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Es difícil escoger mis 12 momentos cinéfilos favoritos de entre los más de 200 largometrajes que he visto de este 2024. Pero, de tener que elegir, este itinerario fílmico ha de empezar irremediablemente por la que ha sido, sin duda, mi experiencia cinematográfica del año.


Tras negar a conocidos y familiares que este año iba a asistir a la Semana Internacional de Cine de Valladolid, en un repentino arrebato decidí reservar un hostal para pasar tres noches en el festival. ¿La razón? El anuncio de que proyectaban The brutalist (Brady Corbet), la colosal epopeya norteamericana de 3 horas y media de duración (intermedio incluido), que relata el auge y caída de un arquitecto brutalista judío que, huyendo de la Europa de posguerra, se encuentra con los males del elitista capitalismo voraz en Estados Unidos. Las hiperbólicas alabanzas que recibió en Venecia la cinta, rodada en Vistavision (70mm), me hicieron entrar al pase del ampuloso Teatro Calderón y sentarme en la primera fila de la sala con el nerviosismo de quién sabe que va a ver una de las películas del año. La emoción era acrecentada por las insistencias de los acomodadores en que no se podía sacar el móvil y por descubrir a mi lado a dos oscarófilos a los que sigo y aprecio, que me comentaron que desde Madrid llegaban buses llenos de cinéfilos deseosos de vivir este momento. Y la emoción se convirtió en abrumadora con la primera escena: una obertura marcada por un plano nunca visto de la Estatua de la Libertad invertida. Una exhibicionista secuencia que apuntaba al discurso del filme sobre el falso mito de la libertad (“Nadie es más esclavo que el que se tiene por libre sin serlo”, como diría Goethe), en un sistema capitalista que llena de impunidad a los enriquecidos, a pesar del maltrato que ejercen.



Desde la primera fila, me sentí invadido por la expresividad de unas imágenes brutales que se abalanzaban sobre mí y que no podía dejar de mirar con la boca abierta. Imágenes tan enraizadas en el clasicismo como aparentemente experimentales y novedosas. Imágenes cuya fuerza se multiplicaba dada mi posición en la sala (pegado a la gran pantalla), haciendo que los contrapicados proliferaran en demasía y que los personajes se inclinaran hacia mí con una superioridad inapelable. Así se magnificaba ante mis ojos (y oídos) una obra grandiosa en ambiciones y dimensiones, una subyugante y entretenida épica íntima a lo largo de décadas que me impactó especialmente cuando, en su arriesgada e incómoda segunda parte (“El núcleo de la belleza”), el horror y el mal más desazonador y cruel emerge desde las sombras. Un impacto que llegó a sus más altas cotas cuando una persona, (probablemente) impresionada, se desmayó en su butaca y la película tuvo que pausarse para permitirle salir de la sala. El silencio, sepulcral, daba cuenta del respeto, tanto a la situación, como a la obra totémica que estábamos contemplando. 



Protagonizada por un Adrien Brody en estado de gracia y con un monumental diseño de producción que disimula su limitado presupuesto, el largometraje exige ser admirado y adorado. Sin embargo, la distancia moral me fue insalvable, pues Corbet apunta hacia un sionismo, un irresponsable utilitarismo y una cierta misoginia que, hoy, resulta difícil de tragar. Esta fue una de las razones que hizo que The brutalist estuviera lejos de ser mi película favorita de entre las vistas en Valladolid. En su lugar, fue una propuesta mucho más modesta la que robó mi corazón. 


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Minutos antes de que Brady Corbet recogiera su galardón a la mejor dirección en la Mostra de Venecia, la coreógrafa y cineasta judía Sarah Friedland agradecía su premio a la mejor ópera prima condenando el genocidio en Gaza y los 76 años de ocupación. La película por la que fue merecedora de tal reconocimiento fue Familiar touch (crítica completa aquí), un detallista coming of old age que, reivindicando la importancia de los cuidados, retrata con luminoso humanismo y tierna naturalidad el proceso de envejecimiento y adaptación a un entorno desconocido, como es una residencia de ancianos. Se nos cuenta la historia de Ruth, una mujer cuyos sentimientos y subjetividad compartimos, a la par que entendemos las disonancias que las personas que la rodean tienen con respecto a su modo de significar su realidad. Encomiable me pareció cómo el filme evita transformarse en un lacrimógeno relato del declive trágico y despersonalizador de la demencia, para tender a mantener intacta la dignidad, arrojo y entereza de un personaje cuya vida no deja de estar plagada de pequeñas alegrías. 



Con pasajes de evocadora sensorialidad y una atención precisa a la gestualidad y expresividad de la cotidianidad, la cinta está cargada de conmovedores gestos cinematográficos que hicieron de Familiar touch la película más bella de cuantas pude ver en Pucela. Allí estuvo Sarah Friedland, quien, en un animado coloquio, desveló los orígenes del filme, así como el laudable proyecto de elaboración de talleres de actuación y cine con ancianos y cuidadores que le permitió entender los ritmos de esta población. Tras la proyección, una compañera del MUSOC y yo nos acercamos ilusionados y emocionados a felicitar a la directora por su trabajo. Me alegra pensar que este primer contacto contribuyó a la facilidad que tuvimos para programar esta irrenunciable película en el certamen asturiano. 


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Pero, este año, más allá de la SEMINCI, fue la Zinemaldia el festival en que viví las más memorables experiencias colectivas en una sala de cine. La primera fue la que presencié en la sesión de Anora (Sean Baker, crítica completa aquí) en el Teatro Principal de Donosti, lleno de caras conocidas del cine español. Experimenté allí una sensación de entusiasmo y entrega generalizada similar a la que, un lustro antes y en el mismo festival, había sentido en la proyección de Parásitos. Un filme que acabó llevándose el Oscar a la mejor película tras hacer una carrera relativamente equiparable a la que está siguiendo Anora (desde la Palma de Oro de Cannes y el tercer puesto del premio del público en Toronto, hasta ser la favorita en los premios de la crítica, pasando por que en Estados Unidos la distribuye NEON), lo que me ha dado muchas alegrías, como seguidor acérrimo de la temporada de premios. Deseo con todas mis fuerzas que la última cinta de Baker repita la hazaña de Bong Joon-ho.



Y lo deseo porque Anora es una obra maestra tan luminosa como desoladora, tan ligera como política, tan divertida como profundamente triste. Baker vuelve a dirigir su mirada comprensiva y desestigmatizadora hacia personajes que, desde los márgenes de la sociedad estadounidense, intentan alcanzar un sueño americano que acaba por resultar inalcanzable. Dividiendo la película en tres segmentos, Baker nos permite acompañar muy de cerca a la protagonista en su viaje desde la ilusión inicial, hasta el desencantamiento progresivo, pasando por la desconcertada confrontación. Análogamente, el espectador pasa del videoclipero festín de frivolidad y hedonismo inicial, al doloroso drama discursivo y realista que se va imponiendo paulatinamente, sin olvidar, en el segundo acto, la screwball comedy más hilarante. 



Y es en esta segunda parte cuando el largometraje conquista. Baker entiende el enorme potencial humorístico del barullo, el desacuerdo y el enfrentamiento, y diseña una divertidísima set piece de más de 30 minutos, donde, mediante el slapstick, estridentes diálogos superpuestos y la comedia de situación, cada personaje es reducido a su modo particular de reaccionar ante la persistente y gritona protagonista. Uno se disculpa, el otro la recrimina; uno se muestra desconcertado y lleno de estupefacción, el otro expresa una firme convicción monosílaba; uno tiene parsimonia conciliadora, el otro improvisa celeridad represora. Los choques son tan inevitables como las carcajadas que provocan. Es, sin ninguna duda, mi secuencia cómica favorita del año. 


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A San Sebastián llegué cansado tras un viaje nocturno en bus en el que fui capaz de dormir apenas una hora. Sin sitio en el que recostarme, dado que el check in del hostal en que me alojaba era tardío, pasé mi mañana inaugurando el festival en el cine, viendo un par de exposiciones y redactando mis primeras críticas para la cobertura en directo, desde la sala de prensa. Tras comer eché una siesta muy exprés para aguantar las siguientes cuatro sesiones de la tarde. Sin embargo, me cuestionaba si iba a tener la suficiente concentración y claridad mental para soportar la proyección de medianoche que me esperaba en el Teatro Victoria Eugenia (lo que supondría dormir solo 4 horas, esa noche). Preocupado, intenté regalar mi entrada a algunos de los espectadores circundantes, pero mi proposición era recibida con hostilidad. Me decidí a entrar a la sala y a marcharme a mi habitación si el sueño podía conmigo. No pude tomar una mejor decisión. Nunca este año he estado tan despierto como viendo The substance (Coralie Fargeat, crítica completa aquí). 



Y quizás a ello contribuyó un público deseoso de pasárselo bien (“sois mejor que la cafeína”, dijo la presentadora del pase), que vitoreó con fuerza los excesos de este glorioso baño de abyección como crítica feroz y antídoto ante los opresivos y misóginos cánones de belleza normativos. A través de una simple premisa de ciencia ficción (una sustancia que produce una segunda versión más joven, bella y perfecta de quien la consume), la película desarrolla una alegoría de ese patriarcado que excluye, deshecha y convierte en monstruo a cualquier persona que se aleje de un ideal cada vez más inalcanzable. 


