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Actualizado: 17 ago 2021


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“Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca” Jorge Luis Borges

No me gustaba leer, y mis padres –una pareja de docentes a quienes la vida había premiado con cuatro buenos hijos lectores- cedieron ante la idea de que las cosas no siempre salen según lo planeado y que seguramente, yo sería la oveja negra que teñiría la familia. Pese a mi inapetencia lectora sobreviví a los primeros años de estudio con lo poco que llegaba allá, al último rincón del salón, al pupitre más alejado del tablero. Pero las cosas fueron cambiando, cada año al terminar las vacaciones y reanudarse el periodo escolar, sentía que la silla en que me sentaba -por alguna extraña razón- tenía que estar más cerca al tablero. Todo parecía marchar bien, yo así lo creía y era feliz, hasta que un día recibí la nefasta noticia: reprobé el año, mi espíritu rebelde se deshizo y fue entonces cuando –colmado de frustración- acepté visitar el optómetra. Un par de lentes me enseñaron que el mundo era un poco más nítido de lo que yo lo había concebido; que eso de que las figuras se disolvieran unas entre otras dando lugar a imágenes graciosas no era normal; me enseñaron que no era necesario hacerse en la primera fila del salón -junto a los nerds- para poder ver el tablero, y lo mejor de todo ¡que era posible leer sin sufrir jaquecas!

Empecé a leer. La oveja negra resulto tener esa misma afición por los libros que sus hermanitas, su vida ya no trascurría exclusivamente entre pupitres y tareas, sino también en el mediterráneo, entre griegos y troyanos. Visitaba con frecuencia al ingenioso hidalgo al pie de quien lloraba y reía. De vacaciones me iba a Macondo, un pueblito tropical en el que la realidad supera la ficción. Así eran mis días por aquellas épocas, el ocio bachiller era una riqueza que se invertía en el amor, los amigos y los libros.

No sé si muy temprano, no sé si ya muy tarde, me enamoré de la filosofía. Cuando terminé el colegio entré a la universidad a estudiar eso que tanto me gustaba, ese fue el “sí, acepto” en el altar de mi existencia, me consagre a la lectura y así bese la novia, desde entonces mi relación con los libros es un matrimonio: fieles en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad, con amor y respeto… hasta que la muerte nos separe.

Diez semestres de idilio no me hicieron inmune a la duda, entre más próximo estaba a graduarme mayores eran las incógnitas sobre mi destino. Me gustaba leer, sí ¿Pero eso de que me serviría? ¿Cómo se supone que cambiaría el mundo? ¿En qué forma llegaría a hacer mejor mi vida y la de los demás? ¿Cómo mantendría mi matrimonio con los libros? Fue entonces cuando oí hablar de la promoción de lectura.

“Se trata de acercar la gente a la lectura” me dijo Alejandra –la amiga más antigua de mi vida-. Evidencie mi incomprensión, ante lo cual Alejandra tomó aire, fijó sus ojos en los míos y empezó su explicación. Comenzó hablando de Fundalectura: “es una fundación sin ánimo de lucro que tiene como propósito hacer de Colombia un país de lectores”. Me contó que allí trabajaba desde hacía pocos meses, en un punto “PPP” que quedaba a dos cuadras de su casa. No lo voy a negar, en un comienzo pensé que era mentira, pero después de verlo con mis propios ojos, llegué a la conclusión de que ese debería ser el mejor trabajo del mundo.

Imagine usted que cerca de su casa hay un parque que es visitado a diario por niños, jóvenes y adultos. Imagine que en ese parque, además de haber prados, senderos y árboles, hay también rodaderos, columpios, bancas en dónde sentarse e incluso canchas para la práctica de ciertos deportes como básquet y fútbol. Ahora bien, intente ubicar en un rincón del parque una especie de paradero (como el del bus) con formas y colores únicos. Imagine que ésta increíble estructura ¡está repleta de libros! Libros de la más exquisita variedad y además, puestos allí a disposición de todo aquel que quiera irlos a leer. Pero eso no es todo, resulta que el paradero es atendido por un joven lector, cuyo trabajo no es pues el de alcanzarle los libros, cobrarle o intentar venderle ¡no!, es el de compartir con usted el gusto por la lectura…

Desde entonces quise ser parte de Fundalectura. Mi interés fue creciendo con el tiempo, cuando descubrí que además de los PPP (Paraderos Paralibros Paraparques) existían más proyectos: Puntos de lectura en Plazas de Mercado, donde el aroma de los frutos de la tierra se entremezclan con la lectura y el juego; Bibloestaciones, es decir, bibliotecas en las estaciones del Transmilenio, allí uno puede pedir prestado algún libro para sortear los trancones y el aburrimiento; Centros de lectura para Familias, lugares en los que madres gestantes, padres y niños se reúnen a consentirse y crecer a través de la palabra. Había tantas cosas, tantas posibilidades que en corto tiempo me convencí de que ser lector valía la pena y servía… ¡para mucho!

