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Manuel, 4 de julio - ¿Cuán política es Sirât?
Hola otra vez… Percibo en esta correspondencia una retroalimentación constante de nuestros argumentos y premisas analíticas, a la par que creo que cada vez es más fácil adquirir una conciencia de nuestras discrepancias fundamentales, tanto a nivel genérico de nuestra concepción del cine (la necesidad de un compromiso determinado con la realidad en el caso de Xabi, frente a la visión celebratoria del artificio de Iker, por ejemplo), como al respecto de nuestras impresiones/interpretaciones originales del filme de Laxe en puntos específicos. Un caso de tal diferencia perceptivo-teórica es el ver/pensar el final en el tren, en que los protagonistas supervivientes marchan hacia un horizonte inidentificable, como una vuelta “al sistema cueste lo que cueste” (Iker), como una nueva forma de huida que, aún inútil, es “irónicamente el único camino” (Xabi), o como un “dejarse llevar” resignado (pues no se dirigen a un destino concreto o, al menos, concretado al espectador), una aceptación del destino (Manuel), o, en palabras de Laxe en la entrevista de La Script, “asumiendo nuestra impotencia, abandonándonos a lo que el cielo y la tierra quiera” (minuto 28:20). Es cierto que podemos asociar ese vehículo con facilidad al kilométrico tren de hierro de Mauritania o tren del desierto y percibir las personas que allí viajan (en tanto civiles) como un conjunto dispar de refugiados. Pero, ¿se dirigen al puerto de Nuadibú o a las minas de Zuérate (no sé si puede verse algún dato como la posición del sol para hacer cábalas geográficas)? Y en una guerra inventada, ¿cuál supondría una vuelta al sistema y cuál una huida?
En cualquier caso, otro ejemplo de discrepancia vendría de contemplar la escapatoria hacia el desierto de Luis como “un intento de suicidio desesperado” (Xabi) o un fruto del shock que le hace intentar “huir de su pérdida” y desahogarse (Iker). Ambas tienen sentido dada la aparente y firme decisión de su avanzar, como si fuera intencional, pero hablando con una amiga me explicaba con claridad como ella se proyectó en el estar del personaje de Sergi López, y tiendo a concordar. La cito, ella me escribió: “Para mí, en ese momento, ese personaje dejó de tener consciencia de sí mismo y de lo que le rodeaba. Estaba en shock. Los ojos se le habían girado hacia adentro y se le habían caído dentro del cuerpo. No sé cómo explicarlo. Caminaba porque cuando entró en shock estaba caminando. Dejó de caminar cuando el cuerpo no le respondió. El cuerpo seguía activo pero su mente estaba en otro plano. [...] Es tener un instante de luz en el que te das cuenta de lo que acaba de pasar para pasar a continuación a la más absoluta oscuridad. La realidad se fractura. Estás más allá de todo. Incluso el tiempo desaparece. No existen coordenadas. Te pierdes dentro de ti.” Y yo añado, se pierde hasta encontrarse trascendiéndose y, abandonándose resignadamente, poder cruzar ese sirât en que se convierte el campo de minas.
Oliver Laxe en La Script El tren de hierro de Mauritania
Lo central, a este respecto, es el conflicto y la sanación espiritual a la que se somete a personajes y espectadores. Y ello hace que coincida con Guillermo Hormigo, en la crítica a la que enlazaba Xabi, cuando dice: “la zona sur de Marruecos no es un espacio de conflicto político sino de conflicto psicológico, y aquello a lo que se enfrenta allí el ciudadano europeo no es a la desposesión, la diáspora o la violencia institucional sino, en un orden superior, a los sacrificios que la Naturaleza demanda”. Despolitizado el territorio como “geografía imaginaria” sublime y de revelación mística (hay una guerra, se me puede replicar, pero “una cualquiera”, no situada política o ideológicamente), queda preguntarme y preguntaros, ¿cuán política es Sirât? O, por aterrizarlo en los términos de la conversación que Iker lanzaba y Xabi recogía, ¿el “despertar del trance occidental” que Laxe plantea es un despertar político emancipador? ¿Se trata de un “trance occidental” sistemático o retratado exclusivamente como personal en la película (y, por tanto, solo circunstancialmente colectivo)? Y esta pregunta la intentaré contestar con fines descriptivos de Sirát, no normativos (a lo: “el cine tiene que estar en una esfera política”), pero puede responderse desde los segundos, claro.
