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“En el Corán, lo primero que Dios le dijo a Muhamad fue: Lee”
Alia Muhammad Baker, citada por Jeanette Winter en La Bibliotecaria de Basra.

Estábamos en la sección infantil de la biblioteca pública de Waterloo (Canadá), la ciudad en la que vivimos, cuando me recomendaron que leyera La bibliotecaria de Basra: una historia real desde Irak (2004) escrita e ilustrada por Jeanette Winter y editado en español por la editorial Juventud. VM, mi hija de 3 años, y yo pasamos las mañanas de los jueves leyendo cuentos allí. Es uno de nuestros paseos favoritos, así que rápidamente pude posar mis manos en el libro. Tenía una idea general de lo que trataba: el acceso a la lectura en el Medio Oriente. Incluso el subtítulo me daba pistas: “Una historia real desde Irak”. Esa simple palabra: “real”, me hizo temer que historias demasiado duras para VM aparecieran en esas páginas. Imaginaba palabras más crudas como guerra, muerte, exclusión saliendo sin control del libro. Y es que, después de ser mamá, no importa cuantos libros o noticias haya leído, cuantas historias escuché en el pasado, una parte de mi simplemente prefiere olvidar todo eso tan real. Como si afirmara con la más profunda ingenuidad: “Ahora VM está en el planeta, y deseo con toda mi alma que su mundo no contenga historias de tanto dolor”.

Fue con esa candidez con la que abrí el libro. Y también con la ilusoria certeza maternal de tener el control de la lectura: finalmente se trataba de un libro infantil y estábamos a salvo. Así nos enfrentamos a la conmovedora historia de Alia, la bibliotecaria de Basra, quien protegía los tesoros de la biblioteca en plena guerra. Una biblioteca que fue quemada y cuya colección, en su mayoría, fue salvada por los esfuerzos furtivos de Alia y otros civiles que protegieron los libros en sus casas y negocios.

Winter usa solo las palabras precisas y nos guía de la incertidumbre a la debacle. Desde allí abre las ventanas para dar paso a la luz y reemplazar el miedo por la esperanza de la paz representados en Alia y todos los héroes y heroínas cotidianas. Sus ilustraciones, que remiten al arte popular, aparentemente sencillas, planas y sin profundidad buscan más bien resaltar el valor plástico de estos lienzos. El uso de figuras superpuestas apelan a lo humano junto a una composición de colores vivos y brillantes, reforzando de esta forma la esperanza en una historia sobre la incertidumbre y la guerra.

A medida que VM y yo avanzamos en nuestra lectura encontramos imágenes de fuegos y tanques, de personas huyendo. Hay armas y expresiones de desesperanza marcadas en los rostros y los paisajes incendiados. VM nunca ha visto grandes fuegos. El color naranja de las ilustraciones le llamaba la atención y nos condujo al encuentro con aquello tan “real” que tanto temía:

¿Por qué hay tanto fuego?– pregunta VM.

Son incendios, VM. Son incendios que ocurrieron en la guerra– logro responder entre todas mis dudas.

¿Qué es la guerra?– pregunta VM, como era de esperarse.

Es cuando las personas y los países se atacan, y hacen incendios, hay mucho fuego y la gente tiene que huir– me atropello a responder.

Pero ¿por qué hay guerras?– dice VM. Ya para ese momento me veía con los ojos muy abiertos y asustados.

Porque los adultos pueden ser muy tontos– es lo mejor que llego a responder y la verdad es que todavía no se me ocurre una mejor respuesta.

Confieso que después de esa conversación corrí entre las páginas del libro y salté hasta las últimas, en las que Alia sueña con el retorno de la paz.

No estaba preparada para acompañar a VM en esta lectura, no todavía. Por su edad, a lo mejor ella tampoco estaba lista. Ambas nos quedamos conversando sobre la guerra y la fortuna que teníamos de nunca haber vivido una. Hablamos del diálogo, de las formas en que podemos mantener la atrocidad al margen. Así VM y yo le ganamos al miedo.

Una sensación quedó en el aire, sin embargo. Algo ya no lo vivimos igual. Nuestras idas a la biblioteca toman ahora otro tono, que a veces se parece a la insurgencia, una demostración de nuestra presencia en este planeta y nuestra curiosidad por escuchar sobre la vida y las experiencias de otras personas, otros pueblos. Con ese espíritu de solidaridad, y esa alegría de vivir que transmite Winter me atreví a comprar otro título de la misma autora: La escuela secreta de Nasreen: Una historia real de Afganistan (2009).