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Comenzando el 2010 -a los veinte años de haberse creado la fundación- llegó mi oportunidad. Una tarde dominical, cuando paseaba por las inmediaciones del punto PPP de mi barrio, descubrí un afiche humedecido por la lluvia en el que la alcaldía local de Engativá convocaba a los jóvenes a participar en un proyecto asesorado por Fundalectura. No me emocioné de inmediato -lo confieso- normalmente me entero de las convocatorias demasiado tarde, pero este no fue el caso, en cuanto verifiqué el calendario la emoción se hizo en mí, me incorporé y tomé atenta nota.

Habiendo llegado el día y la hora, arribé a la biblioteca en la que –según el afiche mojado- se presentaría oficialmente el proyecto. Al entrar encontré un gran número de jóvenes, todos hipnotizados con la melodiosa voz de una mujer que leía en voz alta. Aprecié también un suculento arrume de libros del que se podía tomar cualquiera para leerlo ahí o bien, para llevárselo a casa sin ningún compromiso. Me senté con el temor de haberme equivocado de lugar, empero, las lecturas fueron tan atractivas que decidí quedarme. Qué reunión tan extraña, tertuliamos casi todo el tiempo y solo hasta el final, se nos habló de LIBREARTE.

Una extraña palabra de nueve letras, con la facilidad de descomponerse en un bello adjetivo (libre) y un polisémico sustantivo (arte), nombraba ambiciosamente el proyecto del que –más temprano que tarde- llegaría a ser parte. Como un acorde que recoge tres notas: la primera, la de la mitad y también la última; de los nueve grafemas emergía una tercera palabra: lee. LIBREARTE: lectura, arte y libertad, que mejor forma de bautizar un proyecto de lectura para jóvenes.

Engativá es una de las localidades de la ciudad con mayor población juvenil, pero el desempleo, la imposibilidad de acceder a la educación superior y las escasas alternativas para emplear el tiempo libre han dado lugar al pandillerismo, la drogadicción, las barras bravas y otras manifestaciones de pobreza espiritual. Es por eso que la alcaldía local, en convenio con Fundalectura, fundó LIBREARTE un proyecto de promoción de lectura con el objetivo de fortalecer espacios culturales, instituciones artísticas, escuelas deportivas, y toda clase de iniciativas para el beneficio de los jóvenes.

Formación, dotación y comunicación fueron los tres ejes a través de los cuales el proyecto LIBREARTE se desarrolló. A partir de la primera reunión –la del afiche mojado- treinta jóvenes iniciamos un proceso de capacitación para convertirnos en promotores de lectura. De entrada se nos exigió que asistiéramos únicamente quienes amábamos la lectura –no puedes promover algo que no te gusta-. Se nos instruyó en técnicas de lectura, procesos de promoción lectora, gestión comunitaria y formulación de proyectos. En cada sesión, un promotor con trayectoria nos hablaba de su vida, nos narraban sus peripecias como promotores de lectura. Con estas capacitaciones se abrió la primera biblioteca para jóvenes de Bogotá, y cuatro nuevos puntos PPP -cada uno con un aproximado de trescientos libros- fueron instalados en los parques de la localidad. Entonces, cuando todo parecía estar listo, se nos informó que de los treinta solo cinco promotores serían seleccionados para atender los nuevos puntos PPP y la biblioteca para jóvenes. La noticia nos tomó por sorpresa, en menos de un minuto pasamos de ser tertulianos a ser rivales.

Pocos días después recibí la llamada. No sé cómo, no sé por qué, mi nombre apareció entre los cinco seleccionados. Así, entre el espanto y la dicha, recibí la biblioteca para jóvenes. Me costó trabajo asimilarlo: en un lapso de tres semanas pase de ser un estudiante desempleado y lleno de dudas, a ser un promotor de lectura, la persona a cargo de la primera biblioteca para jóvenes de la ciudad. Con regularidad, los programas para jóvenes son atendidos y liderados por personas adultas, pero este no era el caso de LIBREARTE. En general, yo tenía la misma edad de mis usuarios, los mismos temores, los mismos sueños y problemas. No era yo más sabio, ni más inteligente, simplemente era igual a ellos, y ese fue el éxito de éste proyecto. Como pares los vínculos afectivos se establecen con mayor inmediatez -ese no es un secreto para nadie- pero los vínculos afectivos son el motor para desarrollar programas culturales y de trasformación social, ese –creo- si es un secreto para muchos.

En el tercer piso de un frío edificio, allá entre oficinas y pasillos angostos quedaba mi biblioteca. Nadie que la hubiese visto desde afuera habría podido imaginar lo que era por dentro. No muy grande, no muy pequeña, habitada por el silencio y la luz blanca. Un aroma inconfundible a libro nuevo atrapaba a quien entrase en ella. En el corazón, entre los ventanales y el sofisticado mueble en el que dormitaban los libros, era inevitable sentirse el lector más afortunado del mundo. Un día, sumergido en la intimidad que me proporcionaba aquel recinto, llegué a concluir como el sapiente escritor argentino que el paraíso debe ser una especie de biblioteca.

