excelente estudiante, buena hija, encontrarse a un marido que la represente, ser una ama de casa excepcional. Babi no sabe cómo permitirse errores en su vida “perfecta”, por eso trata de ser una consejera para su hermana -un inquieto hervidero de hormonas-; pero también se rodea de su impetuosa amiga Katina, quien le enseña a ser más flexible con H. Es por esto que, en la relación fría y matemática que Babi mantiene con la vida, y tras recibir el primer gesto de afecto de H, sus valores cambian radicalmente a otro gran absoluto: el amor.
Babi es una adolescente que se entrega, enfrenta a sus padres, no conoce sus propias barreras hasta que la incertidumbre de estar con alguien de quien desconfía, le gana la batalla. Babi, en el fondo, no puede ser imprevisible. Su concepto de mujer no está programado para eso. Katina, al contrario, evoluciona de manera distinta, y su historia de amor se pasea por otros espacios más felices con “Pollo”, el mejor amigo de H, a quien conoce mientras le roba la cartera. En este acto de rebeldía, Katina descubre que sus límites son más maleables. Convirtiéndose, probablemente, en el personaje que evoluciona con más coherencia en la historia de ambos libros (películas), dentro de esta gama de valores absolutos donde es difícil encontrar un término medio.
Roma o Barcelona, el escenario es una excusa para estos amantes que heredan ciertos aspectos del sino trágico de Romeo y Julieta. El peor dolor no está solo en la muerte, por el contrario se encuentra en la renuncia como el significado de la adultez. Babi acepta crecer según sus preceptos y se rompe por dentro. H decide irse a Londres para superar el duelo, quebrándose en su viaje a la adultez. Pero el adulto, al contrario, es sometido a un karma moral sobre sus actos en cuanto a la juventud. Solo el padre de Babi logra salir airoso de la debacle que significa irrespetar el amor adolescente. Todo aquel que interviene en el destino de H o Babi en A 3 metros sobre el cielo, recibirá su castigo en Tengo ganas de ti, como si de una tragedia griega se tratara. La madre de H se enferma, la madre de Babi ve su matrimonio hundirse junto al futuro de su hija menor. Y es que en las películas todo es intenso: el amor, el deseo, la rabia y el dolor. Nada ocurre por casualidad. Si Babi y Hugo se conocieron en la infancia en A 3 metros sobre el cielo, están predestinados a reencontrarse; en Tengo ganas de ti, Hugo conocerá a Gin, quien lleva un registro fotográfico de su vida antes de su estadía en Londres. El destino no se toma a la ligera, signa los lazos que juntan a todos los personajes, y conecta con el inconsciente de un lector o espectador que se aferra a la idea del amor eterno.
El regreso de Hugo es la línea argumental de la segunda película, donde además conoce a Ginebra, quien representa solidez, estabilidad. Ella personifica todos los valores contrarios a Babi, significando un reto para H, quien desconoce las armas que debe usar para conquistarla. Es ella quien lo seduce, lo enamora. Gin se cubre tras una fachada de absoluta independencia para esconder un amor que la llevó a seguirlo a través de su historia, e incluso llegándole a exigir una fidelidad a lo que ella representa. El destino, nuevamente como un karma, ataca a la adultez de Babi y Hugo, quienes al encontrarse finalmente, acaban activando el motor de la desgracia en el resto de los personajes. Llegan de nuevo las renuncias.
Ambos libros y sus películas apelan al sentimiento, no tiene escondrijos ni mensajes secretos. En la obviedad de sus razones está el éxito desproporcionado. Es una historia de amor para mujeres donde, curiosamente, el protagonista es un hombre. Y no hay un mayor placer culposo para una mujer que ver lo que se esconde tras la fachada de un hombre duro, rebelde. Verlo enamorarse, sufrir y, finalmente, perdonarse los errores. Estas razones son suficientes para sentarse en el cine, sin culpas, olvidándote de que eres parte de una obvia maquinaria comercial, pero reencontrándote con el predecible sentimiento adolescente. Con la mejor de las suertes, te descubrirás gritando: “H, tú y yo a tres metros sobre el cielo”.
***Imágenes usadas en este artículo: 1. Póster promocional de la película Tengo ganas de ti, versión española, dirigida por Fernando González Molina. 2. Detalle de portada del libro A tres metros sobre el cielo, editado por Planeta. 3. Fotograma de la película a A tres metros sobre el cielo. 4. Fotograma de la película Tengo ganas de ti. 5. Trailer de la película A tres metros sobre el cielo.