Lo que verdaderamente me sacudió de la propuesta fue la audaz, enérgica, visceral e impactante puesta en escena de Fargeat, con un estilo muy marcado. Un dinámico montaje que mantiene un ritmo imparable, un maquillaje memorable que da cuenta de los cambios corpóreos de la protagonista, unas sobresalientes actuaciones que trabajan la expresividad de la impulsividad, una vibrante e inmersiva banda sonora techno, un sonido que amplifica cada mínimo ruido para convertirlo en atronador, un heterogéneo aprovechamiento de un artificioso, impoluto y saturado diseño de producción.



Con un gran uso del plano detalle, la cinta juega con las repeticiones de la rutina para generar un marcado contraste entre el desenvolvimiento en el mundo de la protagonista y de su doble. Y aunque Demi Moore se expone hasta niveles insospechados, es Margaret Qualley, la doppelgänger de la función, la que logra hacer creíble tanto la identificación entre ambos personajes, como sus sucesivos distanciamientos. Hasta el punto en que estos sean irreparables, y a la película solo le quede entregarse a la violencia y acción más gore, festiva y catártica.


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Pero la experiencia de La sustancia (cuya aparición en la carrera de premios norteamericana también me ha hecho muy feliz) no terminó con el fin de los títulos de crédito, sino que siguió en múltiples y estimulantes conversaciones y debates con diversos amigos, convirtiéndose en la película sobre la que más he dialogado este año. En una situación similar está Civil war (Alex Garland), de cuyo apasionamiento me hicieron partícipe fotógrafas y lectores de Susan Sontag.



Con una estructura similar a Aniquilación, pero prescindiendo de metáforas, Civil war es una adrenalínica y sugerente road movie que me mantuvo tenso de principio a fin. Con una limpieza de la imagen similar a los anteriores trabajos del director, la cinta imagina un inminente conflicto bélico endógeno en Estados Unidos (con numerosas resonancias a la actualidad, a pesar de lo aparentemente apolítico de la propuesta), para proponer una reflexión sobre la violencia y su representación (fotoperiodística). Los creíbles personajes protagonistas, un grupo de periodistas de guerra de camino a Washington para hacer al conflictivo presidente la que probablemente sea su última entrevista, representan dos caras de su profesión: la adrenalina autodestructiva y la apática insensibilización ante la saturación de imágenes de la crueldad, el sufrimiento y el duelo.



Dado el interés del largometraje en estas cuestiones, me fue fácil poner la lupa sobre cómo representa Garland la violencia, y darme cuenta de que la crítica antibelicista del realizador se articula a través de trepidantes escenas de acción con un trabajo inusual con el sonido y la música que, al más puro estilo de La chaqueta metálica o Apocalypse now, convierten en grotescas las muestras de heroicidad. Set pieces musicales interrumpidas, haciéndose el silencio, por la crudeza de las fotografías en blanco que saca la protagonista, y que dan cuenta de la crudeza y el sinsentido de la guerra. Especialmente sobrecogedor me resultó el cameo de Jesse Plemons en la secuencia más angustiosa del filme. 


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Civil war podría hacer una perfecta doble sesión con Los malditos (Roberto Minervini), una realista reconstrucción de un capítulo la Guerra Civil norteamericana que se distancia de cualquier espectacularización, pero sobre todo con la chilena Los colonos (Felipe Gálvez), dada su interesante y diversa presentación de la violencia (por un lado, la explicitud más desagradable, por el otro, el testimonio verbal más traumático y sugerente) y sus semejanzas con Apocalypse now en tanto viaje hacia el abismo y el horror. Pero la cinta de Gálvez se puede poner también en diálogo con otros trabajos recientes, como Blanco en blanco (Théo Court) o Bacurau (Kleber Mendonça Filho, Juliano Dornelles), en su utilización poscolonial y subversiva de la iconografía del western para denunciar y desmontar la mitificación del genocidio a la población indígena. 



Un ejercicio revisionista que se acaba por concretar, en la última parte de este largometraje capitular, en crítica rotunda al enraizamiento de la construcción del estado y la nación chilena en un feroz exterminio. Crítica que se hizo especialmente pertinente en un momento en que se discutía la constitución de Chile. Con una estructura fascinante, la película deja para el final su imagen más memorable y políticamente combativa: el primer plano del rostro de una mujer, de mirada desafiante, que se niega a integrarse y complacer a quienes la han oprimido hasta el momento. 


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Frente a Civil war, no en todos los debates con amigos sobre el cine de 2024 se dio una plena sintonía. Igual que con The substance me replanteé lo contraproducente de reproducir la hipersexualización que se crítica o la pluralidad de reacciones posibles al desmesurado desenlace, con Eight postcards from Utopia (Radu Jude, crítica completa aquí) entendí que no todos somos capaces de aguantar sin extenuarnos el ritmo imparable con que se suceden los numerosos anuncios que conforman el filme. La más hilarante obra del siempre interesante Radu Jude, codirigida con el filósofo Christian Ferencz-Flatz, es un vertiginoso collage de la publicidad que apareció en las televisiones rumanas desde la revolución de 1989 que dio fin al gobierno de Nicolae Ceausescu, hasta la crisis de 2008. El largometraje está dividido en 8 fragmentos con descriptivos títulos (“El dinero habla”, “La revolución tecnológica”, “Espejismos mágicos”, etc.), en los que, a través del audaz, irónico y mordaz montaje de Catalin Cristutiu, se reflexiona sobre cuestiones como la hiperbólica, irreal y exaltada representación de los cuerpos y las sensaciones en la publicidad. O sobre la incentivación comercial de relatos de normatividad, de determinados patrones conductuales según el género y la edad. O, muy especialmente, sobre la historia de Rumanía.



“No me gustó nada la de los anuncios”, me increpó un conocido, en una cola del Festival Internacional de Cine de Xixón. Comentario que despertó la reacción de incredulidad de una señora que preguntó indignada: “¿te la recomendó él?”, mientras varias personas negaban con la cabeza, decepcionadas. Fue curiosa la distancia entre el matinal pase de prensa y acreditados, donde las carcajadas no cesaban, y las sesiones de la tarde, en que hubo estampidas de gente saliendo de las salas y viscerales rechazos por parte de numerosos colegas. ¡Vivan todas esas conversaciones que me hicieron dudar acerca de mi perspectiva!


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Conversaciones que fueron comunes en el FICX, el certamen en que me sentí más y mejor acompañado de todos a los que pude asistir. Allí vi por segunda vez la sobresaliente Harvest (Athina Rachel Tsangari, crítica completa aquí), brillante adaptación de la novela homónima de Jim Grace que cuenta la historia de una comunidad agrícola que se verá trastocada por la llegada de un cartógrafo y de un grupo de extranjeros, a quienes se acusa infundadamente de un incendio que ha tenido lugar en el establo del pueblo. Situándose entre el relato coral del fin de una comunidad y el arco individual del antiheroico y ambiguo personaje de Walter (Caleb Landry Jones), la película disecciona con precisión un proceso de aculturación y expropiación moderna del mundo rural, vinculándolo a la aparición del capitalismo, a la xenofobia y al patriarcado. Y, a pesar de que, por momentos, dado el detallismo del diseño de vestuario y de producción, parezca que estamos ante un retrato etnográfico de los ritos, costumbres y trabajos de un pueblo real, la atemporalidad del relato (enfatizada por los contrastes lingüísticos) se impone, y apunta a la vigencia del discurso en la actualidad. 



De Harvest me deslumbró la dirección de fotografía de Sean Prince Williams (realizador de The sweet east), en celuloide y con luz natural, nos envuelve en una atmósfera extraña, inquietante y evocadora, entre el sueño y la pura fisicidad, sensorialidad y tactilidad, en que tan bellos son los tableaux vivants de la naturaleza, como los primeros planos de los rostros de los protagonistas (con apasionantes juegos de miradas) y los simbólicos planos detalles de insectos. También me apasionó como la directora logra presentar una voz altamente personal a la par que su obra es tan fiel a la novela original de Grace (incluyendo citas textuales a través de la voz en off), como -en su análisis punzante, determinista y pesimista de las relaciones de poder- a la nueva ola de cine griego que la propia Tsangari impulsó produciendo los primeros largometrajes de Lanthimos. Y, por último, me hizo ilusión descubrir que mi entusiasmo era compartido por las amigas con quien vi la cinta.


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También salí(mos) encantado(s) de la proyección matinal del drama islandés When the light breaks (Rúnar Rúnarsson), una desoladora estampa del duelo y el dolor de una mujer incapaz de expresarlo, perfecta en su estructura y ejecución. La premisa ya estremece: Diddi promete a Una, su amante secreta, cortar con su novia Klara para poder hacer pública su relación. Mas su muerte en un accidente de tráfico interrumpe sus planes y obliga a Una a silenciar su angustia y rencor ante la presencia de Klara, merecedora de todas las condolencias. 



La sinopsis, con todo, se queda corta para expresar la conmoción extrema que sentí viendo el filme, gracias a una milimétricamente planificada (a la par que contenida) puesta en escena que exterioriza con solvencia las dimensiones de esa herida que Una no puede dejar de ocultar y disimular. Obligada a consolar sin poder ser consolada, Una queda incomprendida y aislada en evocadores planos generales, que se contraponen a los invasivos primeros planos del rostro desgarrado y lleno de matices de una excelente Elín Hall. Difícil fue no derrumbarme cuando, entre tanta desgracia y represión, la luz empieza a irrumpir.



Cómo olvidar ese emocionante y catártico baile, cercano al abrazo en la playa de la Roma de Cuarón, en que Una empieza a desvelar sus cartas. O ese momento en que, a través de un efecto óptico, Rúnarsson logra hacernos volar desde la sala de cine. O ese impresionante, abstracto, circular y trascendente final abierto que, con la etérea partitura del “Odi et Amo” de Jóhann Jóhannsson, me dejó temblando durante parte de los títulos de crédito. 