Recién llegué al inmaculado recinto me propuse sacar adelante el proyecto. Se suponía que ya era todo un promotor, que además de saber contagiar a otros el gusto por la lectura podía administrar la colección, registrar prestamos y llevar el control de las devoluciones. Se suponía que estaba capacitado para desarrollar actividades culturales dirigidas a la población juvenil, que estaba listo para crear programas y hacer gestión social. Sin embargo, el tiempo se encargo de mostrarme que en realidad uno nunca está listo y que siempre habrá cosas por aprender.

Comencé por constituir un círculo de lectores con diez niños entre los 9 y los 13 años. Nos reuníamos dos veces a la semana para leer y hacíamos muchas cosas, jugábamos, bailábamos, pintábamos y nos divertíamos bastante pero con el paso del tiempo, algunos niños dejaron de asistir, al cabo de unos meses iban muy pocos, y al final, me quedé solo. Nunca supe que sucedió con los chicos del círculo ni por qué dejaron de ir a la biblioteca. De vez en cuando, pasaba a visitarme la joven madre de una de las niñas que había sido miembro del círculo, curiosamente esta señora nunca me habló de su hija ni de su experiencia en LIBREARTE, nada más hablaba de su soledad a raíz del suicidio de su esposo. De alguna manera, la biblioteca le hacía compañía. Si bien mi primera experiencia con los jóvenes pareció un fracaso, debo admitir que me enseñó la importancia que tienen los sentimientos en las personas. Desde entonces sostengo que la dimensión afectiva es una variable fundamental a la hora de trabajar con personas y lograr adelantos culturales.

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A través de LIBREARTE conocí personas estupendas y trabé amistad con varias de ellas. Conocí un poeta que varias veces me dijo que si no fuera poeta sería asesino; conocí también el actor que después de leer el libro de Marco Polotomó su bicicleta y se fue a recorrer toda Latinoamérica en ella, diez años después -cansado de viajar en bicicleta- decidió seguir su trasegar a través de los libros de mi biblioteca. Cuando se lee es difícil no desarrollar un especial afecto por el arte. Fue así como me hice amigo de varios artistas, entre ellos, un cineasta joven que trabajaba como camarógrafo particular, grabando matrimonios y eventos familiares aunque su sueño era montar una productora de porno. Gracias a Poe me hice amigo de un pintor que aunque llegué a apreciar mucho, no me gustaba que visitara la biblioteca, pues un día me confesó que se consideraba un ladrón de libros profesional. Esos días, a mi pesar, me tocó ser un personaje espía, para evitar el robo de los libros de mi amigo, el pintor.

Entre los lectores, al que más recuerdo es a Andrés. Cuando entró por primera vez a la biblioteca descubrí un joven lleno de amarguras, acelerado y tosco en su manera de hablar. Un devorador de libros junto al cual crecí mucho. Él me trasmitió el amor por la poesía y yo, sin querer, lo inicié en el arte de la escritura. Comencé por mostrarle los textos de mi incipiente literatura. Incentivado, empezó a escribir poco a poco y a mí me tocó enseñarle lo poco que sabía. Al principio empezó a publicar cuentos en el boletín de la biblioteca, luego en revistas universitarias y ahora, vive en Francia como escritor.

Los procesos que inicié en la biblioteca con estos pintorescos amigos fueron un éxito: fundamos un club de literatura fantástica con el que desarrollamos promoción de lectura en algunos colegios distritales, el club después se convirtió en fundación y el poeta asesino se transformó en su director actualmente.

El pintor de los libros perdidos trabaja actualmente como gestor cultural y ya me ha apoyado en varios procesos culturales de la localidad. Andrés, por su parte, sigue escribiendo en Francia y el actor marco polo no para de viajar con la lectura.


La promoción de lectura es una profesión de interminables caminos, algunos más transitados, otros más difíciles; hay caminos cortos y caminos largos; caminos gorditos y caminos flacos; caminos dulces para gente amarga y caminos amargos para gente dulce; hay caminos con luces para quienes no ven y sonidos para quienes no escuchan. Hay caminos que no van a ningún lugar pero hay otros, que llevan a todas partes. Lo mejor de todo, es que hay caminos por descubrir…

Yo descubrí que el afecto es la estrategia más poderosa para hacer promoción de lectura. Si te gusta leer y te emociona, tendrás esa disposición natural de quererlo compartir todo con los demás. Si le alcanzas un libro a alguien, no con miedo, no con rutina sino con cariño, ese alguien sabrá reconocer el gesto y verá el libro no ya como un cúmulo de hojas aburrido, sino como un gesto de amor. Si le lees a un niño su cuento preferido las veces que él te lo pida, crecerá convencido de que las historias son mejores cuando se comparten. El afecto nos obliga a conocernos a la par que conocemos, y así es más fácil acercar el libro indicado a la persona indicada. Si hay algo más placentero que leer un buen libro, esto debe ser el poder leerlo con otra persona. Atrévete a compartir con alguien la lectura con amor y sucederá lo inimaginable: su vida será mejor, ya que aceptará ser un esclavo de la lectura con tal de llevar una vida verdaderamente libre.