Estas experiencias lectoras con Winter me hacen visitar una cita del crítico canadiense Perry Nodelman en su ensayo Todos somos censores, donde afirma que: “si le damos a los niños conocimiento del mundo, podremos discutirlo con ellos, y comunicarles nuestras propias actitudes. En cambio, si preferimos mantenerlos ignorantes de todo lo que rechazamos (teóricamente porque lo estamos protegiendo de eso), perderemos la oportunidad de sostener este tipo de discusiones”. En mi caso, el encuentro con el libro fue inesperado, me permitió discernir con VM sobre la guerra, así como sugiere Nodelman. Pero para el segundo título de Winter, La escuela secreta de Nasreen, ignoraré la teoría. Se lo reservo a VM para cuando sea mayor, o quizás para cuando yo tenga más herramientas para acompañarla en su reflexión.

La escuela secreta de Nasreen cuenta la historia de una niña cuyo padre es desaparecido por el régimen Talibán entre el final de la década de 1990 y el principio de la década de 2000. Su madre desaparece un día en que decide ir a buscarlo y Nasreen queda sola con su abuela, una mujer que sufre por la desaparición de su hijo y su nuera, y que lamenta profundamente que su nieta no pueda acceder a la escuela tal y como ella lo había hecho en su propia infancia. Nasreen se sumerge en la tristeza a partir de la desaparición de su madre y su padre, y la incertidumbre de no saber si los volverá a ver. Así pasa sus días en silencio y no puede asistir a la escuela pues el régimen Talibán prohibió que las niñas estuvieran escolarizadas, así como prohibió a las mujeres trabajar fuera de sus hogares o si quiera salir de ellos a menos que contaran con un chaperón. Preocupada por el mutismo de Nasreen, su abuela encuentra una escuela clandestina, a la cual asisten niñas y reciben clases de historia, arte, lengua y matemáticas. Con el tiempo, la pequeña recuperó la sonrisa y el don de la palabra: “Nasreen no se siente más sola. El conocimiento que guarda dentro siempre estará con ella, como un buen amigo”.

Winter relata esta historia real, por la que fue galardonada con el premio Jane Addams en 2010, con mucho respeto, narrando desde la voz de la abuela de Nasreen. Sus ilustraciones sencillas y claras nos hacen llegar un poco de luz en la penumbra en la cual las heroínas se van emancipando de la tristeza y el ostracismo. Una vez más la autora nos habla de victorias cotidianas y luchas permanentes, sin euforias pero con mucha esperanza.

Todos los días hay niñas que como Nasreen hacen de su acceso a la educación una victoria cotidiana. Hace unos años los medios de todas partes nos presentaron a Malala Yousafzai. Malala es una adolescente de Pakistán, que vive en la región del valle de Swat donde los talibanes tienen un poder importante sobre la población y el territorio. Malala defendió su causa bajo seudónimo en un blog en el 2009, comenzando ha ser una activista por el derecho de las niñas a la educación desde muy temprana edad, y ha enfrentado públicamente el régimen Talibán desde que tiene 11 años, cuando dio un discurso a los medios de comunicación pakistaníes que tituló “¿Cómo se atreven los talibanes a arrancarme mi derecho básico a la educación?”.

Hija de un educador, esta adolescente se convierte en una figura pública nacional e internacional a favor de la educación de las niñas en Pakistán y en contra del control Talibán. Malala también se convirtió en objeto de amenazas de muerte desde hace más de dos años. Estas amenazas se materializaron en un atentado realizado en octubre de 2012 el cual se adjudicaron las fuerzas talibanas. Malala y dos de sus compañeras resultaron gravemente heridas.

Malala se recuperó luego de pasar por cuidados intensivos, dos operaciones y su transferencia a un hospital en Inglaterra. Ya retornó a la escuela, esta vez en Birmingham, Inglaterra y escribe sus memorias. Su valentía la ha hecho el centro de movilizaciones globales a favor de la educación de las niñas y celebrará su cumpleaños número 16 dando un discurso en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York.