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Sin embargo, no fue este mi final favorito en una película de 2025, sino que tal honor ha de recaer en otro largometraje que cuenta con un trío protagonista y la represión como tema central: Challengers (Luca Guadagnino). El espectacular partido de tenis con el que se cierra la calculadísima cinta del director italiano crea una tensión casi insostenible, propone una coherente conclusión al arco de los personajes altamente satisfactoria y exhibe un admirable virtuosismo formal, con planos inauditos (un plano subjetivo desde la perspectiva de la pelota que se transforma en cenital, estetas cámaras lentas de planos detalles del cuerpo de los competidores, imágenes desde debajo del suelo de la cancha, etc.). 



La disfrutona dirección de Guadagnino vuelve a brillar a la hora de transmitir con asombrosa claridad visual las dinámicas y psicologías de sus imperfectos personajes, de los que nos encariñamos alternativamente en un enganchante peloteo empático, al que contribuyen las estelares interpretaciones de Zendaya, Mike Faist y, especialmente, Josh O´Connor (en un papel antagónico a la melancólica introspección de la lírica y cálida La quimera, de Alice Rohrwacher). El guión de Justin Kuritzkes y el montaje de Marco Costa saltan con habilidad de una temporalidad a otra para dosificar la información y contextualizar lo que se juega en un partido en que cada gesto está cargado de significado. La enérgica e icónica banda sonora techno de Trent Reznor y Atticus Ross aparece inesperadamente, en varios momentos, para equiparar las dinámicas relacionales con las competiciones deportivas. Todo en Challengers funciona como un reloj para crear un filme que, rezumando sensorialidad, confirma que la fuerza obsesiva del deseo es uno de los intereses fetiches en el cine de Guadagnino. Ardo en deseos de ver Queer


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No todo el cine que me encandiló este 2024 lo vi acompañado. De hecho, una de las obras que más me estimuló y sobre la que más reflexioné (para redactar, con vértigo y mucha atención, uno de mis primeros textos para pezlinterna) la vi en la televisión de mi casa, gracias al Atlántida Film Fest de FILMIN. Se trata del fascinante díptico portugués formado por Mal vivir y Vivir mal (João Canijo, crítica completa aquí). Si Mal vivir retrata tres jornadas en la vida de las cinco mujeres que dirigen y trabajan en un decadente hotel, Vivir mal relata episódicamente los sucesos que, en ese mismo periodo de tiempo, protagonizan los huéspedes, personajes secundarios del primer largometraje. El estimulante experimento funciona gracias a un preciso guión, unas calculadas interpretaciones, una milimétrica localización de los objetos y actores en el espacio y un impresionante diseño sonoro que permiten identificar al espectador qué acciones están sucediendo simultáneamente en todo momento. 



Mal vivir me impactó y dolió en la rigurosidad con la que transforma la disfuncionalidad (y su derivada incomunicación, infelicidad y soledad) en forma cinematográfica, recordándome por momentos al cine de Lanthimos, Aftersun (Charlote Wells), Safe place (Juraj Lerotic) o Monica (Andrea Pallaoro). Vivir mal, adaptación libre de tres piezas teatrales de August Strindberg, me entretuvo en su tono melodramático más exagerado, liviano, anecdótico y caricaturesco que Mal vivir, emocionándome especialmente el último episodio de la antología. Pero lo verdaderamente interesante de la propuesta de Cãnijo es el diálogo entre ambos filmes, sus rimas y contraste. Nexos y desencuentros que me posibilitaron interpretar el díptico como una reflexión sobre la desigual situación entre los trabajadores del sector turístico y los pasajeros visitantes, a la hora de lidiar con sus respectivos dramas existenciales. 


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Y llego al final de este lista con una obra maestra que vi en la Tabakalera de Donosti, en una de las sesiones menos abarrotadas de todo el festival. Mis expectativas eran altas, a raíz de la recomendación entusiasta de un amigo, pero nada me podía hacer esperar el arrebatamiento que sentí al ver la alucinante Pepe (Nelson Carlo de los Santos Arias, crítica completa aquí), una barroca, rizomática, original y bastarda muestra de cine decolonial que creció en mi interior con el paso de cada semana. Un hipnótico y muy divertido ensayo experimental basado en la historia de Pepe, hipopótamo que escapó de la Hacienda Nápoles (Antioquía, Colombia) de Pablo Escobar y fue asesinado en polémicas circunstancias. 



La profunda, cacofónica, sabia y poética voz de Pepe, entre la onomatopeya y los idiomas mbukushu, español y afrikáans, nos guía a lo largo de la historia de su vida en busca de una respuesta a la pregunta de por qué está muerto. La respuesta que ofrece el largometraje tiene que ver con esa condición de Otro radical y anormal que le une, en tanto oprimido y marginado, a los esclavos transportados desde África hacia el Nuevo Mundo, a las víctimas de genocidios coloniales, a los obreros bajo las órdenes de Pablo Escobar, a la población pobre de Estación Cocorná. Pero que también le separa, en un sistema en que, frustrados, los más desamparados parecen condenados a desarrollar un discurso inteligible y respetado solo cuando se oponen violentamente a una alteridad más recóndita y monstruosa.



Evitando caer en este mismo problema, Nelson Carlo de los Santos Arias, realizador, productor, guionista, montador, director de fotografía, compositor y diseñador del sonido de la cinta, rompe con la centralidad de la alteridad en la articulación de la narración. Para ello, se sitúa siempre en el límite. Entre la verdad del caso real en que se inspira y el ejercicio de la imaginación más desbordante. Entre el documental y el sueño; la palabra y el ruido ininteligible; la oralidad y la transmisión no verbal. Entre el retrato de la comunidad de Pepe y el del tejido social que hizo posible la desgracia (de transportistas a pescadores y cazadores). Entre lo cotidiano y lo insólito; la seriedad y lo juguetón; la concentración conceptual y la relajación narrativa. Entre un género cinematográfico y el otro. Porque Pepe fluye, con sorprendente desparpajo, del idílico y preciosista documental de animales, al natural horror; de la denuncia social más inesperada, al cine de acción más vibrante; del drama costumbrista, a la hilarante comedia negra; de la lúdica e impulsiva experimentación audiovisual (con cambios de formato, color, etc.), al meditado y reflexivo soliloquio filosófico (antropológico, sociológico, histórico, lingüístico y biológico). Todo desde la heterodoxia y la impureza fílmica más subyugante. 



Empezamos con The brutalist y acabamos con Pepe. Si The brutalist me despertaba admiración distanciada y me paralizaba y apabullaba en su abrumadora magnificencia, Pepe me provoca alegre apasionamiento e incentiva mi reflexión, más allá de la pasiva contemplación. Si, con su superioridad inapelable, The brutalist me demandaba adoración asimétrica, Pepe, en su espíritu lúdico, permite ser abordada desde el juego. Si The brutalist era una epopeya más grande que la vida misma, Pepe es una obra habitable, en la que y con la que perderse. Si The brutalist reivindica un clasicismo pretérito, Pepe, impura y heterodoxa, resiste ante los modos convencionales de narración. Si The brutalist es cine “del que ya no se hace”, Pepe es una obra plenamente original que solo se podría dirigir ahora. De tener que elegir, me quedo con Pepe


Y hablando de elegir, termino este artículo compartiendo un top con mis 25 películas favoritas del año, en formato vídeo. El orden podría ser este u otros muchos. Siempre es tan difícil escoger…



Menciones especiales


2024 ha sido un año cinéfilo repleto de alegrías. No puedo dejar de nombrarlas en forma de unas cuantas menciones especiales. Desde el extraordinario collage-autorretrato de Leos Carax en el mediometraje C'est pas moi, hasta el gozoso y subyugante festín de hallazgos audiovisuales de El jockey (Luis Ortega). Desde la intimidad testimonial del documental estonio Smoke sauna sisterhood (Anna Hints), hasta la expresiva inventiva y la creativa deformación del mundo de Pobres criaturas (Yorgos Lanthimos). Desde las significativas escenas de sexo de Tesis sobre una domesticación (Javier Van De Couter), hasta la ligereza profunda de las variaciones sobre el amor de Tres amigas (Emmanuel Mouret). Desde la artificiosidad sincera como camino para la genuina conexión en Sobre todo de noche (Victor Iriarte), hasta las sentidas coreografías de Slow (Marija Kavtaradze), la Laurence anyways de la asexualidad. Desde el bucolismo anti-trabajo de la mutante Los delincuentes (Rodrigo Moreno), hasta la desarmante ternura que aparece en un apático entorno en la muy moderna La imagen permanente (Laura Ferrés). Desde la calidez de The holdovers (Alexander Payne), hasta el rotundo ejercicio político de identificación secundaria de la dura To a land unknown (Mahdi Fleifel). Desde los cameos de los investigadores de El pequeño Quinquin en la paródica L´empire (Bruno Dumont), hasta la loca y semi-animada reinvención del cartoon en Hundreds of beevers (Micke Checklist). 