Un solo año en LIBREARTE me permitió vivir lo suficiente para crecer como promotor de lectura y consagrar mi vida a ello. A partir de mi experiencia en la biblioteca para jóvenes, mis servicios fueron solicitados en otras partes. Así, mi misión empezó a ampliarse cada vez más, al punto en que tuve que dejar la biblioteca. El día de mi partida, hicimos una copa de vino poética. La idea era que cada persona leyera algún poema, no importaba si era propio o era prestado. Cuando llego el momento de intervenir, me puse de pie y empecé a caminar hacia el micrófono, con cada paso que daba fui descubriendo una biblioteca llena de usuarios, compañeros, amigos y un agradable olor a vino que competía con las sonrisas de todos ellos. Empezó a librarse dentro de mí la peor de las batallas, el dolor de despedida versus la alegría de ver la biblioteca tan viva. Me sentía vencedor. No leí pues el poema de despedida que debía haber leído, leí el poema que el azar quiso, y mi boca se pronunció. Las palabras cobraron vida y las vibraciones atacaron los oídos, todo lo que fuese mío ese día se estremeció mostrándole al mundo que las ovejas negras pueden ir al paraíso.

***Imágenes usadas en este artículo: todas fueron cortesía de David Bermúdez.


 
 

Actualizado: 2 sept 2021


Juego de tronos: una puerta a la aventura y a la filosofía para los jóvenes (y no tan jóvenes)

¿Era predecible que un producto de siete libros (algunos aún por escribir), una epopeya de más de 5000 páginas, con cientos de personajes, pudiera ser un producto comercial y de moda? Creo que la respuesta es, rotundamente, no. El éxito de Canción de Hielo y Fuego de George R. R. Martin ha sido, sin duda, a contracorriente. Una vez que está de moda podemos glosar sus virtudes hasta la saciedad, pero es evidente que a priori no es para nada un producto comercial. El hecho de que una editorial pequeña como Gigamesh comprara por 4.000 euros los derechos de la obra de Martin, ya lo dice todo.

Al leer los libros de Martin uno se da cuenta de varias cosas: la grandeza de su obra y también de la lograda adaptación que HBO ha hecho, pues trasladar la trama monumental sin sacrificar por completo el espíritu literario es algo que, si somos sinceros, ni los responsables de El Señor de los Anillos consiguieron. El éxito televisivo de Game of Thrones ha favorecido a convertir una obra de culto en el fenómeno del momento. Aunque también es cierto que su éxito no habría sido posible sin el boom de Frodo y compañía. Ellos sacaron a la literatura fantástica del boulevard de los sueños rotos. ¡Con él los frikis salimos del armario!

Las claves del éxito

¿Pero que tiene la obra de Martin que la haga tan interesante para miles de lectores en todo el mundo, jóvenes y adultos? La sinceridad. Martin es un escritor sincero, no tiene miedo de explicar como es la vida, la vida real incluso en un mundo de fantasía. Si hay que cargarse a Eddard Stark, él lo hace. Martin no es un escritor moralista, aspecto que sí tenía Tolkien (por su educación postvictoriana no podía evitarlo). Tolkien también era filólogo, pero Martin fue guionista en Hollywood. El autor de Canción de Hielo y Fuego no solo es un buen narrador, sino un lector apasionado de la historia de Roma y la Edad Media, con una larga carrera en la escritura, que bebe de la filosofía de Hobbes, Maquiavelo, aunque abundan homenajes a Lovecraft, Conan, Apocalypse Now de Francis Ford Coppola, entre muchos otros referentes.

Juego de Tronos y la filosofía

A simple vista, uno de los pilares sobre los que se sustenta el hilo argumental de Juego de Tronos, es una gran reflexión sobre el poder. Pero hay elementos más allá que pueden comentarse en la obra de Martin, entre ellas, una sinfonía de personajes interesantes, cada uno con sus matices, sus pasiones, virtudes y defectos. Esta gran cantidad de personajes permite una identificación que se fundamenta en los arquetipos inmemoriales, pero que cruzan la frontera para desbordar el libro o la pantalla, llegando al alma del lector y el televidente.

Carl Jung planteó los arquetipos para designar cada una de las imágenes originarias constitutivas del “inconsciente colectivo” y que son comunes a toda la humanidad. Configuran ciertas vivencias individuales básicas, se manifiestan simbólicamente en sueños o en delirios y son contenidos más o menos encubiertos en leyendas, cultos y mitos de todas las culturas. Goethe también los usó en Fausto para explicar que las madres iluminaban el camino del héroe, como Catelyn cuando va camino a Aguasdulces y acude al septón. El guerrero es un arquetipo en el que Catelyn no solo identifica a Robb Stark, su hijo, sino también a sus enemigos.

