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FREDDY: Ver Un poeta, cansado, al final de la noche, a mí me implicó un compromiso. No tanto por el ritmo de la película, que me resulta bastante amable, sino por tratar de no perder detalle de la fina línea irónica del discurso. Y es que me da la sensación de que si no estás atento, puedes caer fácilmente en algunos tópicos. Es decir, a ratos la película (que no el personaje, de quien ya hablaremos) tiene un dejo de "señoro" y en otros la simbología de un patetismo de superioridad cultural. ¿Crees que exista una intención discursiva de poner en contraste a distintas generaciones? No sólo con lo que se cuenta y como se cuenta, sino desde la delimitación de los personajes: jóvenes así, adultos así.


SILVIA: Tal vez sea el “debate” generacional, pero hubo momentos de “El poeta” que me enfadaron. Yo no sé hasta qué punto la película era consciente de lo casposo de la versión adulta de la poesía. Era obvio que se burlaba bastante de los personajes de la escuela de poesía, villanizando al hombre exitoso que va de correcto pero es un tremendo narcisista y sólo preocupado por las apariencias… Pero mi problema es ¿donde está la poesía en el discurso constante del personaje principal adulto? Entiendo que es parte del punto, pero a mí me cansa en exceso, un poco como a la joven protagonista, la idealización y el monólogo sobre la dignidad del arte por el arte de este hombre.


El momento concreto donde las jóvenes de la escuela denuncian la violación haciendo una caricatura de TikTok y tirándose al suelo sólo lo puedo ver como un momento muy desacertado de burla (no sé si solamente a los jóvenes o concretamente a las mujeres jóvenes).


Dicho esto, sorprendentemente todas las mujeres de la película (menos estas figurantas de la escuela) me parecen los personajes mejor construidos y con diferencia más interesantes y eso es muy de agradecer.


Además pasados unos días lo que se queda conmigo es de hecho la joven poeta en la que, al contrario que en el protagonista masculino, sí que encuentro un punto de interés en el arte por el arte, despojada de una ambición de ser percibida como “x” y simplemente siendo y escribiendo sin por ello necesitar validación o estatus. Creo que ese punto si lo retratan con bastante buen gusto y aunque al salir del cine estaba, digamos, enfadada con la película, ahora puedo decir que también veo sus virtudes y sus momentos de lucidez.


FREDDY: Me gusta tu enfado, porque a mí esos momentos me daban mucha risa. Quizás porque reconocía esa figura en muchas personas del ámbito cultural que no tuvieron mas oportunidades y a quienes se les catalogó, en su momento, de joven promesa. Quise entenderla como una crítica, una forma en cómo se construyen artificios en determinadas épocas. Que no conociéramos nada de su obra es deliberado, ya no interesa, en cambio la de la nueva joven promesa es bella pero también debe responder a su época para que la celebren. Es terrible el momento en que ella lee su poema en el concurso, y todos los adultos celebran, la mayoría blancos y extranjeros, la "valentía" de ser negra y defenderlo.


Que aquí la palabra valentía tiene mucho juego. La presentación de la película, en la que muestran al hombre como un Quijote, es tan exagerado como simplista (y buenista). Este protagonista es cobardae, desagradable, aunque con atisbos del hacer correcto. No opera desde la maldad. Él, realmente, se quedó instalado en la idea de joven promesa. ¿A ti te gustaría ser una joven promesa de algo?


Creo que la caricatura del personaje principal no es fácil de construir ni de mantener, y lo logran. Si no fuera un personaje sólido, se caería absolutamente toda la trama. Lo que ocurre con los personajes femeninos, me da la sensación, de que son las que tienen los pies puestos sobre la tierra. Incluso la madre del poeta, que es tan manipuladora.


SILVIA: Mmm creo que no empatizo mucho con los hombres “buenistas” con complejo de Don Quijote, porque lejos de ser un personaje novedoso siento que estamos rodeadas jajajjaja


Un poco autocomplaciente, ya lo siento que es como lo viví jj


FREDDY: No te parece curioso que en la presentación que hicieron previamente de la película, el hombre insistió en la bondad del protagonista. Como si fuera el único motor de la película: una condescendencia absoluta sobre el pobre poeta caído en desgracia que solo busca el "bien" literario. Creo que también ese alegato previo, sugestionó la mirada de los que nos enfrentamos a la película, que al final es una historia sobre el patetismo. Y cómo combatirlo (en el caso de la joven poeta que no quiere serlo y el de la hija que quiere a un padre y no a un hombre al que cuidar)


Y no me respondiste a esta pregunta final.