Desde la (muy completa) exploración del original concepto de la cómica sátira Dream scenario (Kristoffer Borgli), hasta la repentina aparición de Adam Pearson en la divertida A different man (Aaron Schimberg), punzante indagación sobre la identidad, la belleza, la normalidad o la creación artística. Desde las reflexiones sobre la representación de Las cuatro hijas (Kaouther Ben Hania), hasta el (probablemente) inintencionado cuestionamiento de las convenciones familiares heteronormativas gracias al atractivo experimento formal de Here (Robert Zemeckis). Desde el diálogo con la filosofía de Stanley Cavell y Kierkegaard de la irresistible Volveréis (Jonás Trueba), hasta la decisión de presentar un argumento epistemológico a través de un esquemático relato del apasionado primer amor en What Mary didn't know (Konstantina Kotzamani). Desde la transparente y amable meditación sobre la muerte de Super happy forever (Kohei Igarashi), hasta la naturalista e inteligente crítica a la rutinaria precariedad laboral de On falling (Laura Carreira). Desde las fugas poéticas y el debate postcolonial en el metódico documental Dahomey (Mati Diop), hasta la profunda libertad de la road movie On the go (Maria Gisele Royo, Julia de Castro). Desde la paradójica y desafiante revisión de “Edipo rey” en Música (Angela Schanelec), hasta el puro y desacomplejado entretenimiento de la hitchcockiana Trap (M. Night Shyamalan).



Desde las diversas y divertidas performatividades de Glen Powell en Hit Man (Richard Linklater), hasta las huracanadas interpretaciones de Marianne Jean-Baptiste en la tridimensional Hard truths (Mike Leigh) y de Renate Reinsve en la intrigante e impactante Armand (Halfdan Ullmann Tøndel). Desde la dirección de fotografía del cuento ecologista Salvajes (Claude Barras), hasta el brillante montaje de esa inventiva mezcla de política y jazz llamada Soundtrack to a coup d 'Etat (Johan Grimonprez). Desde el uso del efecto Rashomon en Monster (Hirokazu Kore-eda), hasta los montages del paso del tiempo en la epatante Godland (Hylnur Palmason). Desde la consolidación del sugerente lenguaje cinematográfico propio de Dea Kulumbegashvili en April, hasta la maestra dirección de Berger en el thriller Cónclave (Edward Berger). Desde los 21 coreografiados e impresionantes planos secuencia y el diseño de producción de A batalha da Rua Maria Antônia (Vera Egito), hasta los excesivos efectos visuales y la importancia del relato en Furiosa (George Miller). Desde el rico contexto histórico en que se enmarca la historia de la ambiciosa Woman of… (Malgorzata Szumowska, Michal Englert), hasta la barroca y heterogénea puesta en escena de la febril La cocina (Alfonso Ruizpalacios). 



Desde la tensa espectacularidad y sensorial concisión de Dune 2 (Denis Villeneuve), hasta el efectivo y envolvente pulso narrativo de El rapto (Marco Bellochio). Desde la inteligente idea de la estupenda Last night with the devil (Cameron Cairnes, Colin Cairnes), hasta la deliciosa y juguetona historia de amor de Góndola (Veit Helmer). Desde la estampa de la necesidad de pertenencia en los personajes de la scorsesiana The bikeriders (Jeff Nichols), hasta la presentación del conflicto familiar como parábola de la paranoica y patriarcal represión política en la valiente La semilla de la higuera sagrada (Mohammad Rasoulof). Desde el juego con las home movies de Algo viejo, algo nuevo, algo prestado (Hernán Rosselli), a la multifacética radiografía de la fascinante figura de Peaches en Peaches goes bananas (Marie Losier). 



Desde la calmada polifonía de pictóricos fotogramas, aforísticas confesiones y gestos esenciales de la atmosférica Fogo do vento (Marta Mateus), a la urgencia fotoperiodística de No other land (Basel Adra, Hamdan Ballal, Yuval Abraham, Rachel Szor). Desde la curiosa estructura dramática de la muy simpática Necesidades de una viajera (Hong Sang-soo), hasta el giro que convierte el minimalista y afectuoso retrato de una comunidad migrante de Blue sun palace (Constance Tsang) en un intimista, triste y silencioso duelo. Desde la desbordante energía de la almodovariana Las chicas del balcón, a la sobriedad de la muy correcta Tres kilómetros al fin del mundo (Emanuel Pârvu). Desde la adaptación magistral de “Cuál es tu tormento” que es la contenida y delicada La habitación de al lado (Pedro Almodóvar), hasta la conmovedora narración plagada de macabro humor negro de Memoir of a snail (Adam Elliot). Desde el meta-comentario autocrítico del audaz musical Joker: Folie à Deux (Todd Philips), hasta la estilística renovación intertextual del expresionismo alemán de la impecable Nosferatu (Robert Eggers).



Desde la contundencia feminista de la sutil y contenida Vermiglio (Maura Delpero), la contemplativa y precisa Good one (India Donaldson) y la sensible y cotidiana January 2 (Zsófia Szilágyi), hasta el análisis empático del ritual estadounidense en la melancólica Eephus (Carson Lund) y la anecdótica y nostálgica Christmas Eve in Miller´s Point (Tyler Taormina). Desde la solvente dinámica entre los personajes protagonistas de Crossing (Levan Akin) y Wicked (Jon M. Chu), hasta las variaciones en torno al coming-of-age de la impresionista y deconstructiva L´île (Damien Manivel), del hipnótico, plástico, lynchiano, desolador y sincero retrato de la disforia I saw the Tv glow (Jane Schoenbrun), de la muestra de realismo social y mágico Bird (Andrea Arnold), de la apasionante, turbia y ambigua Simón de la montaña (Federico Luis), de la austera no ficción Ce n´est qu´un au revoir (Guillaume Brac), de la redonda Falcon lake (Charlotte Le Bon) o de la llamativa formalmente y potente ópera prima Toxic (Saulè Bliuvaitè). 



2024 ha sido un año donde me han deslumbrado secuencias como la sorprendente presentación del loable dispositivo narrativo de Every you, every me (Michael Fetter Nathansky), la imitación en el espejo en la camp May december (Todd Haynes), el homenaje cómico y surreal a Kiarostami en la estilosa Universal language (Matthew Rankin), los inquietantes pasajes en la actualidad en la romántica y estimulante La bestia (Bertrand Bonello), el corto Soft Skin (Khamis Masharawi) de la compilación palestina From ground zero, la bella escena del baile paterno-filial en la excelente Los destellos (Pilar Palomero), las (aparentes) citas al cine de Víctor Erice en la preciosista Los restos del pasar (Luis (Soto) Muñoz, Alfredo Picazo), la perturbadora e incómoda segunda historia de la irregular Kinds of kindness (Yorgos Lanthimos), el zoom out con drón de la cárcel de Reas (Lola Arias), el ambiguo final de Tótem (Lila Avilés), el idílico y luminoso último fotograma de All we imagine as light (Payal Kapadia) o las escenas de karaoke en el retrato de la alienación Animal (Sofia Exarchou) y en el vibrante melodrama telenovelesco y musical operístico Emilia Pérez (Jacques Audiard), con una derrumbada Dimitra Vlagapoulou y una intensa Selena Gómez cantando, respectivamente, “Yes, sir I can boogie” y “Mi camino”. 



Y también ha sido un año donde he tenido la oportunidad de disfrutar de una ilustrativa masterclass con Carla Simón, de un honesto conversatorio con Jane Schoenbrun, de la estimulante rueda de prensa de Joshua Oppenheimer por su interesante musical distópico The end, del extraordinario y revelador encuentro con Roberto Minervini por Los malditos o de una entrevista con el jurado joven del FICX. 


Definitivamente, hay muchos motivos para recordar 2024 como un gran año cinéfilo. Cruzo los dedos porque al final de 2025 pueda decir lo mismo. 

 
 

Actualizado: 24 jul


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Docenas de obras de ficción y no ficción, cortometrajes y largometrajes, conforman la cuidada programación de la XIII Edición de MUSOC, Muestra de Cine Social y Derechos Humanos de Asturies. Un espacio de encuentro entre el arte cinematográfico, el activismo y el pensamiento crítico que se celebrará del 10 al 31 de enero de 2025 en 10 concejos asturianos y que nos invitará a soñar con alternativas, frente a las realidades jerárquicas, opresivas o injustas que las películas seleccionadas retratan y denuncian. Os aconsejo que no os perdáis ninguna de las perlas que os recomiendo a continuación. 



La cocina

Viernes 10 de enero

19:30 h.

Casa de Cultura Teodoro Cuesta, Mieres

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Dice Peter, el protagonista de la obra teatral La cocina (1960), de Arnold Wesker, que el sueño “es el tiempo en que te olvidas de lo que eres y haces lo que podrías ser. Cuando el hombre sueña, crece” (traducción de: “It´s the time when you forget what are you and you make what you could be. When a man dreams, he grows”). Sin embargo, cuando le preguntan qué haría cuando se cumpliera su deseo -la desaparición de la cocina en que trabaja-, enmudece tímido y nervioso, sin encontrar respuesta, incapaz de seguir soñando. 


Thoreau se lamentaba: “Este mundo es un lugar de negocios. ¡Qué bullicio infinito! Casi todas las noches me despierto por el resoplido de la locomotora. Interrumpe mis sueños.” Con esta cita del filósofo trascendentalista estadounidense empieza La cocina, vibrante adaptación cinematográfica del cineasta mexicano Alfonso Ruizpalacios (Güeros, Una película de policías). Y la referencia no parece más apropiada. Ruizpalacios nos introduce en el estrés de un caótico día de trabajo en la bulliciosa cocina de The grill, una trampa para turistas en Nueva York con paupérrimas condiciones laborales. Este claustrofóbico espacio se convierte en microcosmos satirizado de ese mundo de negocios del que hablaba Thoreau. Una multicultural sociedad jerárquica, clasista y racista en la que el alienante, precario, mecánico, frenético y sisífico trabajo impide los sueños y el crecimiento personal. Una inhumana sociedad capitalista ante la que la violencia (en el sentido de Los condenados de la tierra de Frantz Fanon) parece ser la única salida.