La evolución de los personajes que heredan el conflicto de los reinos, es proporcional a la evolución de una madurez propia del adolescente. No en vano, la infancia y la juventud son factores importantes de cambio en esta saga. Joffrey Baratheon es la representación de lo perverso con apenas 13 años, su maldad se inicia en un relato de su infancia, cuando abre una gata preñada para mostrarle las crías muertas a su padre. Pero no es la aparente semilla de la crueldad lo que arruina su destino, sino el juego del poder. Sus concepciones absolutas, propias de la adolescencia, no lo ayudan a manejarse en un mundo oscuro y lleno de posibilidades. Puede matar o torturar, sin consejeros, siendo su palabra la ley absoluta. Contrario ocurre con los valores de Sansa Starks, que con 14 años es prometida y negociada a Joffrey, debido a las virtudes que la educación de la época había impuesto en ella. Experta en bordado y otras actividades femeninas, se abduce ante la ilusión de un futuro matrimonio. Es el arquetipo de la dama. Ayra Starks, su hermana de 10 años, se aleja de este establishment, transformándose en una mujer sin rostro, capaz de enfrentarse a las adversidades con la valentía de su linaje desde la niñez. Igual ocurre con Robb Stark y Jon Nieve, de 16 y 17 años, guerreros que defienden el sentido del honor desde el estratega que lidera las batallas o el que las libera a favor de su gente.

Daenerys Targaryeen (14 años), al contrario de los anteriores pilares de la historia, es el personaje donde se emulará el concepto del héroe propuesto por Joseph Campbell en su libro El héroe de las mil caras, en el que profundiza el patrón literario del héroe, a partir de elementos en común en leyendas de distintas culturas. Daenerys también es obligada a comprometerse como Sansa, pero con Khal Drogo del pueblo Dothraki. La diferencia con Sansa es que la heredera Targaryeen no es un personaje pasivo. Se inquieta, busca soluciones, y sabe que en ella radica la única voluntad para poder salir de esa prisión que implica el matrimonio. Más que la resistencia, Daenerys aprende a abandonar el miedo a través del conocimiento. Aprende un nuevo idioma, otras costumbres, y su adolescencia va cruzando por los doce estadios del viaje del héroe, llegándose a transformar en la poderosa madre de dragones.

Sin duda, por estas imágenes de fortaleza, algunas chicas se identifican con Arya, otras con Cersei o Sansa. Algunos adultos se reconocen en el sentido del honor de los Stark. Otros sienten fascinación por los campos asolados por los ejércitos de mercenarios, la marcha de los guerreros a la batalla, la cocina fastuosa y rica en detalles… Ya en la década de los años veinte Sigmund Freud planteó la necesidad del hombre moderno por escapar virtualmente de una vida segura, cómoda y civilizada, pero llena de restricciones que había refugiado en el inconsciente sus pulsiones más primitivas, aquellas precisamente que afloran de forma clara en Canción de Hielo y Fuego. Era en la literatura donde el hombre podía matar, morir y renacer, amar y ser amado sin cortapisas morales. La literatura, y la ficción por extensión eran el refugio del alma. Mircea Elíade fue más allá y recogiendo las ideas de Carl Jung, discípulo disidente de Freud, escribió en Lo sagrado y lo profano un párrafo que ayuda a explicar la clave del éxito de la obra de Martin:

Se podría escribir todo un libro sobre los mitos del hombre moderno, sobre las mitologías camufladas en los espectáculos que le gustan, en los libros que lee. El cine –esta fábrica de sueños- recupera y utiliza innumerables motivos míticos: la lucha entre el héroe y el monstruo, los combates y las pruebas iniciáticas. (Elíade 2012: 227-228)

Este libro podría ser cualquiera de los que conforma la saga Canción de Hielo y Fuego. Sus historias nos aprovisionan para la vida y así recuerdo las bellas palabras del novelista americano John Steinbeck acerca de la obra La muerte de Arturo de Thomas Malory:

No me asombraba que Uther Pendragon codiciara a la mujer de su vasallo y la tomara mediante engaños. No me asustaba descubrir que había caballeros malignos además de caballeros nobles. También en mi pueblo había hombres que lucían los hábitos de la virtud pero cuya maldad me era conocida. En medio del dolor, la pesadumbre o el desconcierto, yo volvía a mi libro mágico. Si yo no sabía escoger mi senda en la encrucijada del amor y la lealtad, tampoco Lanzarote sabía hacerlo. Podía comprender la vileza de Mordred porque también él estaba en mí; y también había en mí algo de Galahad, aunque quizá no lo bastante. Pese a todo también estaba en mí la apetencia del Grial, hondamente arraigada, y quizá aún lo esté. (García Gual 2007: 212-213)

Esto es lo que nos sucede ante la obra de Martin. Es un reflejo de los vicios y las virtudes que siempre han existido y anidan en nosotros. Quién puede negar que haya algo que admirar en la nobleza de Edd Stark, en su forma de vivir, de obedecer las leyes de forma kantiana y en su muerte, tan socrática; o en la ambición de los Lannister por alcanzar el poder, un poder que pocos filósofos han descrito tan bien como Hobbes o Maquiavelo, o incluso F. Nietzsche. Los tres son autores de referencia para comprender, para ver y no solo mirar y admirar la obra de Martin. Y también el sexo, descarnado en la obra.