¿Por qué esperar un acto tan visible de violencia para que hayan posturas definitivas al respecto? Me pregunto también si otros actos de crueldad tienen que ocurrir para que estas posturas se materialicen en acciones efectivas y respetuosas. Esperemos que no. Por citar un ejemplo de acciones constructivas a partir de un acto de violencia, IBBY Pakistán ante este hecho, invitó a niños de todo el mundo a enviar postales para Malala, invitación que en Venezuela recibió el Banco del libro y que, a su vez, otorgó a La rana encantada quien junto a la Ludoteca, realizaron actividades en el marco de postales para la paz. Reunieron a un grupo de niños que reflexionaron sobre la situación de Malala y los derechos de los niños, niñas y adolescentes. De esta experiencia colectiva bajo la sombra de un tema tan complejo, surgieron reflexiones como las de Jesús, que con 11 años asume que “la escuela es un pájaro porque aprender hace volar tu mente y tu imaginación”. Este encuentro dejó en evidencia diversas ideas sobre la paz, la violencia y la educación de las niñas por parte de los niños. Multiplicar estos espacios de discusión y creación, invitan a niñas y niños a pensar sobre temas que nosotros, como padres, corremos el riesgo de censurar pero a la vez nos educan a nosotros para conocer nuevas herramientas y alternativas para abordar estos temas.

Entretanto, ¡larga vida a las Malalas y Nasreens! no sólo a aquellas en el Sur de Asia y en el Medio Oriente, sino también a las niñas, niños y jóvenes del resto del mundo que se abren paso a las escuelas y bibliotecas entre conflictos armados, la pobreza y el fundamentalismo.

Por mi lado, VM y yo continuaremos abriéndonos mundos (o quizás abriéndonos al mundo) un libro a la vez.

***Imágenes usadas en este artículo: 1, 2. Ilustraciones del libro La escuela secreta de Nasreen: Una historia real de Afganistan, escrito e ilustrado por Jeanette Winter, editado en español por la editorial Juventud. 3. Ilustración del libro La bibliotecaria de Basra: una historia real desde Irak escrito e ilustrado por Jeanette Winter, editado en español por la editorial Juventud. 4. Video de Malala Yousafzai al ser reconocida por el Premio Nacional de la Paz 2011 otorgado por Pakistán.


 
 

Actualizado: 18 ago 2021


Vacaciones en Mendoza

Conocí La Saga de los Confines en el año 2009, en unas vacaciones en Mendoza, provincia de Argentina donde la cordillera de los Andes comienza a asomarse. Compré los tres libros que conforman la saga: Los días del Venado, Los días de la Sombra y Los días del Fuego, obedeciendo a la constante recomendación que me hacían mis amigos lectores. Tiempo después, me enteré que en Mendoza, zona bañada de ríos caudalosos y serpenteantes, con sus hermosos valles y quebradas, casualmente era el mismo lugar en el que su autora, Liliana Bodoc, escribió el primer libro de la saga. Adentrarme a los Confines fue una experiencia provocadora, empecé a soñar con los Lulus, a imaginar los Animales con Cabellera, a oler los panes de Kush. El universo de las Tierras Fértiles cobraba una nueva fuerza en mi cabeza, gracias a la influencia de los atardeceres Mendocinos. Llegaban tantas imágenes que necesité ilustrar torpemente en un cuaderno de bocetos que tenía: algunos Llamellos, Un Sideresio, Nanahuatli sin su trenza…

Involucrado con la saga, regresé de mis vacaciones buscando en la web la interpretación que otros artistas hacían de este imaginario de los Confines. Para mi sorpresa, nadie se había dedicado a darle trazo a esos paisajes y personajes. No tardé en decidir que mi tiempo libre estaría dedicado a ilustrar esta fantasía épica en mi cuaderno de bocetos.

Kupuka

Las primeras ilustraciones que realicé fueron de los Animales con Cabellera, pasando luego por Dulkancellin y Kush. Ninguno terminaba de convencerme. Sentía que mis imágenes no reflejaban completamente la profundidad de la obra de la autora. Hasta que, meses después, apareció Kupuka y sucedió algo distinto. Estaba caminando por la calle cuando me topé con una fotografía de un indigente, y me sorprendió que su rostro estuviera completamente curtido, surcado por arrugas. Era como si toda su vida estuviese escrita en su piel. Esos surcos fueron el camino para que Kupuka apareciera. El énfasis en su mirada, con tanto amor y sufrimiento en su historia, debía reflejarse de alguna manera a través de sus ojos. Sin embargo, fue una cita del capítulo La cabra y su leyenda en el tercer libro de la saga, Los días del Fuego, en donde terminé de encontrar las razones para concretar el alma de esa imagen: “Tanto envejecer y tanto amar, para que llegue este día en que no sé como ampararlos.” (Bodoc 2000: 274)

Al culminar la ilustración, también lo vi a los ojos y sentí como Kupuka se había hecho presente. La historia y amparo de sus ojos me apoyaron en la imperiosa necesidad de contactar a Liliana Bodoc. Necesitaba saber si mi Kupuka era su Kupuka.