Trasladando la acción de la obra original de Gran Bretaña a pleno Times Square, añadiendo dos tramas centrales a modo de macguffin y situando en primer plano la representación de la realidad migrante, Ruizpalacios es fiel a la furiosa beligerancia crítica de Wesker (importante exponente del kitchen sink realism). Pero se aleja de la teatralidad regalando al espectador una barroca, heterogénea e impresionante puesta en escena llena de arriesgadas ideas. Desde juegos con la aparición repentina del color hasta pasajes rodados con muy pocos fotogramas por segundo; desde precisos e informativos travellings hasta planos detalle de la elaboración de las comidas cocinadas con cariño; desde planos cenitales hasta split diopters; desde un alucinante y agobiante plano secuencia que recuerda a Birdman (Alejando G. Iñarritu) hasta un catártico montaje de primeros planos de los personajes insultándose que remite a Do the right thing (Spike Lee)… Cine febril.


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Dahomey

Domingo 12 de enero

20:00 h.

Centro Niemeyer, Avilés

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Dahomey, el segundo largometraje de la directora franco-senegalesa Mati Diop. Es un metódico documental que retrata los pormenores, así como las reacciones de celebración y discusión, que suscitó el proceso de restitución a Benín, en 2021, de 26 piezas del reino de Dahomey que se encontraban en el museo Quai Branly-Jacques Chiriac (París). Con una claridad, precisión, transparencia y concisión admirable, Diop resume la situación en breves intertítulos para después centrarse en la labor de los operarios que embalan, cargan, transportan, colocan, vigilan, protegen, examinan o describen las obras, ocupando estas usualmente el centro de las composiciones, enfatizándose su materialidad.



Y, de repente, una misteriosa y onírica voz emerge desde la oscuridad, hablándonos en el idioma fon. Se trata de la pieza número 26 (según la catalogación francesa), de la estatua del rey Ghézo (tal y como se nombra en Benin). Huella de un pasado que ha sido olvidado, en tanto que despojado y “folclorizado” en un museo que entraña su muerte. Con la pantalla en negro, nuestra atención se focaliza en las palabras, sugerentes reflexiones poéticas, en sintéticas frases cortas, que dotan de subjetividad concreta a la realidad colonial colectiva. Las imágenes podrán acompañar sus monólogos, solo cuando la obra recupere su identidad y su vitalidad en tanto objeto metamórfico de discusión presente, confirmándose el carácter y el potencial rebelde, cambiante y activo de la tradición y el patrimonio cultural.



La propuesta se completa con la filmación del estimulante y entretenido debate postcolonial de la comunidad universitaria de Abomey-Calavi en el que, lejos de ofrecerse aleccionadoras soluciones únicas, se discute acerca de los efectos del colonialismo, la noción de patrimonio, el sistema educativo o los pormenores de la restitución. Uno de los documentales del año, que se alzó con el Oso de Oro en la 74ª Edición del Festival de Berlín. Mi análisis completo de la cinta aquí


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Familiar touch


Lunes 13 de enero

20:00 h.

Teatro Filarmónica, Oviedo

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Ruth (Kathleen Chalfant), una elegante mujer octogenaria, se maquilla y viste con ceremonial parsimonia para lo que parece ser una cita. Sin embargo, las extrañas reacciones del hombre con quien flirtea despiertan nuestro desconcierto. ¿Quién es ese hombre? ¿Lo conoce con anterioridad o no? ¿Está realmente interesado sexo-afectivamente en ella o mantienen más bien otro tipo de relación? Las preguntas se agolpan y nuestra falta de información nos sitúa en la misma posición y emoción que la protagonista. Pero cuando empecemos a comprender, antes que ella, que ese hombre es su hijo y que pretende llevarla a una residencia, pasaremos a pivotar entre la comicidad incómoda de la situación absurda y la profunda tristeza del drama que acarrea. 



La ópera prima de la cineasta y coreógrafa estadounidense Sarah Friedland, Familiar touch, no cesará en situarnos entre la cercanía empática al sentir y la subjetividad de la protagonista y la distancia comprensiva de las diferencias entre el modo de significar su realidad de Ruth y el de las personas que la rodean. Un mecanismo que podría recordar vagamente a la impactante El padre, de Florian Zeller, salvo porque lejos de un exhibicionista, estridente y lacrimógeno relato del declive trágico y despersonalizador de la demencia, Friedland prefiere retratar con luminoso humanismo y tierna naturalidad el proceso de envejecimiento y adaptación a un entorno desconocido, enfatizando la pervivencia y continuidad de nuestro ser en las distintas etapas de nuestra vida. El resultado es un detallista coming of old age que, reivindicando la importancia de los cuidados, se convirtió en la gran revelación del pasado Festival de Cine de Venecia (premio a la mejor dirección y actriz de la sección Orizzonti y a la mejor ópera prima de todo el certamen). 


Entre pasajes de evocadora sensorialidad y una atención precisa a la gestualidad y expresividad de la cotidianidad, emerge la desarmante interpretación de Kathleen Chalfant, que logra que su personaje mantenga constante su entereza y dignidad a lo largo de todo el metraje. Ella es el centro de un filme cuyos movimientos de cámara solo aparecen cuando el personaje comienza a estar a gusto. Una genial decisión formal de entre los muchos y conmovedores gestos cinematográficos que hacen de Familiar touch la película más bella de cuantas he podido ver del MUSOC. 


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La historia de Souleymane

Jueves 16 de enero

20:00 h.

Nuevo Teatro La Felguera, Langreo


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Tras Hope y Camille, el realizador francés Boris Lojkine estrenó en la sección Un certain regard de Cannes la humanista y urgente La historia de Souleymane. Un trepidante y desesperante retrato de la estresante cotidianidad de Souleymane, un joven inmigrante ilegal guineano en París, días antes de acudir a su entrevista de solicitud de asilo, clave para obtener los papeles. Obligado a trabajar precariamente como repartidor de comida con el fin de conseguir el dinero necesario para hacer convincente, en tal entrevista, una historia que no es suya, Souleymane se ve sometido a un tortuoso periplo en el que cualquier mínimo retraso, error, imprevisto o traición puede ser fatal. 



El filme, que hará las delicias de los fans del cine de los Dardenne o del Yo, Daniel Blake de Ken Loach, presenta un París sin glamour, de tonos azulados, rodado en una alternancia de tambaleantes cámaras en mano y precisos y rápidos seguimientos del protagonista en bicicleta, que hacen que la ciudad se sienta viva. En este ambiente, Lojkine construye hábilmente un personaje veraz, tan empático como incapaz de ayudar a las personas en su misma situación. A ello contribuye la convincente interpretación de Abu Sangare, intérprete no profesional ganador del premio al mejor actor en Cannes, los EFA y el FICX. Sosteniendo a la perfección, con su agotada y desmoralizada mirada, los primeros planos que abundan en la película, Sangare brilla en un sorprendente y emocionante final para el recuerdo. Un desenlace en el que la recuperación de la agencia y la afirmación de la propia identidad, frente al sistema que la invalida, se interpreta como un triunfo. Pase lo que pase. 


Una obra que, en su indagación en los procesos de solicitud de asilo, hace una perfecta triple sesión con el incisivo y emocionante cortometraje La voix des autres (Fatima Kaci) y con el excelente documental The hearing (Lisa Gerig), ambos presentes en MUSOC. 


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A batalha da Rua Maria Antônia

Miércoles 22 de enero

19:30 h.

Casa de Cultura Teodoro Cuesta, Mieres


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La Batalha da Maria Antônia fue un conflicto que, en octubre de 1968, enfrentó a estudiantes de la Universidad Presbiteriana Mackenzie -bajo el amparo del Comando de Caza Comunista- y alumnos (y docentes) de la Facultad de Filosofía, Ciencias y Letras de la Universidad de Sâo Paulo. Estos últimos, pertenecientes al movimiento estudiantil de izquierdas, llevaban varios meses ocupando el edificio, resistiendo y protestando contra la dictadura militar de Brasil. A batalha da Rua Maria Antônia, ópera prima de Vera Egito, reconstruye con visceralidad este suceso a través de una tensa cuenta atrás de 21 coreografiados e impresionantes planos secuencia que siguen a diferentes profesores y estudiantes de filosofía involucrados en la batalla. 



Rodado en 16 mm, en granulado blanco y negro, este ejercicio de recuperación de la memoria histórica brilla en su intenso espíritu combativo, en su detallista diseño de producción (cargado de carteles reivindicativos) y en su eficaz alternancia entre el viaje íntimo de concienciación social de la protagonista y el fresco de la militante lucha colectiva. Esa lucha que interrumpe las clases sobre la Poética aristotélica que una profesora se empeña en dar, a pesar de todo. La referencia no es casual, pues las enseñanzas del filósofo griego acerca de la tragedia permean la estructura dramática de toda la cinta: desde la unidad de acción y localización hasta la búsqueda de la catarsis en el relato en sí mismo, pasando por la proliferación de anagnórisis o reconocimientos. Y aunque, a veces, las interpretaciones no estén a la altura y el desarrollo de ciertos personajes sea un tanto abrupto, el resultado de este experimento estético y político asombra y funciona a la perfección. 