En un mundo como el de los Siete Reinos que no conoce el cristianismo la religión no coarta en exceso el cuerpo, un cuerpo a veces al servicio del poder, un cuerpo que se exhibe, que goza y que sufre. Poniente es un mundo con moral, de una moral no cristiana pero de indudables raíces europeas. Una especie de siglo XIV-XV de transición entre el medievo y el renacimiento. Nada lo simboliza más como las dos familias de la primera parte de la saga: los Stark (una familia feudal, de tintes escoceses y creyentes de antiguos dioses) que acuden a la guerra con los estandartes de los señores que les son fieles y con quién les unen lazos de vasallaje renovados por las buenas o por las malas; y los Lannister (un nombre con regusto a los Lancaster de la Guerra de las Dos Rosas, bellos, ricos, anglosajones e intrigantes) precursores de un maquiavelismo que hace correr tanto el dinero como la espada, sin hablar de la estrategia incestuosa que los lleva a la corona en la figura del despiadado, cruel y un poco “degenerado” Joffrey Baratheon.

Para entrar de verdad en el mundo de Martin debemos ir más allá de donde nuestros ojos ven, comprender con el alma como decía Platón. Quizás descubrir si nosotros seríamos capaces de sentarnos en el Trono de Hierro y resistir su encanto, de no sucumbir a su embrujo de poder y reflexionar si seria posible obrar bien y ser reyes justos de las tierras de los Siete Reinos.

Obras consultadas

Campbell, Joseph (1997). El héroe de las mil caras: psicoanálisis del mito. México: Fondo de cultura económica.

Elíade, Mircea (2012). El sagrat i el profà, pgs. Barcelona: Fragmenta Editorial.

García Gual, Carlos (2007). Historia del rey Arturo y de los nobles y errantes caballeros de la Tabla Redonda. Barcelona: Alianza Editorial.

***Imágenes usadas en este artículo: 1. Ilustración de la emblema de la casa Stark. 2. Detalle de portada del libro Canción de hielo y fuego I: Juego de tronos, ilustrado por Enrique Corominas y editado por Gigamesh. 3, 4, 5, 6. Fotogramas de la serie Game of Thrones transmitida en HBO. 7. Trailer de la serie de televisión.


 
 

Actualizado: 2 sept 2021


Los vampiros están de moda, lo han estado por un buen rato y lo seguirán estando. Hay algo fascinante en los vampiros que a lo largo de generaciones ha cautivado a la humanidad. Quizás hoy en día los vampiros están más de moda que nunca gracias a la saga de libros -luego convertidos en exitosas versiones cinematográficas- de Crepúsculo de Stephenie Meyer. Y si bien los amantes de los vampiros deberíamos estar contentos con el triunfo de nuestros amigos, los llamados “caminantes nocturnos”, hay algo que no deja de preocuparnos: se está desvirtuando su imagen. Se están convirtiendo en una especie de versión comercial, light y con colmillos punta roma de sí mismos. En pocas palabras, una abominación cultural.

Cada quien tiene derecho a formarse su propia opinión, algunos consideran que la saga de libros y películas de Crepúsculo son buenas, mientras que otros -donde me incluyo- pensarán que no lo son en lo absoluto. El peligro no radica realmente en que el público lea y mire con disfrute las obras de esta saga, sino que el riesgo parece estar en que los lectores y aficionados del género se conviertan en público cautivo y exclusivo de Crepúsculo. Que sólo conozcan –o crean conocer- a los vampiros por medio de esos personajes e historias que ofrece esa saga en particular. Porque, de ser así, nos estaríamos condenando a ver sólo un pedacito minúsculo del espectro, al tiempo que nos estaríamos perdiendo una amplísima gama de matices que también abordan el tema de los vampiros de manera maravillosa en la literatura, el cine, el cómic y la novela gráfica.

Me gustaría pensar –aunque tengo mis dudas- que la saga de libros y películas de Crepúsculo pueden servir como un abrebocas, una primera aproximación al tema de los vampiros. Que gracias a estas obras los lectores y espectadores sentirán los efectos del gusanito por el vampirismo y que de allí, puedan tender puentes hacia otras obras que tratan sobre estos perturbadores pero entrañables seres de la oscuridad.

Valdría la pena preguntarse un poco sobre los vampiros. ¿Quiénes son?, ¿Qué los caracteriza?, ¿Cuáles son las reglas del juego para jugar con los vampiros sin irrespetarlos?

Partamos de un hecho científico muy curioso: los vampiros son una especie de murciélagos hematófagos (los que se alimentan de sangre) que sólo habitan en Latinoamérica y que conforman apenas el 3% de todas las especies de murciélagos del mundo. Los murciélagos vampiro no tienen colmillos largos y puntiagudos como se cree, sino que sus dientes más prominentes y filosos son los incisivos, con ellos provocan una pequeña herida en los animales (normalmente en el ganado) y luego lamen la sangre con su pequeña lengua donde tienen una sustancia en la saliva que impide que la sangre se coagule, de manera de garantizar que siempre esté líquida. Es realmente excepcional que los vampiros ataquen al hombre, por lo que resulta especialmente curioso que se haya construido alrededor de ellos un mito mundial, tan aterrador e inmerecido, sobre todo en regiones del planeta donde los murciélagos hematófagos ni siquiera habitan.