La autora

No fue fácil. Contacté a mucha gente, rogué, y envié incontables correos electrónicos. Al día siguiente, descubro una invaluable sorpresa: Liliana Bodoc había dejado en mi blog, un mensaje justo debajo de la imagen de Kupuka. El mensaje decía lo siguiente:

Encontré en tus ilustraciones las imágenes que tuve presentes mientras escribía la saga. Kupuka, Dulkancellin y Vieja Kush recibieron no solo sus rasgos sino también sus almas. Gracias.

Sumado a este detalle, me escribió un correo con mucha gratitud y sencillez. Fue así como, abusando un poco de su confianza, le propuse seguir creando más imágenes de la Saga si ella me daba su consentimiento y su guía. No solo accedió, sino que a partir del primer encuentro que tuvimos nació este proyecto que tenemos en conjunto llamado El Arte de los Confines. Liliana escribe y comparte algunos textos en torno a la Saga, y yo trato de ir ilustrando algunos personajes y paisajes para subirlos a un blog. No nos hemos exigido alcanzar ningún objetivo ni ponernos compromisos. Cada uno respeta el tiempo del otro, y solo nos impulsamos ante el amor a esta historia.

Ilustrando los Confines

Los procesos para generar las ilustraciones nunca son iguales: para algunas imágenes hemos deliberado mucho a través de varios correos; otras veces simplemente ilustro y luego le mando las imágenes. Una humilde Liliana nunca ha retrucado nada y deja que yo trabaje libremente, aún sabiendo que es autora de la obra. Siento como ilustrador la importancia de trabajar codo con codo con el autor de la historia. Es un sueño conjunto.

Uno de los ejemplos, estuvo en darle forma al tablero forma al tablero del Yocoy, el juego de estrategia de Los Señores del Sol cuyo reglamento aparece en el último libro de la Saga. Realmente fue uno de los asuntos que ambos apenas discutimos. Ella tenía alguna idea para el tablero en forma de cruz, en donde cada una de sus salientes estuviesen conectadas por brazos o puentes. Ambos estuvimos de acuerdo en que tuviera forma circular. Luego pensamos que el juego tuviese varios niveles o escalones, de manera de poder situar en el medio del tablero y en lo alto, lo que sería el “trono” a conquistar por los contrincantes. También llegamos a discutir acerca de las distintas piezas del juego y de su forma, ya que algunas de ellas debían poder permitir ocultar en su interior una suerte de “traición”. Aunque sobre este último punto no se realizó todavía ninguna imagen que refleje estas conclusiones.

Por otro lado, hubo algunas divergencias en cuanto a las características del personaje Drimus, a quien imaginé como monstruoso y deforme: Liliana entonces me compartió unos textos inéditos sobre la niñez del personaje que permitían identificarlo como alguien mucho más humano de lo que mi imaginario había construido.

Otras imágenes en pugna fueron las representaciones de los Lulus. Liliana tenía algunas ideas físicas concretas sobre estos pequeños seres, así que investigamos junto a amigos paleontólogos sobre ciertos marsupiales extintos en esta región del mundo. Nos encontramos con la sorpresa de que existieron criaturas con rasgos muy cercanos a nuestros Lulus, unos marsupiales extintos de América del Sur. En casualidades como esas, se afianzaba lo increíble en la obra de Liliana: los Husihuilkes y los pueblos originarios de la Patagonia; las referencias a la isla de Pascua; el pueblo de los Bóreos y sus semejanzas con las incursiones de los Vikingos en América antes de la conquista; la repentina desaparición del pueblo Maya reflejada en la historia de Beleram; entre muchas otras referencias que suponían un desafío constante para mi trabajo como ilustrador. Debí estudiar a fondo referencias históricas de la cultura precolombina, para trabajar con una estética que concordara con los textos.

La respuesta de varios lectores me sorprendió gratamente. Muchos asumen que las ilustraciones captan fielmente el espíritu de los personajes y paisajes narrados en los libros, y se debe al resultado del exhaustivo análisis que debo realizar antes de enfrentar cada nueva imagen. Esto permite que el resultado sea bastante coherente. Por supuesto que las ilustraciones que realizo son tan solo una de las tantas visiones que puede tener el imaginario de los libros; jamás podría decir que son unívocas ni definitivas. Ni siquiera para las visiones que pueda llegar a tener en un futuro al revisitar las ilustraciones que ya realicé. ¡Creo que cualquier que intente esto estaría quitándole al género fantástico su mayor riqueza!