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Bird

Viernes 24 de enero

19:30 h.

Casa de Cultura, Cangas de Onís



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La directora de Fish Tank y American Honey, Andrea Arnold, combina el realismo social y el mágico en Bird, su nueva película. Un entretenido coming of age precoz ambientado en una comunidad marginal en el norte de Kent. Arnold muestra con crudeza la mirada hostil de la preadolescente protagonista, Bailey (naturalista Nykiya Adams), al entorno de precariedad, irresponsabilidad afectiva, violencia y miseria en que se ha criado. Pero la atenta observación de la protagonista -enfatizada por planos subjetivos u over the shoulders, así como por las grabaciones desde su móvil- también es capaz de rescatar la felicidad, el amor y la belleza más emocionante y genuina, que se produce incluso en los contextos más adversos.



El epítome de esta dualidad es el fascinante personaje interpretado por un cautivador e insuperable Barry Keoghan. Padre impulsivo, ausente y mandón cuya honestidad amorosa y cariño no deja de sobreponerse por encima de su egoísmo y patetismo. Contradictorio y realista, se opone al ideal encarnado por un dulce Franz Rogowski que sirve de alivio y detonante para la esperanza. La cineasta introduce, a su vez, un estereotípico villano (un maltratador machista) que, a ojos de Arnold y la protagonista, no merece compasión y que genera alguna de las escenas más terroríficas de la cinta, rodadas con una tensa cámara en mano. Entre estas ambivalencias en torno a la construcción de personajes, emerge una película sensible, transparente y vital. Mi crítica completa aquí


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Simón de la montaña

Lunes 27 de enero

19:00 h.

Escuela de Comercio, Gijón


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Decía Federico Luis que el germen de Simón de la montaña, apasionante filme argentino ganador del Gran Premio de la Semana de la Crítica de Cannes, fue una conversación con Pehuén Pedre, uno de los actores/personajes de la cinta, que tiene un certificado de discapacidad. “Estábamos conversando sobre nuestras zonas de imperfección compartidas y él me preguntó por qué yo no tenía mi certificado. A partir de esa pregunta se me reveló el mundo de la película.” (La entrevista completa aquí)


Lorenzo Ferro (El ángel) impresiona encarnando a Simón, un incomprendido y atribulado joven de 21 años que, ante su triste y violenta realidad familiar desestructurada, encuentra su lugar, integrándose en un grupo de personas con discapacidad cognitiva. Atraído por sus anárquicas, libres y lúdicas reglas de socialización y sus modos de amar y divertirse, Simón comienza a “actuar”, imitando sus tics y movimientos corporales. 



La opacidad psicológica del complejo protagonista, junto al magistral uso de las elipsis, dotan a la obra de una fascinante y turbia ambigüedad moral. ¿Responden las acciones del protagonista a una irresponsable apropiación o a una genuina sintiencia? ¿Son sus engaños una forma de manipulación de los más indefensos, aprovechándose de y reforzando su posición de poder? La tensión y la incomodidad que la situación despierta son inevitables. Pero, cuando los inesperados e impactantes giros que nos regala el largometraje sucedan, entenderemos que eran nuestros prejuicios más capacitistas sobre nociones como la de “normalidad” o “discapacidad” los que acrecentaban dicha tensión. 



Entre lo inquietante y lo tierno, Simón de la montaña es una película desafiante, provocadora, sutil, radical y profundamente reveladora, que desmonta nuestros prejuicios más arraigados y explora cuestiones como la identidad, la performatividad, el control, el amor o las relaciones de poder. Con un diseño sonoro impecable, un atinado elenco naturalista y una gran fuerza visual, el filme deja poso y resulta difícil de olvidar. 


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Toxic

Miércoles 29 de enero

19:30 h.

Centro Polivalente Integrado de Lugones, Siero


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La directora lituana Sualè Bliuvaitè arrasó en el Festival de Locarno (Leopardo de Oro, mejor ópera prima y premio ecuménico) con Toxic, un crudo y fragmentario relato de las vivencias de Marija y Kristina, dos adolescentes de una escuela de modelos dispuestas a forzar y modificar sus cuerpos para escapar de su desolada, asfixiante, contaminada y marginal ciudad industrial. 



Con una incisiva indagación en los infértiles anhelos de ascenso social por parte de los más vulnerables que recuerda al cine de Sean Baker, Bliuvaitè nos regala un estimulante, arriesgado y llamativo despliegue formal. Desde “lanthimianos” planos fijos generales que dan cuenta de la toxicidad ambiental y relacional, hasta tambaleantes cámaras en mano en los momentos más dolorosos y desagradables, pasando por originales e íntimas composiciones que nos acercan al tierno vínculo que las protagonistas construyen a lo largo de la cinta. 



Un inesperado vínculo convertido en irrenunciable corazón de un largometraje duro que aborda de manera poco edulcorada cuestiones como el abandono, la anorexia, el bullying o la violencia sexual. Un vínculo que hace de cada cariñosa caricia un oasis de belleza, esperanza y amor frente a la miseria, la desgracia, la crueldad y la toxicidad imperante.


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“Por su sensibilidad y belleza cautivadora, capaz de hacernos sentir conectadas a través de sus leyendas que trascienden el tiempo y la distancia”. Con este alegato defendía el Jurado Joven de la 62ª Edición del Festival Internacional de Cine de Xixón su Premio al Mejor Largometraje de la Sección Oficial Retueyos para la película japonesa River returns, minimalista cuento audiovisual de Masakazu Kaneko. Unos minutos antes de que asistieran al estreno mundial de esta cinta y unas horas antes de que llevaran a cabo su deliberación, me reuní con cinco de los integrantes de este jurado para, durante casi una hora, discutir sobre su relación con el FICX. Conversamos sobre sus criterios de valoración y responsabilidades como jurado, sus críticas al festival o sus secuencias favoritas de los filmes vistos en el certamen. 


Ellos son Lucía Corte, Jorge Bazo, Javier Canal, Andrea Guadagno y Carmine Ciccarone. Los tres primeros, asturianos, habían asistido al festival desde su infancia y adolescencia, yendo a las películas de la sección Enfants terribles con sus colegios e institutos, además de, en algunos casos, con sus padres. Su relación con el festival se estrechó en los últimos años. 


Decía Lucía: “La edición del año pasado fue en la que estuve más presente, en 2023. Para mí fue como un descubrimiento bastante grande. Pude elegir todas las películas que quería, porque me cogí un Bono Joven, y eso me ayudó mucho a ver las diferentes secciones del FICX y ponerlo un poco en completo”. Y añadía Jorge: “En los últimos años sí que he seleccionado alguna película en concreto para ir a ver que me llamaba la atención, pero, claro, ahora al estar como jurado y estar 'forzado' a tener que ver una sección completa, ves películas que de otras maneras no irías por el simple hecho de que no te llamarían y las acabas descubriendo. Y es una forma guay, la verdad, de descubrir el festival.” 


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Carmine Ciccarone y Andrea Guadagno llegaban desde Italia al festival, gracias a un convenio con el Giffoni Film Festival, certamen anual que reúne a centenares de niños y adolescentes de todo el mundo, en la localidad de Giffoni Valle Piana, para asistir a encuentros, premiéres y conciertos y votar su película favorita en sus respectivas secciones. 


Comentaba Carmine: “Soy de Salerno, al sur de Italia, y entré en contacto con el FICX gracias a nuestro festival, que es Giffoni. Una vez que haces de jurado en Giffoni, tienes la oportunidad de hacer una prueba para ver si, de alguna manera, puedes ser lo suficientemente bueno para que te envíen a otros festivales del mundo. Y ya había oído hablar del Festival de Xixón porque, en su momento, tuve alguna experiencia con jurados del FICX, pero en Giffoni. Tenía pensado venir aquí desde hace 5 años y finalmente se hizo realidad. Y mi punto de vista sobre este festival es que es una gran familia y una gran organización, y todo se parece mucho a Giffoni, así que, en cierto modo, me siento como en casa”.


traducción libre de: “I come from Salerno, south of Italy, and I got in contact with the FICX thanks to our festival, which is Giffoni. Once you do the jury in Giffony, you get the chance to do a test to see if, in any ways, you could be good enough to be sended to other festivals in the world. And I already heard of FICX because, back in time, I had some experience with FICX jurors, but in Giffoni. I had planned to come here for 5 years and finally it happened. And my point of view on this festival is that it is a great family and a great organization, and everything seems very similar to Giffoni, so, in a certain way, I feel like home”


Preguntados por las características del test que debían hacer para ser seleccionados, Carmine explicaba: “Teníamos que dar un discurso, así que hicimos una prueba presencial para demostrar nuestra capacidad lingüística. Tienes que demostrar que sabes inglés y, por supuesto, italiano, o al menos estos dos. Y hablas en inglés sobre las películas que te gustan, cuál es tu experiencia en Giffoni, qué buscas en Italia, qué buscas en otro festival, si estás dispuesto a vivir en el extranjero durante algunos días. Y qué piensas sobre el cine en general y qué te lleva a amar el cine, por qué lo amas, por qué es tan importante para ti. Y después de este discurso hablar en general, tal vez describirte un poco a ti mismo y listo, no creo que hayan sido más de 15 o 20 minutos, fue algo así, sólo una pequeña charla al final”.


traducción libre de: “You had a speech, so we had a face face test and you had to demonstrate your language capability. So you have to show you know English and of course Italian, or at least these two. And you talk in English about movies you like, what is your experience in Giffoni, what are you searching for out of Italy, what are you searching for in another festival, are you prepared to live abroad for some days. And what do you think about cinema in general, and what moves you to love cinema, why you love it, why is it so important for you. And after this speech you talked in general, maybe you described a little bit yourself and it's done, I don't think it was more than 15-20 minutes, it was something like that, just a little talk in the end.”