Iker insiste mucho en su segunda carta en que el carácter antisistema de las raves pasa por una fuerte conciencia política y disidente. Pero al mismo tiempo, en la primera carta, señala que en Sirât se denuncia su desconocimiento o ignorancia política (luego matizará que es su creencia en la posibilidad de salirse del sistema su error político concreto, es decir, no tanto un error de su ausencia de ideales políticos, sino de la factibilidad de sus ideales concretos). Esta tensión de lo puramente político y su ausencia en los personajes creo que es visible en ese comentario elocuente que me dijo une amigue tras ver la película: “yo creo que la gente que va a raves está más politizada que los protagonistas”. Ya argumenté que, dada la tendencia general de la película a elidir datos personales de sus criaturas, la referencia a Le Déserteur es suficiente para enmarcar su antimilitarismo y su visión política. Pero puede que no baste y se necesitase más reincidencia para que los raveros protagonistas fuesen “representantes” de la disidencia. Por otro lado, a pesar de coincidir con Xabi en que se distingue en los protagonistas claramente un “somos” frente al espacio ajeno, en tanto parias, tampoco acaban de funcionar como representantes de occidente. Su trance, en ningún momento, se asocia con un trance occidental (pero tampoco con el trance de la disidencia contracultural política, quizás sí de la huida de la muerte en un sentido genérico. Hablé de esto al final de mi segunda carta: sus muertes no parecen ser una respuesta/castigo, se asimilan las circunstancias naturales y bélicas, etc).
Permitidme hacer un paréntesis comparando Sirât con el cine de Buñuel, siguiendo la referencia de Xabi, para dejar más claro mi punto. Efectivamente, el surrealismo de Buñuel, visibilizando y encadenando los deseos y las pulsiones oscuras, lo inconsciente, no sigue el camino freudiano-ilustrado de traerlo a la luz para psicoanalizarlo, ordenarlo y sanarlo (y hay mucha búsqueda terapéutica en Sirât), sino que subvierte y resquebraja las convenciones sociales que reprimen tales impulsos, y, en particular, la normatividad burguesa, católica, etc. Y para ello, en muchas ocasiones, sus películas parecen argumentos contra los representantes de tal normatividad. El propio Bazin, en El cine de la crueldad (sí, ya lo estoy leyendo y me ha decepcionado en tanto compilación de críticas, ensayos y entrevistas con la autoría de 6 directores -Stroheim, Dreyer, Sturges, Buñuel, Hitchcock y Kurosawa- como único hilo conductor, antes que un abordaje directo de la cuestión de la crueldad), habla de la mexicana Los olvidados, de Buñuel, apelando a tesis similares a las de Xabi. Dice que la crueldad del cineasta en tal largometraje no es construcción autónoma (“la crueldad no es de Buñuel”), sino revelación de los males existentes en el mundo, a los que apunta. Es mostración de “la realidad con una obscenidad quirúrgica” para forzarnos al amor, por su confianza en el hombre para transformar tal realidad.
Esta confianza humanista rezuma a lo largo y ancho de Nazarín, la adaptación de la novela de Benito Perez Galdós en que Buñuel, en términos del poeta Octavio Paz, hacía que la figura protagonista, un sacerdote evangélico manchego en peregrinación (y víctima de un calvario análogo al de Jesucristo), descubriera “la realidad del hombre”, que resulta incompatible con la creencia y puesta en práctica rigurosa de los principios originarios del cristianismo. Su viaje será el de la renuncia de la idea de Cristo en favor de la del hombre, ante las consecuencias adversas de la vida ascética, las desventuras de la virtud, basándose la religión y la civilización judeocristiana en la represión de la naturaleza humana (ello queda claro en La ilusión viaja en tranvía, La Edad de Oro, Un perro andaluz, etc.). Represión que muchos eclesiásticos no ejercen, denunciándolos el cine de Buñuel por incoherentes, además de por dogmáticos. En cualquier caso, es un homenaje al Diálogo entre un sacerdote y un moribundo, del Marqués de Sade, la secuencia de Nazarín donde se acepta el valor del amor terreno por encima del divino de manera más evidente. El filme es, por escenas como estas, una impugnación o argumento en contra de las bases prácticas del cristianismo que Nazarín representa en un inicio, nocivas e inoperantes para la vida terrena.