Sin embargo, gracias a la ficción, los vampiros de la literatura, el cine, la televisión y el cómic se han convertido en una especie distintísima pero igual de fascinante a la que existe en la naturaleza. Y gracias a estos autores que se han sentido cautivados por la figura del vampiro, hemos ido construyendo con el paso de los siglos un conjunto de “reglas” y “características” para los vampiros de la ficción. Sabemos, por ejemplo, que son seres nocturnos, que tienen colmillos que clavan en los cuellos de sus víctimas para alimentarse de su sangre y que con esa mordida suelen convertir a sus víctimas en nuevos miembros del clan de los vampiros. Sabemos también que no soportan la luz del sol, tampoco los crucifijos ni el agua bendita ni los dientes de ajo. Que para darles muerte definitiva (a pesar de que son muertos en vida) hay que clavarles una estaca de madera en el corazón. Muchos autores nos han hecho saber –saber en la ficción es sinónimo de creer- que los vampiros y los licántropos (los hombres lobo) no se la llevan nada bien, que ancestralmente ha habido una rivalidad entre ambos bandos a pesar de ser, de alguna manera, primos en la nocturnidad. Ah, y muy importante, también sabemos que los vampiros sólo pueden entrar en nuestros hogares si los invitamos a pasar.

Respetar esas normas del juego es tan importante como respetarlas en cualquier partido de fútbol. Messi podrá ser mejor jugador del mundo, pero si cruza con el balón la línea final o la lateral ya no puede continuar la jugada, pierde el dominio de la pelota y le corresponde sacar al otro equipo. De igual manera, se puede ser todo un Zidane o un Cristiano Ronaldo y hacer jugadas de ensueño, pero si agredes a un rival o tocas el balón con la mano, eso es considerado una falta y puede que te cueste hasta una tarjeta roja. Lo mismo pasa cuando jugamos con los vampiros, hay que conocer y hacer respetar las reglas del juego porque de no hacerlo estamos irrespetando la esencia misma del juego, también a nuestros compañeros de juego y a nuestros rivales. O simplemente estamos jugando a otra cosa.

Hay infinitas maneras de jugar con el tema de los vampiros. Sin embargo, debemos saber que hay muchos jugadores del montón, muchos autores que escriben sobre vampiros como si estuvieran haciendo churros; pero también existen autores en la literatura, el cine y el cómic que son unos verdaderos Pelés, Maradonas, Messis, Iniestas, Zidanes y Ronaldos del buen vampirismo. Unos auténticos magos. Son ellos los que convierten al culto por los vampiros en un arte o un acto de magia. Hay que estar atentos, leer mucho y ver muchas películas para aprender a reconocerlos.

Así que volvemos en este punto a Crepúsculo y decimos: “muy bien, me puede gustar o no la saga… pero qué otras cosas habrá por allí sobre el tema de los vampiros”, y entonces si nos ponemos a investigar descubriremos que hay otras obras magníficas que abordan de manera cautivante, digna e ingeniosa a nuestros amigos de la noche.

Creo que los jóvenes adeptos a las películas de vampiros tienen que asomarse, por ejemplo, a esa maravillosa película sueca llamada Låt den rätte komma (Let the Right One In o Déjame entrar en español), donde se nos cuenta la historia de un jovencito víctima de ese nefasto acoso tan en boga en nuestros tiempos que es el bullying. El protagonista, un solitario asustadizo, se hace amigo de una extraña niña que lo defiende y que le pide en las noches que la deje entrar a su cuarto para así acompañarse mutuamente. Déjame entrar es también una curiosa historia de amor entre humanos y vampiros. Una película que maneja la sensualidad y la violencia de una manera muy elegante, muy sutil y refrescante. Sí, es una película de terror, no deja de ser una película fantástica con momentos espeluznantes, pero desde una mirada muy auténtica, desde la piel de un niño que se adentra en la juventud en compañía de un ser que, a pesar de no ser humano, es mucho más humano que tantísimas personas.

Otra película interesante -y cuyos vampiros tienen poco que ver con los que conocemos en la saga de Crepúsculo- vendría a ser Fright Night (conocida en español como Noche de miedo o Noche de espanto). Allí los vampiros son nuestros propios vecinos. Sí, el señor que poda su jardín al lado de nuestra casa o la vecina guapísima que vive enfrente. Y en esta oportunidad los vampiros son tragicómicos. Dan miedo y son malvadísimos, pero también matan de risa. El barrio entero está en peligro, poco a poco sus habitantes han ido desapareciendo y sólo los conocimientos del joven protagonista sobre eso que hemos llamado antes “las reglas del juego con los vampiros” podrán librar a la comunidad de esos vecinos indeseables. En este caso la ficción, todos esos mitos que ya nadie cree y de los que la “gente seria” se mofa, son la única alternativa para curar la realidad.