SILVIA: Si, estoy de acuerdo con que la presentación enfatizaba demasiado la idea del buen hombre al que le pasan cosas malas y también lo que te decía, que siento que es un arquetipo que me he encontrado bastante, así que tal vez llevaba puesta la máscara del odio jajajaj


Mmmm no sé qué decir, supongo que sí hay una parte de ambición de querer validación o reconocimiento en las cosas que haces (en mi caso con la escritura, la música, las obras) y supongo que en primera instancia es satisfactorio ser “una joven promesa”… Pero no es que suene muy bien. Es también el peso de las expectativas y muchas veces una dificultad para experimentar sin tomarse el tiempo de madurar lo que haces. Yo creo que prefiero aprender a hacer las cosas que ser una promesa :)





 
 
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Quien se mete en el barro hasta enfangarse, ironizando sobre la suficiencia del carácter salvífico del arte en los espacios menos privilegiados, es el colombiano Simón Mesa Soto, cuya sucia, feísta y punki Un poeta (merecida vencedora de Horizontes Latinos) es la perfecta contracara de Sentimental value. Mucho más aterrizada, concretamente situada y ácida que la película de Trier, esta provocadora comedia negra popular cuenta la historia del pobre diablo Óscar Restrepo (estupendo Ubeimar Ríos), un infantil, inadaptado y cobarde (en sus propias palabras) “soñador eterno”, un noble borrachín tan odiable como adorable o un pesado apologeta principista de José Asunción Silva (Ubeimar Ríos declama sus peroratas con enorme y muy divertida intensidad recitativa, como si le fuera la vida en ello). Pero, antes que nada, es un imperfecto y frágil poeta cincuentón que lleva años aferrándose al efímero éxito de sus primeras publicaciones. Divorciado y padre ausente, este loser de manual, cercano a Bojack Horseman, intenta reconectar con su hija ayudándola económicamente para su acceso a la universidad. Con ese fin, comienza a dar clase en un instituto donde conoce a Yurlady, una talentosa poeta en ciernes a quien decide convertir en estrella local, en icono. Pero, a pesar de sus buenas intenciones, convertido en títere y víctima de la hipocresía sistemática, no deja de cometer desesperantes errores, y su viaje de redención se convierte en accidentada auge y caída, arco modélico de personaje enmarcado en un guión muy muy clásico. 



Con un diestro control tonal entre la risa satírico-socarrona y el persistente poso de pesadumbre y sentimiento de injusticia, entre la incomodidad ridiculizante o vergüenza ajena y el entrañable crowdpleaser, el efectivo guión sí mantiene a la audiencia atenta de principio a fin. Tal libreto es llevado a la gran pantalla con unos ásperos, viscerales y mugrientos 16 mm, con el objetivo de filmarlo. Con ese provocador fin, Mesa Soto cultiva la virtud o el vicio de la equidistancia. Todos sus personajes están rodados de modos prácticamente idénticos, democratizándoles (o borrando sus diferencias). Se impone la hegemonía del plano-contraplano (toda mirada de Óscar recibe su respuesta, todo personaje en un lugar es presentado, en un perfecto raccord), con cámara en mano, que especialmente enfatiza los rostros, y que va acompañada de explicativos movimientos de cámara.


De esta manera, tan objeto de chiste es la prepotente pedantería intelectual, como la abrupta performance feminista, el mundo de los filántropos privilegiados, como la gentil picaresca de los desheredados. Podría ofender, pero, por suerte, Mesa Soto cuenta con una gran sensibilidad, primero, para cerrar su discurso social en torno al aprovechamiento mercantil, integrador, manipulador, estereotipador y falsamente visibilizador de las voces desfavorecidas, en ausencia de su consentimiento (temas que la relacionan con American Fiction). Y, segundo, para vincular tal disertación con la necesidad íntima de escuchar al otro en sus propios términos y con el dificultoso cambio que es esencial para la reconciliación, que más que simbólica (a través de Yurlady, en este caso), ha de ser práctica y efectiva. El final es, sí, justo y esperanzador, pero nada fácil, aún queda bastante por hacer. Porque el arte puede ser solo un primer paso.