En el caso de la convocatoria oficial para formar parte del Jurado Joven, decía Javier que “para poder entrar en al jurado joven te pedían el currículum, un texto en el que comentases un poco cuál era tu motivación, por qué querías ser jurado joven, y luego te pedían una crítica (de unas 200 palabras) de una película estrenada este año o un vídeo o corto en plano secuencia de 2 minutos”. 


Lucía grabó una conversación con una amiga suya “en la que contaba durante 2 minutos su primera experiencia lésbica y cómo se dio cuenta de que le gustaban las mujeres”.




Alejándose del tono documental, el vídeo de Jorge “era un plano secuencia grabado como si fuera una película de ciencia ficción de los 80, retrofuturista, en la el que hablo sobre por qué el cine es importante y sobre un mundo ficticio en el que se supone que las máquinas están dominando el mundo con la inteligencia artificial”. 




Javier, en cambio, optó por hacer una crítica de la lituana Toxic, de Saulè Bluivaitè, Leopardo de Oro en el Festival de Locarno, que “vi en Seminci, fue una película que me gustó muchísimo, me parece que el tema que trataba, la forma de mostrar todo era muy cruda, muy descarnada, muy tóxica en general.”


Una mirada tóxica a la juventud (Crítica de Toxic, Saulė Bliuvaitė, 2024. Por Javier Canal)


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Toxic, la ópera prima de Saulė Bliuvaitė, es una mirada cruda, dura, realista, y, sobre todo, tóxica a la juventud. Durante sus 99 minutos, la cineasta lituana presenta la historia de Marija (Vesta Matulytė) y Kristina (Ieva Rupeikaitė), dos jóvenes que anhelan salir del pueblo en el que viven. A través de su historia, la cineasta realiza una radiografía descarnada de una juventud que no duda en jugarse la vida para salir de allí.


Esta idea se refuerza desde el título, ya que se hace referencia a la toxicidad que envuelve todo el filme: la escenografía, los personajes y sus relaciones. Todo es tóxico. Bliuvaitė lo refleja con un uso de la cámara que transita desde el intimismo, con escenas en las que invita a soñar con las protagonistas, hasta un realismo desgarrador, en las que la cámara no juzga, pero sí que obliga a realizar una reflexión sobre la situación actual de los jóvenes, porque, a pesar de localizarse en una situación muy extrema, Toxic se muestra como una apuesta potente que no dejará indiferente a nadie, logrando así un mensaje cautivador en un mundo desolador.



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Ser jurado joven en el FICX


Si, en un primer momento, Carmine destacaba que todo parecía similar a Giffoni, era Andrea quien se centraba más en las diferencias con el certamen italiano. Señaló que en Giffoni son los temas actuales de las cintas los que cobran más importancia, y ponía como ejemplo la anorexia, el bullying, los conflictos bélicos, el genocidio en Palestina, las migraciones... En cambio, en el FICX, los puntos que deben atender de las películas están más relacionados a sus propuestas artísticas, poéticas o literarias. “Tenemos que criticar las películas de manera diferente, muy en profundidad. Aquí hablamos de las películas, de cómo se tratan los temas. Y es diferente. Tiene una responsabilidad de jurado y tiene una responsabilidad de crítico, es más diferente de ser un jurado de un grupo muy grande, con muchas personas con ideas diferentes. Aquí estamos pocas personas”. 


En este punto coincidía Carmine: “La gran diferencia entre Giffoni y FICX es la enorme cantidad de jurados que hay en Giffoni. Aquí es como una versión más pequeña, lo que la hace más íntima y tienes más voz, porque hay menos gente y, por lo tanto, puedes hablar más, tu idea cuenta más de cierta manera”.


traducción libre de: “The big difference between Giffoni and FICX is the huge quantity of jurors that are in Giffoni. Here is like a smaller version which makes it more intimate and you have a bigger voice here, cause there are less people and, so you can talk more, your idea counts more in a certain way.” 


La sensación de responsabilidad que ello acarreaba era compartida por todos los entrevistados. Para Javier: “Yo creo que la mayor responsabilidad que yo puedo sentir como jurado es intentar ser lo más objetivo posible dentro de la subjetividad que tenemos a la hora de juzgar. Porque muchas veces te quedas siempre con la primera idea de 'me gusta o no me gusta esta película', pero aquí se trata de por qué me gusta o por qué no me gusta esta película”.


Añadía Carmine: “Sí, creo que sentimos la responsabilidad de dar un buen juicio sobre lo que vemos. Lo juzgamos, en general, por los sonidos, las imágenes, el guión, los diálogos, cómo se trata el tema…, y tenemos tipos de películas muy diferentes. Así que creo que va a ser difícil ponerle una valoración a una, pero vamos a trabajar por ello. Y sí, quiero decir, esa es quizás la responsabilidad más importante, vamos a trabajar para encontrar la correcta”.


traducción libre de: “Yes, I think we do feel the responsibility to give a good judgment on what we see. We judge it, in general, for sounds, images, script, dialogues, how the topic is treated…, and we have really different kinds of movies. So i think  it is gonna be hard to give a price to one, but we are gonna work for it. And yeah, I mean, that's maybe the most important responsibility, we are gonna work to find the right one.”


En la misma línea apuntaba Andrea: “Será muy difícil dar un premio a un ganador, no sé, un premio solo, porque son muchas películas magníficas, interesantes y también que tratan temas e historias de manera muy eficaz y muy única. Es muy difícil ser objetivo, no poner el juicio personal en la crítica de una película, ser objetivo en la fotografía, en la música, en las tomas, en cómo se cuenta la historia… Es muy difícil eso. Y también tienes que ser responsable de ti mismo, porque tiene que haber una cultura personal y también artística y literaria, para entender el cine. Pero si una película transmite un mensaje, es simple, te llega ese mensaje, la película funciona, pienso eso”.


Jorge consideraba que la responsabilidad era más colectiva que personal, que en el diálogo y en la media de la diversidad de opiniones, visiones culturales y personales se encontraba el valor del veredicto. “Pues seguramente una persona se fijara más en unos aspectos y otra en otros. Cada uno venimos de diferentes ámbitos, del periodismo, la ingeniería, la filosofía…, y cada una aporta una visión que es una opinión diferente sobre la película”. 


Lucía, agradeciendo la confianza en la mirada de los jóvenes que suponía que fueran los encargados de dar dos premios de la Sección Oficial (Retueyos y de cortometrajes), afirmaba contundentemente “yo creo que sí nos dan bastante responsabilidad”. Y, con respecto a sus criterios de valoración, “yo creo que en lo que más nos fijamos o deberíamos, por lo menos en mi caso, es primero en la mirada que pone la directora en las películas. Qué mirar, qué debo mirar, cómo, a quién.”


Indagando más en esta última cuestión les preguntaba: “¿creéis que el premio del jurado joven en tanto jurado joven debería distinguirse del del jurado oficial en algún aspecto en torno a lo que valoráis o sencillamente creéis que cambian las personas que lo juzgan, pero que el criterio debe ser el mismo?”. 


Jorge: “Nosotros, siendo del jurado joven, tenemos menos experiencia en lo que se refiere a juzgar películas. Entonces, claro, las características que nosotros juzgamos son muy diferentes de una persona que ya lleva unos años en la profesión o como jurado o como crítico. Y yo creo que simplemente ese cambio de perspectiva, no solo por el hecho generacional, sino por el hecho de la “experiencia laboral”, aporta otra visión y otra manera de juzgar.” 


Javier: “Además, muchas de las sesiones que nosotros tenemos la compartimos con el jurado Fipresci, porque también está con Retueyos, entonces, como comentaba Jorge, hay mucha diferencia entre la experiencia que tenemos nosotros y la que tiene un crítico de cine que ha estado en más festivales y ha visto muchas películas, tiene más bagaje. Muchas cosas que nosotros no podemos apreciar de contexto cultural, político o incluso de influencias que pueda tener un director o una directora en una película, ellos lo aprecian más”.


Carmine: “Creo que la forma de juzgar las películas es siempre la misma, hay que juzgar el buen cine o el mal cine. Pero la diferencia entre un jurado normal y un jurado joven es que, en primer lugar, la mayoría de nosotros o ninguno de nosotros estamos en el mundo del cine. Quiero decir, podemos tener algo de experiencia, pero no somos expertos. Y eso nos lleva a tener juicios más del corazón. Juzgamos las películas como si no fuéramos expertos, así que ofrecemos diferentes formas de juzgar. Pero al final, la forma en que ves, la forma de juzgar, es siempre la misma, siempre se trata de lo que es bueno para ti y lo que no es bueno para ti y lo que te hace latir el corazón”.


traducción libre de: “I do think the way you judge movies is always the same, you have to judge good cinema or bad cinema. But the difference between a normal jury and a young jury is that, first of all, most of us or all of us are not into the world of cinema, of making it. I mean, we could have some experience, but we are no experts for sure. And that brings us to having a judge meant of heart in a certain way. We judge movies as not experts, so we give different ways of judging. But in the end, the way you see, the way to judge, is always the same, is always about what is good for you and what is not good for you and what makes your heart pound”


Lucía: “Yo creo que está bien ser jurado joven si eres consciente de que el puesto en el jurado joven significa específicamente que eres joven. Si quieres estar como algo más profesional, pues espérate a poder ser jurado normal. Ser jurado joven implica que te van a tratar como tal. Y también damos una mirada diferente que ellos no van a tener porque no son jóvenes. Esa línea generacional que se crea da pie a que no se critique el cine solo de una manera, sino que haya varias perspectivas, y se tenga en cuenta también la opinión de la juventud como oficial”. 