Si hablamos de sagas cinematográficas que ofrecen otras visiones atractivas, creo que vale la pena que los jóvenes miren a Blade, protagonizada por Wesley Snipes. Las películas de Blade se inspiran en el cómic del mismo nombre que cuenta las aventuras de un héroe híbrido –hijo de vampiro con humana-, un justiciero que tiene cualidades de vampiro pero también de ser humano y que se dedica a combatir a los vampiros malvados que piensan exterminar a la humanidad. Blade, armado con su filosas espadas (de allí su nombre), es una especie de vampiro que habita las noches y los días con el fin de ponerle orden a sus parientes que han optado por el camino del mal.

Quizás para los jóvenes sea interesante también asomarse en esas propuestas contemporáneas donde la imagen del vampiro se asocia con la de los rockeros góticos. Mucha acción, mucho cuero con remaches metálicos al ritmo de la música oscura, donde la palidez de los rostros de los vampiros contrasta con la oscuridad reluciente de sus ropas, el maquillaje de sus ojos, sus labios encendidos y sus tatuajes. La reina de los condenados (inspirada en la obra de la escritora Anne Rice) y la saga de Underworld serían buenos ejemplos de esta mezcla de las estéticas del vampirismo con las del rock gótico.

Quizás, con menos éxito, pero sin irrespetar las normas básicas del vampiro, la televisión se atreve a presentar edulcoradas historias adolescentes como The vampires diaries, que pretende ser una historia de amor heredada de Crepúsculo pero paseándose con códigos más oscuros. Una especie de Vampi(1991), telenovela brasileña pero con más presupuesto, menos humor y contada por temporadas. HBO también se arriesgó con la adaptación de la serie de libros de Charlaine Harris en la serie de televisión True blood, creada por Allan Ball (el mismo creador de la aclamada serie Six Feet Under), que profundiza sobre la inclusión social del vampiro y las consecuencias políticas, religiosas y sociales que esto acarrea. Tras cinco temporadas, la inclusión de otros asuntos paranormales que resultan efectistas, le restan validez y coherencia a una historia que prometía una representación más respetuosa del vampiro en la televisión.

Y, claro, no podemos dejar de nombrar a los clásicos cinematográficos. Ningún buen vampirólogo (o vampirófilo) de cualquier edad debería dejar de asomarse a obras fundamentales como Nosferatu –la original en blanco y negro- o como Bram Stoker’s Dracula del gran cineasta Francis Ford Coppola. O incluso yendo un paso más atrás, lejos de la pantalla, y sentarse a leer el libro Drácula del escritor irlandés Bram Stoker, o descubrir el germen en 1819, con el relato corto El vampiro de John William Polidori. Hay que fijarse en los grandes para luego poder comparar y reflexionar.

Larga vida a los vampiros y a todos aquellos maestros de ayer y hoy que se acuerdan de ellos para garantizarles, por medio de la ficción, una existencia digna, perturbadora y cautivante entre nosotros.

Los vampiros están de moda, lo han estado por un buen rato y lo seguirán estando. Hay algo fascinante en los vampiros que a lo largo de generaciones ha cautivado a la humanidad. Quizás hoy en día los vampiros están más de moda que nunca gracias a la saga de libros -luego convertidos en exitosas versiones cinematográficas- de Crepúsculo de Stephenie Meyer. Y si bien los amantes de los vampiros deberíamos estar contentos con el triunfo de nuestros amigos, los llamados “caminantes nocturnos”, hay algo que no deja de preocuparnos: se está desvirtuando su imagen. Se están convirtiendo en una especie de versión comercial, light y con colmillos punta roma de sí mismos. En pocas palabras, una abominación cultural.

Cada quien tiene derecho a formarse su propia opinión, algunos consideran que la saga de libros y películas de Crepúsculo son buenas, mientras que otros -donde me incluyo- pensarán que no lo son en lo absoluto. El peligro no radica realmente en que el público lea y mire con disfrute las obras de esta saga, sino que el riesgo parece estar en que los lectores y aficionados del género se conviertan en público cautivo y exclusivo de Crepúsculo. Que sólo conozcan –o crean conocer- a los vampiros por medio de esos personajes e historias que ofrece esa saga en particular. Porque, de ser así, nos estaríamos condenando a ver sólo un pedacito minúsculo del espectro, al tiempo que nos estaríamos perdiendo una amplísima gama de matices que también abordan el tema de los vampiros de manera maravillosa en la literatura, el cine, el cómic y la novela gráfica.

***Imágenes usadas en este artículo: 1. Detalle de póster promocional de la película Drácula de Bram Stoker (1992), dirigida por Francis Ford Coppola. 2. Fotograma de la película Nosferatu (1922), dirigida por Friedrich Wilhelm Murnau. 3. Póster promocional de la serie de televisión True Blood (2008), transmitida por HBO y creada por Alan Bell (y trailer). 3. Póster promocional de la película Déjame entrar (2008), dirigida por Tomas Alfredson (y trailer). 4. Póster promocional de la película Blade (1998), dirigida por Stephen Norrington (y trailer). 5. Trailer de Drácula de Bram Stoker.


 
 
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Cultura, libros, infancia y adolescencia

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