Finalmente, el trabajo constante que realicé junto a, mi ahora amiga, Liliana Bodoc, se consolidó al concretar mi participación en el universo de los Confines. Ser no solo la imagen de las tapas de las nuevas ediciones de los libros tanto en el mercado hispano, como sus traducciones en italiano y polaco, sino también, las ilustraciones que acompañan el interior del último libro Relatos de los Confines-Oficios de Búhos, son un inesperado cierre de ese viaje a Mendoza donde conocí la vitalidad de esta historia.

Cucub ausente

Cada ilustración tiene un 80% de trabajo de análisis, de pensar, investigar, volver a leer una y otra vez. El otro 20% es exclusivamente ilustrar y plasmar lo que voy amasando durante tanto tiempo. Mucho de este proceso metodológico se lo debo a mi formación de diseñador. A veces pienso que en este proyecto tengo mucho más de diseñador, en cuanto a la búsqueda conceptual, que de artista en sí. Asumo también que en el ensayo, tengo muchos bocetos e ilustraciones para la Saga que nunca concluí porque no creía muy coherentes con los libros, ya sea porque me había apresurado en hacerlas o porque no había sido consecuente con lo que había analizado. Quizás por esa razón, algunos personajes que podría haber ilustrado ya, aún no han aparecido, como es el caso de Cucub, a quien todavía debo buscar y amasar un poco más para que venga a hacerse presente. Igual no tengo apuro, seguiré ilustrando de a poco esta inagotable Saga, y creo que me llevará toda mi vida. Cucub vendrá cuando él crea necesario hacerse presente.

Obras consultadas

Bodoc, Liliana. (2000) Los días del fuego. Bogotá: Norma.

***Imágenes usadas en este artículo: 1. Ilustración de Nakin realizada por el ilustrador argentino Gonzalo Kenny para El arte de los Confines 2. Ilustración para Los días del venado ilustrado por Gonzalo Kenny y editada por Suma. 3. Fotografía anónima. 4. Ilustración de Kupuka realizada por Gonzalo Kenny para El arte de los Confines.


 
 

La organización de los Colegios del Mundo Unido (CMU) es la única ONG educativa mundial que une a jóvenes de todo el planeta, seleccionados en su propio país en base al mérito y sin considerar su situación económica, para compartir una experiencia centrada en una misión, “hacer de la educación una fuerza para unir a las personas y las culturas por la paz y un futuro sostenible.”

El origen de los CMU -también en inglés United World Colleges (UWC)- se remonta a los días más tensos de la Guerra Fría, cuando un grupo de educadores europeos compartieron una visión inspiradora y única: que la comprensión entre los jóvenes podía sentar un camino hacia a la paz y la seguridad. Kurt Hahn, un reconocido educador alemán de la primera mitad del siglo XX, creía que se podía hacer mucho por superar las divisiones religiosas, culturales y raciales de su época si los jóvenes de todas partes del mundo lograban relacionarse mejor. Era un plan audaz; concebir un colegio con alumnos de diferentes naciones que trabajaran para lograr la meta común de superar las hostilidades de la guerra y construir la paz. Es así como en 1962, el año de la crisis de los misiles cubanos, fue fundado el primer CMU en el sur de Gales. En aquel entonces, el diario británico The Times of London calificó el movimiento como “el experimento educativo más importante desde la Segunda Guerra Mundial.”

A pesar de que el mundo ha cambiado mucho desde 1962, esa visión sigue siendo relevante y vital. El recrudecimiento de los conflictos en el Medio Oriente, la incertidumbre social en el mundo desarrollado, y los conflictos políticos en nuestros países nos recuerdan que las amenazas a la paz van más allá de las diferencias nacionales e incluyen la discriminación racial, religiosa y de nivel socioeconómico. En medio de tensiones, antiguas y nuevas, conflictos e incertidumbres, podemos apreciar aún más claramente que necesitamos líderes que puedan entenderse entre sí, y que estén preparados a reorganizar su entorno, para convertirse en lo que Nelson Mandela, el Presidente Honorario de los CMU, ha llamado “células de innovación y catalizadores para el cambio.” En los últimos 50 años, los CMU han pasado de ser un colegio en la costa sur de Gales a un movimiento de escala mundial, único en el reconocimiento de que la educación permite relacionarse con los demás sobre la base de un sentido de humanidad compartida. Por lo tanto, podemos estar seguros de que la misión fundadora, tan valiosa entonces, es aún más relevante en el siglo XXI.