Los olvidados Nazarín
Frente a Nazarín, Sirât no es un argumento político contra un trance occidental o disidente, ya solo, en primer lugar y como ya se dijo, porque sus personajes no representan ni Occidente ni la disidencia (mientras que Nazarín si reflejaba el evangélico amor incondicional a Dios). Como Nazarín, la cinta de Laxe presenta un viaje de transfiguración espiritual y de revolución de la manera de estar en el mundo, pero que se da a un nivel personal, no colectivo (ni de manera alegórica, me arriesgaría a decir). Sirât sacude a los espectadores, pero lo hace individualmente, apelando a su psicología (hacia la huida, la confrontación de la pérdida, etc.) antes que a una situación socio-política que fomente tal psicología. Además, a mí no me parece que Sirât nos saque del trance sino que, con la fuerza de sus imágenes, nos sumerge en uno (no coincido con Xabi en que “incluso la idea del trance apenas se explora como experiencia visual o narrativa”, a este respecto), que tiene que ver con el shock. Y sí, luego, tras la espectacularización y la tensión en el campo de minas, nos “libera” del trance en que él mismo (y no la realidad sociopolítica occidental) nos ha situado, a través de la posterior resignación y aceptación. Pero no veo que Laxe haga nada por asociar tal liberación a la emancipación de un paradigma político concreto. No creo que Laxe se mueva en absoluto, como ya afirmaba Guillermo Hormigo, en la exploración del conflicto político, sino en la del meramente psicológico.
Pero a lo mejor lo político de Sirât esté en otra parte distinta que en la representación de modelos políticos o en lo argumentativo. (Laxe decía en la entrevista de La Script que, para él, “la posición importante es ser de este mundo sin serlo” (minuto 27:20), entre la denuncia del camino errado de la modernidad y la deserción en exceso. Iker ya intuía esta posición desde su primera carta, pero a mí me cuesta verla en Sirât de manera aplicada exclusivamente a la política en específico). Quedo a la espera de leeros por si tenéis reflexiones al respecto. Os propongo, además, que esta sea la última ronda de cartas (yo encuentro poco más que decir, ya Sirât me quedó muy lejana), así que si os quedó algo pendiente que queráis destacar, es el momento. Un abrazo.

PD para Iker: Por matizar, cuando hablaba de que la crueldad en el cine reduce la cantidad de público potencial de una cinta, me refería, no tanto a su atractivo promocional y a la cantidad neta de gente que va a ver la película (coincido en que el morbo puede despertar interés y ser un gancho publicitario), sino a que, en una película así construida, hay el riesgo de que un porcentaje elevado de las personas que sí van a verla acaben expulsadas y sintiendo desagrado ante lo visto en la gran pantalla (como es evidente en ciertas reacciones adversas de la audiencia en redes sociales sobre la crueldad, pero también en la mitad de las personas que me acompañaron a la sala). Sirât sacrifica, en ese sentido, el goce de muchos espectadores, su clase de espectadores óptimos es muy determinada, hay muchos marcos de audiencias diversas que no pueden dar cuenta de la obra sin contradicción (fue mi caso en relación a las expectativas, como mencionaba en mi primera carta). Dicho lo cual, si la alternativa a ello es ser complaciente con la mayor parte de públicos posibles y no desafiar su mirada, tampoco es una opción que me agrade del todo.
PD para Xabi: Coincido completamente con tu diagnóstico de que la ética católica parece empapar el abordaje de Laxe. Dicho lo cual, no tanto por cuestiones como la lógica del castigo (que concibo más o menos ausente en el largometraje pues, como argumenté, no creo que las muertes sean castigos morales por “algo”, con motivo), como por la de la poco revolucionaria resignación estoica-cristiana, la cuestión de la redención, etc. En cualquier caso, no puedo valorar, por desconocimiento, si la religión islámica que tú dices que se queda en mero decorado también comparte estos valores.