Las obligaciones del jurado joven son asistir a las sesiones de la Sección Oficial Retueyos y la Sección Oficial de Cortometrajes (aproximadamente tres al día) a las horas y localizaciones indicadas en la agenda organizada por el equipo del festival. Algunas de estas proyecciones, dice Jorge, cuentan con “encuentro con gente que ha trabajado en la película y, aunque no es obligatorio asistir a ellas, normalmente nos solemos quedar porque es interesante. Y luego tenemos un par de sesiones que son solo cerradas para jurados, porque como tenemos la agenda tan apretada hay veces que algunas películas en otras sesiones no podemos ir y nos lo han colocado así".


Esto era criticado por Javier, a quien le parecía una pena que la mayoría de sesiones matinales del “Teatro Jovellanos, que se supone que es la sede central, sean para jurados, esté cerrado  y entonces estás tú solo en el teatro. Entonces a mí esto me llama la atención, me choca un poco, con la idea de, por ejemplo, poder hacer allí pases también para prensa o incluso abrirlo a más gente que pueda ir porque a lo mejor hay gente que trabaja por las tardes, no puede ir a ver las películas, pero por la mañana sí podría. Eso sí que me llama mucho la atención”.


A su vez, Lucía demandaba, entre asentimientos, una mejora en los horarios del jurado con respecto a los tiempos entre películas. “Porque si está cerca no pasa nada porque llegas bien. Pero es verdad que, además de que no te da tiempo a estar en los coloquios, que es algo que puede ser muy beneficioso siendo jurado joven, hay veces que no llegamos a la siguiente película. Y aún teniendo coches, que no es lo normal, para ir a los sitios que estaban lejos, llegábamos tarde o justos y allí te dicen no puedes pasar aunque seas jurado joven. Y eso es una cosa que no está del todo bien, porque, al final, no es que estemos por ahí caminando tranquilamente. No. Estamos corriendo todos a ver si llegamos a los sitios, y encima puede ser que no nos dejen entrar. Cuán justo es eso para la directora de la peli o el corto que vamos a ver, si medio jurado no puede estar”.


En cambio, Carmine ama el horario: “Te juro que me encanta el horario, porque como extranjeros tenemos la posibilidad cada mañana, o casi cada mañana, de ir a visitar la ciudad porque no hay películas para ver, son todas por la tarde. Lo cual, vale, es estresante ver 3 películas, muchas de ellas conceptuales y, a veces empiezas a no entender nada. Pero te juro que me encanta poder visitar Gijón, poder visitar el lugar donde se celebra este festival y poder probar a qué sabe la ciudad, que para mí también es parte del festival. Así que me encanta el horario y creo que han hecho un gran trabajo”.


traducción libre de: “I swear I love the schedule, cause as foreign, we have the possibility every morning, or quiet every morning, to go and visit because there are no movies, they are all in the afternoon. Which, ok, is stressful to see maybe 3 movies, even if they are conceptual, and you start to don´t understand anything. But I swear I love that I can visit Gijón, I can visit where this festival takes place and I could taste what the city tastes like, which, for me, it's part of the festival too. So, I love the schedule and think they have done a really great job”.


Andrea coincidía por comparación con Giffoni, “En nuestro festival estamos cerrados desde las 8:30 de mañana hasta las 21:00 de la tarde. Es muy importante porque, cómo puedo decir, uno muere. Después de un día cerrado en el cine con todas las entrevistas, películas, sin tiempo para comer o algo, estás muy cansado.” Carmine lo reforzaba: “Es una privación de sueño, porque después de las 9:30 el día no termina”.


traducción libre de: “It's a deprivation of sleep, because after 9:30 the day doesn't end”.


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“We are gonna discuss about cortos”


"Vamos a hablar de cortos" decía Carmine, entre risas de sus compañeros, mientras se mostraba indeciso acerca de cuál era su cortometraje favorito. Destacaba la animación del polaco Sheep out, de Zofia Klamka; la emocionalidad de la profunda exploración de la muerte en Horizontal, de Alex Reynolds; el tratamiento del tema de la epilepsia (que también alabó Andrea) en El mal de Hércules, de Marta Rodríguez Quesada, Marinal Miguel Pavia, Ismael Cabrera, Laia Balaguer, Eulàlia Clarós Sidera y Paula García Escolá; o Campolivar, de Alicia Moncholí, que finalmente se llevó el Premio del Jurado Joven al Mejor Cortometraje de la Sección Oficial “por la originalidad en el tratamiento de un tema social que resulta visualmente impactante”. 



El consenso se intuía en la entrevista. Decía Javier: “mi favorito es Campolivar, y sí que creo que va a ganar”. Lucía añadía: “me gustó muchísimo Una lluz, de Diego Flórez, y creo que va a ganar Campolivar, que también me gustó mucho y debería ganar”. Jorge lo secundaba: “nos ha gustado a todos bastante y creo que también es una de mis favoritas”.


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Con respecto a los largometrajes, Javier y Lucía coincidían en que su preferido era January 2, de la húngara Zsófia Szilágyi, el realista y feminista retrato de una jornada de mudanza que Lucía describía como cargado de “sensibilidad”. “Fue con la que más conecté y hubo escenas en las que no podía pensar en otra cosa que en vale, esto es cine y ya está. Pero creo que va a ganar Yo vi tres luces negras”. 


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La cinta colombiana de Santiago Lozano Álvares se ganó los elogios de Jorge y Carmine. El primero destacaba el aspecto técnico y la manera de tratar sus temas. El segundo manifestaba: “Espero que todo el mundo esté de acuerdo porque eso es cine de verdad. Es decir, está muy bien hecha, tiene un tema interesante, pero lo que me emocionó al ver la película fue la forma críptica de describir las cosas, algo que para mí es muy difícil en las películas, porque es muy fácil caer en eso y volverse ridículo en un segundo. Y lo que realmente me gustó fue que no llegó ni de lejos a ser ridículo. Está tan bien hecha que te llega cada concepto”.


traducción libre de: “I hope that everybody agrees because that is real cinema. I mean, it's really well done, it got a cool topic, but what excited me watching the movie was the cryptic way of describing things, which for me it's really difficult in movies, cause it is too easy to fall into that and get ridiculous in one sec. And what I really liked was that it didn't get near to getting ridiculous. It's so well made that every concept arrives to you”. 


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Sin embargo, confesaba tener dudas acerca de si pensaba que debía ganar. “Estamos en un festival y debería haber un aspecto social también. Debería ser, no sé, algo que haga que la sociedad sea mejor, de alguna manera. Y por eso estaba pensando que Mistress Dispeller [Elizabeth Lo], era realmente genial, en realidad, y tiene un aspecto social realmente genial para ser tratada. [...] Entonces, existe este debate interno para mí. Porque por un lado tengo buen cine, por el otro lado tengo cine social. Así que todavía estoy pensando”.



traducción libre de: “We are in a festival and it should be a social aspect too. It should be, I don´t know, something that makes society better, in a certain way. And for that I was thinking that Mistress Dispeller [Elizabeth Lo], was really great actually, and it has a really great social aspect to be treated. [...] So, there is this internal debate for me. Because on one side I have good cine, on the other side I have social cine. So I'm still thinking”. 


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Andrea también dudaba entre Yo vi tres luces negras y otra propuesta: Mother Vera, de Cécile Embleton y Alys Tomlinson, que le encantó y le pareció “un documental muy interesante”. Era una ejemplificación de lo que Javier diría minutos más tarde: “me parece importante el diálogo interno, que imagino que tendremos todos al terminar la última película, de ver cuáles han sido nuestras notas y nuestras ideas a lo largo del festival y ver luego cuáles son las tres que elegimos”


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Acabamos la entrevista recordando nuestras escenas predilectas del certamen. El “impresionante” final de Peaches Goes Bananas, de Marie Loisier (Lucía); el zoom out de los numerosos edificios residenciales que aparecen en Mistress Dispeller (Andrea y Javier); la secuencia sin guión del encuentro entre una mujer y la amante de su marido en la propia Mistress Dispeller (“Realismo en estado puro”, “Pude sentir en mi piel las emociones de ambas personas”, como la describía Carmine).


traducción libre de: “realism in its purest way”, “I could feel on my skin the emotions of both people”


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O la grabación en VHS de la abuela de Pablo Casanueva, el director de Luna, mientras este “comenta que son los únicos 15 segundos que tiene grabado de esa persona en concreto y que es mucho mejor que la propia película en sí. [...] Y bueno, lo ves y te marca” (Jorge). 


Apasionados por esas películas que les marcaron, por esos filmes que, como dice Lucía, “no te van a dar lo que tú crees que el cine te suele dar normalmente, sino que te van a dar otras cosas que son igual de beneficiosas o más y que te van a hacer reflexionar mucho más”, salían apurados del Antiguo Instituto, donde hicimos la entrevista, para dirigirse a la Escuela de Comercio, a ver River returns. Un enorme agradecimiento hacia todos ellos por pasar tanto rato compartiendo sus reflexiones, emociones y miradas.

 
 
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ilustración de las jornadas @Miguel Pang

ilustración a la izquierda @Juan Camilo Mayorga

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