Hoy, los alumnos de los CMU son seleccionados por Comités Nacionales en más de 140 países. Los candidatos son seleccionados a través de un riguroso proceso de selección en base al mérito personal y sin distinción de raza, religión, preferencia política o situación económica. Este esfuerzo garantiza que los CMU sean verdaderamente globales y reflejen todos los aspectos de la sociedad. No es coincidencia, entonces, que en la mayoría de los CMU, haya un promedio de 70 nacionalidades diferentes cada año.

El programa académico de todos los CMU se articula en torno al Diploma del Bachillerato Internacional (IB), uno de los cursos preuniversitarios más respetados y conocidos alrededor del mundo y, como tal, aceptado por las universidades más selectivas del planeta. Si bien, el desempeño académico es muy importante, los CMU procuran equilibrar las actividades académicas con una combinación de servicio a la comunidad, actualidad internacional y actividades físicas y creativas. Los alumnos de los CMU aprenden no sólo que pueden sobresalir en cualquier campo que elijan, sino que también pueden ayudar a encontrar las soluciones a algunos de los problemas más difíciles que enfrenta el mundo hoy en día. Esta seguridad crece a partir de una educación exigente y de vanguardia, pero comienza con el acto crucial del acercamiento al otro.

La teoría y la práctica de la resolución de conflictos adquieren una dimensión especial con alumnos que provienen de zonas afectadas por conflictos. Es particularmente emocionante, para todos aquellos que hemos tenido el privilegio de estudiar en un CMU, recordar las discusiones entre compañeros de Israel y Palestina, Serbia y Kosovo o la India y Pakistán, especialmente cuando las diferencias se transforman en amistades perdurables. Basta con pasar unos pocos minutos en alguno de los CMU para sentirse alentado por la pasión, la esperanza, el compromiso y la capacidad de los estudiantes de ver y sacar lo mejor de sí mismos.

La mayoría de los estudiantes, quienes ingresan a los colegios entre los 16 y 18 años, a pesar de estar muy arraigados en sus propias culturas, aún son lo suficientemente tolerantes para aprender de los otros. Como alumno de los CMU, se obtienen habilidades de vida esenciales a través de diferentes actividades que conforman la experiencia: ser voluntario en una comunidad local, participar en debates internacionales, realizar interpretaciones artísticas, solo por mencionar algunas. Aprender a administrar el tiempo propio para lograr un equilibrio entre las actividades académicas, el voluntariado, los deportes, las artes, socializar y dormir, es probablemente el reto práctico más grande que se enfrenta en los colegios.Viviendo y aprendiendo en una comunidad dinámica de gente joven de diferentes orígenes y culturas, y generalmente compartiendo tu habitación con otros estudiantes, representa una oportunidad de aprendizaje sobre sí mismo y sobre otros estudiantes cuyas costumbres y perspectivas son diferentes. El sencillo acto de acercamiento entre jóvenes de orígenes diversos aporta una riqueza adicional a la educación de todos en los colegios.

El reconocimiento de que los temas regionales son manifestaciones locales de problemas mundiales sirve de motivación a los ex-alumnos para que se conviertan en líderes en las artes, las ciencias, los negocios, el gobierno y hasta los viajes espaciales. Miles de ex-alumnos de los CMU son educadores y médicos que diariamente hacen innumerables contribuciones a la vida de los demás. Hay muchos otros menos visibles, cuyas acciones están haciendo diferencias fundamentales en sus lugares de trabajo, sus universidades y sus comunidades. Pero en todos estos casos, el factor común es la inspiración que toman de la misión y los valores de los CMU y su convicción de que “cada graduado es un potencial arquitecto para la paz”, en palabras de la Reina Noor de Jordania, presidenta de los CMU.

Recientemente, el único CMU en Sudamérica, ubicado en los llanos venezolanos, y especializado en la enseñanza de agricultura, fue clausurado en medio de la coyuntura política venezolana. Decenas de estudiantes, comprometidos con la misión y los principios de los CMU, perdieron la oportunidad de promover los ideales de la organización en una de las regiones más desiguales del planeta. A pesar de las tensiones políticas, los conflictos y las incertidumbres, en los próximos 50 años el movimiento debe continuar su labor pionera precisamente en aquellas regiones del planeta donde las tensiones políticas, raciales y religiosas encuentran sus peores manifestaciones.