 
 
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El 29 de enero de 2024, una niña palestina de cinco años, Hind Rajab Ramada, fue asesinada de 350 disparos por el ejército de Israel tras estar horas rodeada de los cadáveres de sus familiares, oculta en el coche con el que pretendían huir de la ciudad de Gaza. La aclamada La voz de Hind (Perlak), Gran Premio del Jurado en el Festival de Venecia, dramatiza las tensiones, el impacto, los dilemas morales y las vicisitudes de la dificultosa, angustiosa, impotente, burocrática y lenta coordinación del intento de rescate de la niña por parte de un grupo de voluntarias de la organización humanitaria Media Luna Roja Palestina, que proporciona servicios de emergencias médicas, ambulancias y hospitales. 



En un momento dado del filme, uno de los activistas se pregunta algo así como: “¿creéis que la voz de una niña despertará la empatía?” La cineasta tunecina Kaouther Ben Hania parece creer que sí y construye con su urgente película el mayor altavoz posible para la desarmante voz de Hind, que escuchamos en toda su crudeza y autenticidad. Situando su acción exclusivamente en el centro de emergencias de Ramala, a la manera de The guilty de Gustav Möller, el conmocionante largometraje se construye alrededor de los impactantes audios originales de las llamadas de auxilio entre Hind y la Media Luna Roja, reaccionando con frustración y dolor el brillante plantel de actores a las significativas y desgarradoras palabras de su joven interlocutora (la directora exigió que los intérpretes escucharan por primera vez la voz de la niña durante el rodaje). 


Dejando el horror fuera de campo y apoyándose en el poder del sonido (como hacía La zona de interés de Glazer), La voz de Hind consigue sin duda despertar el llanto de principio a fin, manejando con soltura emotiva la cámara en mano, los reflejos en los cristales, la pantalla partida entre las ondas sonoras de las grabaciones y el semblante de los actores o, sobre todo, los cambios de foco (con poca profundidad de campo), que dejan en primer plano los rostros afectados de unos militantes bajo presión. La emoción ya es desbordante en los muy pocos momentos en que el dispositivo reconstructivo se hace presente. Como en el impresionante plano secuencia en que la pantalla de un móvil reproduce un vídeo de los protagonistas reales por encima de los actores que los copian, como si se estuviera filmando en el momento. Uno hubiera agradecido más instantes de sincera reflexión metacinematográfica al respecto, como ocurría en el prodigioso, sensible y cuidadoso anterior documental de la realizadora, Las cuatro hijas, donde dos actrices asumían el papel de las dos hijas de Olfa Hamrouni que se unieron al Estado Islámico. Tales intérpretes interactuaban con madre y hermanas reales (y ficcionales, a la vez), regalándoles un turbador reencuentro simbólico que, al mismo tiempo, era cuestionado. En La voz de Hind falta, por desgracia, un cuestionamiento similar. 



En cualquier caso, a pesar de la emoción, hay algo que incomoda profundamente. No es el posible oportunismo que algunos han denunciado de aprovecharse de una desgracia ajena para espectacularizarla en un producto artístico mercantilizable y premiable, o para lavarse la propia conciencia de manera limitada y más o menos inofensiva (producen esta cinta personalidades como Brad Pitt, Joaquin Phoenix, Rooney Mara, Alfonso Cuarón o Jonathan Glazer, lo que puede facilitar su distribución en Estados Unidos). No es el imperfecto manejo del paso del tiempo (que no se siente en la cinta), ni la inverosimilitud del borrado de cualquier otro drama simultáneo al de la familia Rajab, cuando las ejecuciones diarias son numerosas en el genocidio en Palestina. Es más bien la decisión de ocupar gran parte del metraje con repetitivas, violentas y hostiles discusiones muy masculinas (quizás dirigidas a la contraposición de la respuesta al horror según los roles de género), que resultan superfluas y totalmente insoportables ante las dimensiones del drama tratado, que, por momentos, puede acabar anulado entre tanto griterío. 


 
 
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Cultura, libros, infancia y adolescencia

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ilustración de las jornadas @Miguel Pang

ilustración a la izquierda @Juan Camilo Mayorga

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