Fiel a esta visión, en 2009, se inauguró el Colegio del Mundo Unido de Mostar, ubicado en Bosnia y Herzegovina, para convertirse en la primera institución completamente multicultural de ese país. Este colegio, como muchos otros CMU, busca apoyar e influenciar positivamente a jóvenes que quieren cambiar su futuro en una sociedad que aún no ha hecho las pases con su pasado. El efecto transformador que tiene la educación de los CMU no se limita a los ex-alumnos, sino también a las comunidades en las cuales éstos operan. El Colegio en Mostar recientemente organizó el primer Modelo de las Naciones Unidas en los Balcanes, regularmente dicta cursos de verano sobre “La paz y la reconciliación”, apoya a grupos deportivos locales y gestiona un centro de desarrollo profesional para docentes en Bosnia y Herzegovina.

Para celebrar el 50 aniversario de esta organización pionera, los CMU deben seguir siendo una fuerza que une a la gente en un mundo en el que se ensanchan nuevas brechas divisorias como la disparidad en la riqueza, la educación, la seguridad y la distribución desigual de los costos asociados al cambio climático. En los próximos 50 años, los CMU deben tomar su legitimidad y fortaleza de aquellos que desean un futuro más pacífico y sostenible.

Este año, 1500 alumnos de más de 146 países se graduaron de uno de los doce Colegios del Mundo Unido (CMU). En 2013, tomará su lugar otra generación de jóvenes seleccionados en su propio país, en base al mérito personal y la curiosidad intelectual. Para mayor información sobre el proceso de selección en tu país, visita nuestro sitio web http://bit.ly/fnevvu

Testimoniales

Tessa Devreese, 17 años, Belga. CMU Costa Rica

Mi proceso de selección fue muy tranquilo, hasta la etapa de la entrevista donde siete personas me presionaron haciéndome preguntas muy incómodas y a veces hasta incoherentes. Mi experiencia más impactante en los colegios, ocurrió no con un hecho aislado sino al darme cuenta de cómo, en otras culturas, particularmente asiáticas, muchachos de nuestra edad no tienen derecho a cuestionar las autoridades y a emitir sus opiniones. Estas mismas personas provenientes de esas culturas no cambian ese arquetipo de pensamiento sin importar cuánto cambie lo que los rodea.

Kshitij Kapur, 18 años, Hindú. CMU Costa Rica

En la India el proceso de selección se hace directamente en Mahindra UWC of India, y durante dos días hay una especie de convivencia y entrevistas. Ambas cargadas de preguntas que buscan incomodar a los participantes. Mi impacto más grande fue ver la sinceridad de la gente. Ese tipo de confianza y “comportamiento”, en India, solo se ve entre gente que tiene por lo menos dos años conociéndose muy bien. Aquí en UWC, desde el primer momento, la gente es muy sincera y abierta. Para mí es una sorpresa muy agradable, pero para otras personas de mi cultura quizás resulte muy incómodo.

Roberto Della Neve, 19 años, Venezolano. CMU Costa Rica

El proceso de selección venezolano, en comparación al resto de los que he oído aquí, es MUY fuerte. Teniendo etapas más numerosas y difíciles que otros procesos. En la nota personal, para mí fue muy complicado estar en la convivencia, porque la noche anterior había muerto el papá de mi mejor amigo, y un padre para mí también. Ese hecho, sin embargo, representó una motivación extra, un obstáculo más que superar. Una vez llegado aquí, el impacto cultural más grande que he tenido no tardó en llegar: al final del mes de Ramadán musulmán, la comunidad judía del Colegio le preparó un festín a los musulmanes que habían estado siguiendo las costumbres de dicho mes. Entendí que en este lugar, todo lo que creemos entender del mundo se ve desafiado, y muchas veces el sur se confunde con el norte.

Anton Baleato, 19 años. Español. Ex CMU del Atlántico

Abby Robinson, 17 años, USA. CMU Costa Rica

Nuestro proceso de selección consistió de dos etapas. La primera fue la presentación de aplicaciones, y luego las recomendaciones de los maestros, una recomendación de un consejero universitario, una declaración personal, tres ensayos cortos, y una lista de los libros más allá de la que el solicitante haya leído. Alrededor de 500 personas solicitaron mi año, y 120 de ellos son seleccionados para asistir a entrevistas regionales. Hubo más de 10 sitios de entrevista a través del estado. En la entrevista del día había muchas actividades de grupo y una entrevista individual. Lo que más destacó para mí fue que hubo actuales estudiantes UWC USA en mi entrevista o compartiendo con nosotros, lo que realmente me ayudó a comprender que UWC era algo que existía (y no un lugar de culto), con personas reales beneficiándose de los colegios. Supongo que mi mayor sorpresa fue que al llegar al colegio, las demás personas no eran las utopías que me imaginaba que fueran. Esperaba encontrar personas que estudiaran constantemente o que conscientemente trataran de mejorar el mundo de acuerdo con los valores de UWC. Pero gracias a Dios, me dio más seguridad ver que mis compañeros de los segundos años, y mis co-años, son personas también imperfectas, y no solo mini-diplomáticos y futuros fundadores de otras ONG. Eso no quiere decir que no tengamos todos un similar principio ético vinculante y que, ¿por suerte?, creemos en lo que UWC representa, pudiendo tener la posibilidad de crear un cambio positivo global del que constantemente se habla.

Aitor Luna, 32 años, Español. Ex CMU del Atlántico

El proceso de selección fue intenso, pero muy divertido. Es inevitable estar un poco nervioso porque las ganas de ir a un Colegio o a un curso de verano son enormes, y sabes que te juegas una plaza con los otros chavales que están allí contigo. Pero, sin darte cuenta, la tensión se diluye, sale lo mejor de ti, y del grupo. La selección es también parte de la experiencia de los UWC, aunque no te den una plaza, porque durante el fin de semana de la selección conoces y colaboras con gente muy distinta a ti, pero a la vez muy cercana y parecida, con la que forjas lazos muy fuertes, amistades que duran. Al legar al colegio, el primer fin de semana que estuve en Atlantic College, tuvimos que presentarnos y hablar un poco de nuestros países y culturas. Nos habían recomendado llevar un traje típico, para hacerlo más colorido y divertido. Como yo no tenía traje de alicantino y no se me ocurrió otro cosa, le pedí prestado un traje de rosa de lunares a Miriam, una estudiante de Jaén, y salí allí con traje de flamenca, sombrero cordobés, imitando un baile andaluz y recitando un poema de Espronceda. Miriam y mis compañeros se morían de la risa. Después de aquello, no hubo hielo ni barreras con mis nuevos compañeros.


Creo que lo más fácil fue hacer amigos. En todos los países hay gente con la que te une mucho. Para un adolescente, ir a un UWC es como abrir un cofre del tesoro. Las personas que encuentras y las experiencias que vives con ellas son inimaginables hasta que llegas allí. Lo más difícil al principio fue compaginar tantas cosas nuevas a la vez: vivir solo, estudiar fuerte en otro idioma, hacer y consolidar nuevas amistades con gente de 90 países distintos, tener que liderar y participar en ideas, actividades, proyectos, meterme de lleno en el servicio social… pero precisamente esa responsabilidad y esas posibilidades son las que te hacen madurar y crecer. A los 15 o 16 años, una educación genuinamente internacional con sólidos valores, rigor académico e infinitas oportunidades de asumir responsabilidades y vivir experiencias impensables en tu entorno de siempre, te transforma. Lo más tangible es mencionar que gracias a la experiencia en los UWC he podido estudiar en las mejores universidades del mundo, trabajar en lo que me gusta y desarrollar mis otras pasiones sociales, culturales, etc., siendo fiel a la idea que me hice de mí mismo y de los valores que desarrollé en los Colegios del Mundo Unido. Y ha sido así porque en los Colegios te haces consciente de tus responsabilidades y de tu potencial, y tienes la oportunidad de ponerlos en práctica. Yo era un adolescente con hambre de mundo, y en el Colegio empecé a comérmelo.

David González, 22 años. Venezolano. Ex CMU Noruega


***Imágenes usadas en este artículo: 1. Detalle del logo de los colegios del mundo unido. 2. Detalle de fotografía cortesía de Aitor Luna. 3, 4, 5. Fotos tomadas de la página en Facebook de la selección venezolana de los UWC. 6. Video cortesía de Anton Baleato y a la selección española de los UWC. 7. Video cortesía de David González.


 
 
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Cultura, libros, infancia y adolescencia

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ilustración de las jornadas @Miguel Pang

ilustración a la izquierda @Juan Camilo Mayorga

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